Es hora partir y separarse de Sihan e Iskender. Ambos, tanto Daríce como Faráz le dieron las gracias al comerciante por todo el servicio de gran ayuda que les ha brindado.
— Eres un hombre de honor y jamás olvidaremos esto. Es hora que regreses con tu familia—, comento Faráz con sinceridad y realmente agradecido—. El apoyo que nos has brindado será recompensado. Ella es lo más importante en mi vida—, agregó jalando suavemente a Darice y la abrazándola.
— La vida de mi doncella vale mucho—, comentó por su parte Darice—. Dígale que estoy viva y pronto nos reuniremos nuevamente. Estoy muy agradecida por lo que ha hecho, le debo su vida, la mía y le recompensaré también.
— Mi mayor recompensa es haberles servido altezas. Saber que está a salvo—, dijo mientras se acerca y se agacha para besar el bordo de la capa que trae Darice. Después besó su mano y se retiró.
Faráz por su parte buscó a Sihan. Tiene que darle una orden más que involucra a Mirza y haber planeado matar a Darice, y que si no fuera por aquel buen hombre y fiel servidor que se interpuso entre Darice y la flecha, ella estaría muerta.
— Ejecuta la ley y decapítala. Le perdoné las cosas que hizo antes y la protegí, incluso le aseguré el futuro por lo que alguna vez hubo, pero ella tomó su decisión y sobrepasó sus límites una vez más. Ahora es tiempo de tomar la mía—, dijo con determinación.
— Como ordene alteza—, respondió Sihan.
Después de eso cada quien tomó caminos diferentes, los príncipes rumbo al embarcadero para continuar el viaje a Capadocia y conocer la situación allá, y los otros a Esparta, Sihan con la encomienda de calmar al rey. El camino es largo para todos.
Horas después Faráz y su grupo pueden sentir el agotamiento. También Darice está exhausta es más evidente que los demás y sin embargo no se queja. Va sujeta a él en la parte trasera del caballo y en ocasiones lo abraza y recarga su cabeza en su espalda.
Todos pensaban que ella viajaría en otro caballo, sin embargo va pegada a Faráz sin soltarlo mientras él lo va disfrutando.
En ocasiones ella sube sus manos por el pecho de Faráz y lo abraza. En otras recarga su barbilla sobre sus hombros y le da un beso en el cuello. Sin duda es la cabalgata más placentera que ha tenido.
Todos saben que falta poco para llegar al embarcadero, el olor a mar les llega a la nariz y pueden oír el sonido de las olas.
La llagar pasan por el pequeño pueblo de pescadores sin detenerse.
Para ellos la zona es conocida y conseguir un barco será fácil, pues algunas tropas están asentadas en los alrededores y hay barcos de guerra. Ciro arreglará todo y partiran inmediatamente.
— ¿Cómo te sientes? —, le preguntó a Darice que observa minuciosamente el lugar.
— Mucho mejor—, respondió recargando la cara sobre su espalda.
Mustif no ha dejado de revisarle la herida en la cabeza que parece ir cicatrizando rápidamente.
— Todo está listo—, dijo Ciro que viene caminando hacia ellos.
— Es hora—, le comentó a Darice al tiempo que se baja del caballo y la ayuda a bajarse también.
Caminaron el pequeño tramo que los separa del barco y Darice sonríe suspirando largamente viendo el barco.
— No tienes idea de lo mal que la pasé la última vez que subí a eso—, dijo acomodándose la capa.
Faráz apretó su mano teniendo un idea muy clara. Lo ha visto muchas veces en compañeros y viviendo al principio también
Empezaron a subir y a Daríce le sudan las manos, Faráz lo nota pero no hay otra forma de llegar.
Una vez en la proa observaron el inmenso mar.
— Intenta relajarte—, le perdió él.
Todo navegante tiene su primera vez. Faráz aún recuerda sus primeros viajes y lo mucho que le costó acostumbrarse. Sin embargo a Darice todavía le faltan un par de viajes más para no sienta nada. Hay quienes nunca se acostumbran, y otros que están hechos para el mar y nunca sintieron nada.
— Alteza—, dijo Ciro mientras se acerca caminando junto a Selim—. El camarote está listo.
— Vamos para que descanses—, le comentó a Darice mientras la lleva de la mano hasta el lugar.
Entraron al pequeño cuarto. Es el que ocupa el oficial de mayor rango.
Fuera se empezó a oír el ruido del ancla al subir y pocos minutos después comenzó el movimiento.
— No te concentres en el movimiento—, le comento a Daríce consiente que es de poca ayuda.
Y así durante varios días el mar los condujo en un vaivén al compás de las olas por zonas un tanto conocidas y otras poco exploradas.
Al menos ya falta poco para llegar a tierra.
— ¿Estás bien? —, la pregunta sobra porque Faráz ha perdido la cuenta de las veces que Darice a vomitado durante el viaje.
— Se me pasará—, respondió con la cabeza metida en un recipiente y vaciando nuevamente el estómago.
Por su parte Mustif le ha preparado unos brebajes pero parece que no le han ayudado nads.
La princesa ha comido poco y prácticamente no sale del camarote. Faráz ahora sabe que en el primer viaje fue esa la razón principal por la cual casi no salió. Él había pensado que en parte fue por evitarlo, porque no se imaginó que le fuera así de mal.
Si Daríce con eso piensa que va a morir, es porque aún no le ha tocado una tormenta.
— Falta poco para llegar—, comentó intentando darle ánimos mientras mira por la pequeña ventana en forma circular la tierra que se acerca.
Darice tenía ganas de decir algo y a los pocos segundos se paró para enjuagarse la cara. Luego se enjuagó la boca varias veces y se tomó una taza de té.
¡Tierra a la vista!, gritó uno de los que van en la proa.
— Por fin—, dijo aliviada aunque ese afirmación de tierra a la vista podría ser de otra hora más.
Que más daba para ella que ya había aguantado días así.
— Vamos a la superficie—, le pidió Faráz tomando su mano para subir a la parte dónde está el timón de mando.
