Faráz y sus hombres están agazapados entre los árboles a suficiente distancia esperando el momento en el que la dejaran sola en la cabaña y pudieran acercarce más para no poner en riesgo a Darice. Ya habían contado a todos. Son ocho. Cinco están sentados en el pasto, dos salieron hacia el monte y uno está ahí dentro con ella.
Sin embargo tuvieron que actuar rápido al ver que de la cabaña salió corriendo una menuda figura tan conocida para Faráz y va como alma que lleva el diablo.
— ¡A los caballos ahora! Sihan avisa a los demás—, ordenó.
Ciro, Selim, Mustif y él montaron los caballos y emprendieron la carrera para alcanzarlos. A esa distancia ya debieron oír las pisadas de los caballos que se acercan a toda velocidad. A su vez los malhechores intentaron ir por sus caballos al ver que la princesa se les escapaba y también al percatarse de los recién llegados, pero se dieron cuenta que no iban a llegar a los caballos sin que los alcanzaran y fue cuando les hicieron frente .
Faráz presionó al caballo para ir más rápido porque vio a dos hombres que salieron del monte y van muy cerca de Daríce. Dejó a Ciro, Mustif y Selim que se hagan cargo de los otros.
En medio de la refriega el caballo de Selim cayó al ser herido con la espada y la lucha cuerpo a cuerpo empezó.
Faráz siguió de largo para alcanzar a los otros antes que agarraran a Darice. Ir a caballo le da ventaja pues les dio alcance y en un movimiento le cortó la cabeza a uno de ellos, sin embargo el otro reaccionó rápido y le clavó la espada al caballo por la panza. Faráz se aventó al suelo antes que el caballo cayera y lo aplastara. Comenzaron a luchar como dos leones salvajes hasta que el cuerpo del infeliz se desplomó. Le sacó la espada de la panza y comenzó a buscar a Darice sin verla por ningún lado.
— ¡Darice! Soy Faráz— gritó —, ¡Darice, todo acabó! —, volvió a gritar desesperado sin obtener respuesta alguna.
Ciro se acercó en el caballo y se bajó de un salto.
— Tome el caballo Alteza—, dijo dándole las riendas del caballo—. Selim ya tiene al líder. Sihan ya viene también. Lo vi a lo lejos.
Faráz montó el caballo.
— Hay que encontrarla. Salió para allá. Mustif vamos. Ciro encárgate de mi caballo—, dijo señalando al animal.
Está tirado. Su buen compañero. Faráz sintió nostalgia de su pérdida pero lo deben sacrificar para aliviar el sufrimiento.
Sin perder tiempo avanzó con Mustif, mientras Ciro se quedó para sacrificar al caballo.
— ¡Darice! —, gritó nuevamente y el silencio es lo único que se puede notar.
A los pocos minutos Ciro se unió a la búsqueda y empezó a gritar su nombre también mientras va caminando por el sendero sin éxito como ellos.
Mustif y él príncipe vamos más rápido. Faráz se detuvo al ver el acantilado pensando que en la oscuridad pudo haberse caído. Ya es para que los hubiera oído. Debió gritarle más fuerte cuando la vio corriendo. Él está seguro que Daríce notó la presencia de más gente y no los reconoció. Se llevó las manos a la cabeza pensando lo peor y miró nuevamente el acantilado.
Daríce escondida entre la espeza maleza escuchó una voz en la lejanía y sintiendo la confusión de todo. La cabeza le duele y se ha dado cuenta que le escurre sangre. Ha volteado por todos lados sin notar movimiento. Parece que ya nadie la sigue. Oyó más voces lejanas y escuchó su nombre. Seguramente es una trampa para que salga. Es la primera vez que está sola en medio de la nada y en la oscuridad de la noche. Se oyó un aullido y se estremeció al pensar que que las hienas podrían comérsela. Sería curioso que los hombres no la mataron y lo haga un animal. Cerró los ojos esperando que el miedo no se apodere ahora de ella después de todo lo que ha pasado. Oyo más voces. Ahora más cerca y logró ver antorchas y hombres a caballo.
