Sangre Real

9. ACUERDOS

Daríce se levantó tiene rato sin tener idea que hora del día es. Pero la realidad es que sus ánimos están por los suelos.
Minutos después alguien tocó a su puerta y le permitió la entrada al instante. Es Elena y trae una bandeja de frutas en las manos.
— Has que suban Camil y Alesia. Y también diles que me traigan un té—, le pidió a Azara.
— Por supuesto alteza. ¿Le gustó el peinado?
— Está perfecto, solo que cambia el broche de zafiros por uno de rubíes—. Azara sin perder el tiempo se puso hacer lo que le pidió y la princesa siguió hablando—. Sabes estuve pensando en el príncipe.
— ¿Cuál ha sido su impresión? —, preguntó curiosa.
— No me mató, eso es bueno—dijo intentando bromear—. Se mostró distante—, comentó al final.
— Pareció más animado después—, dijo Azara.
— ¡Darice tienes que bajar! —, gritó Sadira del otro lado de la puerta mientras toca que parece tener prisa.
— Entra y deja de intentar tumbar la puerta—, le pidió sin terminar porque Sadira abrió y entró.
— ¡No es posible que acabes de levantarte floja! —, le reprochó.
— Ya estoy lista, solo que no he querido bajar aún. ¿Qué te pasa que estás gritando como loca? —, le cuestionó un tanto divertida por la euforia de su hermana.
— Será mejor darnos prisa si queremos llegar a tiempo—, dijo Sadira sin terminar de hablar, pero ya la está jalando hacia la puerta de salida.
— No es necesario me arranques el brazo, ¿a qué se debe la prisa? —, le preguntó Daríce un poco molesta ya y levantándose de la silla.
— Tu futuro esposo y el príncipe Balder tendrán un breve combate de demostración—, dijo sin dejar de jalarla.
— ¡Deja de arrastrarme por todos los pasillos!, sé cómo llegar—, comentó enojada porque la jaló fuerte está vez—. Te refieres a tu futuro prometido, el príncipe Balder.
— Alguien despertó de mal humor—, dijo divertida Sadira y después agregó—. Nuestro padre va a enfadarse si llegamos tarde. Si tú llegas tarde. Y sí, me refiero a Balder, el que será mi esposo, y aunque mi padre aún no acepta la petición, sabemos que lo hará. Ya me lo dijo—, comentó resignada con el arreglo de su matrimonio.
— Parece que a nadie le importa que apenas tú y él se miren o se hablen. Sin embargo, están muy atentos a lo que ocurre entre Faráz y yo—, comentó un poco irritada.
— La reina serás tú no yo. A nosotras apenas y nos ven—, dijo a las risas Sadira—. Y para mí eso está perfecto. ¡Apúrate! —. Le pidió al final.
Apresuraron el paso porque tiene razón que el rey se molestará y caminaron más rápido para llegar a la arena de combate. Cuando llegaron las miradas se dirigieron a las dos princesas. Ese es el problema de pertenecer a la familia real, que no se puede entrar a ningún lugar sin pasar desapercibidas. El primero en verlas con desaprobación fue el rey. Las princesas haciéndose las desentendidas tomaron lugar a su lado y al menos Daríce no se atrevió a mirarlo a los ojos.
— Llegas tarde y es bastante descortés de tu parte—, la regañó.
— Lo siento majestad.
— ¿Ayer por qué te fuiste antes que el príncipe? —, preguntó molesto.
Su pregunta la sorprendió porque hasta dónde la princesa sabía era que el rey se fue a descansar mucho antes. Pero la respuesta a su pregunta es clara. Estaba muriendo de sueño y un poco pasada en copas. Además el príncipe Faráz casi ni le habló, ni la miró ni nada. Es más, a su lado pareció un mueble.
— Lo siento padre. No se volverá a repetir.
— Eso espero porque te estoy observando Darice—, comentó serio y ella se quedó callada, después dirigió la mirada al lugar donde los hombres luchan.
Ambos príncipes se encuentran al centro de la arena de batalla con espadas especiales para ese tipo de demostración y decoradas con piedras preciosas. El combate comienza y se ve muy parejo, los dos demuestran agilidad y destreza, sin embargo, conforme avanza la lucha empieza a notarse mayor experiencia en Faráz y así poco a poco empezó a ganar la batalla. El príncipe Balder trata de esquivar cada movimiento que realiza su contrincante que intenta una y otra vez acorralarlo. Al verlos recordó la lucha que ella vivió con Faráz, pensando que el tiempo que le tomó a él desarmarla fue bastante corto en comparación con esta demostración de combate.
