Sangre Real

4. LA PROMETIDA ODIADA

En el castillo espartano hay tan poca tranquilidad como en los otros imperios. El rey ha recibido carta del rey persa. Eso le acaba de informar Sihan a Faráz sin poder decirle o tener una idea del contenido de dicha misiva. Sin embargo el rey lleva horas en sus aposentos mientras los demás tienen curiosidad por saber el contenido de la carta. Sobre todo su hijo.
El tiempo pasó pareciendo una eternidad hasta que tocaron a la puerta de Faráz y fue Sihan quien le dijo que el rey solicita verlo inmediatamente. Salió sin demora caminando por los pasillos hasta llegar a los aposentos del rey. Tocó suavemente y por alguna extraña razón se sentía nervioso.
— Adelante—, dijeron del otro lado de la puerta. Entró sin dudarlo.
— ¿Me buscaba padre? —, preguntó viendo al rey de espaldas parado junto al balcón con la mirada puesta en el horizonte donde los rayos del sol se ocultan.
— Es hora de buscarte mujer, de encontrarte una reina—, dijo sin dejar de mirar al frente y con las manos por detrás de la espalda entrelazadas unas con otras.
El rey no se volteó, así que Faráz caminó los pocos pasos que lo separan de él, mientras va pensando que buscarle y encontrarle no lo cree. Antes de formular la pregunta se imaginó la respuesta.
— ¿Quién es?
Preguntó recordando el día que revisó los registros teniendo la seguridad que a su padre se le abrió la verdad que él también vio. Y lo único que el rey necesitaba era interrogar al concejero, cosa que ya había echo según le informaron a Faráz.

— La princesa Daríce de Persia será una esposa adecuada. Reuniremos al concejo y convocaremos una audiencia con el rey Elízeo.
Al terminar de decirle aquello pasaron algunos segundos, quizás más tiempo antes que él pudiera decir algo.
— Mi hermano murió porque lo mató un persa. Yo realmente quería matarla. Aún lo hago. ¿Y ahora me dice que debo casarme con ella? No acepto esta unión—, refutó con firmeza.
Su padre que hasta ese momento no lo había volteado a ver, se giró mirándolo más como rey que como padre, con una severidad en el rostro que lo dejó callado.
— No estás en posición de aceptar si quieres o no. Sabes que es lo mejor. Si tu deseo es sentarte en el trono ella es la ruta más viable—, dijo sin dejar cuestionamientos de por medio.
Él lo sabe, lo ha pensado varias veces, pero se niega a reconocerlo, se niega a tener que hacerlo.
— Has que reúnan al concejo Faráz—. Ordenó su padre.
Inconscientemente se volteo furioso y salió caminando a grandes zancadas por el pasillo para buscar a Petronio. Al verlo no podía ocultar su enojo.
— El rey quiere que el concejo se reúna. Hazlos venir inmediatamente—, le pidió molesto como si tuviera la culpa de aquella situación. Obviamente el concejero ya sabía de aquella decisión.
— Como ordene príncipe. Con su permiso—, respondió dándose la vuelta al instante mientras Faráz se dirige a su habitación a grandes zancadas.
Cuando llegó a la puerta de sus aposentos no dejó de mirar a su doncella favorita.
— Entra Mirza—, le pidió al instante y las otras dos se retiraron sabiendo que no las van a necesitar por un buen rato.
Al cerrar la puerta la tomó con deseo, besando sus labios con desesperación mientras la lleva hacia la cama.
Mirza siempre esta dispuesta a sus caricias y sus besos, su menudo cuerpo pero bien formado cuando se encuentra entre los fuertes brazos del príncipe la hacen estremecer y a él lo hacen dejar de pensar en tantas cosas del imperio para entregarse plenamente. Al terminar él se recargó sobre la cabecera de la cama y la abrazó.
— Quiero tenerte así todas las noches—, dijo pensando sin querer en la otra, la futura esposa, e intentando calmar la furia que subía por su cabeza.
Mirza sin tener idea de la situación y sin imaginar nada abrazó a Faráz recargando la cabeza sobre su pecho.
— Lo extraño tanto cuando se va. Lo amo demasiado—, dijo mirándolo a los ojos.
Él observó el azul intenso de su mirada y le sonrió al mismo tiempo que besa su cabello dorado. Así permanecieron por un rato hasta que él se paró poniéndose una bata mientras le habla a las otras doncellas que ya están fuera de los aposentos junto a la puerta. Pidió le trajeran de comer y cuando ellas se retiraron oyó la suave voz de Mirza que se acaba de levantar desnuda de la cama.
— Amina va a regañarme y las otras doncellas se van a enojar también si me ausento demasiado tiempo—, comentó Mirza cuando se vestía.
— ¿Eso hacen cuando no estoy? —, preguntó acercándose por detrás y besando su cuello.
— Últimamente Amina se ha puesto muy difícil. Antes era menos. Cuando se ausenta es insoportable—, dijo recargando la cabeza en su hombro y dejándose llevar ante las suaves caricias.
— Hablaré con Amina. Nadie va a volver a meterse contigo. ¿Por qué no me habías dicho antes?
— Para que no crea que me aprovecho. Además, no es necesario. Puedo arreglármelas—. Respondió con una leve sonrisa.
— Debes decirme, solo así puedo protegerte—, dijo con determinación.
— Gracias—, respondió mirándolo y abrazándolo con fuerza mientras las caricias se vuelven más intensas. Podían seguir así el resto del día, pero hay muchas cosas que hacer sobre todo para él que carga el peso de un imperio sobre sus hombros.
— Debo irme—, le dijo a Mirza después de terminar de comer, junto con otras cosas mas que hicieron.
— ¿Tan pronto? —, preguntó abrazándolo y haciendo una especie de puchero. Realmente es tarde y había pasado bastante tiempo.
— Hay reunión en el concejo—, agregó pensando que después de hoy nada será igual. La miró. Ella lo trae loco—. Puedes estar aquí si lo deseas. Nadie va a molestarte te lo aseguro—. Le dijo con el deseo de tenerla en sus brazos nuevamente y hasta el siguiente día.
Después el príncipe la miró pensando que debía hablar con ella y decirle la verdad. Sin embargo se paró, se puso la camisa y salió rápidamente de los aposentos sabiendo lo cobarde que está siendo.




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