Sangre Real

25. CUANDO TE ENCUENTRE

Con un pequeño grupo Faráz comenzó el viaje de búsqueda. Van siguiendo todos los rastros que encontraron. Son un grupo de veinte y parece que se dirigen en la ruta correcta. Por la noche llegaron a las cercanías de un pueblo.
— Aquí es Rohan—, dijo el comerciante y después agregó—, El pueblo no es tan pequeño como se ve.
— Solo iremos siete. Los demás se quedan aquí para no llamar la atención. Estén alerta—, les pidió Faráz.
Con él van Selim, Ciro, Sihan, dos guerreros más, Tasmaj y Mustif. Y el comerciante Iskender.
— Aquí nos separamos. Iremos a las tabernas. A lo mucho habrá una o dos. Presten oídos. Ciro tu vienes conmigo. Tasmaj te vas con Selim, y Mustif con Sihan. Iskender vienes conmigo también—, dijo explicando cómo van a distribuirse.
— Hay cuatro tabernas en este pueblo alteza—, comentó el comerciante diciéndoles donde encontrarlas.
— Entonces nos dividiremos y nos veremos aquí nuevamente—, les dijo a los demás y posteriormente empezaron a buscar.
La noche es fría y solitaria. Faráz piensa en Darice y que todo eso ha sido culpa suya. Él le dio un motivo para irse y se la entregó en bandeja de oro a quien quiera esté detrás de todo.
Faráz ha venido pensando en eso todo el camino. Los que saldrían más ventajosos para secuestrarla o matarla son su tío Mural y Navid. Y está Leila. Ella debió tomar un lado, el de la traición por supuesto, pero la pregunta es con quién y por qué.
En su estancia en Persia Faráz la trató poco, pero la impresión que le dio no fue nada agradable. Se mostró tan alejada y apartada de todos que terminó siendo descortés y maleducada. Y luego la arrogancia que proyecta. El príncipe dejó de pensar en ella y se concentró en Darice, pues si algo le pasa jamás se lo perdonará.
Faráz negó con la cabeza y esbozó un sonrisa a medias. Ciro lo vio de reojo pero no dijo nada. En realidad el príncipe se ríe por la ironía de todo. Después de querer matarla ahora está queriendo encontrarla como un loco y desesperado hombre enamorado.
Mientras cabalga recordó el primer día que la vio cuando se le acercaba para matarla. De antemano el príncipe estaba sorprendido de encontrarla en el campo de batalla y luego más sorprendido que no la hubieran matado antes. En ese momento él pensó que era buena, pero no tanto como para enfrentar a un guerrero espartano. Lo que más recuerda fueron sus ojos y la expresión de su mirada.
Faráz dejó de pensar en ella cuando llegaron a una de las tabernas. Entraron sin demora observando que hay como quince hombres, no parece que vengan juntos.
Faráz, Selim y Ciro llegaron a la conclusión que los hombres que secuestraron a Daríce son guerreros. Porque los hombres muertos que encontraron tenían una constitución física parecida a uno. Así que eso es lo que están buscando. Hombres corpulentos y los de aquí no se ven así.
Se acercaron al que parece el encargado.
— ¿Algún grupo numeroso de hombres que haya venido en los últimos dos días? —, preguntó Faráz.
Negó. Sin perder tiempo se marcharon. Buscaron en otra taberna sin obtener nada. Regresaron a reunirse con los demás.
— ¿Encontraron algo?
Todos negaron. Faráz suspiró molesto.
Buscarla es como una aguja en un pajar. Además les llevan varios días de ventaja.
Ya es de madrugada y aunque el cuerpo le pide descansar la mente de Faráz le dice que no debe perder tiempo, pero está consciente que estar con energía es la mejor opción. Dos o tres horas para dormir son suficientes.
— Sihan, Tasmaj regresen con los demás. Nosotros buscaremos posada aquí. Mañana bajan con dos más para abastecernos de víveres.
Se fueron enseguida.
— Conozco una posada. No está a la altura de su alteza pero es un lugar decente—, comentó Iskender.
— Debemos pasar desapercibidos, por el momento solo soy un viajero más. Me llamarás Faráz. Sin títulos ni nada—, le pidió y el comerciante asintió.
Llegaron a la posada después de avanzar poco. Es un lugar sencillo y humilde pero limpio. Faráz entró al pequeño cuarto y se dejó caer en la cama. Después de dar vueltas y vueltas pensando en tantas cosas se durmió. Dos horas después se despertó cuando ya empezaba amanecer y se escuchaba movimiento fuera.
