Sangre Real

10. INTRIGAS

— ¡Atención, su alteza!, la princesa Darice de Persia.
Faráz la observó entrar y nuevamente admiró la feminidad que ella posee siendo imposible no verla. Luce un vestido rojo y trae varias joyas de piedras preciosas tanto en brazos como en los tobillos. Al caminar, el movimiento de sus piernas hace que el vestido deje al descubierto una pierna.
Desde donde está simplemente se ve asombrosa, y ahí dentro de la gran sala todos la observan con admiración.
Darice va caminando con seguridad por la alfombra y él no deja de mirarla recordando que durante su breve estancia descubrió cosas de ella de las que hubiera preferido mejor no saber, pero que retumban en su cabeza al verla caminar.
Dicen que tiene el amor del pueblo, el respeto del ejército y el apoyo del rey. También que le asignaron una legión de cinco mil hombres, pequeño en comparación con todo el poderío de Persia, sin embargo suficiente es una orden de ella para que las demás legiones la sigan. Sin duda puede gobernar sola fue el informe final que le dieron al príncipe. Pero también se dijo que para poder llegar al trono necesita un heredero, porque el hermano menor del rey no oculta las intenciones de subir al trono en caso que muera el rey, así que la única forma que Darice asegure su ascenso es que tenga un hijo varón. Un hijo que esperan le de Faráz, o varios como dijo el rey Elízeo.
Faráz con determinación avanzó hacia la princesa y le extendió la mano para que camine junto a él mientras los presentes rompen en aplausos.
Después de eso la noche transcurrió y en algún momento se separaron sin que ambos fueran incapaces de no buscarse con la mirada, y cuando estas se encontraban con rapidez volteaban hacia otro lado.
Lo más difícil de admitir para Faráz es que la princesa le gusta y eso le produce enojo. Al paso de las horas sus miradas se buscaban con más frecuencia sin que ninguno diera el primer paso.
Así pasó la velada y al terminar Faráz se dirigió a sus aposentos tratando de llenar la mente con el recuerdo de Mirza, pero todo intento fue desvanecido por la imagen de Darice.
La princesa Daríce se percató cuando Faráz se retiró, y al poco tiempo ella también se fue a sus aposentos bastante molesta porque el príncipe ni siquiera se despidió cuando salió de la sala, es más tampoco le habló en toda la noche siendo el único gesto de atención cuando ella entró a la sala y la tomó de la mano. Aunque irónicamente no dejó de buscarla con la mirada, de todos modos eso no es suficiente para que ella se sintiera mejor.
Cuando Daríce salió de la sala caminó por uno de los pasillos que conduce a sus aposentos, y al pasar por la desviación de otro pasillo el reflejo de las velas captó su atención porque algo brilló en la oscuridad. Siguió de largo con la curiosidad de saber que es, pero no se detuvo y al llegar a la habitación sin demora despidió a sus doncellas.
Cuando ellas se fueron se puso una capucha oscura, tomó el arco y la espada para salir por el pasadizo secreto que conecta a varios puntos del castillo. Bajó rápidamente hasta el lugar donde vio algo. Como había pasado poco tiempo esperaba siguiera en el mismo lugar.
Cuando llegó se acercó a paso lento con la intención de sorprender a quien sea estuviera allí. Al doblar, la tenue luz de las velas la hizo darse cuenta que se trata de dos personas besándose de tal forma que hasta parece que están pegados. No alcanzó a ver quiénes son hasta que Sadira voltea, y al verla empujó con delicadeza al príncipe Balder quien al darse cuenta que alguien se acerca se separó inmediatamente y sacó con rapidez la espada.
— Darice ¿qué haces aquí? —, preguntó su hermana cuando la reconoció.
La princesa Sadira comenzó a caminar hacia Darice acomodándose el vestido y el pelo.
En la cabeza de Darice retumbó la pregunta de su hermana ¿Qué haces aquí? Cuando más bien la pregunta es que hacen ellos aquí. Porque verla besándose es una cosa, y otra ver de dónde sacó la mano el príncipe. Menos mal que fueron las manos pensó.
Tras la pregunta de Sadira, Daríce alzó ambas cejas y sonrió a medias esperando una explicación y no tener que dar una.
— Salimos a caminar un poco—, dijo el príncipe Balder que ya ha guardado su espada y se ve más recompuesto.
— Si ya veo—, respondió con una ligera sonrisa porque parece apenado—. No deberían andar solos—, agregó dándose la vuelta para regresar por donde ha venido y riéndose por lo bajo al dar un consejo que obviamente ella no va a seguir.
— Tú tampoco Darice—, dijo por detrás Sadira y ella volteó sonriendo mientras Sadira hace lo mismo.
La princesa Sadira es de un temperamento bastante ligero. Enamorar a los hombres para luego dejarlos es su mayor diversión. En ese aspecto es peor que Leila. Sadira se hace llamar así misma la princesa de los corazones rotos. Justifica su comportamiento porque piensa que al ser destinada a casarse con alguien que no elija tiene el derecho de disfrutar su vida con los que sí le gustan. Pues menos mal que ese alguien con quien ahorita está disfrutando será su esposo.
Darice siguió caminando y dejó de pensar en su hermana. Va de regreso a su habitación, pero al pasar por las escaleras que conducen a la planta baja la figura que se escabulló a lo lejos la desconcertó. Sin pensarlo dos veces bajó las escaleras sigilosamente para ir detrás. Faltando poco para llegar hasta el último escalón se pegó a la pared para protegerse. No sabía de qué pero estaba alerta y tiene el presentimiento que algo va mal.
