Renacer se acerca a un claro en las profundidades del bosque caminando como una niña a la que llaman para entregarle un regalo una noche de navidad.
—Éstas tierras tienen muchas cosas que admirar —reconoció el hombre de uniforme entre árboles de pino. La niebla casi los cubría—. Pero también espacios a los cuales temer.
Renacer recordó lo que hacía meses se había convertido en su principal objetivo de vida.
—¿Qué hay de los asesinos de mi familia? —preguntó Renacer— ¿han conseguido alguna información que sirva para dar con la ubicación?
—Lamento decir que muy poca —respondió él—. Ellos se han encargado de hacer que sus trabajos sean limpios, sin errores, sin dejar pistas. Posiblemente caminen entre nosotros.
—Vamos —se quejó la mujer de ojos dorados—. Ya han pasado casi doce meses desde aquel suceso y ustedes aún son incapaces de tener una respuesta contundente —protestó—. En el trascurso de todo éste tiempo han habido otras víctimas mortales, es imposible que sean tan… quiero decir, que no tengan casi nada o NADA a mano —pausó—. Paso a pensar que la base militar tiene algo que ver con todo ésto.
Erick sacudió la cabeza con calma.
—No digas tonterías —habló—. Estar en una constante caza a unos cazadores no es fácil.
—Como sea, Erick —zanjó el tema—. Llegaré al fondo de todo ésto. Caminaron entre los árboles, muy cerca uno del otro en silencio.
—Ha pasado bastante desde la primera vez que te vi —habló el joven de uniforme caminando a un lado de ella—. Desde entonces me he dedicado a estar cerca de ti aunque no sea junto a ti.
—No creo que mi vida fuera la misma si no estuvieras conmigo ahora —consideró ella, buscando tomarlo de la mano. Erick pareció titubear al tacto pero se permitió tener un contacto que para él era demasiado íntimo.
—Me gustas más de lo que pueda alcanzar a imaginar —confesó él, pero cuidadosamente se soltó de la mano de la mujer a su lado. Renacer se sintió rechazada al instante, pero disimulo la cosa. Era la primera vez que le tomaba de la mano desde que lo conoció y él era tan frío y distante que le creaba confusión.
—Tú haces que no me sienta solo —prosiguió el hombre de negro cabello ligeramente revuelto en la cima.
—Pero eres demasiado distinto conmigo —le hizo saber ella—. Digo —intentó aclarar—. No te comportar como un hombre al cual le guste una mujer. Eres… extraño. No me tocas, marcas distancia casi todo el tiempo.
—Es porque soy distinto a los demás, Renacer —se excusó—, debo respetarte.
—Un beso no significa una falta de respeto —rebatió la joven adelantándose y poniéndose al frente de él, bloqueando el paso de éste que tuvo que detenerse—. Sólo bésame—. Pidió en un susurro mirándolo a los ojos.
El corazón de Erick Navas comenzó a latir con fuerza, la cercanía lo ponía nervioso. Entonces plasmó un beso en ella con timidez, un beso casto sobre la corta cabellera de ésta y eso fue todo. Renacer estaba bastante confundida, arrugó ligeramente el entrecejo, intentando asimilarlo todo, estando inconforme. Hasta que salió de sus cavilaciones cuándo sintió el cálido abrazo de Erick alrededor de su diminuto cuerpo.
—Te quiero, Renacer —le confesó.
—No parece que así sea —dijo ella en protesta, sin alterar el tono calmado con el que conversaban—. Yo también te quiero e intento demostrarlo, pero parece que no te importan mis esfuerzos.
Éste colocó ambas manos en la cara de la dama frente a él, arropando sus mejillas y clavando su mirada en la de ella. Renacer lo miraba en busca de una respuesta y disfrutando del gesto tierno de parte del hombre que quería a su lado.
—Algún día demostraré que lo que piensas no es verdad —explicó—, me importa mucho saber qué piensas de mi, me gustan tus esfuerzos por demostrar que me quieres, sí que lo noto, y lo disfruto como no te imaginas. En cierto modo… me da placer —admitió—, la falta de un beso en nuestra relación o… el no estar en modo íntimo sobre una cama no hará que te quiera menos.
~ ~ ~
Horas luego.
Las gaviotas volaban sobre la playa de aguas tranquilas, la temperatura del ambiente era fría como de costumbre y las olas se escuchaban con claridad arrastrarse sobre la arena. Erick y Renacer yacían sobre el césped que había nacido por naturalidad más allá de la orilla, bajo árboles de pino plantados entre grandes rocas con escasa cantidad de tierras negras.
—Mi padrino, el general Mc.Person me ayudó a estar dónde estoy ahora —habló Erick—. Supongo que, debido a… algunas… dificultades, no era justo que entrara al servicio.
—Injusto sería no aceptarte allí o en cualquier otro lugar —opinó Renacer recostada sobre el pecho de su extraño novio mientras éste desenredaba el cabello de ella en acto distraído.
—Erick —le llamó ella, respirando su aroma masculino a través de su uniforme.
—¿Qué?
—Como todo militar, sé que tienes un arma, y tu deber es proteger —habló con calma—. Dime, ¿alguna vez le has quitado la vida a alguien?
Hubo un prolongado silencio antes que él contestara.
—Verás —pausó—, al comienzo de mi servicio, hace cinco años, no estaba en éste lugar, fue gracias al general Mc.Person es que soy militar y fui reclutado. Para ese entonces, en una ciudad lejana a éste pueblo hubo un enfrentamiento entre bandidos autores de un secuestro y oficiales de la nación —respiró antes de proseguir—. Ayudé con el rescate de la hija del gobernador aquella vez, y para conseguir salir con vida de aquel sótano con la víctima tuve que atentar contra la vida de tres de los fugitivos. Yo era un niño de 18 años apenas —sonrió—. Pero eso no me hizo dudar para halar el gatillo, no fui el único, desde luego. Porque aunque tuve un papel importante en aquella ocasión, no fui el héroe. O al menos no me siento como tal, en ese momento hubo tanto qué temer, cada segundo de nuestro servicio significa estar dispuestos a cualquier cosa. Dos de mis colegas murieron, para darme paso al interior del sótano, ellos enfrentaron a los secuestradores de primero —se sintió dolido—. La medalla debieron colocársela en las tumbas de ambos y no a mi sobre mi cuello.