París, Francia
—¡Es que no podemos quedarnos aquí sin hacer nada! —chilló Sarah.
—Debemos esperar —respondió Nicolav tratando de calmarla.
—¿Esperar? ¡Dos vidas corren peligro en este momento! ¡No voy a esperar más!
—Estás histérica, cálmate.
Esa palabra provocó que Quincey sonriera.
—No debiste decir eso, Nicky —dijo el muchacho escondiéndose detrás del sofá.
Justo en ese momento, Sarah se exasperó y comenzó a gritar mil y un cosas en francés. Nicolav se sorprendió del vocabulario que la pelirroja tenía, sí que era una vulgar de primera.
Quincey se acercó rápidamente a Sarah y con gran dificultad logró tranquilizarla dándole una bofetada. Ella pasmada por la acción, evitó decir alguna palabra y mejor se sentó una vez más en el sofá.
—Y así es como se tranquiliza a las mujeres —sonrió Quincey.
Nicolav puso los ojos en blanco. Sabía que Quincey lamentaría haber tocado a Sarah, más la venganza no sería de su parte esta vez.
—No tardaré —dijo Nicolav levantándose del sofá y dirigiéndose a la puerta en la que Quincey se mantenía recargado—. Evita que haga alguna estupidez —le susurró.
—Ya te oí —canturreó ella.
Quincey asintió riéndose.
El vampiro abandonó el departamento, posiblemente para buscar a Vlad o simplemente para alimentarse. Con él nunca se sabía nada al respecto.
Mientras tanto, todo permanecía en total silencio. Ninguno de los dos quería hablar y Quincey, agotado por todo lo que había vivido decidió acercarse a su mejor amiga y tratar de entablar una conversación amigable, pero Sarah jamás se prestó para ello.
Cerrada por completo a cualquier forma de comunicación, Sarah trataba por todos los medios de pensar en alguna solución, en algo que le ayudase a encontrar a esos dos hombres a los que tanto adoraba. No tuvo suerte. Pero, sabía a la perfección que era una trampa, lo sentía en su interior. Cada día que pasaba sentía como su padre era torturado, el dolor, aunque ajeno lo percibía en su propio cuerpo. No entendía por qué debía sucederle eso a gente tan maravillosa.
—¿Qué pasaría si me dijeras en dónde se esconde el Conde Orlock? —preguntó Sarah rompiendo el silencio por fin.
Quincey que trataba de leer inútilmente los pensamientos de Sarah, desistió y le respondió con sutileza:
—Puede que el tío Vlad o Nicolav me asesinen.
La pelirroja se rio.
—No creo que lleguen a tanto, ¿o sí?
—No los conoces tanto como crees hacerlo —dijo Quincey mirando hacia la pared en la que colgaba un retrato de la familia Tydén—. Esos son tus padres si no me equivoco. Así como ellos, Stephan y Abraham tendrán el mismo destino.
—No va a pasar. Yo lo sé.
—No puedes cambiar el destino, Sarah. Es simplemente imposible.
—¿Imposible? —murmuró Sarah dejando ver sobre su labio inferior el par de colmillos que comenzaban a crecerle con increíble rapidez.
—Sí, es imposible —afirmó.
—Nada es imposible, de serlo, no estarías tú aquí.
Confundido por esas palabras, Quincey frunció el ceño. Al instante, presintió el peligro, pero antes de que pudiera siquiera reaccionar, Sarah ya se había abalanzado sobre su garganta. El joven trataba de luchar con todas sus fuerzas, pero ella era increíblemente más fuerte.
—¡Suéltame! —gritó Quincey al sentir los colmillos de Sarah clavándose en su garganta—. ¡No! ¿Qué haces? —intentaba alejarla, pero ella se había aferrado tanto a él que le importaba poco que él peleara.
Mientras bebía, información importante pasaba directamente a la mente de Sarah, recuerdos íntimos e infantiles, sobre todo, pero nada de lo que necesitaba.
Una escena borrosa comenzó a formarse ante los ojos de Sarah, permitiéndole ver a una pareja: una joven mujer vestida de negro y sosteniendo en brazos a un bebé; y al hombre, de oscuros cabellos envuelto dentro de una larga capa azul marino.
—¡Te lo suplico Vlad, cuida de él! —suplicó la mujer extendiéndole al niño.
—No puedo hacerlo, Mina —respondió él—. No quiero tener a otro niño en mi castillo.
—¡Pero es tú hijo! ¡Quincey necesita protección! —decía Mina tratando de ahogar las lágrimas—. No puede quedarse con nosotros, sabes que él vendrá y nos matará.
—Pero…
—Por favor.
—¡Ya basta, Sarah! —gritó Quincey desconcentrando a Sarah, haciendo que la escena se esfumara y con ello, un secreto que debía esconder.
Sarah al fin se alejó de él, pero esta vez con una sonrisa, pues no sólo conocía el origen de aquel damphyr, sino que también había obtenido de él la información que necesitaba para encontrar a su padre y a su marido.
—Gracias —dijo ella con una sonrisa.
Acto seguido se acercó a Quincey y cogiéndolo del cuello ensangrentado de la camisa, lo arrojó hacia la pared haciendo que ésta se abollara más de lo que ya estaba.
#1043 en Paranormal
#8293 en Fantasía
#3183 en Personajes sobrenaturales
vampiros fantasia amor, vampiros humana hibridos, profecias y brujeria
Editado: 27.06.2022