Sangre Real

14. UNA BODA REAL

Daríce fue despertada muy entrada la mañana. Azara interrumpió su sueño moviéndola suavemente para que abriera los ojos y despertara del profundo estado de inconsciencia en el que está sumida.
— Azara deja de zarandearme como si fuera un trapo—, dijo un poco irritada.
— Lo siento princesa es que usted no despertaba—, comentó apenada.
La princesa abrió los ojos y al sentarse sobre la cama vio todas las cosas a su alrededor y estuvo a punto de pegar un grito porque son demasiadas.
Hoy es el día de su unión con Esparta y a su alrededor pusieron todo tipo de cosas que la harán resaltar su belleza para el príncipe.
Tiene que pararse y a su vez querer salir corriendo para escapar. Se paró pero en lugar de correr se puso a disposición de las siete doncellas a su alrededor.
Primero la metieron a la tina para darse un baño. El agua tibia corría por su cuerpo como un bálsamo relajante y Daríce se dejó llevar. Al menos eso intentó porque se puso a pensar en la noche anterior.
Fue desesperante intentar anular el matrimonio ante los reyes que resultaron necios igual que el príncipe Faráz. Ahora casi podía oír la serie de chismes que corren entre los criados.
A Darice le va servir de lección para no volver a exponer el carácter y el mal humor delante del servicio como lo hizo ayer.
Menos mal que con Azara puede desahogarse y llorar de impotencia hasta cansarse.
Mientras le lavan el pelo sintió un tirón que la sacó de sus pensamientos. Volteó para ver a la doncella y la miró con cara de pocos amigos.
— ¿Acaso pretendes dejarme calva el día de mi boda? —, le dijo enojada.
Está de los mil demonios pensaron todas.
— Lo siento princesa. No volverá a suceder—, respondió volviendo a su labor.
Nora continuó lavándole el pelo y parece a punto de las lágrimas porque generalmente la princesa no les habla así. Cuando terminó le aplicó esencias en el cabello.
Al terminar con el baño Daríce salió de la tina enrollada en una toalla y se sentó en un sillón. Una de las doncellas se puso a secarle el pelo. Azara había salido y volvió a entrar.
— Princesa está aquí la curandera espartana—, dijo y Daríce se le quedó mirando sin entender nada, después miró por la puerta observando a la mujer espartana que debe ser la curandera. También hay otras caras incluidas como la curandera privada de su padre.
— ¿Qué quiere? —, preguntó con bastante brusquedad.
— Viene a examinarla—, respondió Azara mirando al suelo.
— ¿De qué? —, cuestionó sin entender nada.
Azara en lugar de responderle miró a la curandera privada del rey Elízeo que está a su lado.
— ¿No le informaron? —, preguntó la curandera a las otras.
— Dejen de hablar como si no estuviera aquí y díganme a que vienen—, agregó irritada la princesa.
— Debo examinar que sigue siendo virgen—, respondió la mujer espartana.
— Tráiganme una bata—, le ordenó a Nora que parece ya la tenía en la mano porque se la extendió enseguida.
Daríce salió y dejó a las mujeres paradas. Se dirige a los aposentos de su padre rogando esté ahí. Sus doncellas van detrás de ella. Cuando llegó a la puerta le dijeron que no estaba ahí.
— Su majestad no está aquí princesa Darice—, comentó uno de los guardias en la puerta.
Ella se dio la vuelta y para su suerte el rey viene llegando. La observó envuelta en la bata pero no dijo nada.
— ¿Qué pasa Darice? —, preguntó extrañado.
— Majestad, ¿podemos hablar en privado? —, pidió inmediatamente.
— Adelante—, entró y lo siguió.
Los guardias cerraron la puerta y Daríce habló sin perder tiempo.
— En mi habitación hay una mujer espartana que dice va a examinarme para confirmar que nunca he estado con un hombre.
— Así es. Pensé que te informaron por la mañana—, respondió con toda tranquilidad.
— No lo voy a permitir. Es humillante. ¡Soy una princesa, no cualquier mujer!
— Son tradiciones espartanas y todas las mujeres se someten a ese examen incluidas las princesas. Más si es la mujer que tendrá príncipes herederos.
— ¿Por qué nadie me lo dijo antes? —, preguntó molesta.
— Debieron hacerlo. Ve a tu habitación y deja que te examinen. ¡Guardias!—, habló y dos de sus guardias entraron enseguida. Por un momento Daríce pensó que iban a sacarla y llevarla a la fuerza a sus aposentos—. Escolten a la princesa hasta su habitación. Retírate Darice—, dijo suavizando la voz.
— Padre esto no es…
— ¡Que salgas Darice! —, gritó sin dejarla terminar.