Quien quiera que sea parece no la ha visto, aunque la princesa no debe confiarse. Hasta donde ella pudo alcanzar ver es que trae una capa negra con capucha. Siguió pegada a la pared con la respiración acelerada mientras lentamente baja el penúltimo escalón. Muy despacio va sacando la cabeza hacia el lado donde la persona pasó. Debe asegurarse que no está del otro lado esperando para atacarla. Cuando tuvo la seguridad que está sola se pasó a la pared de enfrente y nuevamente se asomó lentamente. Lo vió. Agazapado detrás de un pilar con el arco en la mano y lista la flecha para disparar. Está tan concentrado en su misión que no la vio. Es la oportunidad de Darice para aprovechar el elemento sorpresa. Preparó el arco y observó detenidamente a su alrededor. Sus movimientos se hicieron más lentos, su respiración igual, debía estar lista.
La princesa miró todo nuevamente. Están en la terraza del tercer nivel donde se puede ver el segundo, que es un pasillo largo que da a las habitaciones asignadas a los invitados espartanos.
El sonido de una puerta que se abrió captó la atención de Daríce, y a su vista apareció la princesa Dana con Hassin seguida de varios guardias. Inmediatamente se dio cuenta que la intención es disparar la flecha en aquella dirección. Sin pensarlo Daríce se adelantó y su flecha atravesó la pierna izquierda del enemigo. El grito de dolor se oyó fuerte y ella cargó de nuevo para lanzar la segunda flecha en la otra pierna e inmovilizarlo.
Abajo empezó el alboroto de los guardias.
— ¡No disparen! —, gritó Darice al ver que levantan sus arcos apuntando hacia donde ella está y varias flechas salen disparadas. Se aventó al suelo observando que ya varios hombres corren a su dirección con las espadas desenfundadas, listos para atacar. Una segunda ola de flechas empezó a caer y ella se arrastró hasta el pilar más cercano para cubrirse.
— ¡No disparen!, ¡no disparen!, ¡es la princesa Darice! —, empezó a gritar Hassin sin titubeos, pero se oye preocupado.
Darice Intentó buscarlo con la mirada hasta que alcanzó verlo.
Hassin va corriendo al subir por los escalones seguido de guerreros persas y algunos espartanos. No tardaron en llegar con ella, mientras Darice observa que abajo Dana está rodeada de varios guerreros con los escudos levantados en posición protectora y las espadas listas para atacar.
— ¡Detenlo Hassin! —, le gritó Darice cuando vio que el traidor trató de escabullirse en un pasillo mientras va casi arrastrándose.
Hassin corrió confuso al ver hacia donde señaló la princesa, mientras otros guerreros lo siguen.
Daríce por fin pudo incorporarse y quiso caminar hasta el enemigo, pero un guerrero espartano la detuvo con la espada.
Hassin al ver la reacción del guerrero se acercó amenazante con su espada también.
— ¡¿Qué está pasando?!
Gritó Faráz mientras sube las escaleras. Nadie bajó sus espadas y Faráz que se ve amenazante tampoco bajó la suya.
— Cálmense—, dijo Darice tratando de sonar tranquila aunque está rodeada de los guerreros espartanos y a su vez ellos de los persa. Todos amenazándose con las espadas.
La princesa Daríce al ver la escena se dio cuenta que tendrá que dar explicaciones a varias personas antes que se maten entre ellos.
Todos se ven confundidos y no dejan de mirarla. Nadie comprende que pasó exactamente y como es que la princesa Daríce salió de la nada. Ella volteó a ver al enemigo que ya tenían agarrado por los brazos dos guardias. Esta casi colgado con las rodillas al suelo. Obviamente dio en el blanco y sus flechas siguen en cada una de sus piernas.
Darice suspiró. Es hora de empezar con las explicaciones.
— Salí a caminar para tomar aire fresco. Lo vi a lo lejos mientras se escabullía sigilosamente por los pasillos. Lo seguí sin que se diera cuenta y vi cuando se acomodó boca bajo detrás del pilar sacando el arco. Pocos minutos después entraron por la puerta la princesa Dana y el general Hassin—, señaló hacia abajo—. Le disparé una flecha en cada pierna. No quería matarlo porque lo necesito vivo para saber quién lo envió. Quiero que lo vigilen y que no le suceda nada—, dijo dirigiéndose a Hassin—. Si algo le llega a pasar antes que hable habrá consecuencias. Llama al encargado de seguridad del castillo y que venga inmediatamente—, le pidió a uno de los guardias persa. Faráz la mira detenidamente—. ¿Pueden bajar sus espadas? —, dijo Daríce finalmente porque al parecer nadie se da cuenta que varias espadas están apuntando hacia ella.
— ¡Bájenlas! —, ordenó Faráz.
Libre de las hojas afiladas Daríce caminó hacia el traidor de la capa negra. Con la punta de la espada levantó su rostro.
— ¿Alguno de aquí lo conoce? —, preguntó al grupo de guerreros persa que están ahí. Ellos negaron.
Generalmente ese tipo de atentado lo hacen gente que trabaja en el castillo. Espías que logran meterse para llevar informes al enemigo o con la orden de matar algún miembro importante, es imposible que logre pasar a los guardias sin ser descubiertos cuando se trata de un desconocido.
— Todos ellos no pertenecen a la guardia del castillo, sino a la legión tercera y asignados provisionalmente para estos días—, dijo Hassin.
