Sangre Púrpura

Capítulo 34. No deberíamos estar haciendo esto.

Capítulo 34

Han transcurrido tres días desde que Halley nos prometió la llave. La idea me ha obsesionado tanto que incluso me atormenta en mis sueños.

En la penumbra de la noche, veo cómo cierro la grieta con la llave, mientras Violet me contempla con ojos llorosos desde el otro lado. De pronto, la grieta se sella por completo y la llave se desvanece en mis manos, dejándome solo en el centro de los aplausos y vítores de la multitud, que me ovaciona como a un héroe.

Al despertar, siento un dolor agudo en el pecho, nunca había sentido nada igual; es como si me arrancaran el corazón con las manos. Necesito actuar, no puedo seguir reprimiendo lo que siento por ella. No puedo soportarlo y no tendré oportunidad cuando la llave esté reparada. Debo sincerarme con Violet y aligerar este peso de mi pecho.

Ella se encuentra todavía dormida en su cama, con la cabeza apoyada sobre sus brazos y un rastro de lágrimas escapando bajo sus párpados. Con cuidado, se las seco con la mano, y ella comienza a despertar lentamente.

—He tenido una pesadilla —dice con un leve susurro, alicaída.

—Yo también —afirmo en su mismo tono—, en ella te perdía a ti.

A Violet se le tiñen las mejillas de un leve purpura y se voltea, alejándose de mí.

—En la mía te exiliaba, pero siempre regresabas de algún modo. Era frustrante.

—¿Y por eso llorabas?

—No, es que…la última vez ya no regresaste.

Siento una punzada en el corazón. Poso mi mano en su cálido hombro para consolarla. Al igual que yo, pienso que ella necesita poner en orden sus emociones.

—Violet, tenemos que hablar de nosotros.

De repente, Violet se levanta, toma su vestido de su bolsa de cuero y se encierra en el baño para cambiarse. Desde ahí, finalmente, decide responderme:

—No existe un "nosotros" —dice con firmeza.

Me apresuro a vestirme y la aguardo junto a la puerta del servicio. Cuando por fin abre se sobresalta al encontrarme a su lado, pero no vacila en dirigirse con paso decidido hacia la puerta.

—Está bien —contesto acompañándola—, tienes razón. No hay un nosotros, pero al menos escúchame.

Violet se detiene un instante y toma aire antes de hablar:

—No quiero escucharte, porque sé lo que me vas a decir y si lo haces, todo cambiará y… no estoy segura de estar preparada para afrontarlo.

Violet se retira, me siento tentado a seguirla, pero me contengo. También necesito mentalizarme; no es sencillo declararse a una enemiga y menos aun cuando pertenece a otro mundo.

Rebusco entre la pila de libros que Violet ha ido consiguiendo con la Moneda del Trueque y paso el día leyendo Tristán e Isolda, pero sin importar cuántas veces lo haga, siempre terminan muertos. No me gustan los romances trágicos, ni siquiera el género romántico. Pero aun así estoy aquí, recostado en la cama, buscando consuelo en la triste historia de estos dos amantes, aunque no me importen en absoluto, solo para convencerme de que mi situación no puede ser peor que la suya.

Ya está oscureciendo y Violet no regresa. Me invade el temor de que algo malo le haya sucedido. Cabalgo con Manzano, confiando en el buen olfato de los caballos para seguir su rastro, y me lleva directo a la fuente de los deseos.

La plaza está envuelta en una suave penumbra tan solo iluminada por la tenue luz de las farolas.

Violet se encuentra sentada al borde de la fuente, la brisa mece su cabello y su capa. Contempla su reflejo en el agua y dibuja ondas con el dedo, acompañada del suave murmullo de la misma brotando como un arroyo.

Burra se encuentra sentada en el empedrado y al verme junto con Manzano levanta las orejas y rebuzna. Violet alza la mirada hacia su amiga.

—¿Cómo que mi príncipe ha llegado? ¿Qué príncipe, Burra? —pregunta a Burra, y, al verme, vuelve a posar su mirar en ella con el ceño fruncido—. No es mi príncipe.

Desmonto a Manzano y este se acerca a Burra acariciándose hocico con hocico, se alejan para pasear juntos y nos dejan solos. Entre tanto yo me aproximo a Violet y realizo una elegante reverencia que la sorprende.

—Se equivoca, majestad, soy el príncipe que ha venido a acompañarla de regreso a su castillo. Me preocupaba que todavía no hubiera regresado.

Violet se muerde el labio inferior, conteniendo una sonrisa. Sin embargo, enseguida desvía la mirada de nuevo a su reflejo en el agua.

—No esperaba que me encontrarás aquí —dice recogiendo una moneda del fondo y mirándola con detenimiento—. Quería pedir un deseo. Pero ya es demasiado tarde para que se cumpla. Deseaba no haberte conocido.

—Y yo que no me hubieras dicho eso.

—Lo siento. Me refiero a que si no te hubiera conocido, no estaría tan confundida ahora. Me duele estar a tu lado, pero me duele más no estarlo. No entiendo lo que siento; es contradictorio y frustrante.

—Sí, es muy extraño —digo sentándome a su lado y tomándola de la mano—. Y como tú, jamás lo había notado hasta ahora y me costó comprenderlo. No quiero ni imaginar cómo debe ser entenderlo para un ser sobrenatural de otro mundo, como tú.

—¿Y entonces sabes de qué se trata? —pregunta inclinándose con interés.

Es mi oportunidad de poner en práctica lo que he aprendido en su lengua, demostraré cuanto me importa.

—Amor. Et Amacio, Violet, te quiero.

Ella se levanta sobresaltada y se lleva una mano al pecho.

—Acabo de notar un vuelco en el corazón, ¡voy a morir!

Sus ocurrencias siempre me desconciertan. Me levanto, la miro a los ojos y apoyo mis manos en sus hombros para calmarla.

—Tranquila, no vas a morir. El amor no mata…al menos no de manera directa.

Violet suspira aliviada y retoma su lugar en el borde de la fuente y yo junto a ella. Se queda pensativa un instante antes de tomar la palabra.

—Pero eso no cambia que sigamos siendo enemigos, Arturo. El amor no va a solucionar nuestras diferencias.




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