Daríce siente las hierbas rozando su cuerpo y pide a los dioses que no haya una víbora y la pique. Ahí permaneció agachada con mucho miedo porque una voz se oye más cerca.
Volvió a tocarse la cabeza, se mareada y sigue sangrando.
— ¡Princesa Darice! El príncipe Faráz la ha encontrado. Aquí está. Todo acabó—, gritó alguien.
La voz que escuchó fue bastante clara. Cada palabra que aquel hombre pronuncio pero no salió. El miedo al engaño la detuvo. Un caballo se acercó lo suficiente pero solo pudo ver el reflejo de la antorcha. Otro más se acercó.
— ¿Y si cayó al barranco? —, dijo uno.
— Ni lo digas. Me parece que la princesa es mucho más astuta como para caer ahí—, agregó el otro.
— No iba tan lejos como para desaparecer así nada más—, afirmó el primero.
— ¿Qué hacen ahí parados? Busquen—, pidió otro que se acerca lentamente.
Daríce su puso muy atenta. Esa voz la conoce, la ha oído antes pero no recuerda dónde y no puede ver nada desde ahí, además no se atreve a salir.
— ¡No pudo ir lejos! —, dijo alguien con desesperación y más alejado que los hombres que tiene cerca.
Daríce siente que el corazón se le va a salir porque entre todas las voces esa es la única con la que no se confundiría nunca ni tendría dudas.
— ¡Faráz! —, se levantó gritando y los primeros que la vieron acercarse fue Selim y otro que ella no conoce.
Faráz al oírla volteó y se bajó del caballo rápido corriendo hacia ella mientras mientras Daríce hace lo mismo y cuando lo tuvo cerca lo abrazó y besó apretándolo tanto que no quería soltarse de él jamás.
Faráz sintió un gran alivio al verla a salvo.
— Estás herida—, dijo preocupado mientras la carga y el movimiento hizo que a Daríce todo le diera vueltas.
— Es solo un golpe, puedes bajarme.
— Hay que revisarla—, pidió Faráz a Ciro que se acerca con más hombres.
Por fin toda ha terminado y Daríce sin poder evitarlo se puso a llorar. Faráz le dio un beso en la cabeza sin soltarla por varios minutos.
— Debo ir a Persia—, le dijo Daríce calmada y pensando en su padre.
— Todo ha sido un engaño. Nora tu doncella ha confesado haberte traicionado—, dijo Faráz.
— Me lo dijo el líder. ¿Dónde está Nora? —, preguntó ella.
Y en los siguientes minutos Faráz le contó cómo la encontraron y lo que pasó después. Daríce cerró los ojos. Ya no le sorprende que hubiera un traidor tan cerca de ella.
Daríce ya no quiere pensar y se niega a creer que su propia hermana haya sido capaz de entregarla al enemigo también. Se pregunta si Hassin podría estar involucrado también.
Todo involucra a Leila.
— Todos murieron. Fue una verdadera masacre y me siento culpable. Derbish, Ibrahim, Azara, Lilia— comenzó a llorar nuevamente pues su imprudencia al actuar con precipitación tuvo como consecuencia la muerte de personas importantes para ella.
— Azara está viva—, dijo Faráz y ella abrió los ojos sorprendida y sintiendo alivio a la vez.
— ¿Cómo?
— Fue encontrada por un comerciante en condiciones muy graves—, le platicó Faráz y después le contó hasta el último detalle.
Así que por ella llegaron a tiempo y están aquí. También el comerciante que los acompaña ha sido de gran ayuda. Daríce no pudo sentir mayor alegría al saber que Azara está viva, delicada le dijeron pero se está recuperando.
— No puedo perder tiempo. Tengo que llegar al castillo para comprobar que mi padre está bien y lo que la carta dice es mentira—, Daríce no piensa regresar a Esparta sin antes ir a Persia.
— Iremos—, dijo Faráz.
— Princesa… por fin después de tantos días. Es una gran felicidad que esté bien—, dijo Selim mientras besa su mano y se inclina ante ella.
