París, Francia. Dos días después
Sarah Tydén comenzaba a sentir los cambios en su cuerpo. En una vida pasada le encantaba sentir el aire frío sobre su cara, y la calidez de un abrazo, ahora, era todo lo contrario. El frío y el calor no eran distintos para ella, no encontraba la diferencia ni mucho menos era capaz de temblar ante el roce de las frías gotas de lluvia. No sentía nada y eso le abrumaba.
Tan solo habían pasado dos días desde su renacimiento y sabía que odiaba con todas sus fuerzas a la persona que le había maldecido de esa forma: Orlock. Ella tenía en mente que no era Nicolav el único culpable de su situación, sino dos más: Vladislav y ella misma. Sarah tenía en mente las razones y podía enumerarlas, contarlas con su mano derecha y aun así sobrarle dedos. Orlock era un ser despreciable, Vladislav un embustero, Nicolav un traidor y ella una estúpida por creer historias tan irrelevantes.
Traidor era la única palabra que Sarah utilizaba para describir a Nicolav, porque él sabía a la perfección desde el momento en que tuvieron su pequeño rendezvous en Whitechapel que ella no deseaba convertirse en vampiro, sin embargo, hizo lo que pudo para salvar a su amado Jesper y a su padre Abraham Gernot del mal que los perseguía.
«¡De saber que todo acabaría mal no lo habría hecho!», se gritó internamente.
Para ella, el hermoso vampiro que la salvó no era más que un ser que le mintió y la utilizó para completar su plan. ¿Por qué tuvo que haberlo conocido? Se lamentaba el haberlo hecho desde un principio.
Nicolav Malinov estaría por siempre en su corazón ahora no latente, como el recuerdo de un bello desliz que le costó su preciada mortalidad, pero, en su mente siempre estarían las palabras más dolorosas que pudo haberle escuchado decir:
—“El plan era enamorarte y llevarte a un mundo nuevo en donde experimentaras sensaciones y tentaciones nuevas, hacerte pertenecer a mi mundo… a mí”.
Sarah se odiaba por haber perdido el tiempo pensándolo, recordándolo y amándolo. Pero fue el Príncipe Oscuro el que le dio a elegir y fue ella quien siguió el camino equivocado.
Sarah frunció el ceño tras recordar su elección y después se llevó la mano a la frente, la solución era tan obvia pero tan confusa a la vez. Si tan solo le hubiera dicho a ese hombre de penetrantes ojos oscuros que prefería quedarse en ese lugar junto a sus padres, no tendría la desdicha de estar de nuevo en el mundo mortal, en otra forma, una que tanto aborrecía y en la que siempre temió convertirse.
Lamentándose en patéticos recuerdos, no sintió la presencia de uno de sus hombres favoritos.
—¿Te encuentras bien? —preguntó el hombre rubio y de hermosos ojos grises.
Ella asintió sin realmente haber escuchado.
—No puedo creer lo que ha pasado, Jesper —dijo ella aturdida.
Jesper decidió no decir nada y acercarse a su lado, sentarse junto a ella en la cama dentro de una habitación completamente a oscuras.
Aun sabiendo que ella no respondería, el joven no dudó en tocarle el hombro derecho y besar su cuello. Sarah no sintió nada al contacto, maldiciéndose por su insensibilidad.
—¿Crees que me perdone? —habló ella mirando hacia la pared.
—¿El Profesor? —Jesper se separó de ella. Sarah asintió—. Eres su hija, ¿cómo no va a perdonarte?
—Lo ataqué, casi bebo de él y… —se detuvo al sentir cómo en su garganta se comenzaba a formar un nudo. Las palabras se le atoraron y en sus ojos se comenzaron a formar un par de lágrimas rojizas.
Sarah tragó saliva y se pasó el dorso de la mano por los ojos antes de que las traicioneras lágrimas decidieran salir y debilitarla.
—No te has alimentado desde ese… incidente.
—Y no lo pienso hacer.
—Pero estás tan débil.
Jesper se levantó de la cama y se posicionó frente a ella. Sarah desvió la mirada, pero él se movía tratando de quedar frente a frente.
El juego le pareció divertido a ella que no pudo evitar soltar una risita.
—No lo haré Jesper, debes comprender —dijo al fin.
—¿Por qué eres tan necia, señora Perman?
Sarah enmudeció al escucharlo. Lo último que recordaba de la boda era la interrupción. No estaba del todo segura si se había completado la ceremonia.
—¿Entonces, sí estamos casados? —Sarah preguntó de repente.
—¡Por supuesto que sí! ¿No recuerdas que firmamos los papeles antes de la ceremonia religiosa en el jardín?
Si no estuviera tan pálida y hubiera sangre en sus mejillas, seguramente ya se habría enrojecido por la vergüenza que sentía en ese momento.
—Lo siento, no… no lo recordaba.
—Estuviste tan extraña ese día, cariño. El juez te preguntó como cinco veces si aceptabas casarte conmigo y tu padre recogió el bolígrafo del suelo después de que lo dejaste caer. Te preguntamos si te sentías bien y dijiste que sí. Después fue la ceremonia religiosa y… bueno, ya sabes lo que pasó.
Ahora lo recordaba. Pensar en Nicolav y sus palabras le hicieron perder la noción del tiempo, sin saber si realmente se había casado con Jesper o no. Lo extraño era que no estaba del todo segura sobre haber firmado los papeles de matrimonio. Tenía ganas de interrogarlo y amenazarlo hasta que le dijera la verdad, pero decidió hacerlo de una manera más sutil, viendo en sus pensamientos.
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Editado: 27.06.2022