Sangre Real

3. DECISIONES

En Persia, dentro del castillo en Capadocia Daríce está sola en su habitación sintiendo la ausencia de su madre, mientras se seca otra lágrima que no pudo reprimir. Su madre fue una gran reina y una mujer que tuvo el amor de su pueblo y el de su familia. Su partida ha dejado un gran vacío en todos y a un rey devastado y solo. Su madre le enseñó muchas cosas desde muy pequeña. Por ella fue entrenada en armas y por ella participó en guerras. Nunca subestimó la capacidad de la princesa para luchar ni de gobernar y había estado con Darice apoyándola en decisiones un poco locas y descabelladas. La princesa caminó hasta al balcón de sus enormes aposentos viendo la majestuosidad del desierto mientras pensaba en todo pero queriendo no pensar en nada.

La reina constantemente le dijo que un día iba a casarse, y como primogénita no tendría opción de elegir con quién, pero que se encargaría de elegirle al mejor postor. Un hombre joven, fuerte y con el poder de luchar junto a ella en los tiempos difíciles. La reina seguido le hablaba del príncipe Faráz, daba a entender que él es el mejor postor. Pero eso fue mucho antes de que se encontraran cara a cara y él quisiera matarla. Y la reina también le decía que ese hombre sería su esposo. Daríce pensando en eso no pudo evitar reírse porque sabía que aquello jamás sería verdad. Bastaba ver la sangre que ha corrido desde que la reina huyó con el rey para saberlo. Bastaba ver la forma en que el príncipe la miró para tener la seguridad que aquello jamás sucedería.

Involuntariamente bajó la mirada a la pierna derecha viendo la marca que la espada de él le ha dejado. Un corte profundo que hizo una delgada y apenas visible cicatriz gracias a todos los ungüentos que le pusieron. Después dirigió la vista al brazo viendo la otra marca que apenas y se alcanzaba a ver. Reconoce que ha salido viva de puro milagro, que al principio algo lo detuvo para matarla, quizá el hecho de ser mujer, pero su titubeó fue suficiente para que los guerreros persas se acercaran y pudieran sacarla de una pieza como había sido planeado. Sí, fue una idea descabellada ahora lo pensaba. Sin embargo regresó viva y la guerra terminó.

La princesa salió de sus aposentos dirigiéndose con sus hermanas Leila y Sadira. Ellas son todo un caso. A cada rato pelean y de puro milagro han sobrevivido una de la otra todo este tiempo. La princesa Daríce caminó por el pasillo y se encontró con su hermana Leila. Es la menor de las princesas y tiene diecisiete años. Su personalidad es rebelde y altanera.

—Hola hermanita guerrera.

La saludó Leila con su habitual parloteo. Ella también es bastante caprichosa, mimada, arrogante y prepotente. Las doncellas y mucha gente procuran estar el menor tiempo posible cerca. A Daríce le molesta su actitud y la reprende cada que puede.

—¡Eres una tonta! ¡Te dije que esta porquería no me gusta! —, gritó furiosa Leila a una de sus doncellas al tiempo que tiraba las uvas que le había traído.

—Deja de tratar a las personas así—, le reprochó Darice.

—Pues si fueran menos inútiles tal vez. Además, son mis criadas. Es mi esclava—, dijo ella irritada.

La pobre doncella con la cabeza baja salió rápidamente a buscar otra cosa que traerle.

—Basta Leila, —dijo Daríce mirándola con dureza. La otra princesa suspiró largamente y se quedó callada para sorpresa de su hermana mayor.

Es cierto que los criados les han servido desde siempre. El privilegio de nacer en cuna de oro y telas de seda. Siempre rodeadas de personas que les hacen todo. Pero Daríce sabe que la lealtad se gana de forma muy distinta, e incluso ni siendo amable o justo se consigue siempre. La princesa Leila parece que no va a entender nunca eso.

