En el apartamento francés de la familia Tydén, tres hombres permanecían en la estancia principal discutiendo sobre un tema de importancia para el mundo en general. El cazador Abraham Gernot y el vampiro Vladislav mantenían una gran conversación sobre la nueva naturaleza de la antes damphyr Sarah Perman.
El profesor Gernot estaba rojo de la rabia y su voz, profunda y rasposa expresaba infinito odio hacia el príncipe de los vampiros que se había atrevido a actuar bajo lo que él consideraba bueno y justo. Empeñado en querer desgarrarle el corazón con la estaca de plata recubierta en el veneno escarlata, Abraham pidió explicaciones, pero lo único que Vladislav repetía una y otra vez era que su única hija necesitaba morir para vivir.
—¡Yo jamás pedí esto! —gritó Gernot a todo pulmón.
—¿Y yo sí? —respondió Vlad con el mismo tono de voz.
El profesor calló por unos instantes mientras pensaba en alguna frase que le sirviera para defenderse, pero la ira y la impotencia que sentía se lo impedía.
—Yo fui el culpable de todo —intervino el joven Perman. Y, tomando aire, continuó—, no sabes el dolor que hay en mí, Bram. Cada segundo, de cada minuto, de los últimos días desde que ella despertó he sentido temor por decirle la verdad.
Vlad miró por encima del hombro de Jesper evitando que él notara el sutil movimiento. Abraham por el contrario tragó saliva.
—¡Yo fui quien la mató! —exclamó Jesper apretando con fuerza los ojos tratando de ahogar las lágrimas y soportando el terrible nudo que comenzaba a formarse en su garganta.
—¡¿Qué?! —se escuchó una femenina voz resonando en la estancia.
Abraham palideció por completo y Vlad dibujó una sonrisa ladeada en su pálido y arrugado rostro.
Jesper no tardó en reaccionar y lo primero que hizo fue encarar a la mujer que amaba.
—Sarah, espera —trató de decir con desespero, pero fue interrumpido por una fuerte bofetada que lo tiró al piso. Inmediatamente y con la marca a rojo vivo de la mano de Sarah, Jesper se levantó.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —chilló sujetándole del cuello de la blanca camisa—. Siempre supiste por lo que luchábamos —lágrimas de sangre comenzaron a brotar de sus ojos ahora violetas—, ¿por qué lo hiciste? ¡¿por qué?! ¡Odio esto! ¡Y te hacías llamar el hombre que me amaba!
Jesper le sujetó las manos a Sarah tratando de apartarla de él, pero la fuerza de la vampira era superior a la suya.
—Tengo que explicarte… —su voz salió ahogada por la tela que le apretaba la garganta.
Abraham quedó paralizado por la reacción tan agresiva de su hija que no supo cómo intervenir, mientras tanto, Vlad se deleitaba por la escena que transcurría ante sus ojos.
—¡No quiero tus estúpidas explicaciones! —de inmediato ella lo soltó haciendo que el joven cayera al piso sobándose el cuello lastimado—. ¡Te odio! ¡Eres lo peor que me haya pasado en la vida! ¡Ojalá nunca te hubiera conocido!
Tras esas palabras y tratando de evitar matarle, Sarah salió del departamento echa diablo pro lo que acababa de descubrir. A su lado, Quincey Harker la miró desconcertado, ¡si tan solo hubiera llegado un par de minutos antes, la hubiese podido calmar! El joven entró a la estancia y vio como Abraham ayudaba a levantar a Jesper del suelo, mientras que Vlad solo se reía.
—¿De qué me perdí? —preguntó como un niño pequeño que no vio el episodio de estreno de su serie animada favorita.
—La joven Tydén o Perman, ya supo la verdad —respondió Vlad entre risas.
—Ah, ya veo. ¿Cómo tomó lo de la profecía cambiada?
Vlad paró de reír en ese momento.
—No sabe lo de la profecía —tosió Jesper, todavía ahogado en su propia saliva—. Sabe lo que le hice, pero no el porqué.
—Pero, ¿y entonces? ¿Por qué no se lo dijeron?
—No me dio la oportunidad —el joven cazador se sentó en el sofá—. El profesor debería hablar con ella.
Abraham Gernot estaba por protestar al momento que elevó su dedo índice derecho, cuando Quincey dijo:
—Solo hay alguien que puede hablar con ella.
—¿Quién? —preguntó Gernot.
—Que ni se le ocurra, porque si no —pronunció Vlad—, ¿sabes el trabajo que me costó arreglar el maldito error de Nicolav?
—Sí, te costaron las lágrimas de Sarah, el collar de Ilona y el desprecio de Nicolav, tú único amigo —sentenció Quincey.
Vlad se mordió la lengua, y a pesar del asco que le provocaba tuvo que tragarse su propia sangre para asentir y permitir que Quincey hiciera lo que quisiera. Si Wilhelmina estuviera ahí, seguramente todo sería distinto, pero el jovencito tenía razón, el error de Nicolav lo arregló el collar de Ilona, el mismo que la joven Sarah lució el día de su boda, el mismo que le salvó la vida otorgándole la preciada inmortalidad que era repudiada por ella.
Vlad se irguió y con voz segura dijo:
—Tengo que hablar con el Príncipe de las Tinieblas una vez más.
Los presentes se sorprendieron por lo que el egoísta vampiro había dicho.
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Editado: 27.06.2022