Aaron Boisseu entró a su apartamento después de un día difícil en “La Hermandad de la Luz”. Durante una reunión, se discutieron los parámetros de la próxima batalla, y a pesar de que no se sentía del todo fuerte por el ataque de Sarah, debía aparentarlo. Si Cecilia Dubois se enteraba, todo estaría perdido. Hubo también un momento de silencio por la desaparición de Abraham Gernot y de su estudiante Jesper Perman.
Todos en la Hermandad lamentaban ese hecho tan terrible, pero es que jamás descansarían hasta haber vencido los planes de Orlock.
Lamentablemente no podía refutar las ordenes de Van Helsing o sería terriblemente asesinado días después, y es que, cada vez que algún miembro se revelaba contra la causa terminaba dentro de una fosa común. ¡Cuánto odiaba eso!
Prácticamente el fundador se había vuelto loco después de la muerte de la tal Elisabeth Seibert. Para Abraham Van Helsing no existía más que una sola misión: destruir a Orlock cueste lo que cueste.
Ignorando por completo a su vecina que le pedía azúcar, Aaron cerró la puerta en sus narices y caminó en la oscuridad hacia su habitación. Su error: no encender la luz y fijarse por dónde caminaba.
Al dar el paso, se tropezó con un bulto y cayó de narices al suelo. Su boca comenzó a sangrar y, llevándose la mano a la boca se aseguró que todos y cada uno de sus dientes permanecieran en su lugar. Suspiró de alivio al confirmar su dentadura completa.
—Pero ¿qué…? —dijo molesto tratando de levantarse.
Tocó el bulto y frunció el ceño al sentir algo frío y pegajoso. Tan pronto como pudo se dirigió al interruptor y encendió la luz. Dirigió su mirada hacia el bulto y su rostro perdió el color al ver quien era la persona que se encontraba ahí tirada, sin vida.
Aaron contuvo el aliento, sentía que su alma abandonaba su cuerpo y sus manos temblaban tanto que parecía que padecía de Parkinson. La voz se le atoró en la garganta y su cuerpo no respondía a lo que su cerebro ordenaba. No podía moverse y tan pronto como vio a Abraham Gernot comenzó a recordar sus días con él.
Todo lo que era ahora se lo debía a él. Para Aaron, Abraham había sido más que un maestro, su amigo, y ahora se lamentaba no haberle dicho lo que sentía ni la razón por la que lo había abandonado.
Al momento en que recobró la compostura, se acercó a él con temor. No quería enfrentar todavía lo que veían sus ojos, pero no tenía otra manera de asimilarlo. Quería tocarlo y asegurarse que era él y no una alucinación.
La sangre cubría parte de su pecho, y dentro de la boca de Gernot había una nota que estaba escrita en sangre con una caligrafía apenas entendible:
“Ha comenzado”
No tenía tiempo que perder. Si la nota decía eso, era porque era cierto. En menos de 24 horas el eclipse tendría su lugar justo en París y miles de vidas se perderían. Pero, ¿a quién acudiría? Cecilia pensaría que todo fue obra de Sarah y que es un engaño para llevarlos directo a una trampa, por el contrario… ¡Sí! Existía alguien que podría ayudarle sin dudar.
Rápidamente, Aaron se levantó y salió corriendo por las calles de París directo al departamento que todos en la Hermandad tenían perfectamente vigilado durante las últimas semanas.
× × ×
—¡Ja! —exclamó Vladislav.
Nicolav frunció el ceño.
—¡Está claro que fue a Mayerling! —gritó Quincey—. ¿Por qué no la pude detener? —se preguntó mientras se acercaba el pañuelo al cuello herido.
—Porque dejaste que te mordiera. Así nada más —respondió Mikhail Ferencz quien se encontraba recargado contra la pared y de brazos cruzados.
En ese momento, escucharon a lo lejos la débil voz de Stephan, que alentaba a alguien a continuar. Temiendo lo peor, Nicolav salió a buscarlo, encontrándose a su medio hermano y a una mujer que no conocía tratando de caminar. Ambos estaban cubiertos de sangre y con sus ropas desgarradas. Nicolav enfureció al ver las heridas que los dos tenían bien marcadas y frescas en sus cuerpos.
Sin dudarlo, se acercó a ellos y les ayudó a entrar. Ninguno de los dos dijo nada hasta estar dentro del departamento, sentados en el sofá.
A Mikhail se le fue el aliento al ver a la mujer. Sus ojos se iluminaron al reconocer a René, pero enseguida enfureció al verla herida.
—Orlock… —dijo con ira.
—Esto sí que es increíble —expresó Vlad sin dejar de mirar a la humana—. Si que es idéntica a Mirena.
Nicolav le pidió a Quincey el botiquín de primeros auxilios y aprovechando sus limitados conocimientos en medicina, trató de curar las heridas de Stephan, por el contrario, Harker hacía lo mismo con René.
—¿En dónde está Sarah? —preguntó Nicolav a Stephan.
—Con Orlock —sus ojos comenzaron a derramar lágrimas—. Ella hizo algo horrible —los presentes callaron y lo miraron.
—Es cierto —respondió la mujer con cansancio y dificultad—. Apenas podía ver, ella se quedó ahí.
Nicolav apretó el puño izquierdo.
—¿Y Abraham? —preguntó Quincey—. ¿Está con ella?
Stephan negó con la cabeza, apretó los ojos y con dificultad dijo:
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Editado: 27.06.2022