Faráz se levantó y se dirigió al pequeño espacio que debía ser el baño. Hay tan poca agua que apenas y le alcanzará para algo. Se lavó lo más que pudo y salió a buscar a los demás. En cuanto lo vieron inclinaron levemente la cabeza.
— Iskender trae noticias—, dijo Sihan mientras se acerca acompañado del comerciante.
— ¿Encontraron algo?
— Hay un grupo de asaltantes que no son de por aquí. Van para el norte de la frontera griega, sin embargo, anduvieron merodeando la zona causando un par de disturbios. Lo más importante es que se rumora son desertores de las legiones griegas que han encontrado otro modo de vida poco honesto. Pueden ser ellos—, dijo Sihan.
— Con un servicio como éste quizá obtengan el perdón del rey. ¿Saben a dónde se dirigen?
Iskender asintió con la cabeza.
— Un comerciante de vinos que viene de Tejea dijo haberlos visto en el pueblo siguiente—, agregó.
— ¿Hace cuánto y que tan lejos estamos? —, preguntó Faráz.
— Ayer por la noche. Al medio día estaremos llegando a buen paso—, dijo Iskender.
— Sihan te reúnes con los demás y nos alcanzan. Vámonos—, ordenó y sin perder tiempo salieron del pueblo.
Avanzaron a toda marcha. Con los caballos alimentados y descansados pueden incluso llegar antes.
A todo galope y sin parar llegaron al siguiente pueblo.
— Aquí es Alesia—, comentó el comerciante cuando se paramos en las afueras del pueblo—. Parece que siguen la ruta a Aténas—, dijo pensativo.
— No debemos perder tiempo. Esos bandidos no se van escapar y nos cercioraremos que son ellos los que la tienen. Hay que buscar primero en las tabernas—, comentó Faráz.
Y entraron a una y nada. Luego a otra y tampoco. Hasta que entraron a la última que les hacía falta y ahí tuvieron la mayor suerte del mundo.
— “Ese desgraciado no se irá solo con la recompensa”—, dijo un hombre sentado en la mesa que está a lado de Faráz.
— “Todos necesitamos la paga. Los hombres en el monte están desesperados. Quieren putas y no tienen con qué pagar”—, dijo otro.
Aquellos hombres corpulentos se ven bastante alcoholizados.
— “El jefe nunca nos ha fallado”—, agregó el tercero.
— “¡Pero esta vez son cincuenta mil monedas de oro por una mujer!”—, comentó uno.
— “¡Y qué mujer! Lástima que no pudimos divertirnos con ella también”—, dijo otro y a Faráz le hirvió la sangre al oírlo.
— “Bajen la voz”—, los reprendió uno.
Faráz al oír la cantidad de cincuenta mil monedas de oro por un trabajo, es demasiado dinero. Solo alguien con el poder suficiente puede pagar esa cantidad y solo alguien muy importante los vale. Está seguro que hablan de Darice.
A Faráz la sangre aún no se le ha enfriado después de oír la forma en que se expresaron de ella. Para él escuchar eso es suficiente razón para tomar una decisión. Les hizo señas a Selim y Ciro y se pararon de la mesa.
— Hay que atraparlos para descubrir de quien hablaban. Algo me dice que es Darice—, les dijo enfurecido.
Apenas iban por la puerta cuando unas mujeres se les acercaron.
— Porqué tan pronto guapos—, dijo una que se le acercó a Selim de manera provocativa pegando su cuerpo demasiado al suyo y levantando la pierna hasta su cintura mientras lo acaricia. Enseguida se vieron rodeados por bonitas mujeres debían reconocerlo.
— Hoy no belleza, el deber me llama. Pero mañana regreso con mis amigos y verás cómo nos diveráz imos—, dijo Selim tocándole el labio con uno de sus dedos.
Por parte de Faráz tuvo que apartar la que se le acercó. Ni quiere distracciones y menos problemas con los hombres que ya han captado su atención y ahora los miran.
— Vámonos— ordenó.
Todos siguieron caminando. Ciro, Selim, Tasmaj, Mustif, Iskender y Faráz.
— ¡Que hembra! —, comentó Selim cuando se alejaron.
— Tus deseos carnales van a tener que aguantarse. Por el momento esperaremos a que salgan y ojalá lo hagan pronto. Vamos para allá que está oscuro—, señalo Faráz cerca de una carreta—. Sihan ten listos los caballos—, le pidió.
