Sangre Púrpura

Capítulo 31. Y tú también te convertirás en un gallo hermoso algún día.

Al regresar a la posada, bajo el resplandor del cielo estrellado, me encuentro con Violet descansando en la cama, cobijada con Selene acurrucada en la almohada a su lado.

Violet le está leyendo "El patito feo", aunque pronuncia algunas palabras de manera incorrecta. Sin embargo, a pesar de ello, Selene parece muy concentrada en la lectura hasta que Violet termina diciendo:

—Y tú también te convertirás en un gallo hermoso algún día.

Tanto Selene como yo nos quedamos pensativos un instante. No sé qué es peor, si su inocencia en ciertos asuntos o el atrevimiento de haberla llamado fea.

—Fantástico, siempre quise ser un gallo —responde Selene con sarcasmo—. Incluso contra el sentido común.

Carraspeo la garganta para llamar la atención. Muestro la tiara a Violet y ella se levanta de golpe, cubriendo a Selene con las mantas. Sin embargo, esta asoma la cabeza y cacarea preguntándose qué sucede. Pero dado que no podemos permitir que Selene descubra que hemos robado a su hermana, bajamos al comedor para hablar con la excusa de que queremos algo de intimidad.

Una vez abajo, Violet se coloca la tiara e imita a Sarabeth con un tono teatral sobreactuado, culminando con una risa siniestra. El posadero, que ha observado todo, retrocede rápidamente hacia la cocina. Violet me saca una pequeña risa, pero las palabras de Giovanni siguen resonando en mi mente, hundiéndome de nuevo en la melancolía.

Violet nota mi distracción y deposita la tiara sobre una mesa antes de acercarse a mí.

—¿Sucede algo? —pregunta ella preocupada—. ¿Es por los anillos que dejé en tu bolsillo? No quería obligarte a nada, los dejé por si acaso los necesitabas.

—Eso no me importa —digo frotándome la nuca—. En realidad…Giovanni me ha hecho recordar que no soy nadie.

Violet se aproxima todavía más, toma mi mano y la pone sobre su pecho.

—Tú valor está dentro de tu corazón, no en sus palabras.

Es lo más inspirador que la he escuchado decir, lo cual es triste, pero no puedo evitar que mi mirada caiga hacia mi mano en su pecho. A veces no sé si actúa por inocencia o a propósito. No obstante, es muy suave y…no, debo centrarme. Aparto la mirada por decencia.

—Entonces debería poner mi mano en mi propio pecho y no en el tuyo —digo con una sonrisa nerviosa.

Violet vacila un instante y se le colorean las mejillas, pero logra mantener la compostura sin retirar mi mano de su pecho. Puedo notar sus latidos acelerados bajo mi palma.

—Sí y no, bueno, a veces el valor de una persona también puede estar en el corazón de otro.

Me conmueve tanto su intento de arreglar la situación que tomo su mano libre y la pongo sobre mi pecho para devolverle el gesto. Me inclino despacio buscando sus labios, pero enseguida me detiene la realidad: es una emperatriz que quiere dominar el reino y odia a los humanos, no debería rendirme a ella. Aunque una parte de mí quiera hacerlo. Desvió mi beso hacia su mejilla y me separo despacio de ella, sin apartar mi mirada de la suya, dándole las gracias por animarme. Ella tan solo emite un suspiro.

En la tarde del día siguiente, después de entregar la tiara a Halley por la mañana, cuando parecía que no tendríamos que preocuparnos salvo de quien gana a la siguiente partida de Scopa en el comedor. El cartero entra para dejar las cartas y en una de estas reconozco en seguida la caligrafía de Henry. Abandono mi mano de cartas en la mesa y me levanto para recoger el sobre. Luego me siento y comienzo a leer en silencio frente de Violet, que no cesa de mirar de reojo las cartas que he dejado sobre la mesa esperando la oportunidad de ojearlas.

Notte, 2 de noviembre de 1893.

Arturo, no he recibido ninguna carta tuya. ¿Te encuentras bien? Los sabios me han advertido sobre avistamientos de entes en tu ciudad. Estoy muy inquieto por tu demora y temo que pueda haber ocurrido algo.

He hablado con Willow buscando la reconciliación. Sin embargo, me recriminó por lo del conejo ente y asegura que la profecía es una invención de los sabios, que están manipulándome. Es inaudito. Parece haber perdido la razón y ahora parece estar del lado de los entes. Me preocupa mucho. Aunque lo amo, sus justificaciones a las atrocidades de esos monstruos me asustan.

Los sabios tienen razón, sobre todo Angelo, no debo dejarme llevar por mis sentimientos, sino mantenerme centrado en limpiar este mundo de esos monstruos. Los sentimientos me hacen débil.

Una parte de la carta está tachada y continua abajo con una letra más temblorosa:

Los sabios me informaron sobre la alta incidencia de objetos mágicos en tu ciudad: personas convertidas en árboles, objetos animados y cambios repentinos. Casualmente cuando partiste allí. Al principio, dejaron la investigación en manos de las autoridades, pero al ver que no se detiene y, de hecho, aumenta, me han encomendado detenerlo personalmente. Iré tan pronto como pueda y espero que tú no estés involucrado.

La carta termina con brusquedad. No parece Henry, está paranoico, los sabios le están desquiciando. Ha perdido a su amigo Willow solo por la intervención de esos viejos y parece que también lo han vuelto en mi contra. Debí mandar una respuesta para tranquilizarlo, aunque dudo que ello hubiese surtido algún efecto. Los sabios habrían torcido los hechos de todas formas.

Si hubiera permanecido a su lado, esto no habría sucedido. Siempre procuraron deshacerse de mí para que no lo alejara de su propósito. Y lo han logrado.

Bajo la carta de Henry de mi cara y descubro a Violet a punto de levantar mi mano de cartas de la mesa. Pronto aparta la mano con una sonrisa nerviosa. Pero sus trampas apenas me conciernen en este instante.




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