Sangre Púrpura

Capítulo 33. Hasta que la llave nos separe.

Violet y yo caminamos junto a Selene, quien avanza con la determinación de visitar su restaurante. Los transeúntes nos miran con perplejidad mientras nos abrimos paso. Y Violet no puede evitar increpar a quienes nos miran:

—¿Qué? ¿Nunca habéis dado un paseo a vuestras gallinas? Incultos.

Yo me retraso ligeramente para evitar que me relacionen con ellas.

Al llegar al restaurante, noto que la atmósfera diurna es mucho más animada que aquella noche con Sarabeth. La cálida luz del sol acaricia la fachada de piedra, mientras las ventanas enrejadas permiten ver a parejas y familias conversando entre el tintineo de cubiertos y platos. Además, un aroma a cítricos y notas sutiles de vino llenan el aire alrededor de la entrada.

Selene parece perderse en el ambiente murmurando para sí misma. De repente, se apresura hacia la parte trasera del restaurante por una callejuela. La seguimos, pero nos mantenemos ocultos al ver a dos camareros hablando en su descanso. Selene se mantiene al borde del callejón, escuchando.

—Si no fuera por Marta el restaurante sería un despropósito —comenta el de mediana edad frotándose la espalda.

—Sí, porque si dependiera de Selene nos iríamos a la ruina.—contesta el joven con ojeras poniendo los ojos en blanco—. Jamás está presente cuando se la requiere y, para empeorar las cosas, nos trata a todos con sarcasmo sin importarle cómo nos sintamos. Me saca de quicio. A veces, tengo ganas de responderle, aunque pierda el trabajo. Yo no comprendo cómo la has soportado durante tanto tiempo. Ojalá no regrese.

—Tampoco seas tan cruel.

Selene agita sus alas con frustración y se retira despacio, regresando a la calle principal. Esta vez, avanzamos detrás de ella, observando cómo sus patas dejan huellas sucias en el empedrado gastado. Hasta que la persuadimos para que se detenga. Violet la carga y la sienta en su regazo en un banco cercano, yo me sitúo al lado de ellas. Selene suspira con pesadez.

—Cuando perdí la vista, nadie quería darme empleo por el temor a que incendiara sus cocinas. No tuve otro remedio que abrir mi propio restaurante para librarme de rendir cuentas a nadie. Sin embargo, creo que lo he descuidado, no solo ahora, sino durante mucho tiempo. Ni siquiera me percaté de que resultaba tan irritante para mis propios empleados. Es tan vergonzoso que merezco todos los reproches.

—No seas tan dura contigo misma —comento.

—Ella tiene razón —replica Violet—, se lo merece. Si negara su responsabilidad, no podría mejorar.

Me parece que Violet habla por sí misma. Ella ha delegado su labor de emperatriz durante años a su tutor y ahora parece que quiere enmendarlo conquistando el reino y exiliando a los humanos. Pero eso no es una solución, tan solo un parche.

—Quizá deberías hablar de esto con tu familia —digo y al instante me siento como un hipócrita en este banco.

—Por supuesto, ellos se sentarán a escuchar mis problemas —explica con un sarcasmo acentuado—. Alessio se mantendrá serio por 5 minutos, Giovanni dejará de hablar de sí mismo y Sarabeth no ofrecerá alguno de sus pretendientes para que no me sienta tan sola.

—¿Y Halley? Él parece muy sensato.

Selene se aleja y se sienta en el borde del banco.

—Gracias por recordarme que trabajáis para un asesino, se me olvidaba.

—No creo que él sea un asesino —respondo con firmeza.

—Giovanni nos advirtió —contesta Selene con un pequeño cacareo involuntario al final.

—Giovanni fue el que mandó a un ente para atacar a Alessio. Lo sé porque estuve presente.

—Dirías lo que fuera para defender a tu amigo Halley.

—No, es la verdad —insisto—. Tiene al mismo ente como guardián de sus colecciones.

Violet confirma que tengo razón, pero Selene aún duda. Esta última debe aprender a confiar de nuevo en las personas y abandonar la actitud defensiva por la que incluso sus propios trabajadores la odian, porque aceptar la realidad solo es un primer paso. Pero supongo que no debe ser sencillo.

Regresamos en silencio a la posada y encontramos a Zane esperándonos, sin bigotes ni colas extrañas, bebiendo con el posadero y nuestro vecino de cuarto en una mesa. Se levanta para recibir a Violet, pero esta me mira a mí con el ceño fruncido, me entrega a Selene y parte hacia el cuarto, ascendiendo las escaleras con paso ligero.

Zane se aproxima a mí.

—La conozco lo suficiente para saber que está disgustada porque me has dado vuestra dirección. En fin, ya tengo las pociones para volver humana a la gallinita.

—¿En plural? —pregunto preocupado.

—Sí, he aislado varias combinaciones con la esperanza de que una funcione. Haremos prueba y error.

Selene cacarea mientras se revuelve entre mis brazos.

—¿El pico y las plumas no dejan claro que no soy un conejillo de indias?

Enzo se levanta de la silla provocando un chirrido en el suelo que nos molesta a todos.

—Nada de magia aquí, podría entrar cualquiera —dice cruzándose de brazos—. Podéis ir al cuarto y hacer lo que queráis, pero no ensuciéis ni estropeéis nada. O dormís en la calle.

—Y no hagáis mucho ruido —comenta nuestro vecino masajeándose la cabeza con las manos.

Subimos a la planta de arriba. Pero antes de entrar, dejo a Zane con Selene frente a la puerta y me adelanto para hablar con Violet.

Al abrir, la encuentro apoyando los brazos en el alfeizar de la ventana abierta, mirando hacia la calle con melancolía. Una brisa fresca entra como un susurro antes de que rompa el silencio.

—Zane solo ha venido a darle la poción a Selene. ¿Por qué te incomoda tanto?

—Porque temo que descubra lo que soy. Una vez, hace 2 años, estábamos vendiendo en una ciudad y me entretuve viendo la obra de un pequeño teatro de marionetas. Se representaba la profecía y en el momento en el que el elegido mataba al Sangre Púrpura me quedé pálida. Entonces, le pregunté qué pensaba sobre esa crueldad, si consideraba que era un final feliz. Él se rió y me dijo que era demasiado ingenua, que ese monstruo debía morir para proteger al reino. Es mi hermano, le quiero, pero si supiera la verdad me odiaría como el reino entero ya lo hace. Por ello me alejé de él.




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