Los días pasaron, y los dos meses que faltaban para la ceremonia real transcurrieron. La familia real persa viajó a la ciudad de Percepolis y ahora están en el castillo.
Daríce está sola en su habitación y más nerviosa que nunca porque en un día más a lo mucho dos el príncipe Faráz junto con el rey Corisio y Dana llegarán.
Durante todo el tiempo desde el compromiso a la fecha, la princesa se impuso hacerse a la idea de decir “me uniré con Esparta, me casaré con Esparta” porque está claro que solo es eso. Una alianza, un contrato con beneficios y nada más. Así que debe empezar a verlo de esa forma porque no puede permitirse verlo diferente, aunque reconoce que para eso es tarde porque físicamente el príncipe le atrae de una forma que le molesta. Nunca le había pasado antes.
Daríce dio vueltas y vueltas por la habitación hasta que Azara la sacó de sus pensamientos derramando accidentalmente sobre el piso una jarra de té.
— Lo siento princesa, enseguida limpio todo—, dijo saliendo rápido y regresando sin mucha demora.
La princesa se mantuvo callada en todo momento y ni siquiera protestó cuando el líquido le salpicó y la quemó.
— Sabes Azara—, comentó y la doncella enseguida la miró y ella continuó—. Sería capaz de huir muy lejos y evitar el infierno que parece me espera al lado de Faráz. Estaría incluso dispuesta en hacerle el día a Navid mandándole una carta para irme con él.
Azara se llevó la mano a la boca para callar la sorpresa que le causaron sus palabras.
Claro que Daríce jamás haría eso. Pero se sentía bien hablar de más y sacar de su interior cualquier cosa.
— Alteza no debe decir eso—, agregó rápidamente.
— Pues me gustaría ver que hace Faráz después de algo así. Se muestra tan arrogante, como si yo tuviera la culpa de todo lo que pasó. Seria grato ver que hace esta vez cuando su orgullo quede pisoteado también.
Azara sigue callada y podría decir que un poco espantada, porque la conoce muy bien y sabe puede ser capaz de hacer eso que dice.
Aunque ésta vez solo es por la necesidad que siente la princesa Daríce de desahogar su frustración. Siguió hablando.
— Ojalá todo termine pronto y en la primera noche que estemos juntos quede embarazada. Mejor me hubiera matado aquel día—, dijo al final pensando en el primer y desastroso encuentro.
— Princesa no hable así. El pueblo no tendrá esperanza sin usted. ¿Y qué haría yo sin su compañía? Jamás vuelva a decir algo tan horrible—, le pidió sinceramente y con tristeza.
— Realmente debió hacerlo—, volvió a insistir. Después suspiró y siguió desahogándose—. Tal vez no sea demasiado tarde y decida matarme más adelante a modo de venganza, o mejor aún podría envenenarlo yo. Estoy diciendo tonterías. Lo odio—, dijo al final bastante frustrada.
— Estoy segura que no lo odia. El tiempo sabrá recompensarla. Ya lo verá.
— Mejor vámonos—, dijo, y después agregó—. Lo que necesito es tomar aire fresco porque las paredes me están asfixiando. ¡Me están ahogando! —comentó con desesperación caminando hacia la puerta.
Salieron y caminaron directo al carruaje, porque a lo que la princesa le hace falta es dar un paseo y dejar de ver todo el movimiento que dentro del castillo se está llevando a cabo que no solo la pone nerviosa y ansiosa, sino de mal humor.
Sintió que el aire le empezó a faltar. Definitivamente le urgían unas horas lejos de la locura en la que se convirtió el castillo.
Sin embargo al salir a las calles se dio cuenta que el movimiento es aún peor que en el castillo.
Mientras avanza en el carruaje la multitud se le acerca para mostrarle su afecto, pero observa que mucha gente de los alrededores sigue llegando, ha sido así en el transcurso del día.
