Sangre sucia.

2

              Aquel hombre la observaba, sin brillo en los ojos, parecía hermético o de plástico, pero a pesar de la sorpresa pudo apreciar un hermoso rostro, su piel era blanca y su cabello de un negro caoba bastante envidiable. No permaneció así todo el tiempo, pues, después de detallar detenidamente las piernas y los senos de ésta, volteó hacia otro lado con actitud relajada para luego caminar hasta ocultarse detrás del árbol más cercano.

—Lo siento —dijo con voz monótona pero lo suficientemente alta para que pudiera escucharlo—. Mis disculpas si la he ofendido o atemorizado.

—Estás en mi territorio —respondió ella con vergüenza y renuencia mezclada con enojo, colocando la última prenda que faltaba a toda velocidad—. ¿Por qué caminas por este lugar? Puedes estar en peligro, te podría confundir con un maleante si no cargaras puesto ese uniforme militar. Esto es desconcertante —dijo, tomando una piedra en la mano como precaución.

—No es necesario que planees romper mi cabeza con esa piedra —acotó él sin asomarse desde atrás del árbol, dejándola sorprendida—, escuché cuando la tomaste. Y no. No pretendo hacerte daño.

—¿Por qué me observabas desnuda? —preguntó molesta—. Eres un…

—No soy un pervertido —respondió, interrumpiéndola—. Ni siquiera conozco personalmente esa sensación.

—Como sea —resbatio ella, malhumorada—, no es un de buenos modales andar espiando a una mujer mientras se baña.

—Es primera vez que veo a una dama sin ropa —confesó aquel hombre de algunos 23 años saliendo desde atrás del árbol dónde se había ocultado—. Y puedes estar tranquila, simplemente me declaro indiferente —se encogió de hombros—. Pensé que sería algo emocionante o vergonzoso, como dice la gente.

—Si no sentiste emoción o vergüenza, ¿por qué te escondiste? —preguntó Renacer, curiosa. Aún con la piedra en la mano.

—Dicen que hay que mostrar gestos de respeto —respondió sin remordimiento—. Lamento que ésta vez me hayas pillado.

—¿Qué…? —No lo podía creer, estalló—. ¡Maldito! —bramó—, ¿has estado observando mi cuerpo desnudo otras veces? —gruñó, botando fuego por los ojos, con ganas de matarlo. Se sentía violada, ridículamente abusada.

—Se equivoca usted —respondió aún con voz monótona y carácter que denota indiferencia y falta de remordimiento por sus actos—. No te veía desnuda. Te veía caminar por el bosque. Sólo eso. Te estuve vigilando todo aquel rato que dormiste sobre los húmedos arbustos hace una semana atrás.

—Mejor lárgate —prorrumpió ella sacudiendo la cabeza con frustración—. Eres un grosero —escupió sus palabras toda rabiosa—, ¡no vuelvas aquí nunca más!

              Él la miró con la frialdad de un robot, con una seriedad casi temible. Luego su rostro se fue tornando más sereno.

—Está bien —respondió al fin—. No era necesario formar escándalo por esta simpleza. Dije que no soy un pervertido. No es mi intención dañar a alguien. Aunque de quererlo ya lo hubiera hecho, en menos de un parpadeo.

              Dicho aquello, caminó, dándole la espalda y alejándose de ella. Sin dejarla decir algo más, zanjando la conversación así de simple. Aquella última frase dicha por él era lo que ahora daba vueltas alrededor de la cabeza de ella, como las estrellas que ven los personajes de los comics una vez que son brutalmente golpeados por su compañero de riña: <<Aunque de quererlo ya lo hubiera hecho, en menos de un parpadeo>>. Citó en su mente mientras lo miraba desaparecer de su vista.

 



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En el texto hay: miedo, secuestro, sangre

Editado: 28.04.2020

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