Al despertar, los chicos se encontraban abrazados sobre el montón de heno, Jesper revisó su teléfono celular, eran las 9:00 a.m.
No tardaron en levantarse y recoger la sábana que la señora les había prestado la noche anterior y la regresaron, poco después se embarcaron al camino de retorno a Bucarest. Iban por medio camino cuando Jesper le cogió la mano a Sarah y le dijo:
—Ahí está el auto —señaló hacia el vehículo estacionado del otro lado de la carretera.
Los dos corrieron hacia donde se encontraba y Jesper abrió la puerta, al parecer quien quiera que haya robado el auto no se molestó en cerrar las puertas.
—Creo que ahora podemos irnos a Bucarest antes de que mi padre te mate —dijo Sarah entre risas.
Jesper sonrió nerviosamente. Había olvidado por completo al Profesor Gernot.
Tan pronto como se subieron al auto, Jesper se apresuró a conducir y tras treinta minutos de trayecto, llegaron al hotel. El profesor ya tenía preparadas las maletas de Sarah en la recepción y solo miraba de reojo su reloj cada segundo.
—Nos va a matar a los dos —murmuró Sarah observando como el Profesor golpeaba el suelo con el pie arrítmicamente.
—Tú eres la hija de sus ojos, es a mí y a quien asesinará.
—Sí… creo que morirás en cuanto nos vea.
Sarah le sonrió y Jesper entrecerró los ojos.
Los dos caminaron hacia Abraham y le hablaron. Él no les dijo nada sobre su tardanza, simplemente ordenó a Sarah tomar su maleta y coger el taxi que la esperaba afuera para llevarla al aeropuerto.
—¿Por qué se irá? —preguntó Jesper atónito.
—Porque yo se lo pedí, es por seguridad —respondió el Profesor—, además tiene que llegar a París esta tarde.
—¿Por qué? —esta vez fue Sarah la que habló.
—Tú entrevista se ha adelantado para mañana a primera hora.
Ella se sorprendió al escuchar eso. Estaba segura de que faltaban días, sino es que semanas para que eso ocurriera.
Algo apenada, se giró hacia Jesper y le dio un abrazo murmurando a su oído un «gracias» y acto seguido besó su mejilla. El rubio correspondió al abrazo y se separaron. Sarah hizo lo mismo con su padre y ambos hombres la llevaron al taxi que esperaba impaciente y la vieron alejarse.
—Ahora vamos arriba, tienes que asearte porque apestas a gallina —dijo Abraham.
—Será porque Sarah me abofeteó con una anoche.
—Pues algo hiciste mal.
—Es una larga historia —murmuró.
—Tenemos tiempo después de que descanses un poco.
—¿Qué hay de Aaron? —Jesper pronunció con dificultad ese nombre.
—No está en Bucarest.
—Le dije que era una pérdida de tiempo.
Los hombres se encaminaron hacia el interior del hotel, subieron al elevador y caminaron hacia la habitación. Al cerrar la puerta, Abraham se asomó que nadie estuviera en el pasillo y que pudiera escucharlos.
***
Eran las tres de la tarde cuando la voz femenina desde el altavoz llamó a los pasajeros para abordar el vuelo a París. Sarah abordó el vuelo 179 hacia París. Estando en su asiento, Sarah cerró los ojos tomando un largo y profundo suspiro:
«Sarah», una voz masculina, tan suave y en un susurro le estremeció «No vayas a París, no te arriesgues».
Ella abrió los ojos y exhaló. Confundida se rascó la sien y se dijo mentalmente que todo había sido una alucinación. La última vez que escuchó voces, gente inocente fue brutalmente asesinada, esta vez no podría pasar lo mismo.
—Disculpe, mademoiselle —ella volteó a ver a la persona que le hablaba.
Se quedó paralizada al ver al hombre sentado a su lado. Un atractivo hombre de negocios, de piel pálida, ojos negros y cabello oscuro corto le miraba. El hombre tenía finas expresiones en su rostro que le daban la apariencia de un Adonis, un mechón le caía sobre la frente balanceándose en un ritmo hipnótico.
Embelesada ante aquel hombre, ella ignoró cuando él le preguntó su nombre. En cambio, no dejaba de observar sus facciones, eran similares a las de alguien que conoció años atrás, pero el recuerdo lo mantenía oculto en algún lado de su mente.
El hombre se quitó la corbata roja y se desabotonó los tres botones superiores de la camisa, después se arregló el cuello y se dedicó a escribir en un cuaderno de pastas duras, color escarlata.
—Sarah Tydén —dijo ella al procesar la pregunta tras varios siglos después.
El hombre alzó la vista y con una sonrisa blanca y encantadora dijo:
—Es un placer, mademoiselle Tydén —le cogió la mano y la besó—. Alexander Wetherby.
Sarah se sonrojó ante aquel gesto. La última vez que alguien había besado su mano resultó fatal. Ella recordó a aquel vampiro de penetrantes ojos negros con el que había bailado un vals en escarlata.
—Y..., ¿a dónde se dirige? —preguntó atontada.
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Editado: 17.08.2021