— Gracias por todo lo que han hecho para encontrarme—, le dijo agradecida.
— Descansaremos aquí—, dijo Faráz—, mañana continuaremos. Mustif revisa la herida—, le pidió al guerrero después.
— ¿Dónde estamos? —, preguntó porque no tiene la más mínima idea.
— Cerca de la ciudad de Hermione—, respondió Faráz.
Daríce no sabe exactamente la ubicación pero si que esta más cerca de Capadocia que de Esparta. Aunque hay que tomar un barco para cruzar el mar y llegar al otro extremo.
— Alteza permítame lavarle la herida—, dijo el guerrero de nombre Mustif.
Ella asintió y el Empezó a enjugarle y luego le puso un trapo limpio envuelto en la cabeza.
— Mustif es hijo de uno de los mejores curanderos que hay en Esparta.
Le comentó Faráz mientras ella se deja curar.
— Listo alteza. Beba este brebaje y se sentirá mejor. El golpe estuvo fuerte—, comentó mientras le da un frasco de algo verde.
— ¿Está en condiciones de viajar? —preguntó Faráz preocupado.
— Si—, respondió Mustif y ella le agradecí que no la ponga a reposar.
— Ese hombre, Ali—, comentó Daríce cambiando de tema—. Dijo que el rey Elian ha muerto.
— No hemos sabido nada. Pero si es cierto mejor aún, porque en lugar de matar a un príncipe mataré a un rey. Navid pagará por lo que te ha hecho—, dijo con firmeza.
— Sé que así será.
Después Daríce se subió con Faráz al caballo y cabalgaron a la cabaña donde los demás están. Entraron y ahí esta el infeliz de Ali. Ella lo miro a los ojos con ganas de sacárselos.
— Debiste haberme soltado cuando te lo pedí y te habrías ido con mucho oro—, le dije con odio.
— Ambos sabemos que no hubiera sido así—, dijo sonriendo.
Ella sonrió también.
— Tienes razón. Respetar la vida de quien ha atentado contra la mía es el tipo de tratos que jamás cumpliré—, le aseguró.
— ¡Ahora dirás todo lo que sabes! —, amenazó Faráz poniéndole la espada en el cuello.
— Voy a morir de todas formas, no diré nada—, respondió con arrogancia.
— ¿Sabes cuál es el problema de dedicarte a lo que haces? —, preguntó Faráz. El hombre se quedó callado mirándolo fijamente—. Tener familia—, continuó—. Una esposa y cuatro hijos. Armisa , Elisia, Arquimedes, Fehir y tu mujer Seleme. Algunos de mis hombres han cruzado el mar. Ya deben estar en ese pequeño rincón de Sabas viendo el lago que está frente a tu casa y preguntándose cuál de tus hijos morirá primero—, dijo Faráz sin quitarle la mirada de encima.
El hombre se puso pálido.
— El príncipe Navid la quiere a ella—, señaló a Daríce.
Ella lo miró, aquello no es novedad.
— Quiero una lista de nombres. Gente infiltrada en Persia, Esparta. Y me dirás dónde se haría la entrega y todo del hombre con quien ibas a verte—, pidió Faráz.
Y así fue como el hombre habló. Mencionando algunos nombres de traidores que hay en el palacio. Otros están en Persia.
Ali no es hombre no recibe órdenes directas de Navid, pero si un hombre de confianza del príncipe griego. Creto se llama. El tuerto le dicen. Y mañana va a caer.
— Nora, mi doncella. ¿De quién recibía órdenes? —, preguntó curiosa por saber más de la mujer que la vendió al enemigo.
— No lo sé—, respondió.
— ¿Qué sabes entonces? —, insistió ella.
— El príncipe Navid dio la orden que nadie excepto tú debía sobrevivir. De ella solo sé que es la hija de un tal Quintos, y el príncipe estaba molesto con él por haber fallado en una misión—, agregó después.
Quintos se llama el hombre que escapó cuando intentaron matar a Dana en el castillo en Persia. Algo tiene sentido ahora. Él huyó pero dejó una eficiente espía.