Darice se agachó hasta el hombre y buscó entre su ropa. En medio de toda la confusión le pareció ver que buscaba con desesperación algo. Después de buscar por poco tiempo encontró un frasquito que posiblemente contiene veneno.
— Que mala suerte has tenido hoy—, le dijo. El enemigo la mira fijamente a los ojos sin hablar.
Se puede ver lo joven que es, se le calcula unos diecisiete años tal vez.
— Me parece que está en perfectas condiciones para ser interrogado—, dijo Faráz que se ha acercado también—. Mejor aún. Porque podrá contarnos todo detalladamente—, comentó Faráz y el joven sonrió burlonamente—. Siempre puede hacerlo por las buenas, o por las malas—, agregó el príncipe.
Faráz y Darice se voltearon cuando el encargado de la seguridad del castillo llegó. Se llama Abraham.
— Princesa Darice…—, le habló y enseguida empezó a observar la escena antes de llegar a ella, luego sus ojos se posaron en el joven. Inmediatamente todos se percataron que lo reconoció.
— ¿Quién es Abraham? —, le preguntó Daríce al instante.
— El ayudante del cocinero del rey—, contestó.
— ¿Desde cuándo? —, preguntó alarmada.
— Dos años aproximadamente. Lo interrogaremos y sabremos todo—, agregó sin quitar la mirada del traidor.
— Por supuesto. Quiero estar presente en el interrogatorio—, afirmó Darice sin apartar la mirada de aquel joven.
— Como deseé princesa. Informen al rey—, dijo Abraham dándole la orden a uno de los guardias que vinieron con él.
Las preguntas comenzaron dentro de la cabeza de la princesa Daríce. La primera fue a quien tenía que matar aquel traidor. ¿A Hassin? La idea la estremeció, pues eso significa que alguien más sabe que es hijo del rey. Posiblemente el tío Mural quizá. Él podría mandar a matar a toda la familia real con tal de hacerse del trono. La realidad es que hasta hoy no lo ha hecho. Después los pensamientos de Daríce se fueron hacia la princesa Dana.
Faráz observa como Darice está dando órdenes al general y al encargado de seguridad del castillo. Parece manejar muy bien la situación.
— A partir de ahora es su responsabilidad que siga con vida. Investiguen todo acerca de él—, dijo Darice al encargado de seguridad.
— Se tomarán todas las medidas alteza—, respondió Abraham.
— ¿Se encuentra bien? —, preguntaron por detrás cerca de Daríce, y enseguida ella volteó al oír la voz de Dana mientras camina hacia ellos
Al llegar tomó con delicadeza el brazo de Darice. Los guerreros volvieron a tensarse.
— Tranquilos—, les ordenó Faráz intentando mediar la situación y evitar volver a ponerse todos nerviosos y las cosas salgan mal.
Hay más preguntas en el aire.
— Si, gracias—, respondió Darice a la pregunta de la princesa Dana—. ¿Cómo estás tú? —, le preguntó dando un paso hacia ella.
— Solo fue la impresión momentánea—, contestó Dana—. ¿Por qué estas sangrando? —, preguntó después.
En ese momento varias miradas se dirigieron hacia dónde la princesa Dana señaló, y fue cuando se percataron que la sangre que mancha el vestido de Darice no es del hombre como todos pensaron, sino de ella.
Tanto el general cómo Faráz se acercaron inmediatamente.
— Solo es un pequeño rasguño—, contestó Darice restándole importancia.
Faráz la tomó con suavidad del brazo.
— De todas formas que la revise un médico. Háganlo traer. ¿Por qué está herida? —, preguntó Faráz mirando a los demás y fijando la vista en el general Hassin.
A Faráz la situación no le empezó a cuadrar. Al principio creyó que Darice venía con Dana, luego ella explicó y dio a entender que venía sola.
Faráz siguió mirando a los demás esperando una respuesta, fue el general quien dio una.
— Cuando la flecha rebotó en la pared nos pusimos en posición de defensa y los arqueros respondieron al ataque. Al darnos cuenta que la princesa estaba ahí—, señaló Hassin hacia el pilar mientras sigue hablando—, dejaron de lanzar flechas—, terminó de decir el general.
Faráz analizó la situación entendiendo que quién venía con su hermana era el general. Volvió a observar la escena viendo la cantidad de flechas tiradas. Siguió mirando detenidamente y empezó a sacar sus conclusiones; la princesa Darice venía de otro punto, posiblemente bajando las escaleras del tercer nivel. Teniendo la suerte que no le clavaran una flecha para empezar. Después pensó que eso a él que le importaba o preocupaba. Siguió analizando la situación y dejó a un lado sus pensamientos de odio hacia ella. Después de unos segundos finalmente entendió el comportamiento hostil de los guerreros espartanos. ¡Intentaron matar a Dana en territorio extranjero dónde apenas han firmado los acuerdos de alianza!, y creyeron que fue Darice quién lo hizo. ¡Aquello es grave!
Faráz miró a Darice confundido y ella se percató de su reacción.
— Llévenlo al calabozo—, ordenó la princesa Darice y después se dirigió a Faráz—. ¿Podemos pasar a la sala de audiencias? —. Le preguntó amablemente y siguió hablando—. Informen al rey que estaremos allá—, le dijo a otro hombre dando por hecho que Faráz irá con ella.
— Antes debe revisarla el médico—, insistió el general Hassin preocupado.
— Que vaya a la sala Hassin. Pero no es nada—, respondió Darice.
El general se le quedó mirando con preocupación y luego bajó la mirada a la herida que parece no sangrar más. Efectivamente es un rozón.
