Cada amanecer trae consigo la misma inquietud: Estamos quedándonos sin dinero y si no vendemos algo, nos quedaremos sin habitación, una pésima habitación, pero sigue siendo nuestra. Violet toma su bolsa de cuero, que no había usado en semanas, y nos dirigimos al mercadillo, dejando a Burra y Manzano reposar en la caballeriza.
Tras recorrer un par de veces los abarrotados puestos y soportar las constantes quejas por los altos precios y las acaloradas negociaciones, llegamos a la conclusión de que no hay ni un solo rincón para nosotros.
Violet gruñe. No está dispuesta a darse por vencida. En uno de los pasillos del mercadillo, uno menos transitado, rebusca en la bolsa de cuero y recordamos que solo nos quedan el par de anillos, cuyos poderes aún desconozco, y el espejo. Entre los dos, Violet opta por el espejo y me susurra al oído que actúe como un comprador adulador, elevando la voz lo suficiente para llamar la atención.
No sé si es el amor lo que nubla mi juicio o la desesperación por unas monedas, pero acepto la falsa, aunque me avergüence actuar en público.
Inspiro el aire especiado del mercadillo y exclamo a pleno pulmón:
—¡Un espejo mágico! ¡Fantástico!¡Maravilloso! ¡Extraordinario! ¡No se me ocurren más sinónimos! Pero seguro que es muchas más cosas buenas.
Algunos niños ríen, las mujeres susurran detrás de sus abanicos y los hombres pasan de largo, indiferentes. Violet me ruega en voz baja que continúe. No me puedo negar, necesitamos el dinero, aunque en realidad quiero esconderme de las miradas que nos rodean.
—¡Señorita vendedora, usted que es la persona más hermosa y agradable del mundo!... Cuando le conviene. ¿Podría decirme para que sirve este asombroso espejo mágico?
—¡Con él puedes ver un día del pasado de quien se refleje en él! —grita por encima del bullicio—. ¿No es maravilloso?
Una dama se acerca con interés, ajusta sus gafas y examina el espejo con detenimiento. También un hombre observa reflexivo. Apenas puedo creer que el plan de Violet funcione.
—¡Me encanta! —exclamo con fingido entusiasmo— ¿Y cuál es el precio?
—Amado cliente —dice con una reverencia sobreactuada, rozando casi el suelo con su falda— Está de suerte, la he rebajado de 4000 daeles a 3.999, 99 daeles. ¡Una ganga!
Cierro los ojos un instante. Estafar es su afición. Pero tengo que seguir con la farsa.
—¡Soberbio! ¡Magnífico! Qué pena que no tenga un diccionario a mano para adular más esa visible rebaja.
—Puedo asegurarte que no encontraras nada mejor.
—¡Lo tendré que comprar! Espero que nadie me arrebate esta joya.
A nuestro alrededor ya hay varios curiosos más, pero ninguno parece decidirse. Entonces, Violet opta por realizar una demostración; se coloca a mi lado y me refleja en el espejo, que comienza a resplandecer.
La multitud se aglomera, murmura, ávida de presenciar la magia. Siento una opresión ante tanta gente ansiosa por ojear mi pasado. Ruego que no revele nada vergonzoso.
Entonces muestra cuando era pequeño, tendría unos 12 años. Tenía el cabello más rizado si cabe. Aquel día, iba a buscar a mi hermano a sus entrenamientos, cuando vi a un vecino que se encontraba apaleando a una burra por robar un vestido con el hocico. Intervine con mi espada de madera frenando los golpes. El animal aprovechó para escapar llevándose la ropa consigo.
Ahora lo recuerdo, había olvidado por completo esa parte, fue el mismo día en que arriesgué mi vida en el bosque. Creo que salvé a Burra, al menos se parece mucho, y si es así, Violet…Esta misma interrumpe mis pensamientos de pronto al arrebatarme el espejo y lo enfoca a los curiosos mostrándoles sus pasados. Algunos reaccionan con angustia, otros con lágrimas de felicidad.
—¡El mejor postor se lleva el espejo! —exclama como si se tratase de un grito de guerra.
Y entre los presentes empieza una puja sin tregua. Hasta que finalmente, se lo lleva una mujer de mantilla negra por el precio de 10.000 daeles. Ya solo nos quedan los anillos por vender y una duda por resolver, ¿salvé a Burra?
De paso hacia la posada, con el atardecer a nuestra espalda, Violet me agradece que la haya ayudado. Sin embargo, se muestra distante, evitando acercarse o mirarme a los ojos. El contraste me preocupa.
Al retornar a la posada, le sugiero a Violet que entre y cene, ya que tengo algunos asuntos pendientes. Ella me mira, intrigada, pero asiente y desaparece tras la puerta. Yo me encamino hacia la caballeriza y me aproximo a Burra, la cual reposa apacible rumiando su heno.
—¿A quién iba destinado el vestido, Burra? Cuando intervine en el pueblo para rescatarte, lo recuerdas, ¿verdad? ¿Era para Violet?
Burra entreabre la boca sorprendida y deja caer la masa de heno y saliva al suelo. Luego, asiente con un suave rebuzno.
—¡Lo sabía! Ella llegó a este mundo en ese mismo día. Ahora me doy cuenta de que ninguna niña común habría podido rescatarme de aquel monstruo en el bosque... ¡era Violet!
Manzano relincha levantando las patas delanteras como si celebrará que lo hubiera descubierto. Burra, en cambio, rebuzna de nuevo.
—No entiendo —murmuro, arrugando el ceño—. ¿A qué te refieres con crear el momento apropiado para hablar con ella?
Burra abandona su cuerpo físico sin responder y se desliza con la forma de una corriente de agua, serpenteante, hacia el interior de la posada a través de una ventana entreabierta. La sigo, pero al cruzar el umbral, no la veo. Solo encuentro a Violet degustando una sopa caliente a pequeños sorbos. Me siento a su lado y cenamos juntos, ya encontraré a Burra en otro momento. Inspiro hondo para ganar valor y contarle que sé lo de que me salvó. Pero no sé cómo reaccionará, por algún motivo lo oculta y no entiendo el por qué.
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Editado: 17.05.2025