Sangre Real

13. LA LLEGADA DEL REY CORISIO

— Princesa Darice. Despierte—, dijo una voz lejana que le habla mientras ella no sabe si abrir los ojos o seguir durmiendo.
La princesa desde que llegó Faráz hace dos días no ha podido dormir bien. Se la pasa pensando en él y lo cabron que se ha comportado con ella.
— Déjame Azara que dormiré todo el día—, respondió echándose las almohadas encima de la cara.
— No puede, su Majestad quiere que baje rápido para recibir al rey Corisio.
— No pienso casarme. Que regrese a su castillo y se lleve al idiota de su hijo—, comentó oyéndose como una niña malcriada y caprichosa.
— Princesa por favor no se ponga así y haga caso a su Majestad. No debe llegar tarde—, volvió a insistir Azara realmente preocupada por su actitud.
Daríce se puso boca abajo y después de dar algunas pataletas se levantó y caminó a la tina que ya tienen lista.
La ayudaron a desvestirse y cuando estuvo desnuda se metió inmediatamente recargando la cabeza en el borde e intentando relajarse. Lo cual es imposible porque de pensar en Faráz ahora su mente está ocupada en el rey Corisio. Sabe que lo primero que él verá es a la reina Sadira pero en Daríce.
Una vez más se cuestionó las intenciones del rey. Y después de eso le invadieron nuevamente las dudas y los temores, recordando que es la hija del hombre que le quitó la mujer que le fue prometida en matrimonio. Sin embargo, el rey persa confía en el rey espartano. Porque dice que la palabra de un espartano es valiosa, una vez dada es cumplida.
Eso piensa su padre del rey Corisio. Pero la princesa va a casarse con el hijo, y no está segura si también es igual porque hasta hoy le ha demostrado que es un desgraciado. Primero corresponde a sus besos y la hace creer que las cosas pueden cambiar entre ellos y luego se comporta como un idiota.
Ha considerado tomar valor para terminar con aquello y romper la unión, y en su lugar buscar la alianza sin tener que casarse con él. Así le podría quitar la enorme carga que parece tener.
Daríce después de tanto pensar mejor trató de descartar todos los pensamientos que se le vinieron a la cabeza y concentrarse en su arreglo. Seleccionó un vestido color azul de los cinco que le pusieron al frente y pidió le trajeran joyas con incrustaciones en zafiro. Observó lo que va a ponerse y al final cambió de idea por uno de color oro y pidió accesorios con incrustaciones en rubí.
Dorado y rojo. A su gusto una hermosa combinación. Cuando terminó salió a reunirse con su padre y en el camino se encontró con Leila.
— Así que por segunda vez los reyes se van a reunir. Me pregunto si realmente se han perdonado del todo. O más bien si el rey Corisio ha perdonado a nuestro padre sinceramente. ¿Tú qué piensas Darice? —, preguntó sin apartar los ojos de su hermana.
— No se—, dijo cortante Daríce.
— Pues te debería preocupar ya que tal vez solo seas el objeto de venganza del rey Corisio. Si yo fuera tú en eso estaría pensando. Faráz debe ser un peón en este juego igual que tú. El medio perfecto para llegar aquí—. Agregó en su peculiar tono chocante.
— Pues no fue el rey Corisio quien me pidió en matrimonio para su hijo, fue nuestro padre el que me ofreció—, respondió molesta.
— Así es, posiblemente le facilitó las cosas y le puso las cosas en bandeja de plata—, concluyó cortante.
— ¿Bueno Leila me puedes decir qué te pasa? —, cuestionó enojada e irritada. Fastidiada de todo.
— Nada. Solo te recuerdo que no debes confiarte de los espartanos. Que no debes confiar en nadie a decir verdad—, terminó diciendo.
Daríce no quiso entrar en discusión con Leila y optó por darse media vuelta y dirigirse al gran salón para recibir al rey Corisio y a la princesa Dana.
Entró seguida de su guardia personal y dirigiéndose directamente junto al rey Elízeo, que está sentado en la silla real hecha al gusto de la reina. Y al lado está la que ahora ocupa ella.
Daríce recuerda el primer día que se sentó en ese lugar. Por primera vez sintió el peso de la responsabilidad que tiene destinada desde que nació. Y no hay mejor confirmación de aquello que la celebración del día de mañana; su unión con Esparta por el bien de su pueblo, y por el poder que le dará.
La princesa, heredera al trono se sentó en el hermoso sillón adornado con piedras preciosas, en su mayoría zafiros y rubíes, las preferidas de su antigua dueña.
A Daríce no le dio tiempo de pensar en más porque el príncipe Faráz entró. Poco se habían visto y ambos se evitaban.
