Al día siguiente, recuerdo que tengo la tetera troceada todavía en el bolsillo de la chaqueta y se la entrego a Violet en el comedor de la posada después de la comida. Ella ladea la cabeza confusa.
—Está tan destrozado que no sé ni lo que es… ¡Me encanta!
—Sabía que sería de tu agrado.
Violet empieza a montarlo en la mesa, su mirada está concentrada en encajar las piezas. La veo tan interesada en el objeto que me hace preguntarme muchas cosas. Acerco la silla a su lado.
—Te deslumbran nuestros objetos, pero a pesar de ello nos aborreces y quieres expulsarnos.
—Vuestras creaciones son hermosas, en cambio vosotros…—dice ella sin quitar la vista de sus piezas—. He convivido con vosotros lo suficiente como para saber que la humanidad es terrible. Solo hace falta presenciar a los hermanos Bianco, todos corrompidos por la magia de sus objetos.
Observo con atención su progreso con la tetera, ya tiene la mitad de esta restaurada y sin pegamento, solo deslizando sus dedos sobre las piezas. Algunas chispas púrpuras salen de sus yemas. Todavía hay mucho que desconozco de los entes.
—Pero te creaste un cuerpo humano —comento.
—Porque cuando cree mi cuerpo físico no os despreciaba —dice ella colocando con meticulosidad una de las piezas de cerámica—, al contrario, me cautivaba vuestra creatividad e ingenio y quería formar parte de ello. Me inspiré en el regalo que mi tutor me entregó de parte de mi madre: un cuaderno con bocetos de sus viajes. Entre ellos vi uno de una niña pelirroja de ojos verdes y deseé ser como ella. Cuando me escapé, cumplí ese deseo.
—¿Y qué cambio entonces? ¿El primer humano que conociste te maltrato?
Ella se detiene por un momento de armar la tetera y niega con la cabeza:
—No, lo que cambió fue descubrir vuestra inherente crueldad. Pero en verdad, uno de los primeros seres humanos con los que me crucé era un niño, de edad similar a la mía. —Al recordar, una suave sonrisa cruza su rostro y continua—: Amable, generoso y sus ojos eran tan grandes y curiosos que me maravilló.
—¿Te enamoraste de él a primera vista? —digo inclinándome más hacia ella con una sonrisa.
—¡Por supuesto que no! —exclama, alejándose con la tetera en mano, y continúa arreglándola a su lado mientras habla—. No era más que curiosidad y admiración, porque era algo nuevo para mí y deseaba hacerle multitud de preguntas. Temía que me viera como un monstruo en lugar de una amiga. Y aunque a veces pensaba en buscarle para conocerlo mejor y disipar mis dudas, los años pasaron y se convirtió en un sueño distante.
—Estoy convencido de que a él le hubiera encantado ser tu amigo y tenerte cerca —afirmo mientras nuestros ojos se cruzan y una sonrisa traviesa se dibuja en mi rostro.
—¿Qué tan cerca? —pregunta ella con una sonrisa pícara, inclinándose un poco hacia mí.
Nuestros labios están a punto de rozarse, puedo percibir su aliento cerca del mío, cálido y suave. Cierro los ojos con la ilusión de un beso, pero ella se aleja y abro los ojos.
—Lo sabes, ¿verdad? —dice ella con sequedad.
—Sí, y te agradezco que me salvarás.
Violet se pone de pie improviso y lleva una mano a su frente.
—Temía que esto sucedería.
Yo me levanto para estar a su altura.
—¿Por qué temer? No hay nada de malo en ello. Al contrario.
—Eres mi enemigo. Haberte confesado que te salvé la vida por la admiración que sentía hacia ti hubiera sido un error imperdonable, además, ni siquiera habrías creído que fuera capaz de tal cosa.
—Pero ahora sí lo creo, porque no eres un monstruo, Violet, y sé que posees más corazón del que estás dispuesta a mostrar. Y me gustaría conocer más acerca de aquel día de tus propios labios.
Noto como a Violet se le colorean las mejillas. En respuesta, tomo con delicadeza sus manos en las mías, y nuestras miradas permanecen fijas una en la otra mientras la conduzco de regreso a la mesa, donde nos sentamos. Entonces ella se animó a rememorar aquel día.
—Cuando llegué a este mundo, estaba completamente desorientada, me hice un cuerpo de arcilla para parecer humana, pero no tenía ni idea de cómo mantenerme en pie y, para colmo, no tenía ropa. Fue Burra quien vino a ayudarme, dejándome montar en su lomo. Después se aventuró al pueblo más cercano para buscar algo con qué cubrirme. Mientras tanto, me escondí en un barril vacío, espiando el mundo exterior a través de un pequeño agujero. Entonces ocurrió algo que me provocó un vuelco al corazón: un humano golpeó a mi amiga por intentar robar el vestido que yo necesitaba. Me sentí horrorizada por su crueldad, pero en ese instante, apareciste tú y te interpusiste con una espada de madera para detener los golpes. No tenías miedo. Era un gesto tan valiente que me fascinó.
—Y me salvaste para devolverme el favor, ¿no?
—Sí, pero no te adelantes. Te seguí para poder darte las gracias. Y encontré la oportunidad cuando te desmayaste en el bosque. Un oso ente estaba a punto de atacarte, así que como su emperatriz le ordené detenerse y funcionó, obviamente. Luego me quedé a tu lado hasta que despertaste. Pero cuando abriste los ojos, me entró el pánico, ¿cómo iba a comunicarme contigo si no entendía tu lengua? Y me escondí detrás de un arbusto. Supliqué al cielo para que no me vieras, aunque, claro, eso sí que no funcionó. Nuestras miradas se cruzaron por un segundo. Tus ojos me recordaban al azul del cielo que había visto por primera vez aquel día y, en ese momento, dudé. Quería quedarme a tu lado... pero entonces aparecieron buscándote. Me fui antes de que me vieran.
Empiezan a sudarme las manos. La posibilidad de que pudiera haberse quedado a mi lado se convierte en una espina en mi mente. Intento tranquilizarme, respirando hondo, pero los pensamientos no paran de arremolinarse. Si se hubiera quedado, ¿seguiríamos siendo enemigos? ¿O quizá... ya estaríamos casados? Creo que estoy fantaseando demasiado. Cada "quizá" es una punzada que me atraviesa el corazón. Intento desterrar esas ideas, recordándome que no tiene sentido pensar en lo que podría haber sido. Pero es difícil. Muy difícil.
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Editado: 20.11.2024