Perdieron la noción del tiempo que pasó hasta que por fin salieron tambaleándose del lugar. Por su estado será como atrapar tres niños.
Ellos ya están preparados con cuerdas y mordazas. Solo esperan que se alejen un poco más y con suerte tomarán la dirección hacia donde están ellos.
— Ahí vienen. Los necesitamos vivos—, comentó Faráz al ver que vienen hacia ellos.
Cuando los malhechores estuvieron lo suficientemente cerca no tuvieron tiempo de nada. Ese es el problema del alcohol que imposibilita los movimientos a tal grado que se dieron cuenta demasiado tarde.
— Hay que ir al campamento—, comentó Faráz después de haberlos amordazado y amarrado.
Sin perder tiempo cabalgaron hasta llegar a los otros guerreros que los esperan cerca del pueblo.
— ¡Somos nosotros!—, dijo Ciro en la oscuridad cuando vieron que los demás al oír los caballos se pusieron alerta.
Al desmontar los caballos bajaron a los tres hombres poniéndolos sobre el suelo y posterior a eso sumergieron sus cabezas en agua. Les ayudará que se les baje la borrachera y aclarar sus mentes.
— Secuestraron una mujer ¿dónde? ¿Quién es, cómo es, y por qué? —, preguntó Faráz mientras lo saca del agua y toma bocanadas de aire con desesperación.
— ¡Nunca lo sabrás! —, respondió una vez se recompuso.
Faráz no tenía tiempo que perder, así que sacó la navaja y se la enterró en el estómago. Morirá en minutos o quizá horas.
— ¿Alguien quiere hablar? —, preguntó amenazante.
Los otros dos se miraron sin decir nada.
— Selim qué tal si le cortas un dedo a éste—, señaló con la espada a uno de ellos.
Selim tomó su mano haciendo un corte que le mutiló un dedo.
— ¡Hablaré! —, gritó el hombre sin dejar de mirarse la mano—. No sé quién es la mujer pero parece importante. Es una hembra hermosa de piel bronceada y ojos color oliva—, dijo agarrándose la mano que no deja de sangrar.
— Claro que es importante. ¿Qué más sabes? —, preguntó aliviado de saber que sigue viva y van bien.
— Pagarán cincuenta mil monedas de oro—, agregó.
— ¡¿Quién y dónde está?! —, preguntó gritando mientras pone la espada en su garganta.
— El jefe la lleva a Atenas. Nosotros lo esperaremos en la frontera cuando la haya entregado—, dijo finalmente.
— ¿Cuántos son?
— Muchos—, respondió.
Faráz le hizo señas a Selim y cortó otro dedo. Nuevamente el grito de dolor no se hizo esperar.
— ¡¿Cuántos?! — gritó Faráz.
— Ocho—, dijo en un susurro.
— ¿Dónde están todos los demás? —, cuestionó porque la información que tienen es que son muchos.
— Del otro lado del pueblo—, contestó.
— ¿Cuántos?
— Treinta—, respondió.
— ¿Y los demás?
Faráz tiene la seguridad que miente.
— Se han matado entre ellos—, afirmó.
— Te llevaremos con nosotros. Selim deshazte del otro.
— ¡No me mates! —, dijo el otro—. Te diré todo. ¡Él miente! —, señaló al que acaba de perder dos dedos.
— Te escucho.
— No son treinta, son como sesenta—, reconoció finalmente.
El príncipe miró al otro. Sabía que no le estaba diciendo todo, pues al ser un grupo numeroso por mucho que se maten entre ellos no se reduciría tanto.
— Has querido pasarte de listo. Ahora morirás.
Le hizo señas a Selim quien sin demora se deshizo del mutilado mientras que el otro ha dejado de respirar también. Faráz sacó del estómago la daga y la limpió en la ropa del infeliz.
— Nos llevarás al lugar donde están los otros. Cuidado y te quieres pasar de listo.
Después Faráz se acercó a Ciro.
— Podrían ser más y debemos estar preparados. Hay que deshacernos de todos para no dejar cabos sueltos y luego ir por quien tiene a Darice.
Ciro asistió y sin perder tiempo se dirigieron hasta el campamento que levantaron los malhechores. Agazapados en la oscuridad observaron a lo lejos llegando a la conclusión que podrán con ellos.
— Solo recuerden una cosa—, les dijo el príncipe a sus hombres—. ¡No mueran hoy! —, les pidió.