Ella se dio la vuelta cerrando la puerta con fuerza y regresó a su habitación casi queriendo llorar, gritar y hasta patalear por la impotencia que sintió. Salió a paso lento, sus doncellas y los guardias van detrás. Luego se paró y respiró varias veces para tranquilizarse, después siguió caminando.
Cuando llegó a la puerta ahí seguían las mujeres todavía.
— Entren ustedes dos y todas las demás se quedan fuera—, ordenó.
— Ella es testigo princesa—, dijo la curandera señalando a otra mujer espartana.
Suspiró largamente antes de explotar.
— ¡Testigos! —, gritó con ironía y después agregó—, ¿Alguien más que falte a la revisión? Los cocineros por ejemplo, el mozo de las caballerizas, o mejor aún el rey Corisio y el príncipe Faráz en persona para confirmarlo—, dijo exaltada y todas siguieron calladas mirando al suelo—. ¡Dije que solo entrarán dos! —, les gritó a las otras que no supieron que hacer ante la fuerza con la cual lo ordenó.
Al final solo entraron las dos que ella pidió.
—¿Qué tengo que hacer? —, preguntó intentando calmarse.
— Acuéstese por favor princesa, – pidió la curandera.
A Daríce la cara se le va a caer de vergüenza, pero así lo hizo.
— ¿Y qué pasaría si ya hubiera estado con un hombre? —, preguntó mientras las mujeres se le quedaron mirando con espanto.
— Se anula el compromiso inmediatamente—, respondió la curandera espartana pasado el susto.
Daríce empezó a reírse. La mujer espartana la vio pensando que la princesa ha enloquecido.
A Daríce no le importa que piense la mujer porque en su
mente solo está el pensamiento de lo sencillo que era la forma de anular todo.
Después se acostó y dejó que la mujer hiciera lo suyo, siendo el momento más horrible de su vida haciéndola sentir tan humillada que una lágrima corrió por su mejilla, mientras la curandera con delicadeza introdujo un dedo y comenzó a palpar con suavidad. Ella está demasiado tensa.
— Listo—, dijo cuando terminó. Daríce suspiró de lo rápido que fue. La curandera siguió hablando—. Certifica que la princesa es virgen—, le informó a la otra—. Princesa, con su permiso.
Daríce se quedó callada y la mujer salió.
— Cierren la puerta y que nadie entre hasta que yo lo diga—, pidió sentada en la cama.
Todas salieron y ella se quedó sola. Dobló las piernas y las rodeo con sus manos mientras varias lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
Así permaneció por un rato hasta que se obligó a levantarse dirigiéndose al balcón para ver el inmenso imperio que es Persia.
Daríce se secó las lágrimas diciéndose a si misma que sentarse en el trono lo vale todo.
— Entren—, les pidió a las doncellas y enseguida las tuvo a su alrededor—. Dense prisa que se hace tarde—, les ordenó con sequedad.
Las doncellas se apresuraron y varias manos se esmeraron en dejarla radiante. El proceso tardó bastante tiempo.
Al final se vistió. Un kalasiris de color blanco hecho de seda egipcia, cosida con hilos de oro y piedras preciosas. Cientos de diamantes fueron traídos para decorarlo.
Daríce siente el peso en comparación de un vestido normal. Al terminar de vestirse le pusieron una pequeña corona que tiene hilos a su alrededor. Parece como una red, decorada con diamantes y unida a su vez a un aro de oro revestido con zafiros, que va alrededor de su cabeza.
Cuando terminaron se levantó para observarse en el espejo. La suave seda de color blanco se movió al compás de sus movimientos. Los hilos bordados de oro y los diamantes resplandecieron con la luz del sol.
Por último Azara le puso el razo que cubrirá su rostro sujetándolo a la corona. También tiene diminutos diamantes.
— Luce hermosa—, dijo Azara tomando sus manos. Daríce suspiró—. Es hora princesa. Debemos salir. Todo irá bien—, agregó al final tomándole el brazo.
Daríce camina pensando que la clave de anular el compromiso estaba en su virginidad. Ahora se arrepentía de haberse conservado hasta el día de hoy.
Salió seguida de sus doncellas y todos los guardias que tiene asignados.
La seguridad está de locos por todos lados. Caminó y por alguna extraña razón cada paso se hizo más pesado hasta que llegó al gran salón y las puertas se abrieron de par en par.
Todos los presentes la observaron mientras ella sigue avanzando sobre la alfombra. Se arrodillaron y se dirigió al centro donde la espera el príncipe.
Al llegar a su lado sus miradas se encontraron.
Faráz sabe que detrás del velo tiene a la mujer más bella que hasta hoy no había conocido. Sabe que después de la ceremonia será para él.
Ambos se están mirando cuando el ritual comenzó. Posteriormente se sientan uno al lado del otro mientras las mujeres cantan.
En otra sala está un juez y un representante de Faráz y uno de Darice. Ellos son quienes están aceptando el compromiso a nombre de la princesa y el príncipe. Los testigos son los reyes, y dos miembros más de cada imperio.