La princesa miró al frente porque se ve bastante movimiento de guardias, segundos después las enormes puertas de la entrada al castillo fueron abiertas de par en par.
Desde la distancia a la que se encuentra solo alcanza ver la bandera que sobresale, que parece ser el escudo del imperio espartano, y no fue hasta que estuvo lo suficientemente segura que se trataba de ellos cuando el corazón comenzó a repiquetearle como un pájaro.
Nadie los espera hoy. Se supone que llegaban mañana o al siguiente día.
Los guerreros espartanos avanzan mucho más rápido que la princesa y al paso en que lo hacen estarán a la misma altura en poco tiempo.
— ¡Qué nos detiene! ¿Por qué no avanzamos? —, se dirigió a Derbish que va a su lado montado en un caballo.
— Hay mucha gente alteza y no podemos avanzar rápido—, dijo alerta mirando a todos lados.
— No me importa ¡háganlo! —, exigió sin tener éxito.
La gente se desplaza en todas direcciones entre el carruaje de la princesa y el grupo de guerreros que acaba de llegar. Muchas personas decidieron no moverse obstruyendo el camino.
— ¡Abran paso al carruaje de la princesa! Avancen—, gritó uno de los guardias que la acompañan lo cual empeoró todo porque más gente se arremolinó a su alrededor.
Daríce empezó a sentirse más nerviosa y los guardias también por toda esa gente que se acerca. Hasta tuvieron que sacar las espadas y la gente retrocedió un poco pero sin dejar pasar a la princesa.
Daríce ahora veía que no ha sido buena idea salir y si su padre se entera va a enfadarse demasiado.
Faráz mientras va entrando a la fortaleza vio el carruaje real parado en medio de la multitud y le dio curiosidad saber quién viene ahí, sabe que puede ser cualquiera de las princesas.
No tenía la intención de acercarse, pero la curiosidad le ganó y le pidió a un niño de unos diez años que fuera a ver.
— Niño ven. ¿Cuál es tu nombre? —, preguntó al chamaco.
— Icaz Señor—, respondió sin apartar la mirada de su imponente corcel.
— Icaz, ¿ves aquel carruaje? —, señaló mientras el niño sigue la dirección de su dedo y después asintió con la cabeza. El príncipe Faráz siguió hablando—. Quiero saber quién está dentro.
— Es el carruaje de la princesa Darice, sale casi todos los días—, dijo con mucha seguridad.
— Anda, ve y compruébalo.
El niño se fue enseguida y regresó corriendo tan rápido y gritando que a Faráz hasta risa le dio tanta eficiencia.
— ¡Señor, señor es la princesa Darice! —, dijo emocionado.
Faráz le dio dos monedas de oro y su rostro se iluminó por recibir tanto dinero por algo tan sencillo.
— ¡Gracias señor! —, contestó tomando las monedas con mucha alegría y apenas el niño se dio la vuelta para salir corriendo sin dejar de sonreír cuando Selim le habló.
— No estás ante un señor—, dijo Selim serio y el niño abrió demasiado los ojos ante el tono imponente de él—. Estás ante el príncipe Faráz de Esparta—. Agregó al último mientras el niño se hinca rápidamente.
Selim se rió del chiquillo y le lanzó dos monedas de oro que agarró en el aire y salió corriendo con una sonrisa de oreja a oreja.
Faráz miró nuevamente el carruaje pensando que a varios metros de distancia está la mujer que le ha quitado el sueño por muchos días. Indeciso se acercó mientras van abriendo camino con los caballos, porque la gente está aglomerada y no dejan pasar.
Sus hombres a paso firme avanzan con determinación y la gente empieza a moverse, hasta que por fin quedó frente a la ventana adornada con cortinas de seda color dorado y rojo. Ninguno de los guerreros de la guardia personal de Darice lo detuvieron.
Faráz se imagina que a esa distancia Darice ya debió haberlo visto, sin embargo nadie se asomó.
