Sangre Strigoi

Epílogo

En el Inframundo, Sarah y Nicolav se encontraron al poco rato de perderse entre las tinieblas. A ellos se unieron dos personas más: Stephan y Abraham.

Sarah no podía creerse lo que estaba viendo, en primera porque había regresado a ese lugar que tanto escalofrío le causaba y en segunda, porque su amado padre estaba ahí con ella una vez más, ¡y qué decir de Stephan! Su mejor amigo, primer amor y marido la había seguido hasta en la muerte, tal como lo prometió en su voto.

Stephan se acercó a ella y tomándole de la mano le hizo entrega del anillo de bodas que a él le pertenecía.

—Nuestro voto solo duraría hasta que la muerte nos separara —dijo esbozando una triste sonrisa que a puras penas pudo disimular—. La Muerte ya nos separó, Sarah. Te dejo libre.

Ella no supo qué decir en ese momento. Sentía como el nudo se formaba poco a poco en su garganta. Le era increíble lo que estaba escuchando en ese momento salir de los labios de su ex marido.

—Stephan... —intervino Nicolav acercándose a su medio hermano—. ¿Por qué lo hicisite? Sabes a la perfección que...

—Ella te ama a ti, hermano mío —dijo Stephan con rápidez y sin mirar a Sarah.

Abraham permanecía en silencio. No estaba seguro de lo que pasaba frente a él.

—A pesar de que los tres estamos muertos, sigo un poco, confundida —dijo Sarah mirando a los dos hermanos.

Stephan estaba a punto de hablar cuando Armand apareció acompañado de dos ángeles de oscuras alas. Armand chasqueó los dedos y enseguida el oscuro y frío espacio en el que se encontraban se iluminó permitiendo ver un enorme salón con el trono de oro en el centro justo bajo una enorme araña de cristal.

Stephan y Sarah lo reconocieron al instante, puesto que ambos ya habían estado ahí en algún momento de su... ¿Muerte?

—Bienvenidos —dijo Armand levantando los brazos con alegría. Sus cuatro invitados estaban reunidos y pronto les daría grandes sorpresas—. Abraham Gernot, Sarah Perman, Nicolav y Stepahan Malinov, hoy es un día especial para todos.

—¿Qué tiene esto de especial? —Sarah alzó la voz un poco molesta por la actitud tan ceremonial que el Príncipe estaba teniendo con ellos.

—¿No puedes callarte un momento? —preguntó Armand tratando de mantener la calma—. ¿En qué estaba? —la chica se encogió de hombros—. ¡Ah sí! Abraham, da un paso al frente.

El hombre hizo caso a lo que el Príncipe había ordenado. El pobre no pudo disimular su nerviosismo, por lo que al instante sintió como sus piernas fallaban y casi estuvo a punto de caer al suelo, de no ser porque uno de los ángeles lo sostuvo del brazo.

—Gracias —respondió Abraham mirando al ángel.

Armand le pidió entonces que avanzara hacia la gran puerta que se alzaba frente a él. Temeroso, asintió llegando a quedar a un par de pasos de distancia de la gran puerta de cristal que comenzaba a brillar.

El Príncipe hizo un gesto con la mano y la puerta se abrió enseguida, dejando ver a una silueta femenina caminar hacia el interior del salón.

Abraham quedó boquiabierto al ver a la mujer que se acercaba con una gran sonrisa en el rostro. Por poco olvidaba aquella hermosa sonrisa que solamente veía en Sarah, pero ahora, sentía que volvía a morir al tenerla de nuevo a su lado.

—Sarah... —pronunció Abraham con dificultad.

Ella le sonrió y corrió a abrazarlo.

—¡Oh, mi amor! —dijo Sarah Gernot—. ¡No sabes lo mucho que he esperado por ti!

Una lágrima rodó por la mejilla de Abraham, y sin resistir más, correspondió a ese abrazo.

Sentía que la felicidad volvía a él una vez más. Agradecía estar en ese lugar, estaba agradecido con Armand por haberle devuelto a su amada esposa.

—¡Ven! —dijo Sarah soltando a su marido e incitándolo a entrar.

Gernot dudó. Miró hacia atrás y le lanzó una mirada rápida a su hija quien asintió feliz. Su hija estaba de acuerdo, aunque no sabía qué era lo que Armand le estaba preparando a ellos tres.

—Ve —escuchó a su amada hija hablar.

Abraham articuló un «Gracias» y cogiendo la mano de su esposa, se dejó guiar a través de la puerta hasta entrar a un precioso jardín que le recordaba sus días de juventud, cuando la conoció veinticinco años atrás.

—Ahora —Armand tomó la palabra nuevamente—. Stephan tú me seguirás en cuanto termine con ellos dos —señaló a Sarah y Nicolav.

El muchacho rubio asintió.

—¿Seguirlo? —habló Sarah desconcertada—. ¿Cómo que lo seguirás? —se dirigió a Stephan.

—Es parte del pacto, Sarah —dijo Stephan tan tranquilo que parecía que no sentía emoción alguna.

Un ángel se acercó al joven rubio y lo cubrió con sus alas negras. Cuando se alejó de Stephan, éste vestía un conjunto de cuero en negro, una camisa de seda y el cabello despeinado. Sus ojos se habían oscurecido de los párpados y su piel lucía más pálida de lo normal.

—No —murmuró Sarah al ver el cambio—. ¿Por qué hiciste esto?

—Porque te amo y sé que serás feliz con Nicolav. No tuve opción —Stephan caminó hacia el trono y se sentó en él.




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