Y como leones hambrientos durante la noche atacaron el campamento hasta que solo dejaron a cinco vivos.
— Príncipe Faráz encontramos a Nora—, dijo Selim serio.
Él lo siguió hasta la tienda de campaña donde está la doncella y la escena que vio fue triste y desoladora. Pensó en Daríce y suspiró profundamente aferrándose a la idea que no se atreverían hacerle daño.
En la mente de Faráz ya se dibuja el rostro de quién mandó a secuestrarla. Y dada la obsesión que tiene por ella, el príncipe griego no permitiría que la lastimaran de esa forma.
— Mustif busca algo con que cubrirla—, le pidió.
Atada de pies y manos. Completamente desnuda, golpeada y ultrajada sabrá cuántas veces está Nora. No sabría decir si aún sigue viva.
Aquellos que le hicieron eso, no son hombres sino unos animales salvajes y lo que Faráz lamentó es no hacerles dado una muerte cruel y despiadada.
Mustif se acercó para cubrirla y Faráz para desamarrarla. Buscó el pulso dándose cuenta que está viva.
Nora entreabrió los ojos y comenzó a gritar sacando fuerzas de dónde pensó ya no tenía. El horror en su mirada lo desarmó.
— Tranquila soy el príncipe Faráz. Ahora estas a salvo. Todo a terminado—, le dijo intentando calmarla.
— Fui yo. Yo la traicioné—, dijo con la voz apenas audible.
A Faráz no le sorprendió. Con el paso del tiempo ha comprendido que siempre habrá alguien que los traicione.
— ¿A dónde la llevan? —, preguntó.
La ven tan mal que duda le responda. Sin embargo lo hizo.
— Atenas.
Alcanzó a decir y sus ojos se quedaron inmóviles.
Faráz suspiró.
Nora nació en Grecia. Vivió en el castillo y es hija de unos sirvientes. Es espía por voluntad propia en su afán de servir al príncipe Navid.
Faráz salió del lugar y fue hacia los que dejaron vivos. Tomó a uno y lo mató delante de los otros pero no fue rápido. El hombre gritó una y otra vez hasta que dejó de respirar.
— ¿Quién lidera el grupo que tiene a la mujer?
Silencio.
Faráz tomó otro desgraciado e hizo lo mismo que con el primero.
—¿Quién?
— Su nombre es Ali. Tiene una cicatriz en la cara difícil de ocultar, va con otros siete y entre ellos uno con un tatuaje en el cuello. Se dirigen a Tracen por la franja marítima y ahí harán la entrega.
Faráz no esperaba obtener tanta información.
—¿Qué me dices tú?— preguntó dirigiéndose a otro y levantando su rostro con la espada.
—Pudrete príncipe junto con esa perra persa.
Faráz enterró la espada y le atravesó la cabeza.
—Mátenlos a todos.
Así lo hicieron y después enterraron a tres de los suyos que han caído. Marcaron el lugar para regresar por ellos y llevarlos con su familia.
—Vayamos por el líder—, dijo finalmente.
Faráz pensó en el grupo que lleva a Daríce, será difícil de encontrar pero si van por la franja marítima ya es algo de donde partir.
Avanzaron durante la noche y por la madrugada llegaron al siguiente pueblo. El comerciante Iskender preguntó entre los otros comerciantes sin obtener nada. Siguieron.
El agotamiento es evidente entre los hombres. Faráz ya no siento el cuerpo pero perder minutos lo separan más de ella.
— Príncipe Faráz debemos descansar. Los caballos están agotados—, dijo Ciro.
— Solo un poco más. Seguiremos avanzando—, ordenó firmemente.
Y así lo hicieron hasta llegar a un riachuelo y cada quien aprovechó a comer lo que pudo y descansaron un poco.
Faráz sin embargo por más que quería cerrar los ojos y dormir no podía porque en lo único que piensa es en llegar a tiempo.
Cuando la encuentre no descansará hasta llegar a Navid y matarlo. Y también piensa en Leila. La decapitación es el precio por esa traición.
El tiempo pasó hasta que se quedó dormido, pero en esa especie de sueño donde la mente sigue pensando.
— Es hora—, les dijo a los otros entrada la madrugada siendo el primero en levantarse de los que duermen.
Selim hizo guardia las últimas dos horas relevando a Sihan y está totalmente despierto. Las horas que durmió fueron suficientes para reactivarse completamente.