Él se rió de pensar que naturalmente no saldrá corriendo a su encuentro, así que estuvo a un segundo de darse la vuelta y dirigirse directamente al castillo, pese a eso, estiró el brazo y deslizó la suave cortina de seda.
Del otro lado Darice no expresó en su rostro asombro alguno, pero lo recibió con una sonrisa que al príncipe lo encandiló.
— Hola Faráz—, lo saludó sonriente mirándolo de una forma que Faráz no podría olvidar tan fácilmente.
Daríce luce radiante. Trae el pelo trenzado y adornado con piedras preciosas de tonalidades en verde. Hace juego con el vestido del mismo color.
Sentada se puede apreciar su hermosa figura, su piel bronceada resalta sus ojos que en aquellos momentos miran fijamente al príncipe.
Él tampoco apartó la mirada, aunque sintió desconcierto que pronunciara su nombre sin títulos.
No es que lo moleste o que no esté permitido, pero aquello establece un nivel de intimidad entre los dos que no quiere permitirse, pero tampoco puede hacer algo al respecto, y de alguna manera se siente bien.
— Es un día agradable para dar un paseo—, dijo Faráz.
— El tiempo es bueno para un paseo, no obstante, hay una gran cantidad de gente que me bloquea el paso.
— Selim hagan que la gente se quite para llegar al castillo—, ordenó mirando a toda esa gente que bloquea el camino, donde muchos están hincados y otros lanzan flores al carruaje.
— Así se hará alteza—, contestó Selim.
Varios caballerangos espartanos tras recibir indicaciones de Selim se pusieron al frente para abrir paso.
La multitud al ver el imponente comité empezaron hacerse a un lado y dejarlos pasar. Montado en el caballo Faráz avanzó al lado de Daríce mientras ella intenta entablar la conversación.
— ¿Viene Dana contigo? —, le preguntó mientras asoma la cabeza para ver bien si viene algún carruaje.
— No. Ella y mi padre llegarán mañana a primera hora—, respondió observando el color atrayente de sus ojos y el rojo sugerente de sus labios.
La mirada intensa de Faráz perturbó a la princesa Daríce y sus nervios van a colapsar porque sintió que el corazón acelerado emprendió una marcha más rápida.
Es inevitable que la princesa se pregunte los motivos por los cuales el príncipe a llegado antes y aparte solo. Morirse por ganas de verla lo dudaba.
— Es bueno saber que pronto volveré a ver a la princesa Dana—, agregó sinceramente.
— Es lo mismo que ha dicho mi hermana de ti—, respondió él mientras siguen avanzando hasta que llegaron a las puertas del castillo.
Obviamente al rey ya le habían avisado de la llegada de Faráz, pues al entrar al castillo los guardias les dijeron que los esperaban en la gran sala, y ahí se encuentra el rey.
El rey Elízeo lo recibió con entusiasmo y le alegró verlo acompañado de la princesa Daríce.
Conversaron un tiempo hasta que el rey Elízeo tuvo que retirarse.
Faráz se quedó nuevamente a solas con Daríce, pero otra vez mostrándose ausente.
— Alteza los aposentos están listos—, dijo Azara cuando regresó.
Daríce le había pedido que organizara la llegada del comité espartano y todo estubiera listo inmediatamente.
— Puedes instalarte y descansar si lo deseas—, le dijo a Faráz.
— El viaje ha sido largo—, comentó—. Con su permiso princesa—, agregó y se retiró con poca cortesía.
La princesa Daríce se quedó desconcertada ante el cambio repentino de Faráz y trató de calmarse caminando hacia el jardín apreciando la belleza de las flores. Recorrió el jardín embriagándose con el aroma y sin darse cuenta el tiempo pasó rápidamente. Cuando pensaba irse vio que Faráz viene entrando.
Parece que el baño lo relajó porque sonríe levemente y se ve tranquilo.