A lo lejos empieza a verse la orilla del mar y parte de la extensa arena que mientras avanzan se hace más y más grande. El barco va bordeando las rocas para encallar en el puerto de Forcea.
— Nunca creí que el olor a tierra me produjera tanto placer—, comentó Darice sonriendo de oreja a oreja.
Faráz la vio y sonrió con ella pero en su mente estaba que el placer se lo produciría él durante todo el trayecto. Sin embargo ella apenas y tuvo ánimo de comer.
Una vez llegaron a tierra bajaron y caminaron entre la gente que sube y baja la mercancía que viene de diferentes lugares.
Forcea es un puerto importante de Esparta y su comercio bastante movilizado.
— Hay que conseguir caballos. Selim encárgate de eso.
— Como ordene Alteza.
Selim se fue y ellos se quedaron en el muelle a la espera de su regreso. Nadie los observa. Vestidos así poco llaman la atención y los guerreros que los acompañaron durante el viaje están a una distancia prudente. De todas formas a partir de ahi viajaran solamente con Ciro, Selim, Tasmaj y Mustif.
— Hay que abastecernos de víveres—, le dijo a Tasmaj y enseguida se fue a conseguirlos.
Él se quedó solo con Darice y Mustif que tiene como encargo principal estar al pendiente de ella en todo lo que se le ofrezca. Esa ha sido su prioridad durante todo el viaje. Sobre todo porque la herida en la cabeza se le quiso abrir de nuevo.
Ciro regresa y sin perder tiempo continuaron. El pueblo quedó atrás y empezaron atravesar la montaña. Es la parte menos árida de esta zona y se puede ver la abundancia y belleza de la naturaleza.
Daríce va sujeta del torso de Faráz pensando que todo es maravilloso mientras al ritmo de los caballos observa el hermoso paisaje. Sin importarle las condiciones en las que viajan va rebosante de felicidad en la parte trasera del caballo.
Daríce se pregunta si será atrevido de su parte no solo deslizar sus manos sobre su pecho y abrazarlo como lo ha venido haciendo, sino acariciarle el pecho a la vez. Siente las ganas de hacerlo. Su espalda es ancha y su pecho duro. Está experimentando anhelo por ser su mujer. De enredarse entre sus brazos. Daríce se sorprende de los pensamientos que tiene, pero también piensa que pudo haber muerto sin siquiera haber experimentado estar con él de esa forma.
Por su parte Faráz tomó la mano de Daríce y después de apretarla suavemente se la llevó a la boca dándole un beso en los nudillos. El simple gesto la hizo estremecer.
Poco a poco Daríce va dejando atrás los días horribles que vivió en cautiverio. Así como los días pésimos que pasó en el barco y que a casi un día de camino de repente se le viene esa sensación de asco. Mustif dice que es normal, aunque antes mencionó que podría tratarse de un embarazo.
— Pararemos aquí brevemente para que los caballos tomen agua—, dijo Ciro cuando pasaron por la orilla de un lago.
Daríce quedo embelesada con lo cristalino del agua que fluye.
Poco tiempo estuvieron en aquel lugar y siguieron avanzando hasta que cayó la noche y acamparon.
Daríce sigue sin sentirse bien, Mustif ha vuelto a comentar de un posible embarazo pero ella le ha dejado claro que tuvo su sangre en los días que el príncipe estuvo fuera mientras aún estaba en Esparta.
Mustif se sintió más tranquilo al descartar esa posibilidad y le ha dicho que una vez descanse y duerma lo suficiente se sentirá como si nada hubiera pasado.
Faráz también opina lo mismo pues lo ha visto en otras ocasiones.
Daríce se ha resignado a qué pase el malestar y si no fuera porque todos dicen que es normal empezaría a preocuparse de estar enferma.
Aún así ella lo sobrelleva muy bien y se hace la fuerte, porque no le gusta le estén preguntando cómo se siente. Para ella verse débil no es aceptable y odia ser la damisela en apuros.
Pasó una noche y al día siguiente muy entrada la mañana ya estan listo para continuar el viaje.
Daríce ha despertado llena de energía y como bien dijo Mustif parece que todo ha pasado y emprendieron nuevamente el viaje.
Horas después pasaron la frontera de Esparta y ahora están en territorio persa. Llevan cabalgando varias horas y Daríce alcanza a ver una montaña conocida para ella.
— Estamos muy cerca. Desde el castillo se observa esa pequeña montaña—, dijo Daríce señalando el lugar que tiene forma de mujer acostada de lado—, este lago pasa por la orilla—, les comentó sin dejar de admirar la belleza de aquel rincón donde comienza territorio del gran imperio persa.
Siguieron avanzando otro poco hasta que pararon cerca de unos árboles y baja.
Daríce camina unos pocos pasos hasta llegar a la orilla del lago donde se sentó en una piedra cercana y empezó a jugar con el agua cristalina. Desde esa ubicación tiene la oportunidad de observarlos a todos juntos mientras se refrescan echándose agua en la cara y en los brazos. Todos son altos. Faráz sobresale de ellos por media cabeza.
Admite que si Hassin estuviera con ellos sería el de estatura más baja.
— ¿Estás cansada? —, preguntó Faráz.
— No mucho—, respondió recargando los codos sobre sus rodillas—. ¿Estará fría? —, preguntó porque la orilla se siente cálida, sin embargo a veces más adentro no.
La respuesta de Faráz fue meterse con todo y botas y aventarle agua con las manos.
Daríce por lo contrario se quitó las botas y caminó hasta Faráz mientras él le arroja más agua, después la jaló de la mano y se sumergieron juntos.
Daríce sintió lo frío del agua e hizo una mueca por la sensación repentina. Cuando sus cabezas quedaron fuera del agua notó que los demás se alejaron con discreción hasta los árboles donde amarraron los caballos.
Daríce tomó un poco de agua con la boca y se la lanzó a la cara. Faráz hizo lo mismo y comenzaron una guerra de agua.
Sus risa retumba en el acantilado mientras se mete mojan y disfrutan. Parecen adolescentes. Faráz se aventuró más profundo jalándola con él y se sumergieron nuevamente.