Tenerlos en frente es una satisfacción, pues se puede apreciar cada movimiento que hacen. Durante todo ese tiempo la princesa admira el cuerpo formidable de Faráz.
Daríce dejó de poner atención en la batalla como tal y se concentró en el hombre que será su esposo, deleitando los ojos y observando como cada músculo de su fuerte cuerpo se mueve en la lucha. Se estremeció al pensar que se convertirá en su mujer, y también se preguntó que se sentirá estar entre sus brazos. Se sonrojó por lo atrevido de esos pensamientos y siguió mirando la lucha, esta vez intentando dejar a un lado el cuerpo musculoso de Faráz.
Minutos después el combate terminó dándole a Faráz la victoria. Para sorpresa de todos, y más para la princesa, Faráz caminó hasta pararse frente a ella, y al llegar tomó su mano y la alzó junto con la suya. Las personas ahí presentes rompieron en aplausos y gritos.
Antes de soltar la mano de la princesa, Faráz se la llevó a la boca y le dio un suave beso mientras observa sus labios que están un poco abiertos y su mirada expresa sorpresa. Después se alejó unos cuantos pasos sin quitarle la vista mientras deja a la princesa confundida.
Faráz le da la espalda y se dirige a la salida de la arena para reunirse con la princesa Dana en el otro palco cercano al del rey y las princesas.
Habrá más demostraciones de combate de otros guerreros.
A Daríce el corazón le late con fuerza después del beso en la mano que le dio Faráz. Intenta hacer un gran esfuerzo para contener el nerviosismo cuando se da cuenta que en lugar de quedarse donde está la princesa Dana, caminan hacia donde está ella. La princesa respira profundamente y trata de relajarse manteniendo la calma, esperando no se note lo nerviosa que se encuentra. Cuando llegan a su lado, la princesa Dana que viene agarrada del brazo de Faráz en un movimiento aparentemente casual cambió su brazo por el de la princesa Darice.
— Iré con la princesa Sadira. Si me disculpan—, comentó mientras da un paso para alejarse.
— Adelante Dana—, dijo Faráz serio y su hermana se alejó.
Después que ella se fue, los minutos siguientes pasaron en silencio y lentos para ambos.
Fue Daríce quien chocada de la situación y la actitud del príncipe nuevamente rompió el silencio incómodo que parece no va a terminar jamás.
— Has estado magnífico—, agregó sinceramente porque así fue.
— Al pueblo le fascina el espectáculo, y a mí se me da muy bien la espada. He cortado muchas cabezas con ella. Pocas se me han escapado.
La princesa Daríce se le quedó mirando y él no apartó la mirada. Ella sonrió nerviosa intentando mostrar indiferencia al comentario, y lo que Faráz no sabe es que en realidad quiso salir corriendo y olvidar que se casará con un hombre que la odia.
El silencio que siguió se hizo más incómodo y con sutileza la princesa Daríce se soltó del brazo de Faráz con el pretexto de tomar un vaso de agua.
A Faráz la reacción de Darice al soltarse de su brazo le causó alivio. No había querido ser tan ácido en sus palabras pero le enojó el atrevimiento de Dana al pasar su brazo al de Darice. En sí no fue el movimiento, sino la sensación al sentir el contacto de su piel y el calor de su cuerpo. Ese cuerpo que en el último día busca mirar con mayor frecuencia. La salida fácil ante aquellos pensamientos es pensar en su hermano Amir para que la sangre le hierva de otra forma muy diferente al deseo físico, y así no olvidar que antes de ser cualquier otra cosa es su enemiga.
Incómodos ambos siguieron viendo los demás combates en total silencio, y una vez que terminaron se dirigieron al gran salón. Detrás de ellos van la princesa Sadira y la princesa Dana. Y a los pocos minutos los alcanzó la más chica de las princesas.
A Faráz se le olvida el nombre de la menor de las hijas del rey. Leila se llama sino mal recuerda. De todas maneras no le agrada en lo más mínimo y parece que a Dana tampoco, porque ha notado que apenas y se dirige a ella. Aunque realmente poco se ha visto en las reuniones y al príncipe le parece bastante descortés. Porque ellos no son cualquier visitante, y por lo tanto no pueden ser tratados como si aquella princesa fuera una diosa ante quien los demás deban arrodillarse.
Así transcurrió la mañana y por la tarde fue convocada la reunión del concejo, cuya finalidad es dar a conocer de manera general las condiciones de alianza que fueron firmadas por ambos reyes en la primera reunión, así como las obligaciones que ambos imperios contraen.