— Me dijeron que podría encontrarte aquí—, comentó con media sonrisa.
Ella le sonrió pero en realidad tenía ganas de darle una bofetada porque sus actitudes la molestan. Primero la ignora, después pareciera que le coquetea y vuelve a ignorarla.
Daríce a notado que de repente la mira con deseo y luego,… bueno no sabría bien, pero parece como si quisiera matarla. Llegó a la conclusión que la idiota es ella por seguir esperando el momento que la tome por la cintura y la bese con pasión.
Aquello le daría una idea si hay esperanza con él.
Suspiró con la idea de ser astuta y aprovechar las oportunidades cuando él baja la guardia. Así que dejó la bofetada a un lado y en su lugar le tomó la mano y lo condujo por el interior del jardín.
Faráz de momento se perturbó y aunque pensó soltarse no lo hizo, y en su lugar se dejó llevar de la mano por el extenso jardín que representa la belleza misma de la naturaleza con tantas plantas hermosas, que contrastan con las tierras tan áridas de esa zona.
— Aquí es un lugar maravilloso—, expresó mirando alrededor con sinceridad.
— Es mi segundo paraíso personal, una réplica del jardín en Capadocia—, le comentó llena de alegría y después siguió hablando—. Pasé mi infancia aquí hasta que nos trasladamos a Capadocia.
— Veo que hay plantas que no son de estos alrededores.
Daríce afirmó con la cabeza y se dirigió al pequeño espacio apartado del resto lleno de plantas también.
—Obsequios que me han dado reyes y príncipes—, dijo tocando suavemente una pequeña flor.
Ese espacio son regalos de príncipes y reyes, que con el afán de obtener el favor de la princesa Daríce complacieron gustosos sus caprichos.
— Aquella—, señaló Daríce en otra dirección la he traído yo.
— ¿Tú la has traído? —, ella asintió emocionada—. Las mujeres que conozco se emocionan con joyas y piedras preciosas—, observó el príncipe al ver su expresión.
— Supongo que la mayoría sí. A mí me gustan por supuesto, aprecio los buenos gustos. Pero esto—, señaló el jardín—. Me produce una inmensa satisfacción—, concluyó al final.
— Esa planta proviene de muy lejos—, comentó tocando la flor.
— Hace algún tiempo conocí un viajero que hizo amistad con mi padre por sus ideas innovadoras en construcción—, comenzó a platicar Daríce—. Estuve en muchas de las conversaciones que tuvo con mi padre. El forastero le habló de lugares maravillosos que visitó y también dijo que el rey de Cartagena tiene un inmenso jardín lleno de plantas de todo el mundo. Así que le escribí una carta al rey—, dije orgullosa de mi odisea.
— Cartagena no es un lugar seguro, ni amistoso—, comentó Faráz.
— No, no lo es, pero el rey me envió muchas de las plantas que ves aquí. Mañana te presentaré al rey Helio de Cartagena—, concluyó Daríce viendo la expresión de sorpresa en el rostro de Faráz.
El rey Helio no es nada amistoso, sus técnicas de sometimiento son con mano dura.
— Lo conocí, fue en el tiempo que mi padre aún gozaba de buena salud y fuimos invitados al castillo del rey Helio—, terminó diciendo con cierta suficiencia.
Dicen que el rey Helio no deja entrar a extranjeros a su territorio. No aquellos a los que no puede someter y dominar.
Faráz observa a Darice admirado de su astucia. Después sonríe levemente.
Este es uno de los pocos momentos dónde la plática entre ellos es libre de la sombra del primer encuentro.
— ¿Te gustaría conocer el santuario de la Percepolis? —, preguntó Daríce girándose repentinamente y quedando tan cerca de él que cuando sus miradas se encontraron Faráz sintió que la respiración se le cortó.
Daríce en un movimiento aparentemente natural puso las manos sobre su pecho.
