Parada frente a Daríce está la mujer que mató a sus padres. Trae puesta una corona. La del rey aunque ha sido adaptada a ella. Daríce la observa con decepción porque nunca había visto ese odio en su mirada. Esa que habla no es su hermana. Sadira jamás la miró así y ella no quiere a llorar delante de su hermana ni de nadie. Tragó saliva.
— Aseguren el castillo. Nadie puede salir de la fortaleza. Ni aldeanos, comerciantes, nadie—, les ordenó a varios guerreros y después señalo a su hermana—. A ella llévenla a los calabozos y vigílenla—, dijo al final mientras Sadira la sigue mirando con demasiado odio.
Daríce la observa y no es fácil dirigir todo. Ni siquiera logra pensar nada en concreto. Todo ha sido tan rápido, tan cansado y ya no aguanta esa presión en la cabeza, y para ser sincera la herida le duele horrores. Todo le está dando vueltas y muy lejanamente oye a Faráz que le pregunta si está bien, pero antes de responderle siente como las riendas del caballo se le deslizan entre las manos y empieza a caer de la silla de montar. Después todo se pone oscuro.
— ¡Agárrenla! —, gritó Faráz viendo que se puso pálida mientras baja del caballo tan rápido como pudo.
Dos de sus hombres la detuvieron antes de caer, y después él la cargó en brazos.
— El castillo fue vaciado—, comentó Selim—. Pueden ingresar—, agregó con el ceño fruncido viendo a Darice que está inconsciente en los brazos del príncipe.
Entraron rápidamente y Faráz siguió a Príamo que ya está movilizando a la gente para que alguien revise a Darice. Después de caminar llegaron a los aposentos reales. No tardó en llegar la curandera y comenzó a revisarla.
— ¿Está bien? —, preguntó impaciente.
— Fue un desmayo.
— ¿Por qué se desmayó? —, cuestionó preocupado porque la herida causada por la flecha no parece grave ni hubo pérdida de sangre como para desmayarse.
Faráz ha visto cientos de heridas y puede distinguir cuando una realmente va a causar mucho daño, puedes morir o pasarla muy mal. La que tiene Darice no es de esas.
Pasados unos minutos Darice comenzó a moverse en la cama y Faráz se sentó a su lado sin soltarle la mano. Para él esnextraño verla así porque es tan fuerte que se siente raro creerla enferma. La curandera dejó de revisarla.
— ¿Cómo llegué aquí? —, preguntó intentando levantarse Faráz no la dejó.
Daríce hizo una mueca de dolor y luego miró todo a su alrededor pareciendo confundida. Bajó la mirada dándose cuenta que le quitaron lo que traía puesto y le pusieron un camisón. Intentó incorporarse nuevamente.
— No te levantes. Te desmayaste—, le dijo Faráz pero parece confundida.
Lo miró extrañada como pensando imposible que eso pueda sucederle a ella.
— Majestad beba esto por favor—, le pidió la curandera y Darice se le quedó mirando con desconfianza.
Después miró a las doncellas que están paradas. Hasta Faráz tampoco sabe en quien confiar salvo en la palabra de Príamo que aseguró son leales.
— Que lo tome alguien más primero—, dijo Faráz.
— Que lo haga ella—, dijo Darice mirando a la curandera que sin titubeos agarró una cuchara y se la llevó a la boca.
Después de algunos minutos Darice lo tomó también. Fue imposible no recordar cómo el rey fue envenenado lentamente hasta matarlo.
— Sabe horrible—, dijo con una mueca de asco en el rostro.
— Debe alimentarse mejor—, comentó la curandera—. ¿Cuándo fue la última vez que llegó su sangre? —, le preguntó la mujer.
Al principio Daríce no captó el sentido de la pregunta hasta que entendió que la curandera piensa está en cinta.
Sin ser nada con confirmado en el interior de Faráz sintió alegría. Miró a Darice esperando diga algo pero está pensativa.
Ella por su parte está haciendo cuentas. Lo cierto es que han sido muchos días desde la primera vez que estuvimos juntos.
— Perdí la cuenta—, dijo con sorpresa miró a Faráz mientras el color sube por sus mejillas.
— ¿Su sangre llega mes con mes? —, preguntó la curandera, y ante la pregunta Darice pareció extrañada, pero respondió.
— Si. ¿Hay alguna razón por la cual no llegue sin estar preñada? —, preguntó pensativa.
— Hay casos, muy pocos donde la sangre de una mujer no llega en más de un mes, a veces hasta tres o más. Casi siempre esos problemas se manifiestan desde el principio que una niña pasa a ser mujer.
— ¿Y esa es una deformación que impide casarte y tener hijos? —, preguntó curiosa.
— Para nada. He conocido mujeres con ese mal y con muchos hijos se lo aseguro Majestad.
Darice sonrió y Faráz la miró extrañado. La curandera también pero se quedó callada y continuó.