— ¿Por qué no la mataron? —, preguntó pensando en su triste destino.
— Mis hombres querían entretenerse con algo—, dijo con frialdad.
Ella sintió un nudo en el estómago de solo de imaginar todas las cosas horribles que aquellos desalmados debieron haberle hecho. No pudo decir que se lo merecía, porque una muerte decente hubiera sido suficiente.
— ¿Qué sabes de Quintos? —, preguntó después.
— Trabajaba para el príncipe Navid, pero parece que algo no hizo bien y se deshizo de él también.
El malhechor no sabía más pero contó suficiente para empezar a encajar las piezas del rompecabezas de traiciones en el tablero de ajedrez. Los peones van cayendo poco a poco hasta llegar a las piezas importantes y luego… jaque al rey.
Faráz y Daríce salieron de la cabaña mientras se dirigen a Sihan. dos guerreros sacan al hombre de la cabaña.
— Sihan, a partir de ahora te harás cargo de todo. Los refuerzos vienen en camino y estarán llegando muy temprano según mis cálculos. Comandarás al grupo y partirás para atrapar a ese hombre. Lo quiero con vida. No puedes fallar—, le pidió.
— Como ordene Alteza. Todo saldrá como desea y estaremos más cerca del enemigo—, agregó Sihan.
— Cuando tengas al hombre llamado Creto se desharán de él. Hazlo sufrir—, dijo Faráz señalando hacia Ali.
Sihan asintió retirándose para reunirse con los demás guerreros alrededor de la fogata que prendieron.
— Estoy muerta de cansancio—, le dijo a Faráz mientras entran nuevamente a la cabaña.
— Hemos viajado tan rápido que sinceramente no tengo nada cómodo y digno que ofrecerte—, dijo sonando apenado mirando a su alrededor.
— Bueno yo tampoco—, le dijo sonriendo—. Ese sillón parece agradable—, señaló el feo sillón en donde seguro no podría dormir nadie.
Ambos lo miraron, luego se vieron entre ellos. El sillón está asqueroso.
— Traigo una manta—, dijo después.
— La tiramos en el suelo y listo—, agregó Daríce.
— Iré por ella—, comentó.
Daríce se quedó parada pensando que los últimos días durmió en condiciones deplorables. Pero una manta al lado de Faráz será como el paraíso. Observó el piso de la entrada al baño. Hay sangre. La sangre infeliz de Ali cuando le clavó la pequeña daga. Faráz entró y vio el curso de su mirada.
— ¿Cuáles eran tus planes? —, preguntó intrigado.
— Escapar o morir. Pero jamás caer en manos del enemigo—, le aseguró.
Él se le quedó mirando y se acercó. A ella el pulso se le aceleró sintiéndose apenada por la sensación en medio de toda esa situación.
— Jamás me perdonaría si algo te hubiera sucedido. Todo esto ha sido culpa mía—, le aseguró.
Su culpa en absoluto. Así él la hubiera hecho su mujer desde el primer día que fue su esposa, ella habría tomado la misma decisión.
Faráz observa a Darice después de lo que dijo “escapar o morir”. Sin duda palabras muy propias de ella. Era inevitable que él se enamorara de ella.
— Eres la mujer más valiente que he conocido—, dijo tomando sus manos mientras piensa que también es extraordinaria por la forma en que habla, sonríe, y la manera en que ve el mundo. Y luego está la forma en que lo mira, incluso cuando debería estar enojada. Y la admira por la forma en que se entrega para ser mejor como cuando entrenan, así como su valentía al querer enfrentar al enemigo. Y obviamente piensa en su cuerpo desnudo visto y no tocado, en su belleza de mujer y las otras muchas razones por las cuales él se ha enamorado desde que comenzó a fijarse realmente en ella.
Faráz volvió a dirigirse a Daríce.
— Exactamente ¿qué pensabas hacer? —, preguntó por la curiosidad de saber cuál era su plan de escape.
