Sangre Strigoi

Capítulo 4

René entró a la casa, se sentía extraña, como si una laguna rondara por su mente porque no recordaba cómo había regresado. Cerró la puerta tras de sí y lanzó su bolso hacia el sofá, poco después subió por las escaleras. El cansancio la dominaba, solo quería dormir.

Llegó a su habitación, al entrar se topó frente a frente con su amiga. Constance la miraba con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—¿Dónde estabas? —preguntó Constance.

—En la morgue, ¿dónde crees? Salí a caminar —respondió René pasando junto a ella.

—¿Al menos sabes qué hora es?

—Las seis de la tarde.

Constance soltó una carcajada.

—¿Enserio? —caminó hacia René.

—¿Enserio, qué?

—¡Pasan de la medianoche! —gritó.

Incrédula, René se giró para mirarla. Se llevó las manos a la cadera y con voz cansada le dijo que no podían ser las doce, ella apenas había salido un par de horas.

Constance le mostró su reloj de pulsera para que comprobara sus palabras con sus propios ojos.

Era imposible.

René abrió los ojos exageradamente ante esa prueba. No había estado fuera mucho tiempo pero, si Constance no mentía —y estaba segura de ello porque su amiga solo la regañaba como si fuera una bebé cuando estaba realmente preocupada— entonces algo extraño habría ocurrido y no se había percatado de ello.

—Constance… —susurró, esperando a que su amiga le dirigiera alguna mirada y entonces prosiguió—. Perdóname por lo que dije, no era mi intención.

La morena solamente le dedicó una corta sonrisa y asintió ante las palabras de su mejor amiga. Peleas siempre había, además aceptaba la culpa por haber sido ella quien había comenzado con la pelea.

René dibujó una delgada sonrisa y se abrazó a si misma murmurando un “Eres la mejor”. Acto seguido se dio media vuelta y caminó hacia su cama.

—Y ahora, ¡a dormir! —dijo riéndose.

—Espera, ¿qué? —replicó Constante—. Aún no me explicas qué estuviste haciendo.

—Ni yo sé.

René se dejó caer en la cama y se metió entre las sábanas. No le interesaron los reclamos de Constance, pero el intervalo de tiempo perdido sí. ¿Qué había sucedido entre esas seis horas? ¿Por qué no lo recordaba?

Le preocupaba haber sido drogada y abusada por alguno de los ladrones que intentaron asaltarla en la tarde, pero lo único que recordaba sobre el incidente fue verlos ensangrentados sobre la acera, y a un hombre… hubo alguien más con ella, pero su rostro estaba borroso en su memoria.

—¿Quién eras? —murmuró.

Se durmió pensando en ello.

× × ×

Mikhail le ofreció su sangre al neonato que sonreía agradecido ante su salvador.

—Ahora ve —dijo él acomodándose la manga de la camisa. La herida ya se había cerrado y mantenía la mirada sobre el hombre que se encontraba frente a él.

El neonato asintió y se dio media vuelta listo para marcharse. Mikhail solamente lo observó marcharse.

A su mente llegaron varias imágenes que serían inolvidables para él. Su reencuentro con René había sido gratificante, sin embargo una extraña sensación se apoderó de él. Por un momento sintió náuseas al recordar aquel momento, pero la fascinación pudo más y con ello, el arrepentimiento.

¿Cómo era posible que se hubiera atrevido a robarle lo más preciado que tenía?

Mikhail se dio media vuelta y regresó a su Hotel. Una vez más esquivó la mirada acusadora del recepcionista y corrió hasta su habitación. Ahí seguro en la oscuridad de la noche y resguardado en su momentánea soledad se dispuso a reflexionar sus actos.

Él siempre le había dicho a Nicolav que controlara sus impulsos con Sarah, que no la tocará pero ahora, él mismo había faltado a sus palabras. Por primera vez en su vida había hecho algo sin el consentimiento de su acompañante, siempre solía hacerlo sometiéndolas a hipnosis pero esta vez fue diferente.

Mikhail se pasó una mano por su oscuro cabello y bufó.

Había bebido la sangre de René en contra de su voluntad.

Se sentó sobre la cama y agachó la cabeza sujetándola con sus grandes manos, después cerró los ojos y soltó un suspiro de tristeza.

—Niemals allein —murmuró.

Los recuerdos comenzaron a aparecer en su mente como si de una película se tratara. Esa misma tarde todo había marchado bien pero la sed lo tuvo que dominar.

Después de que Mikhail salvó a René de los maleantes, la influenció para que lo acompañara al Pichlmaiers zum Herkner en Dornbacher Strasse 123. La cena fue lo más exquisito de la velada, sin embargo, Mikhail tuvo que obligarse a comer para no provocar la desconfianza en su acompañante pero, poco a poco, al ver la maravillosa comunicación que ambos estaban teniendo decidió quitar el encanto y ser él mismo sin necesidad de tener que hipnotizarla más.

Todo iba bien hasta que al salir del restaurante dieron un paseo por Dornbacher Strasse y se vieron rodeados por tres mujeres muy bellas.




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