Sangre Real

17. LA PRINCESA VIRGEN

Las semanas van pasando desde que Daríce puso un pie por primera vez en el castillo.
Ella ha recibido carta de Sadira y de su padre. Son buenas noticias porque la salud del rey Elízeo ha mejorado notablemente y nada puede hacerla más feliz que eso. Así que se levantó llena de inmensa felicidad. Caminó hacia el balcón y extendió los brazos mientras respira el aire y siente el calor de los rayos del sol sobre su piel.
Está sola y cómo muchos días Faráz salió. Él se levanta más temprano que ella y sale con el rey. A veces al pueblo vestidos de civiles para conocer qué piensa la gente del rey y de él. También va a las barracas para presenciar los entrenamientos, mientras ella se queda aburrida al borde de la desesperación por salir.
La relación de ellos sigue igual. Es la mujer más desdichada. Sigue siendo virgen porque el esposo se va por las noches para acostarse con otra. Pensar en eso la pone de malas. Pero hoy nada opacará la felicidad de saber buenas noticias de su padre.
— ¡Azara! —, habló en voz alta para que la escuche al otro lado de la puerta.
Ella entró inmediatamente.
— Dígame princesa.
— Prepara mis cosas. Hoy iré a visitar a mis hombres a las barracas. Y también a entrenar—, dijo con firmeza.
— Disculpe princesa no creo que sea apropiado—, comentó ella.
— ¡Estoy harta de estar aquí sin hacer nada! —, dijo irritada y molesta del encierro.
— Podría ser mal vista y su majestad puede enojarse—, agregó Azara.
— Nadie se atreverá a decirme algo. Pásame papel y tinta—, le pidió pensando que tiene razón después de todo.
— No lo digo porque le vayan a decir algo—, comentó bajando la mirada y luego agregó—. No quiero ser atrevida, pero podrían pensar que pone en riesgo un embarazo.
Dijo Azara mientras va al baúl por lo que le pidió. Después que lo abrió sacó el casco y la armadura de Daríce.
— Tienes razón. No lo saques que nos lo llevaremos en el baúl. ¡Nora! —, le habló a la otra doncella mientras comienza a escribir una nota rápida al general Hassin.
— Diga alteza.
— Entrégale este mensaje al general Hassin y nos alcanzas en el jardín—. Ordenó y Nora tomando la nota se fue rápido—. Azara dale el baúl al guardia para que lo lleve al jardín.
Azara fue a la puerta y enseguida regresó con el guardia detrás de ella y señaló lo que debe llevarse.
— Vámonos. Veré los avances del jardín en lo que llega Hassin.
Azara salió detrás de ella.
— Lilia vámonos. Ustedes quédense.
Las doncellas de Faráz se miraron entre ellas y obedecieron mientras Daríce sigue caminando.
Entraron al jardín y Daríce se acercó a uno de los jardineros.
— ¿Cómo se llama esa planta?
Al ver que la riega con esmero sintió curiosidad. Además se ha dado cuenta que no son de las plantas que trajo de su jardín en Capadocia.
— Tulipanes alteza. El príncipe los mandó a traer de Tracia. Dijo que hay de muchos colores y que no tardarán en florecer.
Ha sido un lindo detalle. Observó la planta maravillada deseando que florezca.
— ¿Y éstas? —, señaló otra.
— Se llama Kadapul—, respondió.
Es rara pensó. Sus hojas tienen rayas blancas y rojas. Daríce observó que en el pasto hay un libro. Lo miró y el jardinero se percató que llamó la atención de la princesa.
— Tiene cuidados especiales al tratarla. Es muy delicada—, dijo él.
— ¿De dónde la han traído?
— De algún lugar de Europa. El príncipe no dijo de dónde. Comentó que también la conocen como la flor que no tiene precio.
— ¿Por qué?
— Dicen que la flor muere al instante cuando es cortada—. Comentó el jardinero y ella quedó asombrada levantando ambas cejas mientras el jardinero siguió hablando—. En realidad el príncipe quería que fuera una sorpresa.
— No se preocupe. No le diremos—, respondió Daríce con complicidad.
— Gracias princesa—, agregó aliviado.
— Diles a todos que pueden retirarse. Mañana podrán continuar—, le pidió Daríce.
— Como ordene princesa.
