—¿Te encuentras bien? —René no respondió, se mantenía perdida en sus pensamientos—. ¡René!
Esta vez ella reaccionó exaltada por el grito que había recibido por parte de él.
Algo molesta por la interrupción que le habían hecho, ella frunció el ceño y dijo:
—¿Podrías no volver a gritarme? —trató de sonar seria, pero no funcionó.
Él solamente se rio.
—¿Qué es lo que te parece tan gracioso?
—Nada pero… —se limpió una lágrima imaginaria—, eres tan dulce cuando tratas de sonar enojada.
René resopló. No le gustaba mucho que Jonathan dijera esas cosas, pero al fin de cuentas tenía que aceptarlo, era su novio después de todo, aunque a veces se comportara como un niño pequeño.
—Eres un idiota.
—Eso duele —se llevó la mano al pecho—, y mucho.
Ella sonrió ante aquel gesto.
—No puedes estar enojada conmigo por mucho tiempo, tú me adoras, me veneras, me amas y no puedes vivir sin mí.
—Cálmate, una cosa es que te ame, pero no te hagas el importante —se cruzó de brazos con una sonrisa en su rostro.
—Pero al menos soy importante para ti —le guiñó el ojo.
René se sonrojó un poco, pero el rubor desapareció de su rostro en cuanto sintió que alguien la observaba, no era la típica mirada inocente de algún curioso, era algo más que eso. Un escalofrío recorrió su espalda y entonces se dio la vuelta, pero no vio nada.
Jonathan frunció el ceño al ver lo que le sucedía, todo iba bien hasta que ella hizo esa acción. Tomó la taza frente a él y dio un sorbo a su café.
—Te vuelvo a preguntar —dijo dejando la taza sobre la mesa—, ¿te ocurre algo, malo?
René seguía observando a los transeúntes. Tragó saliva y entonces regresó la mirada hacia Jonathan.
—¿Disculpa?
Él alzó las cejas y volvió a preguntar, pero René se negaba a responder. No lo dudó más.
—¿Si sabes que puedes confiar en mí? ¿no? —Jonathan levantó las cejas.
Ella asintió.
—No me pasa nada, Jonathan, estoy bien, solo un poco cansada.
—Entonces no te preguntaré más —tomó su taza una vez más y terminó el contenido, después la dejó y se levantó de la mesa—, cuando te decidas por contarme lo que te sucede, ya sabes dónde encontrarme —agarró el maletín que descansaba debajo de la mesa y se marchó enojado.
René no supo qué decir en ese momento. La reacción de Jonathan no era normal, a veces se molestaba, pero no por eso la dejaba sola en el café y menos en el centro de Viena.
«Se molestó porque no le escuchabas», una voz femenina comenzó a hablarle.
Ella se asustó un poco al no saber de dónde provenía aquella voz, tomó su café y bebió, pero dejó de hacerlo al sentir en su boca un sabor metálico, observó el contenido y ahogó un grito al ver sangre en la taza. De inmediato la dejó sobre la mesa y volvió a mirar, esta vez era el café que se suponía había pedido.
«¿Por qué me recuerdas tanto a Mirena?», volvió a decir esa voz. «Será porque te vi con Mikhail anoche?».
Mikhail, de nuevo ese nombre.
René respiró un par de veces antes de levantarse e irse de ese lugar. No se sentía bien y ahora comenzaba a ver alucinaciones que era lo peor.
A lo lejos, ella la miraba marcharse. Con una sonrisa en sus labios murmuró un «adiós» y caminó en dirección contraria a la de la muchacha.
Tenía que investigar a René, si ella era quién creía entonces podría planear su venganza contra Mikhail.
Erzsébet consideraba a Mikhail Ferencz un traidor, ya que Orlock lo había aceptado en su clan con la condición de espiar a Vlad, pero ella sabía que no era así, tenía en mente a la perfección que él no estaba del lado de su amo, que estaba mintiendo y lo iba a desenmascarar tarde o temprano, no iba a permitir que Mikhail hiciera daño a su futuro Rey ni mucho menos que arruinara los planes que tenían con Sarah Tydén, ya bastante había hecho Nicolav seis años atrás.
—Condesa de Báthory…
Ella se detuvo al escuchar su título nobiliario. Miró a la hermosa doncella que la esperaba frente al lujoso automóvil negro y con un ademán le pidió que prosiguiera.
—El Conde Orlock la espera en Mayerling. Dice que es algo importante.
—Gracias, Gabrielle —sonrió.
Erzsébet subió al auto y su doncella lo hizo después, luego el auto arrancó con dirección a Mayerling.
× × ×
Viena. En una antigua abadía.
Él rio al observar la fotografía que Nicolav mantenía escondida en el bolsillo de su camisa.
—Sí que eres débil —dijo al mirarla más de cerca.
Nicolav levantó la mirada, su hermoso rostro estaba cubierto de sangre fresca, algunas heridas comenzaban a cerrarse pero el dolor que sentía internamente era más poderoso que cualquier otro.
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Editado: 27.06.2022