— ¿Te refieres a la magnífica construcción hecha en honor a Zaratrusta? —, comentó Faráz tomando las manos de Daríce donde las ha puesto pero sin quitarlas.
Ella sintió el calor de su contacto pensando en lo atrevido de haberlas puesto ahí. El color empezó a subirle por las mejillas y comenzó a sentir ardor en el rostro. Pero no se apartó y mucho menos quitó las manos.
— Esa misma—, agregó más nerviosa por la cercanía de sus cuerpos y el contacto de las manos sobre su pecho.
— Se ha extendido el rumor que solo los dioses pueden entrar ahí…—, comentó Faráz.
— … y reyes, reinas y toda su descendencia—, agregó ella pensando que en ese santuario de acuerdo a las tradiciones será la consumación de su unión.
— Será un honor por supuesto—, comentó Faráz.
Suavemente retiró las manos de Daríce sobre su pecho. Debía admitirlo. Se sintió bien.
— Entonces debo irme a cambiar—, dijo ella sonriendo.
— Adelante—, respondió Faráz.
— Te espero en el ala norte del castillo. Uno de los guardias te guiará. Ten listo tu caballo que a buen paso llegaremos en muy poco tiempo—, comentó sin dejar de sonreír.
Salieron juntos y Faráz se quedó en el gran salón mientras ella se dirige a su habitación.
Daríce va caminando y aún siente el calor de las manos de Faráz cuando tomó las suyas. Ella quiso besarlo, incluso pensó que él la besaría, le pareció que quería hacerlo.
Cuando Darice se alejó Faráz la observó pensando que va a quemarse en el infierno porque el calor que experimentó al tenerla tan cerca fue abrasador.
La fuerza de voluntad que juró tener con ella se está desvaneciendo lentamente. Quizá sea tiempo de dejar de resistirse.
El tiempo pasó y después un guardia lo condujo hasta donde se reunirán. Al llegar al ala norte Faráz mandó a pedir su caballo e inmediatamente se lo trajeron.
Mientras espera a la princesa aprovechó para caminar un poco.
El ala norte es una área abierta del castillo que colinda con el extenso jardín principal, pero se encuentra techada y hay una gran variedad de estatuas de oro, decoradas con piedras preciosas del tamaño normal de una persona que tienen la estatura real. El tamaño varía entre una y otra.
Faráz observa que son esculturas perfectas, detalladas incluso con expresiones definidas en el rostro: la arruga en la frente de una persona enojada, o en los ojos al sonreír, dos hoyuelos en las mejillas de una mujer. Miró todas y cada una con atención hasta llegar a la última. “La reina alegre” dice la inscripción. Así llamaban a la reina Sadira. Conocida por su carácter alegre que constantemente celebraba fiestas en el castillo. Y también por haber provocado el deseo de muchos, pero solo un hombre llegó a su corazón.
El rey Elízeo fue el gran amor de la reina Sadira. Y ella fue indudablemente todo para él. No hubo nada que él le negara. Los que no la conocieron en persona y no la trataron podrían decir que fue su belleza, pero quiénes se relacionaron con ella se dieron cuenta fue la astucia e inteligencia lo que cautivó al rey.
Cuando miras la estatua a quien ves es a Darice. Son muy parecidas. Los osados dirían que iguales.
La atención de Faráz se dirigió al galope de un caballo que se oyó a lo lejos y va acercándose, pero no se logra ver de dónde viene. Pero quién lo tomó por sorpresa fue Darice que se acercó por detrás sin que la hubiera oído llegar.
— Estoy lista. A buen paso nos haremos menos de una hora en llegar—. Comentó parándose a su lado.
El galope del caballo se escuchó más cerca hasta que se logró ver. El caballerango le entregó el caballo a Darice.
— Hola Onix—, dijo ella acariciando la cabeza del animal. El animal como entendiendo el llamado de su dueña se agachó y se dejó acariciar.