— Ustedes acompañen a la princesa Dana—, ordenó el general Hassin a tres guardias persas, pero la princesa Dana ésta protegida por varios guerreros espartanos muy a la defensiva.
— No es necesario general. No la dejen sola—, les ordenó Faráz a sus hombres y también miró a las dos doncellas que viajan con ella.
—¿Vamos?— preguntó Darice poniendo su mano sobre su brazo suavemente.
Ambos caminaron hacia las escaleras y empezaron a descender en silencio pensando.
Para Faráz es la oportunidad que se le presenta de romper el acuerdo de matrimonio. Debía informarle a su padre inmediatamente, también solicitar estar presente en el interrogatorio pues el ayudante del cocinero personal del rey ha intentado matar a su hermana.
El propósito para Faráz es claro. Quieren enemistarlos nuevamente. Eso es más que evidente.
Llegaron a la sala que comentó Daríce, seguidos de bastantes guardias de ambos imperios. Cada quien va alerta. Los persas protegiendo a Darice, los espartanos a Faráz.
— Déjennos solos—, pidió Darice a sus guardias antes de entrar a la sala. Ellos se miraron entre sí, pero obedecieron.
— Quédense fuera—, les ordenó Faráz a los suyos.
Los dos entraron. Parece más una biblioteca, hay muchos libros. De hecho se observa que en la mayoría de las salas y habitaciones tienen un estante de libros.
Faráz recordó que su padre le comentó que el rey Elízeo es aficionado a ellos.
— Temí que esto pasara cuando aceptaron la invitación. Reforzamos la vigilancia y aun así fallamos—, dijo Darice preocupada. Ella está pensando en las consecuencias igual que Faráz—. Tenemos traidores en el castillo—, terminó diciendo en un susurro.
Faráz la escuchó con atención y con la seguridad que no son los únicos. Porque nunca falta quienes desean otros propósitos y traman conspiraciones, traiciones e intrigas para hacerse del trono. Ambos han vivido esa situación.
— Quiero pedirte algo—, dijo la princesa pensativa.
Faráz la miró pensando en lo hermosa que es. Tiene una belleza particular que está seguro no puede pasar desapercibida por nadie.
— Te escucho—, respondió el príncipe con recelo.
— Danos la oportunidad de aclarar la situación y demostrarte que jamás atentaríamos en contra de ustedes. La orden no salió de aquí—, afirmó con un suspiro.
Él esta seguro que no fueron ellos.
Ella cree que Faráz piensa eso. La realidad es que son los guardias espartanos los que piensan que fue ella.
Si otras situaciones se han aclarado esta igual lo hará pensaba Daríce, solo necesita que Faráz le de la oportunidad de demostrarlo.
Ambos saben que la alianza es la mejor opción y no la pondrían en riesgo con un acto así. Pero Persia no solo son ellos. Hay concejeros, gente importante que bien puede no estar de acuerdo en la unión y ser capaces de hacer cualquier cosa por impedirlo, y también están los enemigos. Esto pasa en Persia, Esparta y cualquier otro lugar. Ser rey, príncipe o princesa no garantiza la lealtad de todos. Al contrario, la familia real son un blanco inevitable en estos juegos del poder.
Y aunque Faráz lo tiene claro, tampoco va a decirle que está seguro que ellos no fueron.
— Permíteme estar en los interrogatorios—, le pidió con la seguridad que está en posición de solicitarlo.
— Por supuesto. Hablaré con mi padre—, respondió sin demora.
— ¿En serio estás bien? —, preguntó Faráz señalando la herida que parece sangrar nuevamente.
— Sí, no te preocupes. Solo fue un roce. No me duele te lo aseguro—, contestó.
No es tanto por preocupación sino más bien por educación.
El príncipe se obliga mentalmente a no sentir compasión por ella.
Daríce comenzó a caminar dándole la espalda, y él la observó mientras ella camina por los estantes llenos de libros y con la mano fue tocando suavemente el lomo de ellos. La miró detenidamente, hasta con descaro al tenerla de espaldas y se deleitó con su atractiva figura y sus nalgas tan sugerentes.
— ¿Te gusta la lectura?—, preguntó Daríce sin voltearse hacia él y siguió caminando pasando de estante a estante.
— No es mi mayor afición—, respondió con honestidad y luego agregó—. Desde que tengo uso de razón me dieron una espada y una lanza. Pelear es lo mío—, dijo al final.
— Leer un libro no se compara con la emoción de luchar por tu pueblo—, le respondió Daríce con emoción en la voz y siguió hablando—. Fue mi madre quien convenció al concejo para que fuera entrenada en armas. Ella siempre tuvo la visión de entrenar a las mujeres persas para defenderse como lo hacen las mujeres celtas. Por ella sabemos agarrar un arma. Al principio fue un sueño tonto que el concejo rechazó, y luego llegaron los medos atacando nuestras fronteras que apenas y pudieron defender las tropas que estaban ahí. Muchas mujeres y niños indefensos fueron masacrados, las mujeres violadas y dejadas muertas en condiciones inhumanas. Después de eso se aprobó que toda mujer persa debe ser instruida en armas porque si va a morir que sea luchando—, dijo al final sin dejar de mirarlo.
Faráz se acaba de dar cuenta que no saben nada uno del otro. Son dos extraños a quienes los demás decidieron unir como marido y mujer. Todo porque es lo mejor para los imperios. La siguió escuchando.
