Sangre Púrpura

Capítulo 32. Quédate conmigo.

Ya oscurece y es el momento de dirigirnos a la casa de Giovanni. Aguardamos a que Selene se duerma para que Violet abandone su cuerpo físico arropado en la cama y luego partimos hacia el norte solo con Manzano, pues Burra está profundamente dormida. Violet viste su capa para ocultar su cuerpo astral para pasar desapercibida.

El distrito norte cambia de forma drástica por la noche. Las calles están desiertas, el silencio aborda cada esquina, y la niebla, iluminada por la luz tenue de las farolas de ormuto, me hace imaginar que en cualquier momento puede aparecer un ente centenario o algún asesino en serie hambriento de víctimas. Creo que hasta huelo la sangre en el ambiente.

Y ante nosotros la mansión de Giovanni parece encantada por espíritus malignos. Y Violet, con su forma astral, parece ser uno de ellos. Recuerdo cuando su silueta de mujer de un solo ojo púrpura me espantaba y ahora me parece la figura más sensual que he visto en mi vida, su larga cabellera ondulante y su cadera curvilínea marcan su feminidad de aquí al otro mundo. El amor debe haberme nublado el juicio.

Dejamos a Manzano en la entrada, asegurándonos de que estuviera preparado para la huida. Violet deja la capa sobre él. Y acto seguido nos encontramos con el primer gran enemigo: el muro. Violet se eleva flotando, su cabello ondea detrás de ella. Se asoma por encima del muro y me informa que hay dos perros cuidando el jardín.

Luego supera el muro y desciende hasta tocar la hierba fresca. Los perros se abalanzan para morderle las piernas, pero ella ni se inmuta. Los ahuyenta multiplicando su ojo en cuatro. Yo, en cambio, escalo el muro usando el musgo como ayuda y salto al otro lado.

—¿Cómo es que no te duele que te hayan mordido? —pregunto mirándole las piernas. No presenta heridas, lo cual es esperable dado que su forma astral es líquida por completo.

—En nuestra forma astral —responde, volviendo a tener un solo ojo. —, los entes no experimentamos sensaciones físicas como dolor, placer, frío o calor. Todo eso lo sentimos solo a través de nuestro cuerpo físico, incluso a distancia.

No puedo ni siquiera imaginar lo que sería no experimentar sensación alguna. Entiendo que pueda ser liberador no sufrir el dolor físico, pero al mismo tiempo, me parece aterrador no poder percibir la suavidad de una caricia o el calor de un abrazo. Contemplar la vida desprovista de tales percepciones se presenta como una auténtica pesadilla. Entiendo que es por ello por lo que albergan cuerpos físicos, con el propósito de apreciar aquello que su naturaleza les impide sentir. A medida que desentraño más acerca de los entes, todo se torna más insólito. Pero no albergo temor alguno, al contrario, comprenderla me hace sentir más cerca de ella.

Cubro mi rostro con el saco por si alguien nos descubre. Sin embargo, mientras me lo coloco, escucho un gruñido proveniente de mi espalda: otro perro se une a la escena. Emprendo una huida sin rumbo para evitarlo, mientras Violet trata de detener al nuevo guardián multiplicando sus brazos, pero aun así se le escapa de las manos.

El perro me muerde los pantalones, dejándome en calzones y a punto de quitármelos por completo, cuando de pronto Violet toca el timbre de la entrada del jardín. El sonido me recuerda al chirrido de una puerta oxidada abriéndose mezclado con un flautista desafinado tocando la nota más aguda. El perro excava en el césped y entierra la cabeza. Ojalá pudiera hacer lo mismo. Violet y yo nos ocultamos tras unos setos cercanos a la entrada, observando cómo un par de guardias con farolillos de ormuto salen de la casa para investigar el alboroto.

Entre tanto nos escabullimos por un costado de la mansión y Violet se filtra a través de una grieta de la pared y abre desde dentro. Ingreso al salón y de repente, una luz se aproxima por el pasillo. Nos ocultamos detrás del sofá al percatarnos de otro guardia haciendo su ronda.

Considero que Violet puede cambiarle la linterna por algo distinto para que no nos detecte, pero recuerdo que su Moneda del Trueque está con su cuerpo físico en la posada y nos encontramos impotentes ante el peligro. Me rasco la cara por debajo del saco, me estoy agobiando.

Busco en el bolsillo de mi chaqueta algo que pueda arrojar para distraer al guardia y encuentro unas monedas que le termino lanzando. El guardia se distrae, y Violet se asoma al escuchar el sonido. Pero la susurro que se centre en la misión y ella suspira resignándose a esconderse de nuevo.

Avanzamos entre las sombras hasta llegar a la sala de colecciones. Violet trata de abrir la puerta, pero está cerrada. De repente, escuchamos un ligero crujido detrás de un cuadro en la pared. Al retirarlo, descubrimos un intrincado laberinto incrustado en el muro, diseñado para que una bola sortee los obstáculos.

No parece muy difícil, solo tengo que maniobrar con este volante que queda debajo del puzzle y… Violet ya lo ha resuelto. Ha tomado la bola y la ha introducido en el orificio, activando así el mecanismo que abre la puerta. Ni siquiera me ha concedido la oportunidad de resolverlo.

Nos asomamos a la sala y descubrimos en su lugar un largo pasadizo que parece descender ligeramente y cuyo fondo es pura negritud. Violet avanza primero, ya que puede ver en la oscuridad y parece preferir eso a mirarme los calzones. Yo la persigo, sin embargo, lo único que diferencio en la penumbra es su ojo púrpura que resplandece, semejante al de un felino.

Más adelante Violet se detiene de improviso.

—¿Sucede algo? —pregunto temeroso de la respuesta.

—No me queda mucho tiempo —dice con la voz por los suelos—, tenemos que ser rápidos.

—No entiendo.

—En este lado de la grieta la magia no está tan presente como en mi mundo. Allá podría incluso fusionarme con mi cuerpo físico sin necesidad de abandonarlo para adoptar mi forma astral, podría alternar mis formas en una sola presencia. Aquí, en cambio, me debilito si permanezco mucho tiempo fuera de mi cuerpo.




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