Ahí en medio de la nada, sin protocolos, reglas, sin guardias detrás de ellos todo el tiempo, sin doncellas atentas a todo lo que hacen o quieren sienten lo que es vivir diferente.
Faráz la jaló hacia él estrechándola por la cintura hasta que sus cuerpos quedaron cerca y sus caras también.
Él la besó y ella se dejó guiar sintiendo el lento recorrido que su lengua hizo con la suya, para luego bajar por el cuello dejando pequeños besos y uno que otro mordisco.
Instintivamente Daríce se pegó más moviéndo las caderas ante la sensación de placer que experimenta, al tiempo Faráz la aprieta hacia él con urgencia y antes de separarse le dio un beso más suave y contenido.
Daríce abrió los ojos y observó la dirección de su mirada dirigida al frente con una leve sonrisa torcida. Los otros se han alejado todavía más. Ella se sonrojó porque por un momento se le olvidó que no estan solos.
— No quería avergonzarte—, dijo al ver sus mejillas rojas y la evidente vergüenza que se nota.
Ella sonrió.
— El castillo está cerca y apreciaría una buena cama… Y tú compañía por supuesto—, dijo sonriendo y a la vez sorprendida por atreverme a decirle aquello.
Después de decir aquello comenzó a sentir que la cara le arde por el atrevimiento de sus palabras. La cara se le va a caer de vergüenza.
Sin embargo la sonrisa de él y la mirada fue como lumbre sobre su cuerpo. Realmente siente que está ardiendo. Ahora la inmensa vergüenza le impide verlo a los ojos.
Faráz le agarró la mano girando la de la forma que quedó de espaldas.
Daríce respingo un poco al sentirlo tan cerca.
— ¿Eso quieres? —, preguntó suavemente detrás de ella con los labios demasiado cerca de su oreja.
— Si.
— Entonces estaré ansioso por mostrarte que es lo mismo que quiero desde hace tiempo—, respondió con la voz ronca.
Después de aquel momento tan íntimo salieron cambiándose la ropa mojada para continuar el viaje.
La tensión entre Daríce y Faráz es evidente. Ambos van atentos a cada roce de sus cuerpos ocasionado por el movimiento del caballo.
Estan bordeando la montaña, Daríce sabe que falta muy poco para llegar, porque después de pasar los densos árboles se podrá ver el castillo.
Ella solo ha ido un par de veces al castillo de mármol. La última vez fue hace dos años junto con toda la familia real.
Daríce recuerda que al llegar a la franja fronteriza el rey le explicó la división territorial. Por eso conoce esa ruta.
Avanzaron un poco más y tal como les dijo a lo lejos se empezó a ver la enorme muralla que hace del castillo una fortaleza impenetrable como todos los demás.
Daríce se sintió más cerca de casa. Más cerca de la verdad.
Cuando al fin llegaron a las puertas varios guardias esperan el acercamiento de ellos. Son como unos treinta que se ven tranquilos, pero sin duda listos para cualquier situación.
Daríce se bajó la capucha de la capa que la cubre del sol.
— Soy la princesa Darice—, dijo enérgicamente pero uno de los guardias ya la ha reconocido e inmediatamente se inclinó ante ella y los demás hicieron lo mismo.
— Alteza. Es un honor tener su presencia. Sea bienvenida. Soy leal servidor de su majestad el rey Elízeo y de usted princesa Daríce. Mi nombre es Meliades, oficial a cargo de la seguridad del castillo y estoy a sus órdenes.
Al principio Daríce no lo reconoció hasta que recordó haberlo visto cuando fue al castillo en Persepolis por su nombramiento para ocupar el cargo hace más de dos años. La posición del encargado en el castillo es estratégica para el rey. Son oficiales que han luchado a su lado, elegidos por él rey debido a su lealtad y asignados con un grupo de hombres de confianza para resguardar el castillo. Así los hay en cada castillo a lo largo del inmenso imperio que es Persia.
— El príncipe Faráz me acompaña—, agregó y volvieron a inclinarse ante la presencia de él.
— Bienvenido Alteza, es un honor tenerlo aquí. Escóltenlos y anuncien su llegada—, dijo dirigiéndose a los otros guardias.
Las enormes puertas fueron abiertas y al entrar cerradas. Los guiaron hasta la entrada principal del castillo. El movimiento ya ha empezado porque ahora saben quiénes han llegado.
— Princesa Darice que alegría verla nuevamente—, dijo Safife que tiene el control del personal del servicio en el castillo. Se agachó y besó su mano—. Alteza…—, se dirigió a Faráz—, bienvenido también, es un honor conocerlo—, comentó acercándose y besando su mano.
Al mismo tiempo el personal hace fila y mantiene la cabeza inclinada mientras van pasando.
Los sirvientes observan a la princesa y el príncipe sobre todo en la vestimenta, pero como ellos están ahí para servir y no para cuestionar Daríce dejó pasar la mirada indiscreta de alguna que otra doncella.
— Safife, Meliades síganme—, les ordenó.
Daríce caminó hasta llegar a la sala privada del rey. Solo entraron Faráz, ellos y la princesa. Sin demora y pérdida de tiempo habló.
— El príncipe Faráz y yo estamos haciendo un recorrido no oficial desde el castillo espartano hasta llegar al castillo en Capadocia. Andamos como viajeros y así permaneceremos hasta llegar allá—, les comentó mientras permanecen un tanto sorprendidos.
Daríce tiene la seguridad que Meliades enviará una carta a su padre porque seguro se está preguntando por qué la heredera al trono viaja arriesgándose de esa manera con otro príncipe que también representa el futuro de un imperio. Además viaja sin ningún hombre o guerrero persa.
Y así como al guardia Meliades la situación le resulta extraña, en Esparta hay un rey que se está retorciendo en el trono por la desobediencia del hijo. Primero por no dirigirse al castillo como se le ordenó, después por viajar sin su permiso y además con pocos hombres fuera de territorio espartano.