— Diez años tenía cuando empezó el entrenamiento. En un hombre es lo que se espera, no en una mujer. En nosotras es para defendernos, pero no es el propósito en nuestras vidas luchar. Yo realmente quiero dirigir una legión para ganar batallas y el respeto de todos. Cuando el concejo aceptó y me dieron una legión con cinco mil hombres supe que estaba lista para gobernar—, comentó con orgullo.
— No me malinterpretes, pero no es lo normal para la heredera al trono, siendo mujer—le dijo con sinceridad y después continuó—. A tu edad deberías estar casada y dando hijos para conservar el imperio. Muchos, dijo el rey—, agregó con una leve sonrisa en los labios y a Darice enseguida el color le vino a las mejillas, y él no intentó disimular la sonrisa que se reflejó en sus labios. Por su parte Darice intentó recomponerse.
— Es cierto. Mi madre creía que podríamos convencer al concejo de gobernar sola en lo que encontraban un esposo adecuado, pero mi tío ha manifestado reclamar su derecho al trono a falta de un heredero varón. Me parece que también ya deberías tener descendencia—, contraatacó sonriendo.
Faráz afirmó con una leve sonrisa dándole la razón.
Ni siquiera saben la edad de uno como del otro.
— Tengo veinticuatro—, respondió esperando le diga su edad.
— Yo veintidós—, contestó enseguida—. Según mi padre desde los dieciséis debió buscarme marido—, dijo acariciando la gargantilla con los dedos.
— Estas un poco atrasada—, comentó serio.
— Creo que tú igual—, comentó sonrojada.
Él extendió una leve sonrisa y luego Darice percibió que algo lo entristeció.
En el caso de Faráz, él ya había tenido esposa. A la edad de dieciocho años fue casado con la hija de un concejero, pero desafortunadamente después de dos embarazos no logrados, ella murió en el segundo durante el parto. Siendo sincero no la amaba, pero si le dolió perder a sus hijos, todos al nacer, y también le dolió la muerte de Ruminia porque fue una buena compañera. Hubo un tiempo que el príncipe llegó a creer estaba maldito, hasta que una partera traída de lejos les explicó de la condición de su esposa. Esa partera atendió el último parto, y les dijo que la condición física de ella le impedía un nacimiento favorable. Que la princesa Ruminia era de caderas muy estrechas y los partos se complicaban tanto que los bebés morían asfixiados dentro de la madre. A la partera le sorprendió que no hubiera muerto en el primero.
Faráz decidió que es mejor cambiar de tema.
— ¿Y tus hermanas también han sido entrenadas como tú? —, preguntó curioso.
— No. Mi madre quería, ellas se negaron y solo recibieron el entrenamiento básico para defensa. Pero fue tan deficiente que a decir verdad un niño les gana—, respondió con una ligera sonrisa.
Daríce lo inquieta, porque no es común que una princesa llegue tan lejos y sea expuesta de esa forma. Su madre debió tener mucha influencia en el rey y en el concejo para lograrlo.
— Sé que nuestra unión es difícil para ambos—, dijo Darice parándose a su lado y mirándolo directo a los ojos. Él se sintió perturbado por el giro inesperado de la conversación pero ella siguió hablando—. Lamento lo que ha sucedido. La guerra y la muerte del…
Él no está listo para esa conversación con ella sin sentir enojo y resentimiento por la muerte de Amir, así que no la dejó terminar.
— Creo no es momento de hablar sobre eso—, dijo tajante.
— Tienes razón—, contestó con tranquilidad sin parecer molesta.
— Es difícil dadas las circunstancias—, agregó después suavizando la voz.
— Ahora lo sé—, respondió con la mirada al frente y mordiéndose el labio inferior.
Ninguno se dio cuenta de lo cerca que están uno del otro, hasta que alguien abrió la puerta y ambos dieron un pequeño sobresalto.
— ¡Atención…! ¡Su Majestad, el rey Elízeo! —, anunció el vocero.
Darice retrocedió un poco y el rey entró seguido de Abraham, el encargado de la seguridad del castillo.
— ¿Estás bien? —, preguntó el rey acercándose a la princesa con la expresión de preocupación en el rostro—. Abraham ¿dónde está el médico? —, cuestionó mirando con desaprobación al encargado de seguridad.
El encargado de seguridad miró a uno de sus hombres y se dirigió a él.
— Ve y dile que se apure—, le pidió nervioso al otro ante la mirada enfadada del rey Elízeo.
El hombre salió caminando con rapidez.
— He sido informado de la situación y créeme que el traidor pagará por lo que hizo—, dijo el rey enérgicamente dirigiéndose a Faráz—. Lamentamos este inconveniente y le aseguro príncipe que descubriremos todo y no habrá piedad—, dijo al final.
Todos entendían porque no podía ser de otra manera. Como el hecho que si Darice no hubiera estado allí ¿qué hubiera sucedido? Eso pensaron varios de los guardias persas.
Poco después entró el general Hassin con una de las doncellas de Darice y otra persona más.
— El médico está aquí—, dijo el general.
— No es nada importante—, respondió Darice, pero el rey la miró de tal forma que ella se quedó callada.
— Ve a la sala continua y que te revise—, le ordenó su padre.
Obedeció inmediatamente y salió seguida de su doncella. Faráz se quedó con el rey.
— Interrogaremos al traidor y sabremos quien dio la orden—, afirmó con una expresión dura en su mirada.
— Majestad…—, se dirigió el príncipe hacia él—. Me gustaría estar en el interrogatorio—, solicitó.
— Por supuesto príncipe Faráz. Ordenaré le permitan la entrada durante el interrogatorio.