— Volviendo a usted Majestad. ¿Ha tenido mareos, ascos, mucho sueño en días pasados?
— Ascos. Estos últimos días cada vez que consumo alimentos. No les di importancia.
— Acuéstese por favor—, le pidió y Darice volvió a recostarse. La mujer comenzó a presionar el vientre suavemente evitando la herida—. Tiene los síntomas de un embarazo. Ya no debe montar a caballo—, agregó la curandera sin dejar de presionarle el vientre.
Faráz y ella se miraron preocupados con lo que dijo de no montar a caballo, porque prácticamente eso ha venido haciendo todo el tiempo.
— ¿Es peligroso? —, preguntó él sin poder evitarlo y observando a Darice.
— Conforme avanza el embarazo no es recomendable. Y aparte están las caídas, los sustos. Pero si lo ha venido haciendo no debe preocuparse. —. Cualquier malestar que presente estoy a sus órdenes. Descanse Majestad—, finalizó mientras le da indicaciones a las doncellas sobre los brebajes que debe tomar y lo que no debe consumir.
Darice sigue callada después que se retiró la curandera, así que Faráz le pidió a todos que se fueran. Al quedarse solos ella le sonrió con ternura sin decir nada mientras piensa que quizá está embarazada. La palabra retumba una y otra vez dentro de su cabeza sin evitar sentirse eufórica, pero poco después dio paso a la tristeza observando a su alrededor.
Daríce está en los aposentos reales que alguna vez fueron de los reyes. Ahora ellos han muerto, mejor dicho si hija los mató. Ya no queda nada de ellos más que el recuerdo. Cerró los ojos y las lágrimas comenzaron a salir.
Faráz la abrazó sin preguntar nada y permanecieron así por un rato. Luego de calmarse lo miro de frente y tomo su rostro con ambas manos.
— Te amo. Y la idea de darte un hijo me hace inmensamente feliz. Odio haber arruinado el momento porque debería estar llorando de felicidad y sin embargo estoy aquí triste en los aposentos de mis padres, porque ellos están muertos y fue su hija quien los mató—, dijo mientras más lágrimas se deslizan por sus mejillas.
— Debes descansar. Duerme que mañana será otro día y verás como el cielo comenzará a despejarse. Hay cosas que ya no pueden ser cambiadas por muy dolorosas que resulten. Estoy contigo—, dijo dándole un beso en la frente.
Después Faráz salió y ella se quedó acostada con la intención de poder descansar un poco y dormir. La realidad es que no pudo y perdió la cuenta de las veces que dio vueltas sobre la enorme cama intentando hacerlo hasta que mejor se paró se puso una capa y salió.
Las mujeres que fueron asignadas provisionalmente a su servicio se le quedaron mirando como no estando de acuerdo en verla levantada. La indicación de la curandera fue reposo.
Daríce las observó y una de ellas es Narda y Nimea, quienes fueron doncellas de su madre pero la reina mucho antes de enfermar les dio su libertad. Son grandes ya.
— Necesito salir de aquí. Vamos a mis antiguos aposentos para bañarme y vestirme—, les pidió porque las paredes de esa habitación la están asfixiando.
— Majestad debe descansar—, dijo una de ellas.
— Lo haré, pero primero debo hacer algo más—, les dijo al tiempo que sigue caminando.
Daríce se dirige a los calabozos. Inevitablemente ahora la siguen quince guardias persas y cinco espartanos. A partir de ahora serán su sombra hasta el último de sus días como lo fueron del padre para evitar cualquier atentado físico.
Daríce al pensar en aquello se rio deseando tuvieran más éxito y eviten que sea envenenada por una hija. Apretó los puños y bajó el último escalón que la separa de la celda dónde está la traidora.
Sadira volteó al escuchar los pasos y sonrió.
— No resististe mucho para bajar a verme. ¿Aquí encerrada crees que puedes detenerme? —, dijo con la intención de provocarla.
Daríce se le quedó mirando preguntándose si esa que está enfrente es su hermana. Porque la que conoce es de mirada tierna y no de una loca desquiciada como la mujer que la mira con dureza.
— Ya lo hice. Sino seguirías siendo la reina Sadira—, respondió en el mismo tono que ella empleó.
— A qué has venido—, dijo irritada y después siguió hablando—. Tu cara me da lástima. Ya quita esa expresión de dolor que lo único que reflejas es lo débil que eres. Te ves patética. ¿Cuánto tiempo crees que dure tu reinado? —. dijo sonriendo como si estar encadenada fuera algo placentero. Quizá piensa que durará poco encerrada.
La ahora reina, la observó por algunos segundos mientras escoje con cuidado cada una de las palabras que va a decirle.
