Sangre Strigoi

Capítulo 12

Mayerling, Austria. Dos días antes.

—La profecía ha cambiado, mi amo —dijo Erzsébet posando su pálida mano sobre el pecho desnudo de Orlock.

—Quién diría que nuestro plan no fue destrozado al final de cuentas —sonrió el vampiro.

—¿Qué haremos al respecto? Recuerda que hay un traidor entre nuestras filas —la Condesa pasó su afilada uña por el abdomen del vampiro, enterrándola en él provocando una pequeña herida superficial por donde brotaban un par de gotas de sangre oscura, casi negra.

—La vamphyr tiene algo muy valioso para ella, igualmente el traidor. ¿Crees que no me había dado cuenta de nada, Condesa? —Orlock tomó la mano de Báthory y se metió a la boca los dedos ensangrentados. Durante unos segundos saboreó su propio sabor y después prosiguió—. Él es el traidor, sin duda alguna, y ella la ofrenda.

—Podemos hacer algo, tengo una idea —la mujer se levantó de la cama y con la bata de seda cubrió su desnudez.

—¿Y cuál es esa idea, Condesa? —preguntó Orlock incorporándose sobre el lecho. Posteriormente, cogió el cuerpo sin vida de la mujer que formó parte de una orgía de sangre tan solo media hora antes.

—Tomar de ellos lo que tanto anhelan —dijo la mujer con una sonrisa traviesa.

—Y yo tengo al mejor para llevar la tarea: Kostaki

—Kostaki —el nombre fue pronunciado al mismo tiempo.

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Diario de Jesper Perman

(Fragmento sin fechar)

Hoy es un día terrible para mí. Tuve una conversación con el Príncipe Vladislav, y temo decir que no sólo me pidió, sino que me exigió algo terrible. Juro que será lo más difícil que tenga que hacer en mi vida, pero si es para salvar a la única mujer que he amado, que así sea.

La daga temblará, la bañaré en escarlata y cuando llegue el momento… Sarah deberá morir. Si ese es su destino, si para salvarla debo perderla, lo haré, aunque esto me atormente por el resto de mis días…

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París, Francia

En el departamento de la familia Tydén, Abraham Gernot ayudaba al joven Perman en su pronta recuperación. Tan pronto como Vlad hubo dejado la habitación, Quincey se apresuró a ponerse al corriente de lo que sucedió a tan solo un par de minutos antes.

Sorprendido por lo acontecido, casi se mata a sí mismo, pues había sido él quien le había dado el collar maldito a Sarah, provocando su renacimiento. Jurando y perjurando que creía estar haciendo un bien y no un mal.

Al fin de cuentas, Quincey sabía que Sarah perdonaría a Jesper tal y como había hecho con Nicolav. No dudaba en que todo se arreglaría y que la pareja de recién casados, volverían a ser los mismos dentro de poco.

Tan pronto como Jesper fue recostado en el sofá, Quincey salió en busca de su tío Vlad para evitar que cometiera homicidio en contra de Nicolav. No creía hacerle daño a Sarah.

El profesor Gernot le ofrecía un vaso de agua al pobre Jesper cuando la puerta principal voló destruyéndose al chocar contra la pared. Abraham se asustó de inmediato, pues no esperaba tan agresiva visita, sus ojos se llenaron de pavor al ver al horrible monstruo pálido, marcado hasta los dientes de músculos, venas y furia.

—¿Quién eres? —exigió Abraham cogiendo su pistola cargada con balas de plata.

El vampiro rio a carcajadas.

El joven Perman estaba inconsciente, no ayudaba mucho en esos momentos tan críticos.

—Tengo una misión —dijo el vampiro observando a los cazadores—. Pero tengo una gran duda, ¿a quién debo llevarme?

El profesor Gernot comprendió al instante. Eran tres en una habitación solitaria, seguro que su hija no estaba y que su mayor tesoro estaba a salvo, pero, si su teoría era correcta, entonces el vampiro bien podría matar a Jesper y destruirla.

—¡Ni se te ocurra! —gruñó Gernot, disparando el arma, hiriendo al monstruo en el abdomen. Por primera vez en su vida, Abraham Gernot había fallado un disparo.

—Esto será más fácil de lo que creí —sonrió acercándose a gran velocidad al hombre y arrebatándole el arma de fuego.

Abraham trató de pelear, pero el vampiro le cogió por el cuello de la camisa y lo lanzó contra la pared, haciendo que esta se partiera. Pronto, cayó inconsciente viendo como el monstruo se acercaba a él.

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—Ahora sé que tu intención nunca fue lastimarme —dijo Sarah aferrada a Nicolav, viendo como el sol comenzaba a salir en el horizonte.

Sarah se asustó. Aún su piel era muy delicada y temía que le pasara algo con el sol.

—No te volverás cenizas —Nicolav rio—, pero por si acaso —tan pronto como dijo esas palabras, las nubes comenzaron a formarse en el cielo, haciendo que esa mañana luciera lluviosa y melancólica.

Sarah se rio.

—¿Ahora controlas el clima?

—Mejor de lo que tú controlas tu temperamento.




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