Una impecable mansión de estilo fúnebre, techos a lo alto como inmensas bóvedas blancas, paredes del mismo color sin ningún cuadro o adorno que les diera otro aspecto distinto al neutro que reinaba en aquel hogar, sótanos y túneles; aquello resultaba ser la residencia de todos Ellos, en el cual el líder era el temible Mohamed y los segundos al mando eran Leonardo y Victoria, sus dos hijos. Ésta última, hermosa mujer de envidiable estatura y rubio cabello platinado se diferenciaba de su hermano en pocas cosas, el cabello de Leonardo era ligeramente rizado y de un color castaño bastante claro mientras su cara de facciones varoniles era adornada por ligeras pecas; ambos tenían llamativos ojos azules como un océano bajo la luz del sol.
—Ignoren mi mal —pidió Victoria con tono autoritario, casi como una exigencia.
Su padre mantenía una expresión seria aunque ligeramente crispada de preocupación, Leonardo por su parte, permanecía con una severa sensación de impotencia, apretando las manos en puños. Ninguno de los miembros liderados de la gran tropa terrorista sabía con certeza de aquello, solamente Mohamed, la afectada y su hermano menor.
—No quiero que sientan lástima por mi —dijo finalmente, sintiendo que su cuerpo iba degenerándose poco a poco, con el paso de los segundos, los minutos, las horas y cada día de su existencia.
—Haré lo posible para mantenerte con vida, Victoria —aseguró su padre con aquella grave voz característica de él; observando cómo la enfermera de la familia continuaba pasando el tratamiento mediante una jeringa vía intravenosa hasta el sistema circulatorio de la rubia.
—Ni siquiera tú quisieras permanecer por más tiempo prisionero de un cuerpo que se volverá cenizas en algún momento, luego de pasar lentamente por distintas etapas de una maldita enfermedad parecida a un karma no merecido —pausó la mujer de abundantes cejas marronas, con expresión de vacío interno—. Desearía acabar con todo ésto de una vez.
Su expresión era la de una persona resignada, mientras su hermano se mantenía cabizbajo en el sepulcral silencio de aquella recámara.
* * *
El oficial Navas permanecía en silencio, atento a cada palabra dicha en la reunión de periodistas y policías del Estado de Hupofell, quienes conversaban preocupadamente acerca de los hechos recientes en la localidad y en las zonas aledañas.
—Ante ayer se reportó el suceso en casa de la familia Williams —habló el jefe de policía—, ésta mañana algo similar aconteció al norte del pueblo. La iglesia que, debido a las amenazas se rumoraba que hacían sus adoraciones en secreto, se llenó de sangre y vísceras.
—Pero... —intervino otro policía, dudando— se supone que en esa y ninguna otra iglesia realizaba actividades por eso mismo, temen ser violentados por Ellos.
—Exactamente. —Confirmó un periodista—. No lo hacían a la vista, la iglesia de la cual hablamos tiene un sótano —pausó, todos le prestaban atención—, lamentablemente Ellos descubrieron la ubicación exacta y acabaron con todos los presentes en ese lugar, en ese momento.
—Éstas son algunas evidencias –—intervino un reportero colocando algunas fotografías de tamaño carta sobre la mesa—. Estas víctimas quedaron hechas pedazos.
El joven oficial Navas continuaba en silencio, observando las fotos desde una distancia prudente. Sangre, carne en trozos, tripas y otros desastres. Las personas víctimas de aquello tenían un orden específico, como si aquel acontecimiento fuera planificado por un artista pero llevado a cabo por un sociópata o varios pacientes de algún hospital psiquiátrico.
—Me parece bastante negligente de parte de los oficiales del Estado —opinó el alcalde, un menudo hombre barrigón de bigotes negros y cabeza rapada. Ataviado con un traje formal—, ¿cómo es posible que con tantos cuerpos de seguridad en éste país, Ellos se estén burlando en nuestras caras? La voz severa del alcalde avergonzó al comandante mayor a cargo de la base militar del pueblo.
—Sé que aunque estemos haciendo nuestro mayor esfuerzo, no está siendo suficiente, señor alcalde —contestó el comandante con tono de respeto mientras Navas permanecía en silencio de brazos cruzados, tomando apuntes mentales—. Haremos lo posible por mejorar las estrategias de investigación hasta resolver el caso; que, cabe resaltar, es evidentemente complicado.
—Eso espero —respondió el alcalde sin el menor gesto de amabilidad por su parte.
Todo el grupo de la reunión se disolvió después. El comandante de la base militar se acercó hasta el oficial Navas, que ademas era su ahijado, hijo de un muy buen amigo suyo. Le dijo algunas cosas y posterior a eso se dirijió hacia la base militar luego de montar el auto asignado. Navas, en el interior de aquella pequeña sala encerrada, de paredes verde gris, la metálica mesa en medio y un ligero aroma a humo de tabaco, pidió durante un corto tiempo al periodista las fotografías del último suceso; las analizó detenidamente, buscando pistas, paseando la mirada por cada pequeña cosa que pudiera servir como señal, como si aquel conjunto de papeles le fueran a revelar como el canto de una poesía lo que realmente había ocurrido, y quiénes lo habían hecho.