— Te aseguro que mi reinado será mucho más largo que el tuyo, porque ahora me doy cuenta cual es la diferencia entre tú y yo. Aquí parada frente a ti siento un nudo en la garganta, un dolor que viene del alma. Lloraré lo que tenga que llorar y mañana me levantaré siendo la reina Darice de Persia y para mí dejarás de existir. Te dejaré en el pasado y continuaré sobreviviendo como hasta ahora lo he hecho, y porque es lo que la gente hace. No obstante, tú te quedarás aquí pudriéndote en una celda hasta el último día de tu vida. Y te aseguro que me encargaré que sea muy, pero muy larga tu existencia para que solo cuatro paredes llenas de mugre sean testigo de lo que alguna vez fuiste; una princesa amada, una hermana querida, una hija adorada, una mujer hermosa que se convertirá en nada. Pasaras a la historia como la hija que mató a sus padres, como la traidora que asesinó a los reyes. Pero solo en el recuerdo de quienes estamos aquí ahora, porque te aseguro que pasados los años nadie recordará tu existencia porque me encargaré que borren de los libros tu nombre, quien fuiste salvo lo que hiciste. El mundo recordará solo a una criada que atentó contra los reyes, porque será la historia que yo haré escribir. Respecto a ti, quedará escrito lo siguiente: “El rey Elízeo y la reina Sadira tuvieron tres hijas, la segunda murió cuando era muy pequeña”. Fin de la historia hermanita. ¿Por qué dejaste de sonreír? —, le preguntó al último con una expresión dura en el rostro.
. La crueldad no es una característica de ella en las personas que ama, pero la que está frente a ella no merece su amor.
El rostro de Sadira expresó una variedad de sentimientos y emociones. Desde el odio, hasta el miedo. Daríce se dio la vuelta y empezó a caminar para irse.
— Y qué escribirás de la hija menor. ¿No piensas preguntarme dónde está? —. dijo para provocarla y hacerla perder la paciencia.
— Sé que no me lo dirás y de todas formas no pienso perder mi tiempo contigo—, le dijo sin voltear y siguió caminando.
— Sé donde está.
Daríce estuvo a punto de caer, pero sabe que si cede Sadira sabrá que la tiene es sus manos.
Sin mirar atrás y respirando aceleradamente con ganas intensas de llorar siguió caminando. Trató de aguantarse hasta llegar a sus aposentos. Sin embargo antes de llegar se encontró de frente a Faráz, que se ve bastante molesto, pero no dijo nada y caminó con ella hasta entrar a los aposentos.
— Déjennos solos—, ordenó y las doncellas se quedaron fuera. Cerró la puerta y se paró frente a ella—. ¿Es muy difícil quedarte un rato en la cama y descansar? —, preguntó con el rostro severo y la mandíbula desencajada del coraje.
— No podía dormir y tenía que verla—, admitió sintiéndose demasiado cansada y sin ganas de discutir con él.
— Entiendo que no pudieras dormir, pero “verla” podía esperar. Primero estás tú, luego estás tú, y por último estás tú. Ahí dentro llevas un hijo mío—, dijo señalando el vientre—. Y es nuestra responsabilidad protegerlo, pero mientras esté en tu panza será más tuya que mía. Ahora ve a la cama e intenta descansar Darice—, dijo serio y muy enojado.
Ella suspiró. Faráz le está dando órdenes. Obediencia decía la reina. La que nunca enfrentó a su padre en público, quien nunca le dio órdenes al rey en público. Pero viendo Daríce a su alrededor ella no está en público. Se acercó y puso las manos sobre el pecho de Faráz por arriba de la armadura, después lo abrazó sin obtener el mismo gesto que hasta pensó quitaría su manos. Se dio cuenta que está echando lumbre. Tenía que suavizar la situación.
— Tienes razón—, admitió y dejó unos segundos pasar y después continuó—. Solo quería mirarla a los ojos una última vez y convencerme de lo grande que es su odio, porque aún no me cabe en la cabeza que siempre me haya odiado al grado de querer verme muerta. Que su corazón sea tan negro como para matar a mis padres, y que lo último que se haya llevado mi padre haya sido la traición de ella. El rey nos amó incondicionalmente y mi madre igual—, terminó diciendo con lágrimas en los ojos.
Faráz finalmente cedió y la abrazó. Luego la besó en la cabeza, pero ella levantó la cara y lo besó en los labios.
— Quédate conmigo porque necesito que me abraces. Deja que los demás se encarguen—, le pidió, o más bien sonó como una súplica.
— Está bien. Pediré suban los alimentos y preparen el baño. Ven vamos al balcón—, dijo tomándole de la mano y conduciéndola hasta la terraza.
La noche ha caído y todo está en silencio. Afuera se ve la tenue luz de algunas fogatas y de una que otra casa.
— Los aposentos reales tienen mejor vista—, comentó Faráz.
— Hace unas horas no estaba lista para dormir ahí. Mañana pediré trasladen nuestras cosas—, dijo con determinación.
Más bien las cosas de ella, las que dejó antes de irse a Esparta, porque Faráz no tiene nada, pero ya hay sastres que trabajan arduamente para hacer los atuendos con los que subirán al trono como rey y reina.
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Editado: 15.02.2025