El jardinero se paró diciéndole a los demás que debían irse, mientras Daríce camina hacia la carpa que pusieron. Se sentó sobre los almohadones sin poder evitar ver como está quedando todo. Varias flores han abierto sus capullos, son las que Faráz mandó a plantar antes que ella llegara, otras aún siguen dormidas. Miró la flor que no tiene precio sintiendo curiosidad por su peculiar forma. Hay que ver si es cierto. Daríce se paró y fue a cambiarse al cuarto de jardinería. Hassin tardará un poco porque las barracas están fuera de la fortaleza según le han dicho. Ella quiere conocerlas, pero no se atreve ir y presentarse porque no sabe de qué forma van a recibirla los guerreros espartanos o como vayan a tomarlo.
La princesa sabe que ahí llegan los nuevos reclutas ya adiestrados. También sabe que es la base donde llegan las tropas cuando son requeridas por el rey. Definitivamente no podía presentarse así nada más.
Daríce salió del cuarto de jardinería vestida para entrenar sabiendo que en la privacidad de ese pequeño rincón nadie verá lo que hace. Azara tuvo razón al decírselo y esa es una de las razones por la cual es la de mayor confianza. Se atreve a decirle cosas que otros no.
A la espera de Hassin pasó el rato recorriendo las plantas detenidamente hasta que el general llegó. Viene acompañado de diez guerreros como le pidió en el mensaje que le envío la princesa.
— Alteza he venido como ha ordenado—, dijo Hassin inclinándose levemente ante ella.
— General es un gusto verlo. Cuéntame ¿cómo los están tratando? —, preguntó.
— No podemos quejarnos por la hospitalidad de los espartanos—, respondió sinceramente.
— Pronto partirás a Persia—, le comentó la princesa pensando en su hermana.
Daríce está segura que debe extrañarla demasiado. Ella nunca imaginó que su hermana pudiera ver a Hassin de esa manera. Con él es como lo es con todos, fría y arrogante.
Daríce eso creía hasta el día que la vio salir por un pasadizo secreto y escabullirse entre los pasillos. Y movida por la curiosidad la siguió Hasta ver que se metió en una habitación que no estaba ocupada. Daríce esperó varios minutos sin ver a nadie entrar, hasta que decidió meterse por la habitación continúa, sabía que desde ahí sería imposible ver con quién estaba su hermana. Así que con la idea de pasarse por el balcón hacia la otra habitación buscó algo con que amarrarse a la cintura, siendo las sábanas de la cama lo más parecido, luego la amarró a uno de los pilares del balcón para después pasarse por el angosto bordo de la pared al balcón de la otra habitación.
Para Daríce fueron los minutos más largos de su vida porque sabía que estaba a tres niveles arriba del suelo y caerse iba a matarla si las sábanas no resistían. Durante ese momento se hizo a la idea que bajar la mirada estaba prohibido, así que sintió un gran alivio cuando llegó al otro lado.
Enseguida se percató de las risas y murmullos detrás de la enorme ventana de madera cerrada para su mala suerte. Sin embargo tenía pequeños orificios cuya finalidad son ventilar la habitación. Trató de reconocer la voz del hombre sin tener éxito hasta que después empezó a tener una breve sospecha, reusándose a creer que fuera él, pero fue su hermana quien lo llamó por su nombre, y Hassin en una voz ronca y ansiosa pronunció el de ella: Leila te amo, fue lo que dijo.
Daríce tuvo un breve momento de shock y volvió a la realidad cuando Leila empezó hacer ciertos sonidos que no solo la sonrojaron, sino que la hicieron retroceder e irse por donde entró.
— Princesa ¿va a entrenar? —, preguntó Hassin mientras la observa parada frente a él viendo su total distracción.
— Las paredes del castillo me están ahogando general. No me permiten cabalgar, tampoco entrenar. Y sí, es lo que haremos hoy—, dijo sonriente Daríce dejando de pensar en los amantes clandestinos.
— Estoy a sus órdenes—, respondió y después agregó—. He recibido al mensajero del rey Elízeo. Al parecer le informaron de un ataque en el sur que ya fue controlado y sus órdenes son que vaya a ver la situación y le envíe un informe inmediatamente.
— Lo mencionó en la carta que me envió, así que prepara todo para tu partida. Después iras a Persia a darle personalmente el informe a mi padre y regresarás conmigo. ¿Estás listo? —, preguntó Daríce poniéndose el casco y empuñando la espada, está ansiosa por empezar.