La sesión comenzó con acuerdos básicos y así continuó sin contratiempos varias horas después hasta que Corintos, concejero espartano pidió que se anexara la obligación de los príncipes por darle a ambos imperios un primogénito lo antes posible para hacer la alianza sólida. Algunos miembros del concejo no pudieron reprimir una carcajada mientras Faráz está sentado y tan molesto que no pudo quitar la mirada de enojo hacía Corintos.
Corintos obviamente mira al frente sin siquiera atreverse a mirar al príncipe, pero su atrevimiento al solicitar aquello es una orden del rey Corisio.
Por su parte el rey Elízeo ante aquella sugerencia habló al respecto dirigiéndose al concejero Corintos, pero sin quitarle la mirada a la princesa Daríce que también está presente.
— Tanto el príncipe Faráz como mi hija tienen esa obligación. Ambos están sanos y no creo que haya algún inconveniente al respecto para procrear no uno sino varios hijos.
Al decir aquello con una ligera sonrisa en los labios se dirigió al escriba y le ordenó que la petición quedara asentada también como parte del contrato de alianza. Una vez quedó finalizado el documento se ratificó que de no cumplir cualquiera de las dos partes los acuerdos pactados, se anulará la alianza quedando a consideración del afectado el proceder y la sanción respecto a quien no cumplió lo acordado.
Generalmente el rompimiento de las alianzas por unión matrimonial termina en guerra como se ha podido comprobar.
Faráz volvió a mirar a la princesa. Esta tan quieta que parece una estatua con la vista hacia un punto fijo sin mirar a nadie en particular.
Daríce puede darse cuenta también que Faráz la mira fijamente sin el más mínimo disimulo ante su estado de absoluta pena, así que desvió la mirada hacia el concejero espartano de nombre Corintos. Más que haberse sentido ofendida por aquella petición, sintió como el color se le subió a las mejillas de vergüenza, pues varios de los concejeros voltearon a verla quizá preguntándose si será capaz de calentar al príncipe. Y luego el rey que no le quitó la mirada de encima cuando habló, mientras ella intentaba no mirarlo directamente a los ojos y concentrarse en el movimiento de sus labios.
La realidad es que nadie pensó en que la hermosa princesa fuera incapaz de calentar al príncipe. Pues los pensamientos de la audiencia que escucha con atención y hasta con diversión está dividida. Algunos pensaron que tal sugerencia tenía que ver con las preferencias del príncipe, aunque fueron pocos pues ese tipo de rumores son los primeros en correrse. Otros cuestionaron la fertilidad de la princesa para procrear, aunque aquello solo se verá después de la consumación del matrimonio. Y la mayoría se imaginó que tal sugerencia se debe a la renuencia de ambos príncipes para unirse pues es evidente la poca relación que tienen.
Cuando por fin terminó la sesión, Daríce salió rápido a sus aposentos porque lo menos que quiere es quedarse y ver de frente a Faráz, o mejor dicho a nadie. Al llegar a sus aposentos sintió alivio de poder estar sola por algún rato.
Después le pidió a sus doncellas que entraran también.
— Ustedes dos preparen mi baño rápido. Azara quédate conmigo—, le dijo porque necesita alguien con quien desahogarse.
Darice se sentó otro rato, aunque debía apurarse, pues al caer la noche se celebrará la gran fiesta que anunciará formalmente el compromiso.
— Sabes Azara, en estos momentos desearía ser todo menos princesa—, le platicó recordando la vergüenza que acaba de pasar delante de tantos hombres.
— Pero las cosas no se pueden cambiar y usted es una princesa—, comentó peinándole el cabello.
— Tienes razón, no hay nada que hacer al respecto que no sea aceptar el destino. Entiendo las razones por las que el príncipe me odia, pero eso no hace sentirme mejor. ¿Crees que si las cosas hubieran sido diferentes él me vería de otra manera? —, preguntó curiosa.
— Indudablemente. Deje que la conozca y no se desespere, trátelo y sabrá conquistarlo. ¿Quiere seguir oyendo mi opinión? —, preguntó con timidez la doncella lo cual es gracioso porque Azara casi siempre termina diciéndole lo que piensa.
— Claro, además casi te lo estoy rogando, porque pocas son las personas que se atreven a decirme las cosas como son. Tú eres una de ellas—, le dijo mientras juega con el brazalete.
— Me honra su confianza alteza, y volviendo al príncipe, bueno, usted no nació para recibir órdenes sino para darlas. Impone poder y autoridad. Pero si sigue el ejemplo de la reina Sadira, el príncipe caerá a sus pies. Su madre fue una mujer que supo ganarse no solo el amor del rey, sino el respeto del concejo. Es por eso que ella logró lo que muchas reinas no han podido; no sólo fue mirada y admirada, fue escuchada y obedecida. Y nunca desafío en público la autoridad del rey. Jamás cuestionó sus decisiones, y sin embargo lograba hacerle cambiar de idea, incluso cuando el rey ya había tomado una decisión delante del concejo.