Minutos después ellos salieron y ahora son oficialmente marido y mujer. A fuera se oyen los cañones repetidamente.
Luego a Faráz le ofrecen dos copas de vino. Toma las dos y le da una a quien ahora es su esposa. Darice la agarra y entrelazan los brazos en símbolo de unión. Ambos beben de las copas al mismo tiempo.
Después de eso da inicio a la fiesta en su honor.
Las horas pasan. Ellos estan obligados a permanecer sentados por largo rato. Son protagonistas de esa gran celebración. El gran salón se encuentra lleno de gente importante no solo de Esparta y Persia, sino representantes de otros países vecinos.
Se puede observar a cada uno con discreción. El que más sobresale es el rey Helio de Cartagena, porque muchos se preguntan cómo puede ser tan temido. La respuesta está en la personalidad del rey. Físicamente es un hombre de estatura baja, estómago abultado resultado de la buena vida y la falta de actividad dejada al hijo mayor el príncipe Elmer.
Muchos se preguntan también por qué el rey Helio no reclamó a la princesa Daríce para su hijo. La respuesta es que los hijos tienen no una sino varias esposas, y una mujer como Daríce no puede ser segunda o tercera esposa de nadie y mucho menos no ser la única.
Así transcurre la ceremonia y durante todo el tiempo la princesa Darice parece ausente. No ha sonreído mucho, más bien nada.
Faráz la observa y al hacerlo lo hace pensar en el destino y lo desconcertante que es. Se empieza a dar cuenta de las diferentes posibilidades. La primera, y aunque no le gusta pensar en eso, es saber que si lo intenta con ella podría llegar a enamorarse.
Pronto el día se acaba. La tarde empieza a caer. No demorarán en llamarlos para llevarlos a la Percepolis y que la unión sea consumada. Esa es una costumbre persa que el rey Corisio aceptó cumplir. Por eso la ceremonia fue aquí, porque para los persa la Percepolis es un lugar sagrado. Un santuario donde se han consagrado las uniones de reyes y reinas, príncipes y princesas. Frente a la estatua de Zaratustra la unión será bendecida según sus creencias.
Para Daríce unirse a Faráz fue mucho más rápido de lo que pensó, aunque en cada momento tuvo el impulso de salir corriendo.
Sentada al frente de la gran sala con Faráz a su lado se sintió majestuosa, no por el hombre que ahora es su esposo sino por la gente que la respeta y quiere como su futura reina. Y cuando por fin llegue el heredero todo estará más a su favor.
Para ella pensar en la primera noche en los brazos de él es inevitable. La estremece imaginar su rechazo, pero luego se obliga a pensar que él no puede hacer eso porque tiene un deber que cumplir de la misma forma que lo tiene ella.
Daríce quiere quedar embarazada esta misma noche. Será lo mejor para ambos.
Los nervios de la princesa Daríce se intensifican cuando les avisan que deben partir y sin pérdida de tiempo los conducen hasta donde está el carruaje. Al subir, las ruedas comienzan a girar y detrás de ellos van la guardia imperial, varios guerreros más y otro carruaje donde vienen dos doncellas al servicio de ellos.
Ambos van ausentes y durante el trayecto tampoco se miran. Qué triste situación. Ahora Daríce entiende a Leila cuando dijo que de nada sirve casarse con un hombre joven sino hay amor.
La princesa mira por la ventana observando que los últimos rayos del sol se ocultan. Bajó las cortinas siendo consciente de la soledad del exterior. La misma soledad que siente en su interior también.
Daríce voltea y mira a Faráz que la va viendo. Ella sigue actuando con indiferencia sin poder evitar recordar sus palabras; “Si no me resultas atractiva ya lidiare con eso”. Si que es un idiota pensó. Ella acababa de decirle lo atractivo que es, y él sale con eso. Cerró los ojos y suspiró.
El carruaje se detiene al llegar. Daríce sabe que están en la entrada que conduce directamente a los aposentos decorados especialmente para la ocasión. El primero en bajar es Faráz, posteriormente le extiende la mano y baja ella.
A Daríce las manos le sudan y Faráz a notado eso. Lo que no sabe es que las piernas también le tiemblan al dar el primer paso.
Ella no sabe que esperar durante la consumación de la unión. Si bien su madre le habló del encuentro íntimo de dos personas, vivirlo será distinto. Además, su padre y ella se amaron. Sin duda su situación es completamente diferente.
Daríce avanzó lentamente por el pasillo con dos de sus doncellas detrás de ella. Subieron unas pequeñas escaleras hasta llegar a la habitación. Al entrar las esencias inundaron su olfato y trató de relajarse sin tener éxito.
