Sangre Real

1. MATAR O MORIR

Es la frontera de Éfeso entre Esparta y Persia. Faráz observa a la princesa Daríce pensando lo fácil que será matarla, porque sus hombres han sido tan estúpidos y la dejaron con tan pocos guerreros que ahora está a merced de cualquiera.

Aprovechando aquella debilidad que ahora es su oportunidad, con determinación Faraz eliminó cuerpo a cuerpo a quienes se interpusieron entre él y ella. Se acercó paso a paso hasta que la distancia se hizo nada y empuñando la espada, y pensando en terminar rápido se lanzó contra ella quien al instante empezó a defenderse dignamente y con astucia para la sorpresa de él. Pero no fue suficiente porque la hirió en la pierna en un corte profundo, pero que no la detuvo y se le fue encima una vez más como una fierecilla. En la cabeza de Faraz predomina la idea de terminar con ella de una vez. Aunque viéndola se puede apreciar el desperdicio de matar esa belleza. A parte él no está acostumbrado a luchar con mujeres, menos matarlas. Tampoco entendía que hacía en el campo de batalla cuando su lugar estaba en el palacio, buscando un marido y apurándose a procrear un heredero si quería conservar el reinado cuando el rey muriera. De todos modos aquello no importaba pensaba, porque ella va a morir hoy y nunca será reina. La dinastía persa de Ali Azeri tendría su fin hoy. Eso pensaba él cuando en un impulso rápido no anticipado Daríce se le fue encima con fuerza que él apenas logró esquivar la afilada punta de su espada haciéndole un corte superficial en el torso. Miró de reojo hacia la herida, enojado pensando en el rasguño que le acababa de hacer. Observó como le salía sangre, y molesto se le fue encima haciéndole otro corte en el brazo. Ella lo miró de una forma feroz haciendo que sus ojos se vieran hermosos. Dejó a un lado su mirada y sin pensarlo más empuñó la espada hasta hacerla perder el equilibrio, dejándola desarmada y con la afilada hoja en su garganta. Un hilo de sangre escurrió por su cuello. Ella lo miró desafiante y empezó a decirle sin apartar la mirada.

—Ésta no es mi guerra, no es tuya, pídele a tu padre que termine con esto porque hoy no quiero morir y tampoco quiero que lo hagas tú.

Aquel comentario a Faráz le causó risa porque quien tiene una espada en la garganta era ella y no él. Pensando en el descaro por atreverse a pedir algo sin quitarle la mirada él le respondió con desprecio.

—Pues yo si quiero que mueras. Mi hermano ha muerto. Mi gente también. Tu ejército invadió mis tierras y es lo justo.

A su manera de ver la situación lo que acaba de decir es verdad. Si antes tenía ganas de matarla ahora más. Solo necesita un movimiento para cortarle la cabeza y para él es una pena porque la mujer tiene agallas, ni siquiera una mueca de dolor y ahí están dos cortes, y uno profundo. Su cabeza es un buen trofeo para presentar a su padre.

—El rey, mi abuelo—, continuó ella—. Firmó un acuerdo de no invasión a Esparta, y aun con la gran guerra enfrentada muchos años atrás Persia no ha violado ese acuerdo. Pediré la retirada aun sabiendo que ustedes atacaron nuestra frontera y nosotros solo respondimos al ataque.

Él expresó una risa irónica al escuchar sus palabras, catalogándola como hermosa y mentirosa. Mintiendo para salvar el pellejo porque los persas fueron quienes los atacaron primero. La princesa siguió hablando ante el silencio.

—Aunque me mates no vas a ganar tú, no voy a ganar yo. Podemos seguir así días, semanas hasta que no quede ni un solo hombre tuyo o mío. ¿Y cuantos guerreros más van a morir? Porque quiero regresar viva a mi castillo y estoy segura que cada uno de ellos también. Mis hombres y los tuyos.

La escuchó, pero él solo quiere matarla viendo el cuerpo de su hermano Amir y los muchos cuerpos de sus guerreros tirados en la tierra. Ella no esta en condiciones ni tiene derecho a pedir nada. La pregunta es qué lo detiene para hacerlo, pensó que su belleza posiblemente y el desperdicio de hacerlo. No, lo principal que es mujer y él nunca ha matado una.

—Da la retirada—, rogó en un susurro y siguió hablando—. Permite que vivan un día más, que lleguen a sus casas para abrazar a sus hijos o hacerles el amor a sus esposas, o a sus putas sino tienen una, que sé yo. ¿Tú no quieres lo mismo?

Él la observó con diversión después de lo último que dijo, "o a sus putas". ”que boquita princesa” pensó, pero después de eso no hubo tiempo de nada porque se enfrascó la lucha tan cerca y rápido entre ambos bandos que en un parpadeo en lugar de poder matarla tuvo que empezar a luchar también, mientras ella en un abrir y cerrar de ojos desapareció de su vista al tiempo que varios de los suyos protegieron su retirada. En medio de la confusión vio que unos brazos la jalaron y podría jurar que hasta la arrastraron unos metros en lo que pudo incorporarse para pararse. Lejos del alcance, sus miradas se encontraron y ella se enfrascó en la lucha mientras grita constantemente.

—¡Retirada, retirada! —les ordenó a sus hombres y uno de ellos montando a caballo la subió en un movimiento rápido mientras los que podían iban saliendo del campo de batalla.

La miró alejarse poco a poco mientras en su cabeza las palabras se repetían una y otra vez… “pide la retirada y yo haré lo mismo, permite que vivan un día más, que lleguen a sus casas para abrazar a sus hijos o hacerles el amor a sus esposas o a sus putas sino tienen una, que sé yo. ¿Tú no quieres lo mismo?

Aturdido se dirigió a Selim, uno de sus hombres de confianza.

—Den la retirada—, le ordenó pensando que hay pocos víveres y muchos guerreros y caballos han caído. Pero las fuertes ganas de ir tras ella y matarla arden en su interior. Pero siendo realista empezó a gritar “retirada, retirada”.

Sin pérdida de tiempo Daríce se marchó a buen galope por delante de varios más que la siguieron mientras el estandarte persa era levantado, y a su lado la bandera blanca del fin de la guerra, al menos para ella. Pero para Faráz la batalla no ha terminado. Su intención es reorganizar a sus hombres, abastecerse y regresar por ella.




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