Daríce dejó de ponerle atención a su loca hermana y se dirigieron al jardín. La otra princesa llamada Sadira ya estaba sentada en el pasto verde jugando con la flor que sostiene entre sus dedos. Las recién llegadas se sentaron a su lado. Sadira le dio un beso en la mejilla a Daríce ignorando a Leila y enseguida Daríce notó que estaban enojadas otra vez. Daríce y Sadira son muy unidas, se llevan dos años de diferencia y cuatro con Leila. La diferencia en edad no es el problema, sino la forma de ser de la última.

—¿Ahora qué les pasa a ustedes dos? —, les cuestionó molesta queriendo mediar la situación aunque debía entender que ambas eran caso perdido.

Leila alzó la cabeza para mirar a Sadira y fue la última quien contestó.

—Ayer por la tarde nuestro padre habló con nosotras, bueno principalmente conmigo, y pidió que Leila estuviera presente—, platicó su hermana consentida.

—¿Y sobre qué hablaron? —, preguntó impaciente y curiosa porque al parecer al rey se le olvidó invitarla a la reunión.

—Sobre mi matrimonio—, dijo con tristeza Sadira, e inmediatamente recobró la compostura—. El rey dijo que ya tiene esposo para mí. El Príncipe Balder de Ispahán.

—Bueno es muy atractivo—, agregó Darice.

Ella lo conoce y sin duda es bueno que Sadira tenga marido pronto. Aunque pensándolo bien, Daríce creé que a Leila le urge más tener uno.

—Se supone que tú deberías casarte primero, —contestó a manera de reproche—. Eres la primogénita y la que le dará un heredero a Persia. Es urgente que hagas eso por lo que se dice—, agregó Sadira con media sonrisa en los labios.

Daríce se encogió de hombros pues su hermana tiene razón. Miró a Leila que esta callada, y como si hubiera activado su lengua con solo verla comenzó diciendo irritada.

—Pues jamás me casaré con un hombre que no ame aunque sea muy príncipe o muy rey. Mi madre se casó por amor y mi padre igual ¿Por qué imponerme un hombre al que no amaré, y por lo tanto seré infeliz toda la vida? Además que tal si es viejo y asqueroso. Por eso nuestra madre hizo lo que hizo. Prefirió marcharse con mi padre antes de casarse con un hombre al que no amaba. Yo haré lo mismo.

Daríce la miró con desaprobación. No es que su hermana esté mal, pero no comprende que el costo a pagar por el privilegio de nacer princesa es alto. Ese privilegio no solo viene acompañado de buena comida, lujos y joyas, sino de muchas responsabilidades; la primera asegurar el futuro y bienestar del imperio y del pueblo. A Daríce como primogénita siempre le quedó claro que ante todo, un buen matrimonio es lo importante. Sin embargo Leila, de un temperamento diferente se ha mostrado renuente desde niña ante aquella realidad. Discusiones y peleas con ella han sido muchas en el afán de Daríce por hacerla entender. El amor para una princesa no es una prioridad, si tienes la fortuna que se dé en el matrimonio que bien y si no hay que aguantar. Así funciona esto. Y efectivamente la reina Sadira fue feliz al lado del hombre que amó, pero su decisión destrozó una de las alianzas más poderosas que han existido. Dejando orgullos heridos y una guerra que trajo demasiada muerte. Menos mal que el padre del ahora rey Elizeo y abuelo de las princesas no había concluido los arreglos con el rey egipcio, para casarlo con la princesa de aquel lugar, sino hubiera sido peor de lo que ya había sido. Muchas vidas se perdieron en Esparta y Persia y hubieran sido más si la carta que ya habían mandado al rey Jafer de Egipto, no hubiera sido interceptada a tiempo y destruida antes de ser entregada. Así que Daríce no acepta el pensamiento de su hermana, porque la decisión de sus padres destruyó amistades y alianzas entre Esparta y Persia, cuando se sabía que en guerras pasadas lucharon juntos, para luego enfrascarse en una guerra por venganza, por la decisión de una princesa a no renunciar a su felicidad, dejando una cicatriz muy grande y miles de hombres muertos. Hasta hoy seguían pagando ese error, porque ante los planes de Grecia bien se podrían beneficiar ambos. Para terminar con el tema en cuestión continúo diciéndole a Leila.




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