— Nora puedes retirarte. En un momento te sigo—, le pidió Azara a la otra doncella mientras la princesa permanece parada en silencio observando a Nora salir—. Todo estará bien princesa, —le dijo Azara.
— No me ama, pero tampoco me desea porque no me ve atractiva—, comentó Daríce.
Desde que Faráz le dijo aquello está segura que así es. La princesa podrá gustarle a muchos pero no a él.
Azara sonrió.
— Estoy segura que no es así. He visto como la mira—, dijo tomando su mano.
Daríce también lo ha visto y eso la hizo pensar que tenía oportunidad. Que podía romper la barrera que los separa. Pero se equivocó.
— Debo irme princesa—, agregó Azara apretándole la mano.
Daríce suspiró y asintió con la cabeza. Azara salió y Daríce se sentó en la cama esperando que su esposo entre. El esta parado detrás de la puerta que aún no abre. Esa puerta lo lleva a los aposentos donde está su esposa.
Hay sentimientos que lo detienen; por un lado el orgullo y por otro Mirza.
Faráz nació creyendo que Persia es enemiga y al morir Amir su desagrado creció.
Y pasando a Mirza... Bueno hasta hace poco creía amarla con locura, lo que sí puede decir es que está enamorado de ella.
Y por último está Daríce. Ella representa a Persia y al consumar la unión es como pisotear el orgullo propio. Él realmente quería buscarla y matarla, sin embargo después le dijeron que debía casarse con ella.
Luego empezó a conocerla y sus sentimientos de odio y ganas de matarla cambiaron. Descubrió que ella no es mala.
Y ahí está parado ahora poniendo la mano en la puerta para abrirla.
Faráz entró y la vio sentada en la cama esperándolo con el rostro cubierto por el velo que representa su pureza. Como símbolo de la unión él debe ir directo a ella y levantarlo para descubrir su rostro.
Pero no lo hizo y caminó de largo parándose frente al balcón con la respiración acelerada pensando que el momento es perfecto y la cama también: almohadas de plumas, velas encendidas en todos lados y un aroma embriagador. Ella esta lista y se ve hermosa. El corazón empezó a latirle con más fuerza porque llevársela a la cama y hacerla su mujer debe ser tan fácil como lo es con otras mujeres. Solo que ella no es cualquier mujer. Es Darice de Persia y ahora es su esposa.
El deseo y la excitación están en su cuerpo. Faráz la desea de muchas maneras diferentes, pero el orgullo está ganando y le impide dar la vuelta para caminar los pocos pasos que la separan y sellar el último acto que se espera de aquella unión.
Daríce lo observó desde que entró viendo que siguió de largo y en su rostro lleva una expresión de todo menos que fuera tomarla y consumar la unión. Después de todo ella tendrá que caminar ese tramo también. Y así lo hizo. Se paró y dio un paso, luego otro y otro hasta que finalmente se detuvo detrás de él.
Tomando todo el valor que pudo tuvo que hablar.
— Tendrás que decirme que debo hacer—, dijo sin obtener respuesta alguna por parte de Faráz.
Aquella escena es realmente humillante para la princesa pero siguió hablando.
—Debo quitarme la ropa o ¿vas hacerlo tú? —. Preguntó y más silencio... entonces explotó—, ¡si no deseas consumar esta unión solo dilo! —, dijo alterada y elevando la voz.
Daríce se dio la vuelta y volvió a sentarse en la cama tratando de reprimir y ocultar las lágrimas que amenazan con salir. Se siente tan frustrada mientras piensa que es imposible que siendo una princesa respetada y amada por el pueblo. Futura reina además, no incitara en su esposo el más mínimo deseo.
Ella no pide su amor, solo que cumpla con la parte del acuerdo y le dé un hijo.
— Dormiré en el sofá—, dijo Faráz mientras camina hacia el sofá y se tumba con los brazos bajo la nuca y mira el techo.
Daríce se hizo la fuerte para no llorar. No le dará el gusto que la vea.
— Cómo desees—, respondió intentando sonar calmada, pero con ganas de lanzarle una flecha, sin embargo lo único que hay a su alrededor son muchas velas, inciensos con aromas exquisitos, y bastantes almohadones de seda egipcia rellenas de plumas. Definitivamente nada de eso le va a servir para hacerle daño.
Ninguno se durmió al instante.
Daríce está dolida y ofendida ante el descaro y la desfachatez de Faráz. No tiene idea si tendrá la paciencia que necesita ante un hombre tan arrogante y necio como él.
Daríce se paró de la cama caminando hacia las pertenencias que les dejaron. Hay una bata para ella colgando. La tomó y se fue al cuarto de baño a cambiarse. Cuando regresó Faráz sigue acostado en el sofá en la misma posición. Está despierto.
El príncipe hace buena combinación con los muebles inmóviles de aquel lugar.
Ella se acostó pensando en lo fría que serán sus noches.




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