La princesa fijó la vista en él sin que la viera, y cuando Faráz volteo ella apartó la mirada hacia otra dirección, pero por breves segundos las miradas se encontraron y él sonrió levemente.
Daríce pensó que seguramente lo hace para burlarse de ella, porque no ha podido ocultar la molestia que siente desde ese día cuando salió como loca en su caballo. Después tampoco bajó ni para cenar argumentando sentirse indispuesta.
Mientras están en la gran sala Daríce observó de reojo que Faráz comenzó avanzar hacia ella. Y cuando estuvo enfrente tomó su mano y le dio un beso.
Daríce se mantuvo rígida y muy seria mientras él no quita esa sonrisita en sus labios, seguro para molestarla. Después la soltó suavemente y continuó avanzando para acomodarse en el lugar asignado. A los pocos minutos fue anunciada la llegada del rey Corisio que entró majestuoso e imponente.
Todos observan al rey entrar junto con la princesa Dana que viene agarrada de su brazo. Muchos por fin conocen aquel rey que aún conserva el buen porte.
La princesa lo observa con atención y nota el parecido de Faráz con él. Los ojos deben ser un rasgo de su madre porque una vez el príncipe le dijo que Dana es un fiel retrato de su madre, y por lo que Daríce puede ver Faráz y Dana tienen los ojos muy parecidos. El color es tan oscuro que quien alguna vez afirmó que el color negro en los ojos no existe sin duda se equivoca.
Cuando el rey Corisio estuvo frente a la princesa tomó sus manos sin dejar de mirarla.
— Es un placer conocerla princesa Darice—, dijo mirándola minuciosamente.
— El gusto es mío Majestad—, respondió ella inclinándose levemente.
— Rey Corisio eres bienvenido a mi castillo—, dijo el rey Elízeo cuando estuvieron frente a frente.
Tras el encuentro el día transcurrió de manera tranquila. En el castillo es pura celebración y cada uno de los invitados parece estar disfrutando la reunión.
Las personas dentro de la sala no apartan la mirada de cada movimiento que hacen la princesa Daríce y el príncipe Faráz. Para todos es evidente que apenas y se hablan. La realidad es que no es extraño para nadie. Aunque lo ideal sería que lo disimularan un poco cuando menos.
Por un momento Faráz se le quedó mirando a Darice cuando la princesa Dana se le acercó. Parece que han hecho buena amistad y conversan amenamente. Minutos después Dana caminó hacia él.
— Veo que nadie te enseñó de modales—, le dijo Dana tomándole suavemente el brazo y alejándolo discretamente de la gente a su alrededor.
— Pues eso mismo estoy pensando de ti en estos momentos—, respondió irritado por la manera en que le habló.
— Al menos yo me comporto a la altura de las circunstancias, y no porque me sienta obligada a hacerlo, sino porque realmente lo estoy disfrutando. Por fin después de tantos años tendré una compañera que me agrada y pueda ser mi amiga. Tú deberías concentrarte también en tu futura esposa en lugar de estar evitándola como lo has hecho desde que pisaste por primera vez este castillo.
Los comentarios y acusaciones de Dana lo irritaron, y más le molestó que le hablara de esa forma. Dana no debe hablarle así al futuro rey.
El problema de ser la única hija del rey es que nunca nadie le amarró la lengua.
— Lo que haré es decirle a mi padre que te consiga un marido para que me dejes en paz. Es más, te lo conseguiré yo—, afirmó un tanto divertido.
La princesa Dana se quedó callada porque sabe que ya está en edad de casarse, pero intentó disimular su desagrado y se recompuso rápido.
— Pues ni así lo vas a lograr. Anda ve hacer tu deber en lugar de estar aquí intentando discutir conmigo, —dijo después.
— Recuerda que fuiste tú quien me buscó y me vino a provocar—, respondió él.
— Busca a Darice y arregla las cosas, porque es evidente que apenas se soportan y todos se dan cuenta. Debo recordarte que allá fuera, y seguramente aquí dentro hay enemigos que buscan la menor oportunidad para detener esto y reconquistar Esparta, y si eso pasa no tendrás nada que reinar—, dijo seria.
— Ocúpate de tus asuntos y deja que los hombres se ocupen de los suyos. La que me está evitando es ella—, respondió tratando de defenderse.
— Seguro debe ser por algo—, agregó Dana mientras se aleja para reunirse con Sadira que está no muy lejos de ahí.
A lo lejos Daríce observó la conversación de Dana y Faráz mientras está parada a un lado del rey Elízeo. Apenas iba a darse la vuelta cuando su padre la detuvo y le dijo lo siguiente.