Daríce y Faráz están rompiendo todas las reglas que bien podría costarle el trono o la vida. En resumen, estan en serios problemas.
— Mañana retomaremos el viaje. Preparen todo para nuestro descanso el día de hoy—, les pidió.
— Por supuesto Alteza lo que ordene—, dijo Meleades.
Después se dirigió a Safife.
— Que preparen el baño con aceites, inciensos y velas. Necesito relajarme—, le pidió sin atreverse a mirar a la cara a Faráz—. Y que suban la comida a nuestros aposentos y provéanle todo lo que necesiten a los oficiales que nos acompañan. El de cabello más oscuro es el general Ciro de las legiones espartanas. Puedes retirarte Safife.
— Cómo ordene princesa. Con su permiso altezas—, dijo al tiempo que inclina la cabeza ante los dos.
La sirviente se fue y Daríce se quedó mirando al frente pensando en el futuro y en lo que vendrá después.
Pensó en la carta que Leila le envió. “Quieren hacer que mi padre abdique el trono para que mi tío Mural sea coronado rey”.
Para Daríce esa posibilidad siempre ha existido desde que no hay un hijo varón que pueda ascender por derecho de sucesión. Pero en ese tiempo su padre era fuerte, tan vigoroso que nadie iba atreverse a enfrentarlo. Ahora con su enfermedad parece que las cosas han cambiado. Han puesto los ojos en su trono. Ella pensaba en eso cuando tocaron la puerta y ella apenas iba dirigirse a Meliades.
— Adelante—, respondió
Entró uno de los guardias.
— Altezas les pido disculpas por la interrupción—, comentó agachando la cabeza.
— ¿Qué ocurre?
— Habla. Estás ante la princesa y el príncipe—, dijo Meliades.
— El mensajero ha salido—, dijo mirando a Meliades.
— Princesa antes que usted llegara y hace unas horas nos llegaron noticias de Grecia. El rey ha muerto y el príncipe Navid ha subido al trono. Ocultaron la muerte por unos días y se ha celebrado la ascensión al trono. Es lo que dice uno de nuestros hombres infiltrados—, dijo Meliades.
Ella ya sabe aquello.
— ¿Cuál es la posición de nuestro hombre allá? —, preguntó dirigiéndose a él.
— Es guardia alteza. No tiene mucho tiempo que logró ese puesto. Podríamos decir que es nuevo. El otro fue asesinado hace más del mes cuando fue descubierto—, agregó serio.
Daríce piensa que hasta ahora han sido de poca utilidad los “infiltrados o espías”, ya que Navid ha hecho lo que ha querido. Primero intentó enfrentarlos con Esparta, luego matar a Dana que por fortuna fue un intento fallido y después secuestrarla.
Para buena suerte nada de aquello le ha salido bien al príncipe Navid, afortunadamente sus hombres han sido tan inútiles que no han podido completar las cosas con éxito.
Daríce no puede dejar de pensar en Leila. Ella siempre ha sido arrogante y prepotente. Bastante frívola. Pero de eso a traicionar a su propia familia es algo que la princesa Daríce se niega aceptar. De ser el caso no está sola. Debe tener gente importante que la sigue. Y a la mente de la princesa se le viene el nombre de Hassin.
Hay tantos huecos en las intrigas del poder que resulta agotador pensar en todas las posibilidades.
— ¿Alguna otra noticia importante? —, agregó finalmente dejando atrás el hilo de sus pensamientos.
— Le mostraré el informe que nos fue enviado. Realmente lo más relevante ha sido la muerte del rey. Y hay una parte poco clara y entendible donde el guardia habla de algo importante y de gran valor para el príncipe Navid que le sería entregado, incluso mencionó que iba hacer un viaje largo, pero no pudo investigar más.
Afortunadamente la entrega importante de la que habla Meliades no le llegará a Navid ni hoy ni mañana ni nunca.
Daríce desde tenía la fuerte determinación de luchar hasta morir, incluso matarse de ser el caso.
— ¿Le has enviado carta a mi padre informándole que estoy aquí? —, preguntó casi sabiendo la respuesta.
— Lo siento princesa pero es mi deber—, dijo bajando la cabeza.
— Lo sé. Pero no puedes retenerme y lo sabes. Y tampoco voy a esperar las órdenes del rey. Partiremos mañana al medio día—, afirmó mientras el oficial la mira confuso y extrañado pero no dijo nada. Ella siguió hablando—. Una cosa más. Hay una planta. Estrabonio se llama. Quiero un informe de todo lo que encuentres sobre ella antes que nos vayamos.
La confusión del oficial fue más evidente ahora. Hasta Faráz se quedó pensativo.
— Haré todo lo posible por darle lo que pide—, agregó.
— Por supuesto que así será. Que esté todo listo para nuestra partida. Puedes retirarte Meliades.
— Con permiso altezas—, dijo el oficial y se retiró.
Después que se salió Daríce se dejó caer en el sillón recargando la cabeza en el respaldo.
— ¿Te gustó la flor? —, preguntó curioso Faráz.
— Algo en esa planta me inquieta. Pero estoy cansada de tanto pensar. Siento que se me escapa una cosa—, agregó dándole vueltas al asunto porque algo no la deja tener paz.
— Lo que por ahora necesitas es relajarte—, comentó poniéndose detrás de ella masajeándole los hombros suavemente, y luego presionando con más fuerza, pero sin llegar a lastimarla.
Daríce se estremeció ante el contacto al imaginar sus manos sobre todo su cuerpo. Al menos esa sensación está logrando distraerla. Después Faráz rodeó con sus manos el cuello de ellq y con dos de sus dedos tomó el mentón empujando suavemente la cabeza hacia atrás para besarle la barbilla. Al instante con la punta de la lengua recorrió la comisura de sus labios bajando por el cuello. La respiración de Daríce se hizo más rápida y de sus labios salió un sonido extraño. Ella se tensó y se sintió avergonzada.
— Solo déjate llevar—, le susurró al oído.