— Podría no ser seguro para usted—, dijo Hassin con cautela.
— No estoy embarazada. Tengo mis días de sangre—, respondió en voz muy baja.
Hassin miró para otro lado avergonzado mientras Daríce sonríe de su reacción. Ni siquiera está en sus días de sangre, aunque tampoco puede decirle que está tan intacta como cuando nació.
— ¿Estás listo? —, volvió a preguntar ella en posición de ataque.
— Siempre—, respondió él.
Y las espadas empezaron a sonar. Después uno de los otros guerreros se unió a Hassin para darle combate entre los dos.
— Está cometiendo el mismo error princesa—, dijo Hassin levantando su espada y empujando fuerte que ella cayó de sentón—. Lo siento alteza pero un día eso la va a llevar a la muerte. No intente ser más fuerte físicamente, su ventaja es la agilidad y la rapidez con que se mueve.
Daríce sabe que Hassin tiene razón, se lo ha dicho una y otra vez, así que giró con agilidad sobre el suelo y esquivó el siguiente golpe. Se levantó enseguida mientras Hassin no para de presionar su ataque aunque con más cautela después de haberla tirado.
— ¡Su atención! el príncipe Faráz—, anunció el guardia en la entrada.
Hassin se detuvo en seco y se paró al lado de la princesa. Los demás guerreros hicieron lo mismo. Faráz al entrar observó de pies a cabeza sin el menor disimulo a Daríce. Quien está un poco despeinada, trae pasto y tierra en el pelo, y en la ropa también. Tiene las mejillas muy rojas por el esfuerzo físico.
— Mis doncellas no supieron decirme dónde estabas—, comentó serio.
— Últimamente solo estoy aquí o en mi habitación—, respondio un poco irritada por el escrutinio intenso de su mirada.
Daríce se dirigió a Hassin
—General puede retirarse.
— Con permiso altezas—, respondió inclinando la cabeza antes de marcharse.
Hassin y los otros guerreros se fueron. Azara, Nora y Lilia se quedaron donde están.
— ¿Estás molesto? —, preguntó ella.
La expresión de Faráz dice que sí.
— Los guardias de la puerta me dijeron que no querías que nadie te molestara—, respondió sin quitar la seriedad de su rostro.
— Quería entrenar y relajarme—, dijo recordando lo mucho que extraña la libertad que tenía en Persia.
Una libertad que muchas veces se tomaba en secreto. Solo que en el castillo espartano aún no ha encontrado la forma de salir sin ser vista. Todavía no descubre los pasadizos secretos, aunque indudablemente ya está en eso.
— ¿Estás aburrida? —, preguntó Faráz suavizando la expresión de su rostro.
— En Persia no paso tanto tiempo encerrada—, admitió con aburrimiento.
— ¿Y qué haces allá? —, preguntó mirándola a los ojos con curiosidad.
— Salgo fuera de la fortaleza. Práctico el arco al aire libre. Cabalgo con frecuencia. Y voy de caza—, le platicó recordando como extraña hacer todo eso.
La miró pareciendo divertido.
— ¿Y por qué no has hecho nada de eso aquí? —.
— Dana me dijo que no tenemos permitido salir. Y que cabalgar no es seguro si estoy embarazada—, dijo sin quitarle la mirada de encima.
— Ella no puede salir, pero eso no aplica a ti. Claro que no puedes ir sola. Debo acompañarte y debemos llevar guardias. Varios. Y por lo último—, dijo refiriéndose al embarazo—. Bueno ambos sabemos que es imposible—, afirmó finalmente levantando ambas cejas.
Daríce quiso revirar los ojos pensando que aquella situación es culpa de él. Y lo peor que hasta parece lo disfruta.
— ¿Por qué Dana no puede salir? —, preguntó curiosa olvidando lo anterior.
— Un asunto que tiene con el rey, y porque allá fuera hay enemigos. No puede exponerse de esa forma y tú tampoco. Siempre deben llevar guardias y nunca caminar entre la gente sabiendo quienes son—, finalizó.
— Lo sé. Aunque a veces es necesario sentirse libre. Quitarse el peso de pertenecer a la realeza y poder volar libremente sin disfraces, sin carruajes. Sin nada—. Admitió con cierta tristeza en sus palabras.