Daríce se quedó pensando en lo que dijo su doncella preferida, porque efectivamente así fue su madre con su padre, con todos.
— Pero mi padre no odiaba a mi madre, él la amó más que a su propia vida, y ella también. Eso cambia muchas cosas.
— Tal vez en estos momentos el príncipe Faráz la odia, porque no la conoce. Sin embargo, usted es hermosa y el deseo de cualquier hombre empieza por ahí, pero sobre todo es inteligente y sabrá manejar la situación. Es cuestión de tiempo princesa—. Finalizó diciendo mientras empieza a sacar varias esencias de baño—. ¿Cuáles va a querer? —, preguntó y Darice bajó la mirada al cuenco lleno de esencias.
— Ponme las mismas de siempre. Sabes..., No he podido dejar de pensar en el príncipe Faráz. Se ve tan varonil, fuerte y vigoroso que sigo pensando cómo serán las noches con él—, comentó y se estremeció al pensar en la primera noche después de la unión.
Azara alzó las cejas un tanto divertida por el giro de la conversación.
— Me parece princesa que cuando llegue el día sabrá qué hacer. Dicen que los hombres están más experimentados para esas cosas, y estoy segura que el príncipe Faráz sabrá guiarla muy bien—, comentó pensativa.
— Mi madre decía que una mujer siempre debe saber el arte de la seducción para complacer a sus esposos. Yo espero romper la barrera que me separa de mi futuro esposo porque ya veo mis noches bastante frías—, dijo un poco avergonzada y Azara respondió con un poco de pena también.
— Es príncipe y algún día será rey, no obstante, también es hombre y tiene la misma debilidad por las mujeres que todos los demás—, agregó sonriendo con timidez.
— Pues espero que su debilidad por las mujeres sea más grande que su odio, porque tener intimidad con él es la única forma en que podré tener un heredero para el imperio. ¿Y si no le gusto como mujer? —. Preguntó preocupada.
— ¿Le preocupa no complacerlo? —, dijo y ella apartó la mirada. En el fondo así es, pero es otra cosa lo que le inquieta.
— Que no quiera compartir la cama conmigo—, le dijo finalmente y luego suspiró.
— Dudo que se resista a sus encantos. Ningún esposo lo haría ante una princesa tan bella como usted—, afirmó como si fuera imposible que algo así pasara.
— No lo sé, tal vez él sea la excepción. ¿Por qué otra razón uno de sus concejeros pidió que dentro de los acuerdos de alianza, quede escrito que estamos obligados a darle un heredero al imperio? Para mí la respuesta es fácil. Faráz me odia demasiado. El rey Corisio lo obliga a casarse conmigo y como no le queda otra opción su venganza será no darme un hijo.
— Muchos príncipes han deseado su compañía—, dijo Azara.
— Y ninguno me había puesto una espada en la garganta con la clara intención de cortarme la cabeza—, le dije recordando nuestro primer encuentro.
— Sin duda ese fue un mal comienzo, pero si usted le demuestra que no son enemigos él la verá de otra forma, estoy segura.
Darice suspiró. Aparentemente ya no son enemigos, pero lo fueron. Se quedó callada deslizando sus manos por las sábanas de fina seda. Se estremeció al recordar que en poco tiempo tendrá que compartir no solo la cama con el príncipe, sino el cuerpo también.
— Princesa su baño está listo—, le dijo Lilia desde la puerta.
La princesa se levantó para dirigirse al baño. Es un cuarto decorado con velas e inciensos y dos de sus doncellas se acercaron para ayudarla a desvestirla y se metiera a la tina.
Por otro lado el príncipe Faráz va pensando en Darice mientras camina por el pasillo hasta llegar a la habitación de Corintos. Tocó fuerte porque sigue molesto por semejante insulto y atrevimiento ante el concejo. Cuestionar su virilidad delante de todos. Menos mal que el rey Elízeo lo tomó con naturalidad.
Corintos abrió la puerta bajando la mirada al instante.
— Adelante alteza—, le pidió, y como anticipándose a sus palabras continuó—. Fue una orden del rey príncipe Faráz—, agregó sin perder tiempo.
— ¿Y qué otras órdenes recibiste? —, preguntó molesto.
— Asegurar el acercamiento con la princesa y no poner en riesgo la alianza—, le contó al instante.
Para Faráz eso no es nuevo. Seguramente es el mismo encargo que tiene su hermana y la principal razón por la cual la dejó acompañarlo antes que el matrimonio se celebre. Se dio la vuelta y salió sin decirle más.




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