— Gracias majestad
— ¿Cómo está la princesa Dana? —, preguntó el rey preocupado.
— Bien majestad. Fue escoltada a su habitación y por los dioses que solo fue el susto—, agregó agradecido que no haya pasado una situación mayor.
La puerta se abrió y Darice entró seguida de su doncella y detrás de ellas el médico de la familia real.
— Majestad, no es una herida grave. Le he aplicado unos ungüentos, sanará rápido y no quedará marca—, dijo el médico.
— Abraham encárgate de los interrogatorios. El príncipe Faráz estará presente.
— Cómo ordene majestad—, respondió el encargado.
— Págale al médico sus servicios—, ordenó el rey Elízeo a su encargado personal.
Después de eso entró un guardia de seguridad y se acercó al encargado de nombre Abraham diciéndole algo en voz baja y después salió inmediatamente.
— Majestad la audiencia que solicitó con los guardias de seguridad está lista—, comentó dirigiéndose al rey que está parado observando el estante de libros.
— Iré en un momento—, respondió.
— Majestad con su permiso, voy a ver a mi hermana—. Le dijo Faráz porque quiere saber cómo sigue Dana. Debe estar muy asustada.
Antes que el rey respondiera la princesa Daríce habló.
— Padre con su permiso. Iré a descansar—, dijo Darice antes de salir.
— Quédate—, pidió el rey con seriedad y un tono bastante molesto.
— Como ordene—, respondió ella mordiéndose nuevamente el labio inferior.
Faráz salió de la habitación pensando en lo que fuera a decirle el rey a la princesa, porque por su tono de voz parece la va a regañar. Es bueno saber que esa mujer puede ser controlable porque se ve bastante inquieta. Cómo le hubiera gustado poder presenciar aquello.
Darice se quedó sola con el rey y por la expresión en su mirada sabe lo que vendrá después.
— Parece que no fui claro cuando te dije que no podías andar sola en el castillo—, cuestionó molesto, la misma orden fue para las tres.
— Lo siento majestad—, dijo muy suavemente intentando ablandarlo un poco.
— Di una orden Darice y es para que se obedezca—, volvió a repetir.
— Si no hubiera hecho eso, no quiero pensar que hubiera pasado con la princesa Dana—, agregó bajando la voz más.
— Aun así, no acataste una orden mía. ¿Por qué saliste sola? —, preguntó después con la misma expresión enojada del principio.
— Salí a tomar aire fresco—, respondió manteniendo la mirada fija.
— ¡No me mientas! —, gritó el rey elevando bastante la voz.
— No lo hago Majestad—, agregó con seguridad.
— ¡Engañas al rey en su cara!, Te conozco y sé que no saliste a eso.
Ella intentó no morderse el labio. Él la conoce, sabe que es inquieta y bastante curiosa. No es la primera vez que se mete en problemas por desobedecer las órdenes.
— Solo quería caminar un poco padre—, dijo bajando la cabeza en señal de sumisión, eso funciona para suavizarlo. Y parece esta vez no lo está haciendo. Su expresión sigue igual.
— El apoyo que recibirías para hacer obras de caridad será cancelado por tu desobediencia. Agradezco que hayas salvado a la princesa Dana, pero ese descuido será sancionado para aquellos que no hicieron su trabajo y quienes son responsables de la seguridad del castillo. Pudieron haber sucedido muchas cosas, que tú salieras herida de gravedad en primer lugar, o muerta. Puedes irte—, dijo al final y la princesa se quedó en su lugar asimilando que acababa de perder un acuerdo que le costó mucho ganar ante el concejo.
— Usé los pasadizos secretos padre—, agregó en un susurro con evidente tristeza.
— ¡Cállate Darice! —, ordenó con dureza y ella se quedó callada, aunque ahora está enojada—. Eres la esperanza del imperio y no te puedes dar el lujo de exponerte de esa manera—, dijo al último el rey, y después de unos segundos de silencio suavizó la expresión de su rostro. Ella asintió y tomó sus manos.
— Cometí un error Majestad, y no volverá a suceder—, reconoció con sinceridad.
Claro que la princesa después intentará convencerlo para que le regrese el apoyo acordado para la caridad en el pueblo.
— Por supuesto que no se volverá a repetir—, afirmó el rey sin quitarle la mirada y enseguida llamó a Abraham quien entró inmediatamente—. Que pasen los encargados de la seguridad—, ordenó y Abraham los hizo entrar sin perder tiempo— Darice quédate.
Ella obedeció y observó a los guardias. Son ocho y todos parecen nerviosos. Tienen la cabeza baja y están mirando el suelo.
— ¡¿Me pueden explicar cómo pasó esto en mi castillo?! —, gritó el rey tan molesto que hasta la princesa brincó ligeramente sin apartar la mirada de su padre mientras él sigue hablando—. Mi primogénita, heredera al trono, andaba sola a su antojo, ¡y además quisieron matar a la princesa Dana! ¡Nuestra invitada de honor! Princesa del imperio con quien acabamos de hacer las paces—, dijo exaltado dirigiéndose a todos. Después caminó hasta Abraham y le cuestionó también. —¿Por qué no había seguridad en el nivel donde estaba el traidor? ¿Quién estaba asignado para la vigilancia? —, preguntó y todos siguen callados ante el bombardeo de sus preguntas.
Será mejor que respondan porque hoy el rey está que arde de coraje. Darice se preocupó porque puede hacerle daño a su salud.
— Elías estaba a cargo del nivel dos y tres Majestad—, respondió Abraham con la mirada al suelo.
Entonces el rey se dirigió a Elías.