— No se puede. Hagamos lo que hagamos nuestro destino es haber nacido herederos a un trono—, dijo Faráz que trae la misma carga que ella—. Cuando quieras salir dime. Incluso si es fuera de la fortaleza. Yo no me opondré a eso, pero seguiremos el protocolo por tu seguridad y la de todos, y para no molestar al rey.
Se agachó y tomó la espada de entrenamiento que había usado Hassin.
— ¿Qué haces? —, preguntó extrañada.
— Querías relajarte según entendí. Vamos a entrenar entonces.
Daríce sin pérdida de tiempo comenzó una danza de movimientos con Faráz mientras trata de librar los espadazos. El Faráz que ella conoce no lucha así.
— No me subestimes por ser mujer—, le dijo porque se está dando cuenta que sus movimientos no llevan la fuerza suficiente.
— No lo hago—, contestó.
— Estas mintiendo—, lo contradijo porque obviamente así es. Él volvió a negarlo y ella siguió hablando—. Hace tiempo querías matarme, ¿aún lo deseas? —, preguntó recordando su primer y desagradable encuentro.
Los ojos de Faráz centellaron y se le fue con todo, ella trató de esquivarlo pero apenas y lo consiguió . Daríce está consiente que en una batalla real ya estaría muerta. Enfrascados en el entrenamiento la espada de palo que Faráz sostiene golpeó fuerte la costilla de Daríce y no pudo evitar emitir un ¡ay!
— ¡Lo siento! —, dijo Faráz parando el combate abruptamente.
— No lo sientas y no te detengas—, dijo ella y se abalanzó con todo y él no se detuvo.
A Daríce le ha quedado claro una cosa: Ella no quiere olvidar el pasado o fingir que no pasó. La única alternativa es superarlo y se ha propuesto que él lo hará junto con ella, porque está claro que le afecta más que a todos.
Se oye el fuerte sonido de espada con espada. Faráz reconoce que no es tan mala. Se nota que ha sido entrenada durante muchos años. Él le gustaría verla con el arco también pues ella dice que lo domina mejor. No obstante ahora que está luchando con ella ha descubierto que tiene una falla con la espada que le puede costar la vida. Reconoce que si la subestima un poco, pero Daríce es la que se subestima así misma. Está pensando que todos creen que es débil por ser mujer, y no se duda ni tantito que muchos creen que así es. Esa, le guste o no es su debilidad pero si lo usa con inteligencia puede ser su fortaleza si logra que el contrincante se confíe. Daríce debe aprovechar al máximo su baja estatura y complexión menuda, que comparada con un guerrero promedio es evidente que ella es catalogada como debilucha.
— Te hace falta técnica—, le dijo Faráz, y ella se le quedó mirando como no gustándole mucho su comentario y dejó de luchar—. No eres mala pero puedes mejorar mucho—, agregó enseguida—. Ven ponte enfrente—, le pidió Faráz a uno de los guardias que tiene la estatura promedio de la mayoría de los guerreros espartanos.
Después Faráz se puso detrás de Darice y tomó su mano, la que sostiene la espada. Él empezó a guiarla sin soltar el agarre. Él sintió la calidez de su mano y rápidamente intentó concentrarse en el entrenamiento.
—Trata de esquivar todos los movimientos. Él es muy alto para ti, seguramente piensa que eso lo hace más fuerte, pero puede ser su debilidad—, le dijo Faráz—. Para ti es una fortaleza porque tienes más blancos que atacar y mucho más alcanzables. Aquí—, dijo moviéndole el brazo rápidamente hacia el estómago, las costillas, el pecho—. Aquí también—, comentó haciendo que se agache y golpeé las piernas del contrincante—. Aquí—, le llevó la espada en la barbilla desde la posición baja en la que están, porque si presiona con fuerza hacia arriba sin duda lo atraviesa—. Tienes mayor visibilidad que él. Aprovéchalo—. Dijo finalmente.
Cuando Faráz se agachó guiando a Daríce, sintió todo su trasero pegado al cuerpo. Admitiendo que va a empezar a gustarle ser su entrenador si ella quiere.
