De alguna u otra manera, Martha logró entrar a la sala, llevándose la macabra sorpresa, su cara de horror era evidente, sintiendo mareos y náuseas. Las lágrimas seguían, pero con menos drama que las de Renacer, que lloraba desalmada sobre el suelo.
—Jóvenes —habló el forense con profecional calma—. No es apropiado que continúen aquí. Deben esperar afuera.
Otro más de los presentes quiso sacarlas de allí con gentileza, pero Renacer se negaba. Estaba en medio de una crisis. Los padres de ambas estaban clavados a la pared cabeza abajo, con brazos abiertos y piernas juntas, teniendo las formas de una cruz invertida. Y no sólo eran ellos, el hermano menor de las jóvenes, Daniel, de tan sólo 15 años también estaba puesto en la escena del crimen. Incluyendo los personales empleados del lugar, los más cercanos, habitantes de allí, entre los cuales se encontraban la cocinera, la ama de llaves, el chofer y el jardinero. Aquello había sido una masacre entera. Alineados en la pared, sin ropa, con sus pieles manchadas de sangre y la palma de sus manos con grandes clavos atravesándolas gual que sus pies.
Ambas hermanas estaban abrazadas y sin darse cuenta estaban ya fuera de la casa, rodeadas de personas. Seguían llorando mientras los demás iban de un lado a otro, investigando cosas para abrir el caso, reuniendo pruebas y tomando fotos. Un taxi se estacionó cerca y de allí bajó Ahima, sorprendida por el escándalo que suponía todo aquello buscó con la mirada por todas partes hasta encontrar a sus amigas y correr hasta ellas. Ahima se limitó a abrazarlas, pues, no habían palabras que valieran o sirvieran de consuelo para las dos jóvenes que permanecían silenciosas, con los ojos enrojecidos.
El cabello de Renacer era desenredado inconscientemente por Martha, quién deslizaba las manos dentro de algún puño de hebras cortas de ésta mientras la policía seguía haciendo sus pesquisas en toda la gran casa. Martha estaba sumergida en un completo luto, tristeza y completa sensación de estar siendo una inútil. Ni siquiera se percató de la manta que le fue colocada sobre sus hombros ya al caer el crepúsculo, ella estaba perdida en sus propios pensamientos igual que su hermana menor que lloraba en silencio acostada de lado sobre sus piernas, como si fuera una niña quebrantada.
Aquel joven que había colocado la manta sobre la mujer de gafas cuadradas, colocó esta vez sobre la joven de cabello corto su chaqueta de estampas militares. Renacer tampoco tuvo ánimos de dar las gracias al generoso caballero, sólo quería que todo aquello sólo fuera una pesadilla, despertar pronto era lo que más anhelaba. Las impertinentes luces de la patrulla policial seguía iluminando el rostro de ellas y de cada uno de los presentes, mientras los flashes de las cámaras fotográficas de los periodistas seguías disparándose en el escenario del crimen.