— Eliminar a quien me vigilara, correr y matar al primero que se me atravesara. Y luego… Bueno ir por los otros si estaban en mi camino. No tenía un plan, solo escapar—, agregó al último.
— Todo ha acabado—, dijo sintiendo la enorme paz de tenerla a salvo.
Faráz quería besarla, hacerle el amor. Sentir su cuerpo, sentirla a ella. Porque saber que estuvo en peligro fue el momento más desesperante.
— Vamos a descansar. Partiremos muy temprano—, le dijo acomodando la manta en el piso de tabla.
— No siento el cuerpo—, dijo pensativa al tiempo que se deja caer arriba de la manta.
— Ya somos dos—, le respondió con una leve sonrisa acostándose a su lado.
Daríce se recargó en su hombro y la abrazó pensando en los días y noches tan agitadas que han tenido.
Como era de esperar el sueño los venció al instante. Un segundo fue suficiente para que ambos se durmieran sin darse cuenta.
A la mañana siguiente se levantaron. Los refuerzos han llegado aunque ya no hacen falta.
Ahora están haciendo los preparativos para bajar al pueblo y abastecerse de víveres y poder embarcarse en el mar. El grupo que viajará con Faráz a Capadocia es pequeño. Iskender y Sihan regresarán a Esparta y le explicarán todo al rey.
El rey Corisio está con ganas de cortar cabezas después de la desobediencia de Faráz. Y el príncipe lo hará nuevamente al viajar a Persia.
— Lleven todo lo necesario Sihan. Toma—, le dio una bolsa de monedas de oro para el viaje.
— Gracias alteza—, agradeció él.
— Iskender ¿puedes conseguir algo de ropa para la princesa?
— Por supuesto alteza. Conozco un par de costureras que estoy seguro deben tener algo adecuado para la princesa.
— Mantengan el perfil bajo. Mustif y Sihan se encargarán de abastecer los víveres. Los demás iremos contigo Iskender—, dijo mirando a Darice—. ¿Algún punto de reunión visible para todos Iskender? —, preguntó después.
— En la Torre de tiempo que está en el mercado—, respondió señalando hacia el punto donde sobresale la punta.
— Ahí nos vemos entonces—, le dijo Faráz a Mustif y Sihan.
Daríce siente que ha vuelto a nacer después de haber sido liberada. Va caminando por las calles donde hay bastante actividad comercial a esa hora del día. Hay gente por todos lados. Niños jugando y otros ofreciendo su mercancía. Van pasando por el mercado de esclavos donde venden hombres de diferentes lugares, y mujeres cuya función principal por la cual son compradas es para servir sexualmente. Daríce se estremeció al pensar en ellas.
La vida Deuna mujer puede ser desdichada sin duda. Ella, aún siendo princesa fue dada en matrimonio al mejor postor. Ella no se casó por amor y sino por conveniencia. Ha sido una fortuna haber encontrado el amor en esa unión.
— Por aquí prince…
Iskender se quedó callado sin terminar la frase y Daríce lo siguió con una leve sonrisa en los labios.
Para ella el día ha sido agradable, es la primera vez en muchos años que se siento como si fuera otra persona. Alguien libre que puede andar por las calles eligiendo telas que comprar, fruta que comer.
— Es por este pasillo—, les indicó Iskender
Lo siguieron. Faráz y los otros en ningún momento bajaron la guardia. Se mantienen al lado de Daríce viendo a todos lados.
Faráz y Daríce han roto todos los protocolos de seguridad. Si bien no es considerado como traición si como desobediencia y es castigada con encierro. Daríce se preguntó si el rey Corisio y su padre serán capaces de castigarlos como determina la ley. Para Faráz sería un año de calabazo y para ella en una torre.
La princesa suspiro ante la idea, y luego repasó todo lo que le ha sucedido: la carta de Leila, la masacre de sus hombres y su secuestro. Todo es demasiado sombrío si se analiza el alcance de lo planeado.
Daríce intentó dejar de pensar y siguió a Iskender por por el pasillo hasta llegar a una pequeña casa de madera ubicada cerca del mercado. Iskender tocó la puerta y hasta el segundo golpe abrieron.