El nombre tiene que ver con su color. Ya que Onix se llama la piedra preciosa de color negro y el caballo es tan negro que se podría perder en la oscuridad de la noche.
— ¿Nos vamos? —, le preguntó Daríce sonriendo.
— Por supuesto—, contestó el príncipe.
Montaron a sus caballos, la princesa con agilidad y el príncipe ni se diga.
Ambos salieron cabalgando fuera del castillo, pasando casas, mercados, talleres de oficios.
La gente dándose cuenta quién cabalga entre ellos se inclinan y muestran respeto.
— ¡Larga vida a la princesa Darice! —, grita la gente.
Sin detenerse ellos siguen avanzando mientras la enorme puerta que resguarda la fortaleza se abre, detrás los siguen treinta guerreros entre persas y espartanos que van a buen paso y llegarán pronto como aseguró Daríce.
Ambos encabezan el comité de guerreros y galope a galope llegan a su destino.
Se paran frente a una hilera de enormes rocas y Daríce los conduce por una pequeña vereda que se encuentra en medio de las rocas. No es tan estrecha como pensaron al principio los espartanos porque conforme avanzan se fue anchando hasta que quedó lo suficientemente amplia y se empezó a ver la imponente construcción, vigilada por un grupo de guerreros persas.
Después de avanzar otro tramo más, los guerreros de Darice no siguieron cabalgando y se pararon.
Faráz entendió que al ser un santuario de la familia real no todos pueden pasar.
— A partir de aquí solo podemos entrar tú y yo—, le dijo la princesa.
— Quédense—, les ordenó a sus hombres mientras Selim, oficial segundo en su legión lo observa no gustándole mucho dejarlo solo.
Con un poco de desconfianza sus hombres obedecieron y Faráz junto con la princesa siguieron avanzando, mientras los guerreros que resguardan la edificación de la entrada hacen reverencia a Darice.
— Alteza bienvenida. Príncipe Faráz bienvenido también.
Cuando entraron Darice lo condujo por varios pasillos llenos de inscripciones en una lengua extraña que no conocía. Quiso preguntarle, en cambio se quedó callado.
— Cuando era niña—, empezó a platicarle—, me perdía con frecuencia hasta que me los aprendí—, dijo al final.
Siguieron caminando hasta que llegaron a un salón enorme.
Faráz se quedó maravillado con la imponente construcción. Es una galera llena de enormes estatuas, cada una con los nombres de los antiguos reyes que gobernaron antes del rey Elízeo.
Él caminó al lado de Darice mientras mira con detenimiento cada nombre. Comprendió porque el lugar es sagrado para los reyes persa. Aquí está toda la historia de cada uno de los soberanos que han gobernado Persia. Todo lo que hicieron está escrito en una placa. Nacimiento, vida y muerte.
Faráz se detuvo en la última estatua que pertenece al rey Elízeo. Es una representación muy exacta de él, con proporciones descomunales.
Después hay más espacios pero vacíos. Solo están las bases. Parece que pensaron en varias generaciones más porque la sala es enorme.
Si Daríce llega a ser reina, aquí estará su estatua.
Faráz observa con atención la expresión de Daríce porque ambos están viendo el mismo lugar vacío. Ella se nota triste.
Cuando ese lugar esté ocupado será porque el rey ha muerto.
Faráz puede llegar a la conclusión que Darice no está tan ansiosa por tener la corona como algunos dicen. Impulsivamente tomó su mano.
— Me parece que el rey vivirá por muchos años más—, le dijo suavemente.
— Realmente espero que los dioses le den una vida muy larga—, concluyó más animada.
Faráz odió el impulso de abrazarla, de hacerla sentir que está con ella para apoyarla. Sin embargo no se atrevió y mucho menos besarla como tanto desea.
Ella alzó la mirada y sus ojos se encontraron.
En la cabeza de Faráz retumba la palabra “bésala” , pero otra parte le dice que la ignore. No obstante fue Darice quien se acercó y pegó sus labios a los de él.
