Estuvimos toda la tarde anterior ayudando a Halley a recolocar su casa. He tenido pesadillas con barcos en botellas dándome caza y tarros de mermelada que me elogiaban por mi dulce sabor. Y ahora, desayunando en el comedor de la posada, estoy viendo a Violet untarse mermelada de fresa en un panecillo y se me revuelve el estómago. Me bebo solo un vaso de leche, es lo único que me entra. Violet señala mi panecillo, todavía intacto en el plato sobre la mesa.
—¿Te lo vas a comer?
Niego con la cabeza y ella se lo lleva sin contemplación. Y para colmo recuerdo que hoy es el día en el que debo acudir con Sarabeth a visitar a Giovanni. Se me pasó por alto, hasta el punto de que no se lo dije a Violet antes.
—Sarabeth me va a presentar a Giovanni como su pretendiente. Hoy.
Violet se toma el panecillo sobrepasado por mermelada de un bocado y asiente con la cabeza.
—¡Enhorabuena! —dice con la boca llena y de seguido engulle todo—. La has conquistado, ahora solo falta que te cases con la arpía.
¿Casarme? Creo que se me está entumeciendo el brazo y el corazón se me va a parar en cualquier momento.
—No quiero ir tan lejos.
—Aguarda —dice Violet mientras hurga en el bolsillo de su vestido de retazos, extrae los anillos encantados y me los ofrece—. Comprométete con estos. Los anillos ejercen influencia sobre quien los porta. Si acepta el anillo, puedes colocárselo y entonces acatará todas tus órdenes.
Presumo que Violet tenía todo premeditado. Es asombroso cómo en ocasiones parece tenerlo todo en cuenta y en otras parece no comprender nada.
—Y pedirla que me entregue su tiara, ¿verdad?
—Exacto.
—Me parece muy cruel, ya estoy jugando con sus sentimientos lo suficiente como para ahora pedirla matrimonio solo por una tiara. ¿Te gustaría que hiciera eso contigo solo para conseguir la llave?
Violet pone los ojos en blanco.
—Ella necesita una lección, a juzgar por lo que me has contado de Sarabeth estos días, tú y todos sus pretendientes sois meros objetos para ella, quizá debería aprender de la manera más dura cómo se siente ser el juguete de alguien. Debes hacerte respetar.
Recuerdo todos esos regalos de sus pretendientes, como les daba patadas y como no tenía reparos en gritarles, pegarles o insultarles siempre que le viniese en gana. Violet tiene razón, merece una lección, pero yo no soy capaz de hacer algo tan vil. Le devuelvo los anillos y Violet frunce el ceño, decepcionada.
—Intentaré conseguir la tiara de otro modo. Mientras cuida de Selene.
Violet se levanta de la mesa y se acerca a mí, rodeándome por detrás de la silla.
—Tranquilo, la cebaré muy bien…
—¡Nada de comértela!
—Era broma, hombre —dice Violet dándome una palmadita en la cintura.
Sus palabras aún resonaban en mi mente cuando, más tarde, me encontré con Sarabeth bajo el nublado cielo en la entrada del jardín de Giovanni. Huele a tierra mojada, quizá sea el preludio de una tormenta y no traigo paraguas.
Sarabeth se dispone a presionar el timbre, pero enseguida le sujeto de la muñeca para detenerla; no quiero morir tan joven entre terribles sufrimientos. Niego despacio con la cabeza. En su lugar, llamo con un silbido. Sarabeth me mira extrañada, pero termina esbozando una sonrisa. Para esta ocasión se ha vestido de esmeralda y se ha recogido el cabello con un moño alto. Admiro su belleza, aunque me apena la necesidad de engañarla con un supuesto amor que no siento para conseguir su tiara. Y ser sincero no me daría resultados, ya lo comprobé con Selene y Alessio.
Me seco el sudor de las manos en la chaqueta y entonces noto algo dentro de uno de mis bolsillos, son los anillos. Violet los guardó sin que me diera cuenta. Aunque insista, no los usaré.
De pronto aparecen unos perros que no había conocido en la primera visita; les ha debido atraer mi silbido. Sarabeth se sobresalta y se aferra a mi brazo con fuerza. Ladran y golpean la puerta hasta que el mayordomo los calma y los lleva a una caseta antes de abrir. Parece que a Giovanni se le ha antojado comprarse unas mascotas.
Al entrar en la mansión, hallamos en el salón a Giovanni absorto con un jarrón de cerámica sobre un pedestal. No cesa de lamentarse sobre su elección, ocasionalmente lo contempla y luego prosigue deambulando por la estancia sin cesar. Sarabeth lo persigue:
—¡Giovanni!
Detiene su paso y la observa de reojo, aunque su mirada sigue siendo atraída por el jarrón de su dilema.
—¿Qué te sucede, princesa?
—Me han…Me han despedido de la obra.
Giovanni se lleva la mano a la boca, luego toma a su hermana del brazo y la lleva al sofá para sentarse con ella. Al lado tiene un pedestal con el jarrón del que tanto duda. Yo opto por mantenerme a un lado, apoyado en la chimenea, sin querer entrometerme demasiado en los asuntos familiares.
—¿Y eso a que se debe? —pregunta Giovanni preocupado.
—He cometido un grave error —responde Sarabeth al borde de las lágrimas, apretando la tela de su falda con angustia—. Llevé un objeto mágico sin saber que lo era y se activó. No sé cómo. Es mi culpa por no haber prestado atención. Ahora todos mis admiradores se han esfumado, salvo él. Quería presentártelo…
Giovanni está tan absorto en ella, que ni siquiera me nota.
—Me dirigiré al director de la obra y le abonaré el doble en esta ocasión.
Sarabeth se levanta con brusquedad, haciendo temblar el pedestal con el jarrón. Giovanni se apresura a sostenerlo y evitar que caiga al suelo.
—¿Pagaste para asegurarte de que me contrataran?
—¿No te lo mencionó acaso?
—Elogió mi talento.
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Editado: 11.12.2024