— Señor Iskender—, saludó la señora al reconocerlo.
— Señora Safira. Vengo con la…—, titubeó un poco y enseguida agregó—, la señorita Facria está interesada en comprar alguna ropa que usted hace—, concluyó y la costurera le sonrió Daríce y ella correspondió el saludo dándole la mano también.
— Adelante señorita Facria. Pasen por favor—, les pidió la mujer de baja estatura con amabilidad.
Daríce fue la primera en entrar y detrás va Faráz, Iskender y Selim. Ciro se quedó en la puerta.
Ella observó detenidamente el pequeño taller de costura. La mujer les ofreció asiento y un poco de agua.
— Tendré que tomarle medidas. Aquí tengo una variedad de telas que puede escoger—, dijo acercándose a un anaquel lleno de telas y le dio algunas—. O también puede traerme las que usted desee—, comentó después.
— Realmente busco algo que esté hecho. Vengo de paso—, comentó tocando la suave tela que no es tan fina como la que uso pero bastante mejor que la que trae.
— Veré que tengo—, agregó sin dejar de mirar a Faráz y los demás.
Se debe admitir que son atemorizantes. No ocultan su condición de guerreros aún detrás de esa vestimenta de civiles y la aparente tranquilidad con la cual se mueven.
Al regresar la costurera trae en los brazos varias cosas que puso sobre la mesa.
— Trabajo sobre pedido, es todo lo que tengo—, dijo apenada.
Algo es algo pensó Daríce. Además, la tela se ve más decente que la que trae y a decir verdad le está raspando e irritando la piel con el sudor. Tomó un par de vestidos.
— ¿Tendrá unos pantalones, camisa? —, preguntó y evidentemente se sorprendió por la pregunta. No es habitual que una mujer los use. Lo cierto es que las mujeres no se visten como hombres.
— ¿Para usted? —, preguntó sorprendida.
Asentí con la cabeza pensando en la comodidad para cabalgar y también el largo trayecto que aún falta.
— Tengo algunos que me han dejado y son de unos chicos, posiblemente le queden—, agregó todavía confusa por su petición.
— Muéstremelos… por favor—, respondió amablemente.
La palabra por favor y gracias no suelen estar en el vocabulario de la princesa ni del príncipe. Las únicas personas en quien las usan son en los reyes. De ahí en fuera las personas simplemente les sirven y obedecen sin recibir nada a cambio.
Generalmente las muestras de agradecimiento de la princesa Daríce y el príncipe Faráz se demuestran con monedas de oro. Con el tiempo han descubierto que sus súbditos es lo que más desean. Daríce al respecto es muy dadivosa.
Ante la petición de la princesa la señora Safira caminó a otro cuarto y poco después salió con más ropa que puso sobre la mesa. La princesa agarró varias cosas que pueden servirle y le pidió a Iskender que pagara.
— Esto es mucho—, dijo la señora al tomar la pequeña bolsa con monedas de oro y ver su contenido.
La costurera no tiene idea quienes son esos viajeros, sin embargo ha observado a la joven que aunque viste ropas humildes, sus manos y piel le dieron a entender que pertenece a una familia privilegiada. Aparte es muy bella y es evidente que los hombres la protegen. Se paran de una forma alrededor de ella que eso le hace pensar.
La señora Sadira no está tan lejos de la verdad que imagina, a diferencia que frente a ella tiene un príncipe y una princesa. O mejor dicho los herederos al trono de Esparta y Persia.
— Tómelo. Ha sido muy amable—, le dijo Daríce.
Al salir de casa de la costurera se dirigieron al punto de encuentro en la torre del reloj. Pero al ver el mercado inevitablemente Daríce se distrajo con la gran variedad de plantas que una señora vende. Se acercó porque una en específico captó su atención. Tomó la pequeña flor entre sus manos y un olor peculiar inundó su olfato.
— Es hermosa—, agregó sin poder dejar de mirarla y olerla. Y después de tenerla tan cerca de su nariz recordó a su madre en su lecho de muerte y el olor extraño que emanaba. Los curanderos dijeron que era por causa de todos los brebajes que le dieron para aliviarle mal.