La princesa siente que el corazón se le va a salir. Pudo ver el deseo que destelló en los ojos del príncipe y que no pudo ocultar. Esa fue su oportunidad que le dio valor para besarlo.
Sin embargo el hombre a quien besa es una estatua inmóvil como todas las que están ahí. Se sintió como una idiota, pero segundos después él respondió el beso con suavidad y luego con tal urgencia que terminaron recargados en la estatua del rey Elízeo.
Faráz y Daríce están tan juntos que pueden sentir la respiración acelerada uno del otro.
Sus labios se mueven con desesperación. El calor es intenso y el pulso tan acelerado que tuvieron que separarse un poco para tomar aire. Al mirarse ambos notan las pupilas dilatadas y la expresión de deseo en sus rostros.
Esta vez fue Faráz quien la besó con la misma urgencia de antes. También besó su cuello con desesperación y ella simplemente se dejó llevar hasta que segundos después él se apartó quitando las manos de donde las puso. Porque llegaron a las nalgas de la princesa, y ella sumida en el deseo y las sensaciones que estaba sintiendo ni cuenta se dio.
— Todo esto ha sido un error—, dijo Faráz molesto y retrocediendo—. Que no volverá a suceder nunca—, agregó dándole la espalda.
A Daríce la sangre empezó a hervirle de coraje. “Un error que no volverá a suceder nunca“ se repitió en la cabeza. Aquello es una tontería porque en pocos días será su esposa con la que tiene la obligación de tener príncipes, y no uno, sino muchos según el rey. Y Faráz está actuando como si no supiera cómo se hacen.
Daríce admite que haberle agarrado las nalgas fue demasiado atrevido sin ser esposos, pero besarla no es para hacer tanto escándalo y hacerla sentir rechazada. Sí. Es la forma como se sintió antes y la misma manera como se siente ahora pero más intensa. Porque primero la llevó a las nubes y ahora la dejó por los suelos.
A Daríce no le está funcionando para nada la belleza.
— Debemos irnos—, dijo la princesa queriendo sonar tranquila, pero por más intento que hiso por calmarse no lo conseguió.
— Por supuesto—, le respondió enojado.
Faráz piensa que ha sido un tonto por lo que acaba de pasar. Besarla es lo que él deseaba hacer desde hace tiempo. Eso y muchas otras cosas más que le haría y no precisamente besitos en la boca. Su molestia es sentir culpa por estar traicionando a Mirza.
Faráz siguió a Daríce que empezó a caminar. Ambos van en silencio.
Cuando llegaron donde están los hombres que vienen con ellos, notaron que el sol ya está oculto y la noche no tardará en caer.
El tiempo allá dentro no se percibió igual.
Darice que también va enojada sin perder tiempo montó su caballo, mientras sus hombres se ven confusos por el evidente mal humor de la princesa.
— ¡Vámonos! —, les gritó al tiempo que avanza tan rápido que apenas y pudieron ir detrás de ella sin alcanzarla.
Va como alma que lleva el diablo y Faráz no quiso seguirla.
Selim que no solo es su comandante sino su amigo se le quedó mirando al príncipe Faráz, y éste solo esbozó una ligera sonrisa. Debe reconocer que es muy buena cabalgando.
Faráz y sus hombres salieron a paso normal. Él ahora va pensando que fue una mala idea llegar antes. Pero fue un impulso momentáneo.
El príncipe hace unos días se encontraba en Esmirna, un pueblo espartano cercano a Efeso al que viajó por asuntos del imperio. Se suponía que el rey Corisio y la princesa Dana pasarían y él se les uniría. Pero las ganas de volver a ver a Daríce fueron más fuertes y esa es la razón por la que ahora él está en Persia.
Y en lugar de solo dejarse llevar lo único que consiguió fue hacer la barrera más alta entre ella y él.
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Editado: 15.02.2025