Daríce ahora puede percibir como a Faráz el tono de voz le cambia con la excitación, y la expresión de su mirada también. Le pasó en otras ocasiones con la diferencia que ahora se resiste.
Ella cerró los ojos nuevamente jalándolo hacía sus labios para besarlo. Y luego pequeños golpecitos detrás de la puerta.
Hubo un silencio y nuevamente tocaron.
— Adelante—, dijo Faráz separándose de Daríce.
Safife entró.
— Altezas el baño está listo.
— En un momento subimos—, dijo Faráz.
— Con permiso altezas.
Safife salió y se quedaron solos otra vez.
Al mirarse se nota complicidad entre ellos. Daríce le sonrió de manera atrevida y él correspondió de la misma forma.
— ¿Nos vamos?—, preguntó Faráz agarrándole la mano y conduciéndola hacia la puerta.
Caminaron por el pasillo hacia los aposentos que en visitas anteriores le han sido asignados a la princesa Daríce. Al entrar el aroma exquisito les inundó el olfato.
— ¿Quieres bañarte conmigo?
Faráz la mira intensamente esperando una respuesta y Daríce quiere pero le da vergüenza hacerlo, aún así asintió con las mejillas coloradas.
Él se dirigió al cuarto de baño y la jaló suavemente para que caminaran juntos. Entraron.
Faráz soltó la mano de Daríce mientras ella observa que él comenzó a quitarse las botas, después desabrochar la camisa y por último todo lo demás. Ella jamás había visto un hombre desnudo y no pudo evitar verlo justo debajo del ombligo. Faráz le sonrió provocativamente y ella se puso más roja aún.
Ahora es el turno de ella. Desnudarse delante de él no es complicado siendo que ya lo hizo una vez. Aún así se dirigió detrás del biombo y se quitó la ropa para luego enrollarse la suave toalla bordada de hilos de seda.
Mentalmente Daríce comenzó a repasar los concejos que la reina le daba. “déjate llevar”. Otros más como “al hombre le gusta que lo provoquen, lo seduzcan”. Al salir suspiró y caminó hacia la bañera mientras Faráz la espera dentro.
—Ven—, le pidió
Daríce antes de tomar la mano que le extiende dejó caer la seda que la cubre mientras toma su mana y entra al agua ante la mirada intensa de Faráz.
Él está sentado recargado en el respaldo de la bañera y sentó entre sus piernas de espaldas a él.
— ¿Estás cómoda? —, preguntó mientras le hecha agua con las manos sobre el cuerpo y le acaricia los hombros.
— Si. Es agradable—, dijo nerviosa.
Después Faráz empezó a lavarle el pelo, los hombros, la espalda. De ahí besó su cuello y ella giró la cabeza para corresponder sus labios mientras se pierden en un suave beso que va intensificándose mientras el corazón les palpita aceleradamente.
—Volteate— le pidió Faráz con la voz roca.
Daríce así lo hizo y comenzó a lavarle el pelo, los hombros, su pecho.
Todas esas sensaciones intensas nunca experimentadas por Daríce la hicieron llevarla a un placer que nunca se imaginó. Faráz sin duda se encargó de hacerla sentir así.
— Ven vamos a la cama—, le pidió suavemente tomándole la mano.
Ambos se pararon. Daríce nuevamente lo observó desnudo pues evidentemente se ve diferente. Se estremeció pensar en lo que pasará después y sintió una sensación extraña en todo el cuerpo.
— Te amo—, le dijo mientras la conduce hacia la cama.
Ella sonrió.
— Te amo—, le respondió sinceramente.
El tiempo y la vida son así. Tan inciertos y sorprendentes que es imposible predecirlo.
Los cuerpos de Daríce y Faráz se entrelazan en una demostración de amor, pasión y deseo.
Quien iba a imaginar que aquellos dos que tiempo atrás luchaban espada con espada para matarse uno al otro, ahora se aferran fuertemente e lucha muy diferente dónde el placer va ganando.
Entrelazados Faráz vuelve a buscar sus labios mientras ella siente una sensación intensa en su interior y todo el cuerpo. Él está arriba presionando las caderas mientras se mueve suavemente. Al final Faráz hundió la cabeza sobre el cuello de Daríce mientras su respiración se acelera y la piel de ella se eriza cuando un calor sube hasta su pecho y lo que experimento no se lo esperaba.
Faráz se quedó quieto sobre su pecho y su corazón palpita desenfrenadamente que parece se le va a salir, Daríce puede sentirlo con bastante claridad. Después él le besa la frente y se incorpora un poco.
Ella se siente dichosa y rara a la vez.
Daríce suspira pensando en las palabras de su madre. “La primera noche es diferente a las demás. Luego lo disfrutas” dijo algunas veces. Ella lo ha disfrutado, aunque admite que le dolió un poco. Fue un dolor extraño entre placentero y doloroso. Pero recordar lo que acaban de hacer le produce algo agradable en el pecho.
— ¿Estás bien, te lastimé? —, preguntó serio sin quitarse de encima con una expresión de preocupación en el rostro.
Ella asintió. Faráz no supo si su afirmación fue que la lastimó o está bien.
Por parte de Daríce le gustó. Admite que experimentó una momentánea incomodidad y dolor, sin embargo se dejó llevar guiada por la experiencia de Faráz pues no sabia bien cómo actuar.
Daríce sonrió observando las pupilas dilatadas de Faráz y su cara de confusión.
— No me dolió, bueno se sintió raro. Después fue…—, Daríce sintió la cara acalorada de solo recordarlo.
Él sonrió.
Para Daríce fue hermoso, él se portó tierno, aunque piensa quizá Faráz esperaba más.
Lo abrazó recargando la cabeza sobre su pecho mientras el calor sube por sus mejillas.
—¿Cómo es para ti?—, le preguntó aún con la cabeza pegada a su pecho y muerta de vergüenza por preguntar aquello.
Faráz buscó sus labios y cuando se unieron en un beso Daríce recargó la cabeza nuevamente en la almohada. Él sigue sin quitarse se encima pero ella no siente su peso, pues Faráz lo está recargando sobre sus brazos al tiempo que tiene uno a cada lado de ella.
