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Cuando Cormac Murphy era un niño de doce años sus padres fallecieron en un naufragio, corría entonces el año 1895.El pequeño huérfano tuvo que ir a vivir con sus abuelos paternos en un rancho en las afueras del estado de Kentucky, Estados Unidos.
Los terrenos de la familia Murphy eran extensos, mucho más extensos de lo que el pequeño Cormac, un niño de ciudad, podría haber imaginado. Las praderas se extendían hacia el horizonte, perdiéndose en lo que al pequeño niño le parecía infinito. La casa también era grande, acogedora y de aspecto rústico, aunque no tan lujosa como la que habitaba junto a sus padres en Manhattan. Su nuevo hogar era también un lugar muy silencioso, sobre todo por las largas noches en las que Cormac extrañaba los brazos de su madre.
Los días comenzaban muy temprano en casa de los abuelos, especialmente en verano, cuando el sol asomaba mucho antes.
Las primeras semanas luego de haber perdido a sus padres fueron duras para Cormac, su abuela Mary pasaba todo el día junto a él. Después de todo, ella también estaba triste y podía comprender su dolor, porque el niño había perdido a sus padres en aquel desastre, pero ella había perdido a su ser más amado, su único hijo.
Con el correr de los días el niño fue recuperando el ánimo, la compañía de su abuela había sido un gran aliciente para ese inmenso dolor que sentía. Al notar aquellas mejorías en su nieto, Mary fue retomando paulatinamente las tareas que había hecho a un lado desde la llegada del pequeño niño a su casa, y el abuelo Murphy decidió que era hora de mostrarle al inexperto Cormac como era el trabajo en el rancho. Porque a pesar de tener una buena posición social y económica, los Murphy, no contaban con muchos empleados; solo unos pocos hombres que ayudaban en el campo, con la granja y los establos. Y la señora Pells, quien ayudaba a Mary en las tareas del hogar.
Cierto día, muy temprano en la mañana, el abuelo Murphy llevó a Cormac a los establos para que comenzara con sus tareas. Debía alimentar, dar de beber, cepillar a los caballos y también recoger todo el estiércol del lugar, tarea nada fácil, ya que los equinos en el sitio eran demasiados. De hecho, los animales que habitaban el rancho eran en su mayoría caballos. Y el motivo por el cual había tantos de esos animales allí era porque los abuelos de Cormac eran aficionados a las carreras de caballos, lo cual hacía un par de años se había convertido en un evento anual en la ciudad de Louisville.
Un domingo de agosto, el abuelo de Cormac lo despertó al amanecer. El sol apenas asomaba en el cielo, luego de varios días de lluvia. Salieron a toda prisa hacia los establos, sin siquiera haber tomado una taza de café. Cormac corría muy intrigado y aun entredormido por el camino lodoso.
Cuando llegaron la abuela estaba allí, arrodillada junto a una de las yeguas que se quejaba de dolor en el suelo. El animal estaba pariendo y era la primera vez en la vida que Cormac presenciaba algo semejante, sus abuelos creyeron que aquel acontecimiento debería ser presenciado por el niño, como una forma de introducirlo en la vida del trabajo en el campo.
El parto estaba complicado, la yegua se había retorcido de dolor durante horas. El abuelo necesitaría asistencia para ayudarle a esa cría a nacer. Dos de los empleados de la estancia estaban presentes y tendrían que brindar su ayuda, ya que el médico veterinario del pueblo vivía muy alejado del rancho de los Murphy y los caminos estaban anegados tras las tormentosas lluvias.
Luego de horas de trabajo de parto, asistido por “fórceps” improvisados con sogas y alambre, la cría estaba afuera y la madre estaba exhausta, tendida en el suelo.
Apenas tenía segundos de nacida, esa pequeña cría, y ya estaba de pie. Era algo fascinante para el pequeño niño quien antes de llegar a la granja jamás había tenido contacto con otro animal que no fuera el perro de su vecina, un pastor alemán llamado “Freddy”… Cormac despreciaba a ese perro, así como despreciaría a otros seres vivos a lo largo de su vida.
Apenas el abuelo Murphy vio de pie a aquel pequeño animal, comenzó a maldecir con todas sus fuerzas. Caminaba furioso por todo el establo tomándose la cabeza. Su esposa trataba de tranquilizarlo, mientras Cormac los observaba sin entender.
“¡¡Es una mula, una maldita mula!!”, repetía una y otra vez el abuelo mientras observaba al animal. De repente todos estaban enfadados al igual que el viejo. El niño no podía comprender el porqué. Salieron de allí al rato, dejando al animal y a su madre solos.
2
Horas después, en la casa, el anciano Murphy estaba en la sala fumando mientras observaba por la ventana, preocupado.
Cormac y su abuela estaban en la cocina. El niño seguía sin entender la reacción de su abuelo, entonces se animó a preguntar.
—Abuela Mary… ¿puedo preguntarte algo? —dijo tímidamente el niño.
—Por supuesto, cariño ¿qué sucede? —indicó la abuela sin dejar de cortar zanahorias.
—¿Qué hay de malo con el caballito? ¿Por qué el abuelo está tan enfadado?
—Es que no es un potrillo, como esperábamos… es una mula… jamás hubiéramos esperado eso —La mujer lanzó un suspiro.
—¿Qué es una mula?... se veía igual que un caballito —dijo muy intrigado el pequeño.
Entonces su abuela Mary le explicó que una mula es un híbrido entre una yegua y un asno, que, si bien ambos pertenecen a la misma familia de équidos, no son lo mismo. Y que el principal problema en el nacimiento de esa mula era que ese tipo de animal no era aceptado en las carreras de Louisville. El abuelo Murphy estaba esperanzado en criar al nuevo campeón y el nacimiento de esa mula había arruinado por completo sus sueños de grandeza.
Cormac no pudo dejar de pensar en aquella historia de que un asno y una yegua dieran vida a una criatura que no era ni una cosa ni la otra, estaba dispuesto a saber más al respecto.