Mikhail abrió los ojos al fin. El descanso le había sentado tan bien por lo que simplemente se levantó y se vistió. El reloj de pared marcaba las diez en punto. Tenía que salir de inmediato en busca de más reclutas para el ejército de Vlad, pero la intranquilidad volvió a él en cuanto recordó a Erzsébet.
Tragó saliva y decidió continuar.
Salió de su hotel sin siquiera mirar al encargado evitando aquella mirada sospechosa que el mortal le daba cada día desde que se instaló en el Kaiserin Elisabeth, era insoportable, pero no faltaba más por decir o pensar, en poco tiempo se iría de ahí y vería caer a sus enemigos.
Mikhail caminó por la calle cuando se percató del delicioso aroma que la identificaba, quiso resistirse, pero no pudo y siguió el rastro hasta un bar. No le importó lo que el encargado de seguridad le dijera, solo le lanzó una mirada y éste retrocedió cual gatito asustado y continuó su camino. Ella era irresistible no lo podía negar, pero sus pensamientos se nublaban cada vez que la recordaba.
Tenía que sacarse a René de la cabeza, pero ¿a quién trataba de engañar? Tenía que hacerlo, más no quería.
Las luces le molestaban un poco más que los rayos del sol, pero podía soportarlo lo suficiente, solamente para encontrarla dentro de ese lugar en donde se sentía tan incómodo. A Mikhail nunca le habían gustado las reuniones y estar cerca de tantos humanos le provocaba el apetito y sofocación. Si solo había entrado había sido por ella y nada más por ella, aunque ya comenzara a desear salir.
Estaba a punto de darse por vencido cuando escuchó a lo lejos y entre la música su dulce voz. Agudizó el oído un poco más y la escuchó claramente:
—Lo siento…
Inconscientemente, dibujó una sonrisa y se encaminó hacia donde ella estaba, pero se detuvo al ver la escena ante sus ojos y a tan solo cinco metros.
Ahí estaba ella, algunas personas que bailaban le impedían el paso pero no la visión. Hasta ahí todo bien, pero él… ¿quién era el hombre a su lado? Si tan solo las miradas pudieran matar, aquel hombre ya estaría entregándole cuentas a su Dios.
René le tomó la mano a Jonathan.
—El amor que siento por ti es incomparable, Jonathan y lo sabes…
—¿Pero…? —el muchacho levantó las cejas.
—Pero no voy a seguir disculpándome —retiró su mano—. No he dormido bien y no es que no me importes pero…
—Sé que es lo que necesitas —esta vez fue él quien tomó su mano. Ella abrió los ojos con esperanza—, un loquero.
Ella frunció los labios.
—Hablo en serio —dijo secamente—, no es nada de “loqueros”. Jonathan, mis sueños han sido horribles y esa mujer…
Mikhail levantó la mirada al escuchar esas palabras. Por un momento se asustó, no quería pensar en la posibilidad de que Erzsébet la hubiera descubierto, descartaba esa opción a como diera lugar.
—Solo está en tu mente, nada malo va a pasarte, René —Jonathan le acarició la mejilla—, lo prometo.
René sonrió.
—Entonces es una promesa.
La ira que por un momento sintió desapareció. Mikhail no podía creer lo que había visto. René tenía un amante, un hombre al cual contarle sus problemas. Por un momento perdió aquello que todavía sentía en su interior. Una ligera chispa de esperanza se vio extinta al saber que la mujer por la que había luchado durante tantos siglos le pertenecía a otro.
—Sin embargo… —la voz de René captó su atención—, sé que son sueños y que no son reales. Solamente necesito descansar y estaré mejor en un par de días.
—Si necesitas un somnífero puedo proporcionártelo —dijo Jonathan, ella le miró feo—, cualquier cosa que necesites puedes confiar en mí, cariño.
Ella sonrió.
Por un momento, los celos se encendieron en Mikhail quien pensaba en todas las razones por las cuales ella prefería a ese humano. No lograba encontrar una hasta que un ardor comenzó a subir por su garganta.
«Él es humano», pensó.
No pudo soportar más aquella escena y el intenso fuego en sus ojos lo delataban. Ahora comprendía a su amigo, entendía el por qué su obsesión por la niña Tydén. Recordó entonces el extraño triángulo amoroso en el que se encontraba Nicolav, sin embargo su posición era totalmente diferente pues René no lo conocía, no sabía ni quien era y además lucía tan feliz estando con su pareja. ¿Qué oportunidad tenía para estar con ella?
«Ninguna», se dijo mentalmente.
Tenía que olvidarla si quería que sus planes resultaran, no podía cometer el error de fallar y poner en peligro su doble identidad y mucho menos… a ella. Si quería que Orlock siguiera creyéndolo su seguidor tendría que actuar de inmediato y conseguirle más reclutas, pero a la vez tenía que enviar a los mejores vampiros a Beckov, no podía estar pensando en una humana. No debía hacerlo.
Aún furioso, salió del bar y caminó por las calles vienesas buscando la forma de saciar su inminente sed, quería desquitar su ira de cualquier manera, no podía quedarse con esa rabia acumulada en su interior.
Pasó corriendo por una calle poco iluminada topándose con un hombre de edad avanzada que iba del brazo de una pequeña niña. Ambos estaban por entrar al edificio frente a ellos, pero con solo mirar a esa inusual pareja, Mikhail perdió el control y su ira brotó provocando así que se abalanzara contra la pareja y destrozara sus gargantas con una sola mordida.
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Editado: 27.06.2022