Él no esperaba la pregunta, pero al fin y al cabo es Darice. Faráz sonrió.
Al principio Daríce estaba demasiado tensa y él no quería lastimarla o portarse egoísta con ella. De momento se relajaba y lo disfrutaba. Y luego él entre la excitación y el deseo se dejaba llevar para luego bajarle a la intensidad y hacerlo suavemente, pues piensa que un hombre debe tomarse el tiempo y delicadeza por una mujer virgen. Es algo que no se arrebata como un bruto salvaje.
— ¿Piensas que no lo disfruté? —, le preguntó y Darice asintió avergonzada—. Ha sido muy placentero—, le dijo al oído en un susurro y la apretó contra su cuerpo sintiendo nuevamente la cercanía de sus cuerpos desnudos.
Ella sonrió con timidez y alegría. Después de seguir abrazados por un rato él se quedó dormido y al tiempo Daríce también.
El primero en despertar fue Faráz. Miró a Darice que aún duerme así que se levantó poniéndose la bata que dejaron para él y después caminó a la mesita para tomar un vaso de agua. Aprovechó y probó un par de bocadillos que están en la bandeja que le subieron cuando prepararon el baño.
. Faráz miró los bocadillos pensando lo fácil que sería morir envenenaran o que lo mataran en cualquier momento del trayecto que han recorrido y que aún les falta.
Después pensó en su padre. Sabe que está furioso. Pero si no hubiera sido así habrían llegado demasiado tarde. Él dejó de pensar en eso y se llevó el panecillo a la boca sabiendo que están. limpios. Los probaron antes porque Darice así lo ordenó.
De reojo vio que Daríce se movió sobre la cama y pareció buscarlo. Después se incorporó un poco y levantó la cabeza hacia el balcón.
— Aquí estoy—, dijo sentado sobre los almohadones que pusieron alrededor de la mesita que está en la pequeña ante sala.
Ella le sonrió.
Hubiera sido imposible que Faráz no se enamorara de aquella mujer si es hermosa. Y esa belleza no solo está por fuera sino por dentro.
Admite que ha caído rendido a sus pies como juró que no haría. Pero vengará a su hermano y Navid morira por lo que hizo y por lo que planeaba hacer con Daríce.
— Te has levantado—, dijo Daríce parándose y buscando la bata. Él no pudo quitar la mirada de sus formas de mujer—. Muero de hambre—, comentó poniéndose la bata y caminando hacia él destapando una de las bandejas que hay—. ¡Codorniz! —, exclamó sonriendo y enseguida cortó un pedazo y se lo llevó a la boca. Luego cortó otro y se lo dio a él—, ¿Te gusta? —, preguntó y él asentí abriendo la boca—. Sabes… podría estar mucho tiempo aquí y disfrutar cada día—, comentó llevándose otro pedazo a la boca y sus mejillas se sonrojaron—. Sin embargo estamos muy lejos del castillo en Capadocia—, dijo mientras su expresión cambia y en su rostro se ve melancolía.
Él también podría estar todo el día encerrado en los aposentos con ella y no precisamente durmiendo ni comiendo.
— Tendremos que irnos hoy—, dijo pensativa.
Faráz piensa que si algo hubiera pasado saberlo no es fácil por la distancia. Hasta esta parte de Persia las noticias del castillo en Capadocia podrían tardar en llegar bastante tiempo.
Alguien toca la puerta y después de un adelante Ciro entró.
— Todo está listo alteza. Príncipe Faráz si me permite hablar con usted.
Faráz asintió y salió seguido del general.
Daríce se quedó sola y nerviosa porque pronto van a seguir su camino, ella solo espera la llegada de Meliades que ha ido al pueblo a investigar todo lo que encuentre de la planta de estramonia.
Melquiades le dijo que conoce un curandero que viene del norte de Asia con mucha experiencia en plantas.
Faráz aún no regresa y a Daríce le informan que Meliades ha regresado. Ella pide que lo espere en sala privada del rey y sin perdida de tiempo se dirigió hacia allá.
— Alteza tengo lo que me pidió.
Meliades inmediatamente le entregó un par de papeles escritos en una caligrafía muy fina. Daríce les dio una leída rápida. Ese fue otro de los privilegios que le dejó la reina, haberle puesto maestros que la enseñaron a leer y escribir.
— Alteza ¿está ocurriendo algo? —, preguntó con la frente arrugada.
— No lo sé Meliades. Aún no lo sé—, le respondió pensativa asimilando lo poco que alcanzó a leer.
Horas después que se abastecieron de víveres, descansaron y comieron, dejaron el castillo de mármol, mientras un Meliades se queda confuso y preocupado por la actitud de la princesa a quien le debe lealtad.
Los viajeros cabalgan hora tras hora. Para Daríce ha sido uno de los viajes más pesados que ha realizado pero irónicamente el más disfrutado, aún siendo que no lleva doncellas y ha terminado enjuagando su ropa un par de veces en los riachuelos. Afortunadamente Ciro, Selim, Tasmaj o Mustif se hacen cargo de la comida. No son los grandes cocineros pero con hambre todo parece tener un sabor aceptable.
Para ellos es extraño lo bien que ella se ha adaptado a la situación y cualquiera pensaría que una princesa es incapaz de hacerlo. Incluso en el castillo le ofrecieron una doncella y ella no aceptó.
La verdadera razón es que últimamente no confía en las personas.
Las horas pasaron, llevan dos días de viaje desde que salieron del castillo de mármol.
Daríce ésta vez va montada en un caballo pues el temor que dejó su cautiverio ha pasado. La impresión de que quizá no volvería a ver a nadie de las que aprecia también.
— Acamparemos aquí—, dijo Faráz
Ella sintió alivió, su cuerpo necesita un respiro y el lugar se ve agradable. Hay un río que fluye constantemente y puede ser un buen lugar para bañarse.
