Esta semana Violet me ha conducido por la ciudad nombrando todo lo que se cruzaba en nuestro camino para enseñarme su lengua. Me he habituado a su peculiar acento al pronunciar las palabras, y, de hecho, me resulta reconfortante escucharla. Por mi parte, he continuado ayudándola a leer libros con más fluidez y cuando comprendía a la primera lo que leía esbozaba una ligera sonrisa que me contagiaba.
En las noches, bajo el titileo de las estrellas, conversábamos en la azotea de todo un poco y a veces jugábamos a las cartas o el ajedrez. El tiempo transcurría tan rápido que ni siquiera el aire gélido lograba incomodarme.
Cada día que trascurre me resulta más difícil ignorar esta angustia que siento, como si mi cuerpo y mi mente me exigiesen acercarme más a ella. Continúo sin comprender que es lo me sucede. Y me niego a creer que sea amor. Solo enrevesaría más las cosas. Prefiero intentar enterrar lo que siento y centrarme en la llave, que es lo que tengo que hacer, no me ha de importar nada más.
Estos días no hemos tenido noticias de Zane, ha debido tener complicaciones con la poción. Pero de todos modos tenemos que hablar con Giovanni para informarle sobre el progreso, que ni nosotros mismos conocemos, al menos como excusa para indagar en su casa y descubrir donde guarda el jarrón para robárselo. Al menos mantendré la mente ocupada con otras preocupaciones que no sean Violet.
Nos preparamos para dirigirnos al norte, vistiéndonos con esmero gracias a la moneda de Violet. Esta cambia su vestido apolillado por uno de encaje amarillo de mangas largas, sus rizos caen en cascada sobre su espalda. No puedo evitar mirarla; parece un atardecer en campos de trigo, evocándome a la granja de mi padre y a mi hogar. Casi puedo oler la tierra recién arada.
Me entran deseos de abrazarla, pero me contengo; aún somos rivales, no debería ni pensarlo. Me repito una y otra vez que ella me odia para evitar esos pensamientos, mientras me cambio con un elegante traje y sin más demora nos dirigimos al distrito norte sobre Manzano.
Cuando llegamos a la dirección de Giovanni nos encontramos con una majestuosa mansión de tres pisos, con amplios ventanales y un extenso jardín delantero, donde se podría correr una maratón sobre el intenso verde del césped, todo ello rodeado por un alto muro de piedra cubierto de musgo. Me acabo de dar cuenta de que vivo en una caja de zapatos.
Bajamos de Manzano y pulsamos el timbre de la entrada al muro. Ninguna respuesta. Insisto una vez más, pero sigue sin haber respuesta. Ella suspira. Deja presionado el timbre, y la musiquita se intensifica cuanto más tiempo lo mantiene.
Me cubro los oídos para amortiguar algo del ruido; me duele la cabeza. Al rato la musiquita hace gorgoritos, Violet continúa presionando y el sonido se vuelve un agonizante chillido. Y en este punto, ignoro si soy yo quien padece una muerte lenta y dolorosa o es el timbre el que la sufre.
Hasta que, por fin, el mayordomo abre ¡Gracias Dios mío! El hombre se presenta vestido con un uniforme oscuro y un impecable cabello gris y bigote espeso.
Violet libera el timbre, que disminuye su chirrido hasta desvanecerse por completo en el más absoluto silencio. Retiro mis manos de mis oídos con la esperanza de que no resucite y le muestro la tarjeta de Giovanni.
El hombre nos da la bienvenida y nos conduce a través del sendero de grava del jardín, mientras guía a Manzano por las riendas hacia la caballeriza. Después de asegurarse de que mi caballo esté bien, el mayordomo nos abre la entrada de la mansión y nos invita a sentarnos en el salón entretanto él avisa a Giovanni de nuestra llegada.
Contemplo con detenimiento el interior de arriba abajo. ¡Ojalá tuviera una mansión semejante! Con suelos de madera noble, paredes altas, una acogedora chimenea de mármol, cortinas de seda y un lustroso candelabro en el techo. Incluso la alfombra parece haber sido tejida a mano. Y yo me tengo que contentar de que las ratas no se suban a mi cama mientras duermo en un cuarto enano.
En el salón, tomamos asiento en un sofá de terciopelo suave, lo bastante estrecho para mantenernos cerca de manera inevitable. Nos miramos con prudencia, sin aventurarnos a entrecruzar nuestras miradas.
Al rato Giovanni desciende las escaleras hacia el vestíbulo y se une a nosotros en el salón. A mí me estrecha la mano. Pero al intentar saludar a Violet besándola las mejillas, ella se inclina hacia atrás y le ofrece su mano. Giovanni la toma con gusto y la besa en el reverso. Violet hace una mueca como si hubiera mordido una cebolla podrida, evitando mirar. Giovanni se endereza y suelta la mano de Violet para dirigirse a mí. En cuanto aparta la vista, ella se limpia con disimulo en su vestido.
—Si me permite decirlo, su esposa es muy hermosa.
Violet se sobresalta, yo me quedo en blanco por un breve instante antes de contestar:
—No, no, no solo es una amiga. Y hemos venido a informarte de que su hermano es quien está al cargo de una cura para Selene y está muy cerca de lograrlo, ¿verdad, Violet?
—¿Qué? Oh, sí, por supuesto.
Giovanni junta las manos marcando un golpe seco.
—¡Magnifico! Es indudablemente una gratificante noticia. Ya que me han alegrado el día me complace ofrecerme como guía por la mansión.
Qué suerte, no ha sido necesario pedir el recorrido. Nos conduce a través de los tres niveles, cuarto tras cuarto, como si deseara alardear de cada pintura, mueble o tapiz en su posesión. Se deleita en los detalles de la iluminación, tonalidades y disposición.
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Editado: 20.11.2024