Todos se levantaron prepararon los caballos y siguieron avanzando.
En el siguiente nuevamente se dividieron e Iskender fue con Sihan. Son los únicos que no han llegado a punto de reunión, pero cuando Faráz los vio venir el rostro de Sihan le hace pensar que traen algo bueno.
— Lo han visto. Asaltaron a un comerciante de especias hará unas cuantas horas. Por la descripción es el hombre de la cicatriz en el rostro. Estamos cerca y podremos darles alcance—, dijo Sihan con entusiasmo.
— No perdamos tiempo, ¡andando!
A unas cuantas horas de ahí el hombre de la cicatriz aventó a Daríce en un rincón dentro de una cabaña vacía que encontraron a su paso. Ella varios días intentando aflojar las cuerdas que ya las muñecas le están sangrando. Parece que he logrado algo porque las senye más flojas. Sus escasos resultados se deben que no la dejan sola.
Daríce se pregunta cuántos días lleva sin bañarse porque realmente apesta. Aunque piensa que es mejor así porque apenas y la miran.
— Aséate—, le habló el líder y casi le arrojó la cubeta de agua que tiene en su mano—. Ten—, dijo y le pasó un trapo, un jabón y ropa limpia—. Cámbiate que pareces mendiga. El príncipe Navid esta tan ansioso de tenerte que ha enviado a un grupo de sus hombres por ti. La entrega se hará en el siguiente pueblo en lugar del punto acordado. Alégrate porque llegarás como reina a Grecia. El rey Elian ha muerto y por eso el príncipe no vendrá por ti como lo planeó. Debe ascender al trono y será su coronación. Ahora báñate—, le gritó.
Daríce lo miro con odio pensando que quizá hoy sea la única oportunidad que tiene para escapar. Extendió las manos y le hizo señas para que le quite la cuerda.
— Si intentas algo te mato—, dijo sacando un cuchillo y cortando la cuerda.
Daríce está segura que matarla lo duda, porque después de las dos bofetadas que le dio dónde le rompió el labio se lo pensó mejor y hasta parecía preocupado en dejar marcas, que hasta estuvo limpiándole la herida personalmente y untándole una pomada que mandó a conseguir en el pueblo.
Después que el hombre desató sus manos sintió un verdadero alivio.
— ¿Por qué demonios apretaron las cuerdas tanto? —, dijo molesto dirigiéndose al otro al ver la sangre en sus muñecas.
— Para qué no escape—, dijo el otro—. Es una bestia cuando se las quitas—, agregó después y ella vio el rasguño que le puse en la cara cuando tuve oportunidad. Daríce pensó que debió sacarle un ojo.
— ¡Eres un imbécil! Ahora ponle algo que cure las heridas porque no debe ir con un solo rasguño—, ordenó el líder y después se dirigió a ella—. Y tú estás advertida. No intentes escapar porque agarraré tu hermoso cuello y lo apretaré hasta que ya no puedas respirar—, dijo amenazante.
Daríce quiso reírse en su cara pero no lo hizo para no desafiarlo. Claro que tampoco va a esperar lo que sea vayan hacer con ella.
El hombre la jaló hacia un cuarto asqueroso que debe ser un baño. Es tan pequeño que apenas y entra alguien. Casi la aventó al interior.
— Ten—, dijo azotándole la cubeta de agua nuevamente y se regó más—. Aquí no estamos en tu castillo y todo es escaso princesa Darice—, dijo arrastrando su nombre.
Es la primera vez que se refiere a ella de esa forma, lo que la hizo pensar que no sabía quién es. Es la primera vez que lo dice. Se acercó y le quitó la mordaza con brusquedad.
— Puedes gritar todo lo que quieras que nadie va a escucharte—, agregó después.
— No sé cuánto te dieron, pero puedo darte muchos cofres llenos, cada uno con la misma cantidad.
— Soy consciente que puedes, pero no solo se trata de eso. Veamos que logras hacer con esa agua, porque así como estás ahora es como vive la mayoría de la gente. Pero como tu vives en un castillo rodeada de sirvientes y oro no te das cuenta. Aquí afuera la vida apesta como tú ahora—, dijo con desprecio.
Daríce sabe que la vida no es fácil para muchos, así que si logra salir de una pieza hará algo al respecto.