Daríce miró a Faráz y él volteó. Le sonrió y le correspondió. No ha habido una segunda de intimidad. Ayer cayeron tan rendidos cuando acamparon que solo se quedaron abrazados dentro de la pequeña tienda que levantaron para ellos.
— ¿Qué tal el viaje? —, preguntó Faráz al tiempo que de un solo brinco se bajó del caballo y caminó hacia a ella para ayudarla a bajar también.
Daríce no necesita es tipo de detalles pero le gustó el gesto, además el contacto de su mano le recuerda muchas cosas. Al bajar quedó tan próxima a su cuerpo que buscó sus labios para besarlo de una forma un tanto inapropiada.
— Me vuelves loco—, susurró a su oído al separarse.
A decir verdad ella se siente igual. Su piel se ha erizado y su cuerpo respondido pegándose al de Faráz y buscando sus labios otra vez. Perderse en lo labios de él e incluso olvidar que no están solos es muy fácil.
Faráz se aparta un poco y le sonríe tomándola de la mano para caminar por el sendero hacia el río.
El sol se ha ocultado y pronto vendrá la noche.
— Ha quedado alteza—, dijo Mustif al acercarse—. Con permiso—, agregó y fue por el sendero hasta llegar junto a los demás que se encuentran sentados alrededor de una fogata que han hecho.
Faráz y Daríce se sentaron en suelo y él la abrazó mientras miran de frente al horizonte donde se oculta el sol. El río está tranquilo. Ella se agachó y tomó una piedra que lanzo lo más lejos que pudo. La aparente tranquilidad del caudal es interrumpida por las pequeñas ondulaciones que se hacen en el centro dónde cayó la piedra. Así son sus vida. Solo basta lanzar una piedra para que todo empiece a moverse.
— Vamos a meternos—, le pidió Daríce al tiempo que se para y lo jalo suavemente para que la siga.
Faráz sin resistirse se quitó la camisa y las botas. Daríce solo las botas y caminó hacia el río tomándolo de la mano.
Ambos sintieron los agradable del agua sobre sus cuerpos, la frescura fue como un bálsamo relajante que buena falta les hacía. Cuando el agua le llegó a Faráz un poco arriba de la cintura se paramos y Daríce comenzó a lavarse el pelo y después el cuerpo con una barra de natrón con esencias que trajo del castillo de mármol.
El baño les produjo una sensación de tranquilidad. Sentirse limpios los relajó.
Dentro del agua Daríce está al lado de Faráz. Juntó a él se ve pequeña y esa circunstancia a ella la hace preguntarse cómo es que sus cuerpos se han acoplado tan bien.
Faráz le avienta agua y ella apenas iba hacer lo mismo cuando la jaló hacia él para besarla con ganas, al instante Daríce entrelazó las piernas alrededor de las caderas mientras se besan. Él la aprieta fuerte que ella puede sentir la tibieza de su piel en contraste con el agua.
Daríce entrelaza sus dedos entre el pelo espeso siguiendo el compás de sus labios. Sentirse deseada de esa forma la eleva por los cielos.
— Vamonos a la tienda—, le susurró al oído.
— Si—, respondió ella embriagada por el momento.
Salieron del agua caminando descalzos en la semioscuridad hasta la entrada que quedó en sentido contrario adonde esta la fogata y los demás. La tienda de acampar es pequeña.
Daríce se quitó el caftan mojado y lo dejó en la entrada. Se limpió los pies y se acostó sobre la fina sábana. Faráz hizo lo mismo y se acostó a su lado.
— Eres hermosa—, dijo agarrándole el mentón mientras acaricia sus labios con el pulgar y después la besa.
Daríce sonríe y suspira pensando como pudo haber creído que podía hacer eso sin amor. Que entregar su cuerpo a cualquiera solo por deber sería así de fácil. Que cualquier otro que no la amara iba a tomarla de la forma que Faráz lo hace, que cualquier otro la haría sentir como lo hace él. Entonces recordó a la hija del concejero, casada con un anciano cuando decía, “siento asco cuando me toca”. Daríce al contrario quiere hacerlo una y mil veces más con Faráz. Lo abrazó con fuerza porque no piensa soltarlo jamás.
En la tenue luz de la noche iluminada por la luna los esposos se entregan con pasión, deseo y lujuria. Faráz la conduce de una manera que Daríce jamás imaginó se podía hacer o sentir.
Es de madrugada y Faráz duerme plácidamente. Ella lo mira otra vez mientras se sienta sobre el duro suelo que sorprendentemente no había sentido antes. Observó su cuerpo desnudo desde la cabeza a los pies. Es grande y fuerte. Tiene una cicatriz en la pierna izquierda que parece fue hecha con una espada y un par de marcas más apenas visibles. Daríce tuvo el impulso de tocarlo así que con los dedos recorrió el pecho mirándolo descaradamente aprovechando que duerme.
Faráz siente los suaves dedos de Daríce recorriendo su cuerpo y eso lo despierta. Ella no se percata pero él la observa viéndolo con total descaro.
— ¿Te gusta verme? —, preguntó y ella pegó un ligero sobresalto al darse cuenta que ha sido sorprendida.
Daríce se puso roja pero sin quitar la mano.
—No te avergüences—, dijo Faráz tomando su barbilla—. Me gusta que lo hagas—, agregó en voz suave—. Y la forma que me estás mirando. En estos momentos no puedo pensar en otra cosa que no seas tú y las curvas de tu cuerpo desnudo, el calor de tus manos y el aroma de tu piel. De echo estoy pensando lo que quiero hacerte.
Diciendo aquello Faráz la tomó por la cintura y la subió encima de él.
—Pero dejaré que hagas lo que tú quieras conmigo.
Daríce tragó saliva sintiendo calor por todo el cuerpo mientras toma su rostro con las dos manos para besarlo.
— Te amo—, le dijo ella.
— Yo también— respondió él—, ahora sabes que soy vulnerable ante ti y la única persona capaz de destruirme ahora eres tú—, finalizó diciendo.