— No sé qué haya pasado entre tú y Faráz porque es evidente lo que todos vemos. Ve y arregla las cosas Darice—, le ordenó molesto, lo que la hace sentir tan impotente porque independientemente de lo que los demás “vean” ella ya no sabe cómo acercarse a él sin que la rechace después. La odia tanto que es incapaz de poner de su parte también. —¡Retírate Darice y has lo que te digo! —, le dijo su padre alzándole un poco la voz.
— Con permiso Majestad. Intentaré hacer algo—, respondió avergonzada porque los están observando algunas personas.
— Tus intentos no están funcionando—, contestó más enojado aún—. ¿Tienes idea de la cantidad de príncipes y reyes que pidieron tu mano desde que naciste? —, preguntó y él mismo se respondió—. No la tienes. Yo rechacé a todos, uno por uno que hasta la cuenta perdí. Del mundo entero han venido hombres a pedirte para hacerte su reina y yo me negué siguiendo la visión de tu madre. Lo único que tienes que hacer es romper la barrera entre ustedes y conquistarlo—, dijo al final.
Daríce quería llorar. Para todos aquello es tan fácil. Porque claro, solo tiene que conquistar al único hombre que no la pidió como esposa por lo que pudo entender. ¡Que fácil!
— Ya puedes irte—, volvió a repetir el rey.
Se fue y sentía que las lágrimas iban a salir. Quería irse a su habitación, desahogarse hasta olvidar quien es. Sin embargo se dió la vuelta y caminó sonriendo, buscando a Faráz con la mirada hasta que lo vio. Está con un grupo de concejeros y decidida se dirigió a él.
— Alteza Darice es un honor estar aquí—, dijo Menelao cuando vio que se acercaba. Él es concejero del imperio. Faráz volteo enseguida y sonrió levemente.
— El día es agradable. Espero estén disfrutando la tarde—, comentó Daríce mientras toma la mano de Faráz y le sonrió—. ¿Príncipe, disfruta también? —, preguntó pensando que ni se le ocurriera hacerle un desplante delante de todos.
— Por supuesto, todo es muy agradable. La compañía principalmente—, dijo sonriendo y apretándole la mano ligeramente.
Daríce quería quitar la mano pero como hay tanta gente a su alrededor no lo hizo y en su lugar siguió sonriendo.
— Con permiso altezas—, dijeron los tres concejeros antes de retirarse.
Cuando los concejeros se fueron Daríce pensó que ahora que están solos quiere ver como se comporta el idiota.
— ¿Te gustaría caminar un poco? —, le preguntó Faráz lo cual la sorprendió.
— Claro—, respondió.
La condujo hasta llegar a la estancia que da al jardín tomando su mano. Estando lejos de las miradas la soltó con disimulo y siguieron caminando hasta llegar a una área más apartada. Lejos de los oídos, aunque quizá no de todas las miradas, Daríce ya no quiso contenerse para hablar.
— Estoy consciente que no soy de tu agrado—, dijo y después de unos segundos de silencio continuó—. Deja de jugar conmigo y tratemos de hacer las cosas llevaderas entre nosotros. Como princesa y futura reina jamás idealicé el amor. De hecho, estoy agradecida que seas joven, atractivo y no un viejo repulsivo—. Faráz se rio de su comentario y luego trató de disimular la sonrisa. Lejos de hacerle gracia a Darice la enojó más y siguió hablando—. Claro que si es tan desagradable para ti esta unión, aun podemos hacer algo para anular el compromiso. Después de todo todavía no somos marido y mujer—, dijo tajante.
— Soy tan apropiado para ti como tú para mí. Si no me resultas atractiva ya lidiare con eso—, respondió serio sin dejar de mirarla.
Faráz notó que aquellas palabras hicieron que Darice lo mirara con furia. Sus ojos parecen dos rayos que bien podían atravesarlo como armas mortales. Para su sorpresa ella se quedó callada y después dio media vuelta para alejarse a grandes zancadas nada propias de una princesa.
El príncipe la hirió en su vanidad de mujer. Porque está acostumbrada a que los hombres suelen caer rendidos a sus pies haciendo todo lo que ella pide.
Faráz no se sintió muy orgulloso de sus palabras pero tiene muy claro que no volverá a caer en sus encantos, aunque el calor y el deseo quemen su cuerpo y sus pensamientos conscientes e inconscientes no lo dejen dormir sin pensar en ella.
Él también regresó al gran salón donde todavía se encuentran varios invitados. A Faráz no le extrañó no verla por ningún lado. Seguramente se fue a sus aposentos muy enojada.
Pasado otro rato el príncipe Faráz también decidió ir a sus aposentos para descansar. Caminó por los pasillos hasta llegar a la habitación. Entró enseguida y se quitó la ropa sin perder tiempo en acostarse.
Estaba dormido cuando se despertó al oír la puerta abriéndose de manera brusca.
