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SEPTIEMBRE 1986
El viaje había sido tan largo, que parecía que nunca terminaría. Llevaba horas y horas en ese auto, dejando atrás todo lo que conocía, observando como su mundo desaparecía a través del espejo retrovisor. Poppy lamentaba no haber prestado atención a toda la información que había salido de la boca de su madre tan solo unas semanas antes. Se mudarían, sí, a Jackson, quizás, pero no al Jackson que ella pensaba, en Tennessee, donde había vivido siempre. Cerca de Nashville, su ciudad, donde estaba su escuela, su vecindario, donde estaban sus amigas y Zack, el chico más apuesto del mundo. El lugar a donde iban era en Misisipi y ni siquiera era Jackson, Misisipi, sino un lugar cerca de allí llamado Morton... ¡jamás había escuchado hablar de ese lugar! Definitivamente nada de lo que allí los esperaba podía ser bueno.
¿Cómo fue que terminaron en ese automóvil camino al infierno? Bien, es una historia muy breve.
Tres meses atrás, Eva, su madre, había encontrado punto final en la relación con Justin, su padrastro y padre de sus pequeños hermanos gemelos Liam y Noel. Y era evidentemente un punto sin retorno para la relación. Eva había descubierto las infidelidades de su joven pareja y este al verse en evidencia, había desaparecido junto a su amante, dejándola a su suerte con sus tres hijos. Eva era una mujer de Cuarenta y cinco años, que aparentaba muchos menos, muy guapa, de figura estilizada y autoestima alta, así que no iba a deprimirse por eso. Aun así, los problemas económicos se hicieron sentir en un corto lapso de tiempo. El sueldo de Eva como estilista a medio tiempo en el salón de su amiga Shirley no era suficiente y la economía del hogar tuvo que ser mejor administrada. A pesar de todos esos inconvenientes, Eva se negaba a que Poppy buscara un empleo, es que apenas tenía diecisiete y debía poner toda su atención en los estudios. Aunque a la pequeña Pop no le agradaba mucho aquel asunto de pasar el tiempo entre libros y tareas. Poppy tenía una voz maravillosa y estaba segura de que no hacía falta estudiar para triunfar en la vida teniendo un talento innato como el suyo.
En fin, fueron un par de meses muy duros, que fueron empeorando sistemáticamente y cierto día Eva tuvo que aceptar que estaba en aprietos. Adeudaba el alquiler del apartamento y el casero ya no tenía ganas de fingir que le importaba la situación de una pobre mujer abandonada con sus hijos. La realidad era que lo que a él le importaba era el dinero, Eva no lo tenía y deberían dejar el apartamento en las próximas dos semanas.
Afortunadamente no hizo falta tanto tiempo, las plegarias y súplicas desesperadas (y podríamos decir hipócritas, ya que ni Eva ni sus hijos eran devotos creyentes) dieron resultado y la noticia salvadora llegó a través del teléfono un jueves por la mañana muy muy temprano.
El teléfono sonaba y Eva caminaba adormilada hacia él. Al levantar el tubo, no estaba segura de si aún estaba dormida.
—Hola… sí, soy Eva Gardner… ¡oh, no puedo creerlo! —expresó afligida— ¿cómo fue que pasó?... está bien, yo… hace muchos años que no tenía contacto con mi madre… pero allí estaré de todas formas, muchas gracias.
Colgó el teléfono y se quedó observando el suelo, totalmente absorta por unos segundos. Estaba realmente conmocionada por ese llamado. Poppy entró en la cocina restregándose los ojos y miró a su madre preocupada.
—¿Qué sucede, mamá? ¿Quién era?
—Mi madre ha fallecido —dijo Eva a su hija, aún asombrada por esa noticia —. Era su abogado, debo salir en unas pocas horas.
Se dispuso a preparar el desayuno, mientras su hija la observaba sin saber que decir.
Bien, se preguntarán ¿qué es lo bueno en aquella trágica noticia? Verán, la relación entre Eva y Rose, su madre, estaba rota hace muchos años, desde su adolescencia. Su madre la culpaba por la muerte de su pequeña hermana Susan, quien se había ahogado en el río una tarde muy calurosa en la que estaba bajo el cuidado de Eva y sus amigas. Obviamente había sido una fatalidad, un accidente, un descuido de apenas unos segundos que se convirtió en una carga eterna para Eva y una barrera de resentimiento irrompible entre madre e hija. Por eso apenas tuvo edad para largarse de su casa lo hizo y jamás volvió. La última vez que había visto a su madre con vida fue en el entierro de su padre, Poppy apenas tenía seis meses de edad. Su abuela jamás había tenido intenciones de conocerla, tampoco a sus hermanos. Como verán, los niños no sufrieron por aquella pérdida y Eva estaba aún tratando de comprender que era esa sensación tan extraña que le provocaba la muerte de su madre. Lo bueno fue que la abuela Rose había dejado una herencia a su única hija a la que despreció hasta el último momento y a sus únicos nietos de los que ni siquiera sabía sus nombres.
Una pequeña cantidad de dinero y unas tierras extensas con una casa en Morton, Misisipi. Así que la familia saldó cuentas en Nashville, y muy a pesar de todo lo que debían dejar atrás, empacaron todas sus cosas y tomaron la carretera camino a su nuevo hogar.
Cuatro personas y el viejo Barnett, un hermoso y adorable Setter irlandés, en un viaje interminable hacia un lugar desconocido. Mamá se había cansado de hablar, Noel trataba de colorear y Liam dormía profundamente junto al perro. Poppy se colocó los auriculares, afortunadamente su walkman aún tenía baterías así que se torturaría escuchando take my breath away de Berlín mientras se recordaba en la sala de cine viendo «Top gun» junto a Zack hacía apenas unos meses.