Para Daríce todo lo que han vivido juntos desde el primer día que tuvo su espada en la garganta ha sido obra del destino. Ella no cambiaría nada del pasado porque su amor por él es sincero y ahora sabe que es correspondida. Cada lagrima que derramó por él, cada noche que abrazó la almohada llorando por saber que estaba en la cama con otra, cada rechazo cuando parecía que estaban cerca en la intimidad. Y los celos, ese sentimiento profundo que la ahogaba por dentro y la consumía. Todo aquello ha fue necesario para poder enfrentar los obstáculos que hicieron que lo suyo se convirtiera en amor.
Ahora sabe que juntos podrán enfrentar el mundo, porque cuando el poder y el amor se unen nada lo puede detener.
Hicieron el amor una vez más, entregándose plenamente y sin prejuicios. Faráz sabe guiarla y la incita que se deje llevar también y que con él pierda toda la vergüenza. Ella lo hace gustosa.
Al terminar Daríce no puede dormir y ojalá todo fuera pasión, amor y felicidad. Se sentó y luego se arrodilló asomándose por la pequeña abertura de la tienda de acampar. Después se vistió y salió a tomar aire.
Miró al cielo pensando en el informe que le dio Meliades sobre la flor de Estrabonio y comprendió su madre fue envenenada y su padre está siendo envenenado también desde hace tiempo.
Sus pensamientos no son porqué, eso es obvio, sino quién dentro del castillo se ha atrevido a envenenar a los reyes. A su mente vienen nombres: Leila, Hassin, Príamo. Son los más cercanos. Está Balto también y su padre. Sin duda alguien con acceso a medios, recursos, gente para llevar ese plan tan despiadado y traicionero.
La cabeza le empezó a doler de tanto pensar así que se dejó caer en una piedra. Después miró hacia dónde está Ciro haciendo guardia, alerta a su alrededor y percatándose que está levantada. Los otros duermen cerca.
Agarró una piedra y la aventó, luego otra y otra hasta que se llevó las manos a la cabeza con ganas de llorar de impotencia, coraje, decepción y más cosas que se arremolinaron en su interior.
— ¿Estas bien? —, preguntó Faráz detrás de ella poniendo sus manos encima de los hombros con el ceño fruncido.
— No—, dijo en un suspiro—. Creo que mis padres han sido envenenados por mucho tiempo. Y que fue la causa de muerte de mi madre y que si no llego a tiempo será lo que le pasará a mi padre—, concluyó con un nudo en la garganta.
— ¿Por qué lo piensas? —, preguntó poniéndose al frente y agachándose a su altura sin quitar la expresión confusa en su rostro.
— La flor que vimos en el mercado—, comenzó a platicarle y también a decirle sus razones—. Su olor me recordó a mis padres y cuando Iskender dijo que su esencia es venenosa algo despertó en mí. Por eso le pedí a Meliades que la investigara. El informe que me dio dice que al ser ingerida en pequeñas cantidades constantemente produce alteraciones en el cuerpo. A diferencia de otros venenos no cambia el color de ciertas sustancias que se usan para detectarlos. A mis padres se les examinó detenidamente y no se encontró nada que indicara envenenamiento. Esta flor proviene del norte de Asia y es poco conocida su utilidad según he leído—, terminó diciendo sin poder evitar sentir impotencia porque cada minuto que pasa lejos.
Faráz se quedó pensando.
— Si es así cualquiera podría estar detrás de todo esto—, dijo finalmente—. El ayudante de cocina…—, comentó y ella continuó hablando porque también lo pensó.
— Fue mi primer sospechoso, de hecho mi padre tuvo mejoría después que lo agarraron, pero la carta de Leila dice que recayó.
— Al parecer solo fue el pretexto para que salieras del castillo y poder llevar a cabo su plan. ¿Qué podría obtener ella con… eliminarte? —, agregó apretando los nudillos con fuerza y evitando decir matarte.
Eso Daríce lo ha pensado sin duda desde que la secuestraron. Incluso trató de recordar cada momento cuando Navid iba al castillo, si algunas percibió algo entre ellos pero nunca los vio cercanos. Leila lo trató como trata a todos. Y luego está lo otro que le ronda por la cabeza a Daríce; Hassin sabe que es hijo del rey y quiere el trono. Se alía con Leila y ambos se convierten en reyes. Hassin tiene gran poder sobre los guerreros al grado que podrían jurarle lealtad. Pero aquello no cuadra. Navid no gana nada con eso y ella no le sirve de mucho sin el poder de Persia.
Y finalmente está Mural, el hermano menor del rey Elízeo y tercero en la línea de sucesión después de Daríce. Por sangre directa es quien más cerca está del trono.
Elimina al rey, se deshacen de la princesa y le queda el camino libre sin impedimento. El concejo sin duda lo apoyaría.
— Primero debemos ir al cuartel del ejército de los Safavidas—, dijo Daríce pensando tantas cosas que la cabeza le punza—. Me han jurado lealtad y lucharán conmigo de ser necesario. Pero el ejército de Inmortales le debe lealtad al rey. Y si mi tío asciende al trono por derecho de sangre, luchar conmigo sería traición. Aun así, no pierdo la esperanza—, dijo segura que será tomada en cuenta.
— Quien tiene un ejército tiene poder. Esparta luchará por ti. ¿Y qué me dices del ejército celta? —, preguntó.
Faráz ha pensado que de ponerse su padre, convocará a las legiones que lo sigan, aún cuando aquello se considere traición. Espera no tener que llegar a eso, y su padre esté en la mayor disponibilidad.
— Los celtas seguían a mi padre y mi madre. No apoyaran a mi tío sino a mí. Una vez que sepamos la situación real podremos actuar y hacerlos llamar. Responderán—, dijo segura de eso.
— Todo estará bien. Pase lo que pase no estás sola—, afirmó con vehemencia.
Eso es lo que más desea con todo el corazón, que todo salga bien. Sin embargo sabe que las ambiciones por el trono son fuertes. Todos quieren estar en la cima y eso cambia a las personas.
— Es hora de partir—, le dijo Faráz tomándola por la mano al tiempo que llama a los demás para seguir el viaje.
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Editado: 15.02.2025