— Tu falta de compromiso puso en riesgo la vida de una princesa. Quedas relegado de tu puesto y aún sigo pensando cual será tu castigo. Guardias llévenlo a los calabozos. Salgan—, ordenó.
La primera en salir fue la princesa, tiene la esperanza que realmente la dejen estar en los interrogatorios y su padre no la castigue con eso también.
No pasó mucho tiempo cuando a Darice le informaron que el interrogatorio va a comenzar. Entonces salió de sus aposentos para reunirse con Faráz fuera de la celda donde tienen al traidor.
Apenas ellos van llegando y el rey va saliendo. Antes de irse se dirigió al ejecutor.
— No tengas piedad—, le pidió y sin perder tiempo se retiró. Después el ejecutor se dirigió a Faráz y a Darice.
— Adelante altezas—, dijo invitándolos a pasar al abrir la puerta de la celda. Faráz y Daríce entraron sin demora.
Ambos miraron directamente al traidor con la seguridad que la verdad se sabrá.
Darice está segura que su padre vino a cerciorarse que iba tras la princesa Dana y no sobre Hassin. A nadie le conviene que Faráz sepa más de lo necesario, sobre todo a el rey.
— ¿Aquí será el interrogatorio? —, preguntó Faráz pensando que lo llevarían a una sala de tortura más equipada.
— Solo el comienzo—, respondió el ejecutor acercándose al traidor.
El ejecutor sacó una bolsa de cuero y la extendió sobre una pequeña mesa. Se puede ver toda clase de armas pequeñas de tortura. La princesa se estremeció de solo imaginar el dolor que producen. No es la primera vez que está presente en un interrogatorio, aunque eso no cambia su impresión, pero la ayuda a ser testigo de la realidad, y piensa que eso la hace fuerte.
Faráz discretamente observa a Darice. Hay tantas cosas fuera de lugar con ella. No es común que una mujer esté presente en un interrogatorio de tortura. Al parecer en ella hay muchas cosas que no son comunes. Él dejó de mirarla cuando el ejecutor empezó hablar.
— ¿Cuál es tu nombre? —, preguntó al traidor.
Él joven se le quedó mirando de manera desafiante.
Se sabe que al principio es así hasta que la voluntad es quebrada, la fuerza física debilitada y el espíritu reducido a nada. Se necesita mucha fuerza mental para soportar el dolor. Según dicen que aquellos que logran pasar ese umbral de sufrimiento empiezan a no sentir nada. Esos son los peligrosos, de los que no obtendrás ya nada. Pero son pocos, la mayoría termina hablando. Veamos este chico de que está hecho.
— Muster—, respondió él.
— Bienvenido a mi pequeño paraíso personal Muster. Es aquí donde los pajaritos cantan. Algunos por voluntad propia y otros, bueno hay muchas formas. ¿Tú cuál eres?
Él traidor sonrió.
— No diré nada—, dijo arrogante con una expresión dura en el rostro.
— Eso ya lo veremos. Guardias prepárenlo—, pidió el ejecutor de aspecto serio.
Enseguida dos hombres se acercaron levantándolo y sujetándolo para colgarlo de manos y pies. Después que le pusieron cadenas el ejecutor se acercó y le arrancó la camisa mirando al mismo tiempo los instrumentos de tortura.
— ¿Te gusta alguno en especial? —, preguntó el ejecutor.
El chico volvió a sonreír. Los presentes observaron muchas marcas en su cuerpo. Parece que será de los que aguantan mucho. Más adelante se verá.
El ejecutor tomó una navaja bastante afilada y la puso al comienzo del pecho y fue deslizándola lentamente hasta el ombligo dejando un ligero corte en todo lo largo. No hubo gritos. Solo una mueca torcida de dolor.
De reojo Faráz volvió a observar a Darice. No se ve alterada y tiene los ojos fijos en lo que hace el ejecutor. No parece que sea su primera vez en un interrogatorio. Llegó a la conclusión que ella no posee la sensibilidad típica de las mujeres.
Pasó algún tiempo y parece que el chico no tiene la intención de hablar.
— Es evidente que hoy no obtendremos nada. Dejaremos que descanses y que la sangre se te enfríe un poco. Mañana será diferente—, finalizó el ejecutor.
El chico no hizo esta vez gesto alguno de burla y sus quejidos de dolor son evidentes.
— Princesa, príncipe adelante—, los invitó a salir.
Fuera de la celda el aire es un poco más soportable y se sintió agradable que el aire limpio inundara sus pulmones. En la celda olía a suciedad y sangre.
Faráz pensó que su hermana Dana jamás hubiera soportado estar en un lugar así, en cambio ella…—, miró a Darice admirado por su fortaleza—, Ella lo intriga cada vez más.
— El traidor ha soportado muy bien las primeras horas—, le dijo Darice al ejecutor.
La princesa está pensando lo mismo que los otros dos, posiblemente causarle dolor físico no será suficiente.
— Mañana a primera hora nos llegará un hermoso regalo para él. Mis hombres no dormirán toda la noche por eso. Hablará, se lo aseguro alteza—, afirmó el ejecutor.
— Eso espero—, puntualizó Darice—. Es una lástima la verdad que haya elegido el bando incorrecto. ¿Nos vamos príncipe Faráz? —, preguntó al final.
— Por supuesto—, respondió él.
Empezaron a caminar en silencio entre los pasillos de los calabozos y el olor se intensificó. Dos ratas pasaron tan cerca que el príncipe pensó que Darice iba a ponerse a brincar y gritar. Pero no.
