Robert había decidido reclamar sus derechos maritales en la noche del día siguiente puesto que su mujer se encontraba indispuesta, sin embargo al despertar y verla envuelta en sabanas y desnuda hizo que le hirviera la sangre del deseo. Verla dormida e indefensa hizo despertar si instinto depredador y no pudo evitar comenzar a amarla sin que ésta estuviera consciente.
Robert jamás había estado con una virgen y sabía de antemano que tenía que ir suave con ella, pero el soldado no colaboraba. El solo hecho de pensar en enterrarse en su cuerpo hace que pierda todo índice de cordura. Hasta ahora.
Su mujer había visto sus cicatrices y lo mirada con horror. <<Supongo que no debí ser tan directo>> pensó este mientras recostaba su espalda en la cabecera de la cama y tomaba la sabana cubriéndose hasta la cintura.
Robert la miró—Ven aquí
Ésta no lo dudó, recostó su cabeza en el pecho de él y Robert la arropó con la sabana.
—Te conté una vez en el bosque que mi madre me maltrataba—comenzó a decir él—Era alcohólica, al igual que mi padre. Cada día veía como ambos se mataban a golpes, para esa época lloraba mucho ¿sabes? No sabía qué hacer, incluso pensé en escaparme de casa. Cuando cumplí ocho años ocho años mi madre me amarró boca abajo a la cama y comenzó a apagar cigarrillos en mi espalda—sintió como Georgia se tensaba y comenzó a acariciarle la espalda.
—Mientras gritaba—continuó él—mi padre se masturbaba y se vino en mi espalda
Georgia lo miró—Robert...
—Y un sinfín de cosas más, por eso le quité a los mellizos. Están enfermos
Para él Georgia era sinónimo de fuerza y valentía; así que ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas le partía el corazón. En ese momento se dio cuenta que haría cualquier cosa por verla feliz. Y eso lo aterró.
Este le limpió las lágrimas con sus pulgares.
—Ya eso pasó mi amor—le susurró este—No es como si me quedaran secuelas de lo sucedido, lo único que no puedo tolerar es el maltrato físico, es todo.
—Ningún ser humano se merece pasar por eso y menos viniendo de sus propios padres
—Tienes razón. Pero gracias a que conocí a mama Odie, me construí un camino para mí y para los niños. Y tú mi amor, eres la luz que ilumina ese camino
Este le acarició la mejilla y se inclinó para darle un tierno beso en los labios. Ella lo miró y él le sonrió; Robert se dijo así mismo que no tenía nada de malo enamorarse de ella, aunque ésta no lo estuviera ya era suya.
Georgia se inclinó y lo besó. Ésta colocó ambas manos en el rostro de Robert y profundizó el beso; al tocar la lengua de él con la suya sintió que se volvería loco.
Georgia se colocó encima de Robert y comenzó a frotar su intimidad con su miembro viril. Ésta detuvo el beso y escondió su cara en el cuello de él. Él le pasó ambas manos y comenzó a acariciarle la espalda.
—¿Te gusta mi amor? —le susurró él—¿Te gusta lo que sientes?
—Sí... Necesito...
Ella aumentó la velocidad y Robert supo cuando tuvo su orgasmo porque de inmediato se quedó tranquila. En ese momento él la colocó boca abajo.
Este le abrió las piernas y se colocó en posición para penetrarla, este empujó y ella contuvo un gemido.
—Aún no he entrado amor mío, aguanta un poco más—le pidió este
Este volvió a empujar y Georgia cerró los ojos conteniendo el dolor. Este hizo un último empujón y logró entrar.
Ésta botó todo el aire que estaba conteniendo y comenzó a sudar la frente. Él se inclinó ante ella y la besó.
—Me duele mucho Robert—le confesó
—La primera vez no es muy placentera amor mío, te prometo que disfrutarás las venideras
Él comenzó a salir y a entrar en ella lentamente. Este la besó y ella pasó ambas manos por el cuello.
Él aumentó un poco más la velocidad y se obligó a detener el beso, mientras le besaba el cuello.
—¿Robert?
—¿Sí mi amor?
—¿Podrías acabar rápido? Ya tuve mi orgasmo
Él le sonrió—Está bien mi amor, me alegro mucho. Pero el resto de noche que no esperan te haré suplicar de placer
***
Georgia sintió que podía gritar de alegría al pisar tierra firme. Su orgullo y su dignidad no se lo permitieron.
—¡Bienvenidos a Nueva York! —oyó que gritó un hombre con un acento americano tan marcado que Georgia quería echarse a reír. Esta vez fue el respeto y la tolerancia los que no se lo permitieron.
Robert le ayudó a pasar por el muelle y ésta lo miró. Habían pasado quince días dentro de un barco y se dijo así misma que Inglaterra podía quedarse donde estaba, ella no iba a pasar por semejante calvario otra vez. Pero más que nada fue el hecho de que Robert le hiciera el amor más de dos veces al día, su esposo tenía un apetito voraz. Tanto así que orinar era una vil tortura.