El ejercito espartano es llamado “ejército de oro” por su técnica, táctica y disciplina. Espada y lanza, cuerpo a cuerpo es la especialidad. Nacidos para luchar y viven para matar. La muerte más dulce de un guerrero espartano es morir en batalla. Las legiones son pequeñas pero su poder grande. Los guerreros espartanos no se comparan con ningún otro, y mucho menos con el ejército persa, que es poderoso por su número, pero son indisciplinados y cuando la lucha es cuerpo a cuerpo mueren muchos. Su mayor fuerza son los arqueros, los mejores que un imperio haya dado. Lamentablemente se necesitan millones de flechas para ganar una guerra a distancia.
Daríce dejó guiarse sin oponer ninguna resistencia admirada de lo ágil que Faráz es.
— Enséñame todo lo que sabes—, dijo emocionada—, muéstrame porque son considerados los mejores guerreros y nombrados el ejército dorado. A cambio no te molestaré en lo absoluto ni te exigiré nada que no quieras dar—, agregó sin quitar la mirada de Faráz.
Eso de no querer nada está muy lejos de la verdad, porque cuando Faráz la mira, definitivamente si la quiere tener.
— Prepárate que por la tarde iremos a cazar aquí cerca.
— ¿Hablas en serio?
Él asintió y a ella hasta los ojos se le iluminaron.
—Gracias—, respondió con esa peculiar sonrisa. Aquella que a él lo encandila.
— ¿Lista?—, preguntó poniéndose en posición de ataque y Daríce se le fue encima.
Después de algún rato en los que podría decir que Daríce se defendió bien, Faráz la acorraló para dar fin al entrenamiento y la tiró al suelo sujetándola por la cintura pero tratando que no se lastimara al caer. Faráz quedó sobre ella presionando con las piernas las de Daríce e inmovilizándola por completo. Ella intentó zafarse y ni siquiera pudo moverle un cabello. Ambos empezaron a respirar agitadamente. Ella por forcejear y él por razones muy distintas.
— Nunca permitas que te atrapen—, le dijo ejerciendo suficiente fuerza sobre ella sin lastimarla, se nota su impotencia—. Si dejas que te agarren no tendrás oportunidad y estarás muerta.
Y cuando apenas iba a besarla Dana los interrumpió. Y no es que lo hubiera hecho a propósito. Ella entró y al ver la escena dio la vuelta para irse rápidamente pero tropezó con una piedra.
— ¡Maldición! —, exclamó Dana casi cayéndose y fue cuando Daríce y Faráz se percataron de su presencia pero sin moverse al momento.
— ¿Puedes soltarme para levantarme?
Le pidió suavemente Darice un poco avergonzada por la cercanía de sus cuerpos, pero más por la presencia de Dana, aunque admite que se sintió molesta por su interrupción.
Para soltarla Faráz primero tiene que quitarse de encima. El problema que sus cuerpos se acoplaron tan bien que no quiere. Dana llegó en un mal momento y eso lo irritó.
— Claro—, respondió y se levantó enseguida ayudándola a pararse.
— No quería interrumpirlos—, dijo Dana sonrojada y mirando a todos lados apenada.
A los esposos tampoco les gustó que lo hiciera, era un momento íntimo, pero no tanto como quizá la princesa Dana piensa. No estan solos para empezar. Él jamás avergonzaría a Darice sin ningún recato.
— ¿Por qué estas vestida así? —, preguntó Dana cuando vio la vestimenta de Darice.
— Estaba entrenando—, respondió ella.
— ¿Tú la dejaste así? —, cuestionó mirando con desaprobación a Faráz.
— Es un bárbaro—, agregó Darice a las risas y divertida.
Faráz sonrió ante su comentario. Porque efectivamente así las deja. Despeinadas, acaloradas, sonrojadas, agitadas y sin respiración, pero sobre todo sin ropa. Y ninguna lo ha llamado jamás un bárbaro.
— En realidad, vengo a invitarlos a comer a mis aposentos. Su majestad no bajará a acompañarnos y ha pedido le suban todo—, comentó Dana.
Faráz conoce ese tono de voz en ella. Significa que el rey debe estar con alguna mujer. Una de las tantas que pasan la noche con él. Parece que de un tiempo para acá se ha propuesto llevarse a la cama a todas las mujeres disponibles del imperio.
— ¿Su majestad se encuentra bien? —preguntó Darice alarmada.
— Te aseguro que mi padre está más sano que un toro—, le dijo él.
Dana lo miró con desaprobación y él rió con disimulo observando que Daríce entendió todo a la perfección.




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