— Esos animales son horribles—, comentó ella con tranquilidad—, me producen tanto asco solo mirarlos. Aquí abundan—, terminó diciendo.
— Y están tan hambrientas que muerden a los prisioneros. En Esparta dejamos que se los coman—, dijo Faráz con malicia queriendo ver su reacción.
— Podría ser un buen método de tortura—, dijo pensativamente, como asimilando la idea que acabo de darle.
El príncipe la miró y sonrió para sus adentros preguntándose con quién demonios iba a casarse.
Después de varios minutos llegaron hasta los pasillos que conectan las habitaciones de las princesas. Realmente poco hablaron y durante todo el trayecto.
El príncipe Faráz mientras camina junto a ella empezó a preguntarse qué demonios hacia tan lejos de su habitación. “Salí a caminar” fue lo que dijo, aunque así haya sido parecía una caminata bastante larga en medio de la nada arriesgándose a que alguien la asesine y nadie se dé cuenta.
Cuando llegaron a la planta donde están los aposentos de las princesas, siendo la primera vez que sube, se percató que se encuentra repleto de guardias.
Sin duda pensó Faráz, que ella había usado los pasadizos secretos. El problema de los pasadizos secretos es ese, que puedes entrar y salir al antojo sin que los demás se den cuenta y eso hace que los guardias no sirvan de nada sino se van a respetar los protocolos de seguridad.
Amir y el príncipe Faráz burlaron a los guardias de esa forma una cantidad incontable de veces.
Faráz pensó en la princesa Dana que seguramente hace lo mismo y ellos ni enterados. Pero la realidad que la princesa Dana no se atreve a desafiar las órdenes del rey.
Faráz inevitablemente pensó en su hermano y lo irónica que es la vida, porque hacía unos meses lo único que quería era vengar su muerte. Aunque todavía quiere hacerlo, y la sangre le hierve al recordar que ha muerto, al observar a Darice se pregunta, siendo la primer vez que lo hace, porqué la sigue culpando a ella cuando ahora sabe que todo fue provocado.
Siguieron caminando hasta que finalmente se decidió a decirle lo que piensa.
— No deberías andar sola—, dijo pensando en lo arriesgado que es que salga con el enemigo fuera, y dentro por lo que se pudo comprobar. Darice se mordió el labio inferior y él no aguantó las ganas de preguntar lo siguiente—, ¿Exactamente qué fue lo que pasó?
Se le quedó mirando de esa forma que lo perturba.
— Salí a caminar—, volvió a decir intentando sonar convincente. Pero él presintió que no le está diciendo todo y oculta algo. Ella continuó—, quería tomar un respiro y pensé ir a la biblioteca. Cuando pasé por las escaleras que subimos vi al hombre escabullirse y lo seguí.
— ¿Siempre andas con espada y arco? —, preguntó Faráz recordando que debajo de la capa también vio la espada.
— Solo si voy sola—, respondió y luego agregó—, sé defenderme.
— No lo dudo—, dijo inmediatamente—. Pero resulta más emocionante cuando te les pierdes—, miró a los guardias que los seguían. Tres persas y cuatro espartanos—. Quisiera pedirte algo—, comentó en voz baja a manera de complicidad y Darice lo miró desconcertada ante el tono de su voz, pues fue con tanta suavidad que hasta al príncipe sorprendió—. Cuídate—, le dijo y después se calló enseguida.
Las palabras de Faráz salieron solas, sin pensarlas. Realmente eso no es lo que iba pedirle, es más ni debería importarle si algo le sucedía, sin embargo las palabras ya habían salido.
Darice lo observó un poco desconcertada.
— Lo haré—, respondió al último.
— Que descanses—, le dijo rápidamente y se dio la vuelta dejándola parada en la puerta de sus aposentos. Sus guardias lo siguieron.
Faráz va molesto por haberse mostrado amable.
Sin tener idea el príncipe de la hora, pareciendo ser bastante tarde, decidió no pasar a la habitación de su hermana y se fue de largo a la suya. Entró sin nada de sueño y se dirigió a la pequeña mesa tomando al instante los papeles que le entregaron antes de salir.
Son el informe de las investigaciones que han realizado sobre la vida de Darice. Las notas no estan muy lejos de las cosas que se rumoran, salvo aquello dónde dicen que terminará envenenando al rey para subir al trono.
Empezó a leerlas nuevamente:
● Ha sido entrenada a muy temprana edad en el arco y espada.
● Posee habilidades en el campo de batalla que no son características de una mujer.
● Constantemente hace obras de caridad en diversos pueblos y ha construido una enorme cantidad de hospicios para niños sin hogar.
● Formó un comité con las esposas de gente importante del imperio para hacer obras de caridad y ayudar a los pobres. Gran parte de los recursos son del dinero propio.
● El ejército Sáfavida ha permitido sea tatuada con la marca de iniciación—. En realidad esa parte no la entiende muy bien. Sabe que el ejército Sáfavida ha sido uno de los mejores incluso que el ejército de lnmortales al servicio del rey. Los Sáfavidas son filas de élite cuyo poder proviene de las diversas tribus que existen en el imperio persa.
El príncipe no tiene idea qué significa que haya sido tatuada. Pero en resumidas cuentas, tiene la aceptación para gobernar y parece estar dotada de varias cualidades.
Aventó el informe al escritorio arrepentido de haberlo solicitado porque la intención era encontrar cosas para reforzar la idea de hacerla sufrir por la muerte de Amir. Dejó de pensar cosas y se fue a la cama con la intención de dormir.




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