Si el día terminó mal con Darice lo último que quiere es discutir con Dana viéndola ahí parada con las manos en las caderas.
— ¿Podrías hacerme el favor y decirme que fue lo que pasó entre Darice y tú? —, le reclamó su hermana.
— Tal vez deberías dejarme vestir primero—, dijo.
Dana se llevó la mano a la boca y se dio la espalda al verlo en calzoncillos.
— Deberías considerar dormir con algo más de ropa—, le reprochó mientras se pone de espaldas.
— Pues no espero que entren a mis aposentos sin antes tocar. ¿Qué nadie te enseñó modales—, comentó molesto.
— ¿Ya terminaste? —, le preguntó impaciente haciendo caso omiso a la observación de él.
— Sí—, dijo, aunque eso sonó más como un gruñido que como una respuesta.
— Pues ahora vas a explicarme qué pasó.
— ¿Acaso crees que debo darte explicaciones a ti? —, le preguntó enojado.
— Solo quiero saber el motivo por el cual Darice ha solicitado a nuestro padre y al rey Elízeo la reconsideración de esta unión—, comentó seria.
— ¿Darice ha hecho qué? —, casi gritó porque debería darle gusto pero no fue así.
A Faráz realmente le sorprendió que se hubiera atrevido a tanto.
— Pues en este preciso momento están en la gran sala discutiéndolo. ¡Sé lo que tramas Faráz! —, dijo casi a gritos—. Tú mejor que nadie deberías saber las responsabilidades que tienes como hijo mayor del rey—. Comentó alzándole la voz.
— ¡No te permito que me hables así Dana! —, le ordenó tratando de sonar tranquilo, pues la princesa ahora sí lo ha sacado de sus cabales.
— Pues entonces compórtate como el príncipe que eres y cumple con tu deber como heredero al trono—, respondió con firmeza.
La princesa Dana no le dio tiempo siquiera de contestar pues se dio la vuelta y salió.
Faráz se acaba de dar cuenta que la princesa no le tiene el más mínimo respeto.
Aunque la realidad es que la princesa Dana está viendo las cosas diferente. Para empezar se le debe al imperio. Y aunque la muerte de Amir quedó en manos persa ella ya ha perdonado aquello. Y si lo hizo fue porque se demostró toda la conspiración detrás de eso. Ahora ella quiere venganza, pero hacia el verdadero enemigo. Por eso esta consiente que la unión de la princesa Daríce y el príncipe Faráz es lo mejor para conseguirlo.
Faráz caminó para alcanzarla y dejarla en su lugar, y justo cuando iba a abrir la puerta entró el rey Corisio.
El príncipe no dio un paso más y dejó que entrara. El rey se limitó a quedarse en la puerta.
— Jamás pensé que tuviera que luchar por la unión de mi hijo con una princesa. Una princesa que no solo lleva la belleza por fuera, sino que es capaz de manejar un imperio, ganarse al concejo y ser amada por su gente. Entiendo tus razones pero no las acepto. Mañana aunque tú no lo quieras y ahora ella tampoco, se unirán. No es su culpa ni la tuya que Amir haya muerto por intrigas y conspiraciones de los enemigos. Estoy seguro que en otras circunstancias esto no sería difícil para ti. El precio pagado por tantas traiciones recayó en mi hijo Amir. ¡Ahora tú ayúdame a unificar los imperios y vencer al enemigo!—, dijo enérgicamente y se dio la vuelta.
Faráz caminó poco y se dejó caer en la cama tratando de cerrar los ojos y sumirse en un sueño profundo sin conseguirlo mientras a su mente llegaron imágenes de muchos de los momentos que pasó con Amir y por último del día que lo mataron. Imágenes cuando él cayó y sus ojos se quedaron sin expresión alguna.
Dicen que los hombres no lloran, pero Faráz lo hizo por su hermano, de echo los ojos se le han humedecido y luego se recompuso.
De pensar en su hermano pasó a pensar en Mirza y la manera en que ella lo hace sentir, y luego poco a poco el rostro fue cambiando hasta ver unos ojos color olivo que lo miran con desaprobación. Trató de pensar nuevamente en Mirza porque apenas unas semanas atrás tenía muy claro que la quiere a su lado así como tener un hijo con ella. Y estaba seguro que no quería saber nada de la princesa destinada a ser su esposa.
Pero sin comprenderlo, ahora piensa más en Darice de lo que pretende, y no está seguro de lo que quiere de ella. El orgullo es algo que le impide dejarse llevar por el deseo tal y como le sucedió en el templo.
Faráz intentó dormir sin tener éxito así que se levantó para dirigirse al balcón. Estuvo parado observando la noche hasta que por fin sintió que si se acostaba el sueño lo vencería.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.