El hombre salió de espaldas mirándola de frente sin bajar la espada, mientras Daríce lo observa calculando sus posibilidades, en esa posición no podría ni siquiera hacerle un rasguño. Solo le quedan dos pequeña dagas que trae en cada brazalete en sus brazos. Y si no se los han quitado es porque el líder no los deja pensando que su señor Navid se enojará si la despojan de sus pertenencias. Ademas se ven inofensivos a diferencia de los anillos con pequeñas hojas afiladas que le quitaron cuando se dieron cuenta que con ellos mató a uno de sus hombres durante la batalla cuando la secuestraron y ya la tenían agarrada.
El hombre cerró la puerta y la dejó sola. Daríce se sacó las pequeñas dagas de cada uno de los brazaletes. El mango es la cabeza de una serpiente en forma de aro que sobresale del brazalete y tiene un pequeño seguro que al apretarlo fuertemente libera las afiladas hojas de unos cinco centímetros de largo. Daríce cortó las cuerdas de sus pies. Luego empezó a buscar pequeños orificios que le permitan ver algo del exterior.
Atenta a cada detalle pudo darse cuenta que el baño está cerca de la puerta y los demás se quedaron fuera. Buscando orificios encontró uno pequeño.
La luna está en su punto más brillante así que pudo verlos sentados tranquilamente. A perdido la noción del tiempo y la hora. Han viajado parte de la noche y podría ser de madrugada. Dejó de ver por los orificios y comenzó a asearse lavándose las partes y tratando de limpiarse la mugre lo más que pudo. Se enjuagó la boca con el mismo jabón horrible y se cambió rápido. Cortó hasta las rodillas la falda del sencillo vestido que le entregaron y cuando terminó volvió a ver por el agujero. Siguen ahí. Son cinco.
Sabe que el líder está detrás de la puerta, pero le faltan dos. Se arriesgará.
— ¡Apúrate! —, le gritó pateándole la puerta varias veces.
Daríce se enrolló un trapo en el brazo derecho rápidamente.
Por lo que ha visto el hombre es diestro. Seguramente tendrá su espada levantada en posición de ataque con el filo hacia abajo. Tomó cada daga y se puso una en cada dedo índice. Los aros funcionan como anillos.
Suspiró profundamente porque cuando él abra la puerta será su única oportunidad.
— Ya terminé—, dijo con delicadeza, podría decirse que hasta con sumisión.
Esperó que abriera y cuando lo hizo lo miró por unos segundos para ver sus posibilidades. Y sin pensarlo más se le aventó con toda la fuerza que pudo tratando de esquivar la espada con el brazo que tiene el trapo enrollado. Su intención es tirarlo al suelo.
Si ella lo había podido con Faráz un par de veces durante los entrenamientos que es incluso más grande que aquel hombre, debía poder con él también. Al menos fue el pensamiento que la animó hacer aquella locura.
“Elemento sorpresa” le dijo una vez Faráz. “Será una de tus mejores armas. Hacer algo que no esperan. Pero ni un solo movimiento puede fallar o morirás”. Fueron sus otras palabras.
El hombre al perder el equilibrio cayó entre unas cosas, pero desafortunadamente la espada no se le soltó como Daríce esperaba, aún así sin pensarlo le enterró con fuerza la pequeña daga en la mano y él aflojó la espada. Ella la tomó y salió corriendo a la puerta mientras el hombre intentó agarrar a Daríce por el pie sin éxito pero incorporándose rápidamente e ir tras ella mientras los otros ya están alertas al escuchar el ruido. Daríce corrió hacia el lado contrario tan rápido como pudo al ver que los otros ya vienen también.
— ¡Agarren a esa puta desgraciada!—, gritó el líder mientras todos corren detrás de ella.
Daríce no se detuvo ni un segundo, y para su mala suerte los dos hombres que faltaban vienen del monte precisamente del lado al que decidió correr. Se desvío y tomó otro camino sintiéndose aliviada de ser más rápida que ellos, aunque la realidad que no tenía idea de hacia dónde va hasta que vio el vacío que de frente a ella se extiende. Siguió corriendo por la orilla.
A lo lejos oye que le gritan y dicen que se detenga. Palabras como puta, perra, se oyen a distancia. Luego escuchó el sonido de unos caballos y corrió más rápido pensando que los otros han llegado. Para buena fortuna de Daríce ninguno trae arco porque de menos ya le habrían lanzado una flecha.
Ella sintió un fuerte golpe en la cabeza y alguien le tiró una piedra sin lograr detenerla. A pesar del intenso dolor de cabeza ella siguió corriendo.




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