— Estramonio se llama. Tan pequeña, tan hermosa y tan venenosa—, agregó Iskender al final y tan bajo que solo ella pudo oírlo.
Instintivamente la soltó.
— Si es así no deberían venderla—, agregó en voz baja.
— En su estado natural es inofensiva. Es la esencia que sacan en el proceso de destilación, pero es difícil. Algo así me dijo mi padre—, le platicó mientras siguen viendo más plantas.
— ¿Y se puede conseguir? —, preguntó curiosa y a su vez pensativa.
— Existe un mercado negro para todo. Seguro que ahí se pueden comprar muchas cosas—, dijo mirando al suelo.
— Estramonio—, se repitió pensando en que su olor le resulta familiar.
La princesa Daríce recordó que en su padre también lo percibió en los momentos donde más estaba enfermo.
Siguieron caminando para reunirse con Mustif y Sihan.
Al ir entre las calles las personas más voltean a verla. Nadie presta atención a ella. Incluso un niño pasa corriendo y casi la tumba mientras Faráz está a punto de jalarlo y regañarlo por su “falta de respeto”
— Déjalo—, le pidió al oír la risa del alegre pequeño de unos seis años que apenas se dio cuenta que casi la tira.
— Perdón señorita—, se disculpó y siguió corriendo con la misma alegría.
Ella se acercó a Faráz deslizó la arruga que se le hizo en la frente con uno de sus dedos.
— Solo es un niño. Así deberíamos ser todos en nuestra niñez. Porque desde que tengo uso de razón no recuerdo haber disfrutado la vida plenamente. Pocas veces vi sonreír a mi padre porque al paso de los años su sonrisa se fue extinguiendo a una mueca torcida. Mi madre sin embargo… Bueno le decían la reina alegre y puedo asegurar que a mi padre se le iluminaban los ojos al verla—, le comentó Daríce mientras recuerda algunos momentos con su madre y la tristeza vino a ella.
Faráz la observa con atención hasta que habló también.
— El peso por dirigir un imperio es que al parecer te quita la felicidad. Mi padre sonríe poco, es como si siempre estuviera pensando en algo que le hace tener el ceño fruncido todo el tiempo.
— Así como tú ahora. Yo no quiero ser así—, dijo ella pensando que algún día ambos subiran al trono.
— Y yo siempre quiero verte sonreír. Y no obstante ahora debemos irnos—, agregó apretándole la mano.
Daríce lo comprende, y si alguien en esta vida conoce el mismo sentimiento es él.
Siguieron avanzando por las calles sintiendo la libertad como pocas veces en su vida ha sentido. Hoy es libre al igual que el niño cuya inocencia y lo corta que ha sido su vida le impide ver el mal que existe en el mundo.
La niñez de Daríce no fue ajena al mundo real de los adultos porque siempre estuvo rodeada de muerte y sangre. Ella piensa que la vida fuera del castillo es mejor. Sin embargo la gente también sufre de muerte y sangre, pero más aún de pobreza y de hambre. Con él tiempo descubrirá que su vida no es tan diferente de los demás. A diferencia que ella jamás ha pasado hambre, ni frío ni nada de eso, porque siempre ha tenido oro con que comprar.
Se admite que la vida de Daríce no ha sido fácil tampoco. A los siete años vio la decapitación de un hombre que al instante la hizo vomitar. Tenía trece cuando le enterró la espada a un malhechor como parte de su entrenamiento. Quince cuando intentó cortar la primer cabeza, y fui tan débil con la espada que la cabeza quedó colgando faltando la mitad del cuello en ser cortado. Fueron impresiones fuertes en su vida que aún las recuerda vívidamente.
Daríce ahora es más grande, y ahora entiende que quien quiere o busca el poder nunca es inocente.
Una vez se acercaron a la Torre del tiempo vieron a Sihan y Mustif abastecidos de suficientes víveres para el siguiente destino rumbo a Capadocia.
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Editado: 15.02.2025