Sangre vamphyr

Capítulo 9

París, Francia

«Es ahora o nunca», pensó Sarah mientras se miraba por última vez en el espejo. Llevaba puesto un conjunto azul marino con una blusa blanca de cuello “v”. Para no verse tan formal, decidió dejarse el cabello suelto y aplicarse un maquillaje natural a base de rímel y brillo labial.

Antes de salir del apartamento, buscó su bolso y metió en él sus llaves y celular, después recogió un folder que contenía sus papeles importantes. Abrió la puerta principal y salió cerrándola tras de sí.

Iba caminando por el pasillo, nerviosa por su entrevista, pero a la vez segura de conseguir el empleo en una editorial francesa Lagardère Livre, cuando revisó la hora en su reloj de pulsera «9:30 a.m.». Era tarde.

Anoche, después del sueño con Nicolav, no volvió a dormir. El insomnio era más fuerte que ella, por lo que decidió leer la página web oficial The Times. La noticia más reciente hablaba sobre el último homicidio en Whitechapel a manos de un desconocido, el reportero lo comparaba con los asesinatos ocurridos en la Era Victoriana a manos de Jack “El destripador”. Un pensamiento más abstracto y conservador, pues los policías no habían podido dar con el responsable.

—Y nunca lo harán… —murmuró cerrando el periódico—, a menos que cuenten con Sherlock Holmes en el caso—sonrió.

Los asuntos paranormales no debían ser encargados a débiles humanos, siendo ellos los más frágiles y perceptibles a una derrota inminente, una muerte segura acechaba a todos aquellos que se interesaban por descubrirlo.

Al fin de cuentas a todos les llegará la muerte tarde o temprano, pero a los involucrados los espera la mayor de las torturas.

Con un bostezo se dio cuenta de que el ascensor estaba por cerrarse, por lo que corrió hacia él, tratando de no pisar mal o romperse un tacón y caer de boca.

—¡No! —gritó estando a pocos metros de distancia. En ese momento, un par de manos se interpusieron y con fuerza empujaron las puertas para que estas permanecieran abiertas. Agradecida, ella entró y al ver al caballero asintió—. Merci, Monsieur.

El hombre de oscuro cabello rizado y brillantes ojos negros le sonrió. Él era alto e iba elegantemente vestido con un traje negro y camisa blanca.

En sus pensamientos, ella se lamentó por la suerte que corría por toparse con hombres que le recordaban a él.

—¿Usted es inglesa? —fue la primera pregunta que él hombre formuló, sin importarle que pareciera un atrevimiento de su parte. En un inglés perfecto que parecía un nativo.

Sarah asintió sin pensarlo. Algo en él le parecía extrañamente familiar, la sensación que tenía en esos momentos le recordaba la presencia de otro hombre cuyo nombre era Donovan Báthory.

—¿Tanto se me nota? —respondió boquiabierta.

Él asintió.

—¿Cómo se llama, señorita? —él se limitó a mirarla y sonreírle.

—Sarah Tydén… —pronunció sin dejar de mirar aquellos brillantes ojos—, ¿usted es…?

—Jehan Prouvaire —sonrió.

—¿Cómo en “Los Miserables”? —ella entrecerró los ojos dudando de las palabras de su acompañante.

El muchacho se encogió de hombros.

—Mi madre es fan de ese libro, creo que la maldición cayó sobre mí.

—Mmm… ya veo.

Entraron al ascensor y permanecieron callados, le resultaba graciosa esa situación, aunque la verdad tras su nombre no lo era tanto, al fin de cuentas, muchas personas solían llamar a sus hijos como querían.

El silencio los envolvió, pero no era incómodo, sino agradable. Ella se preguntaba si iba a ser posible conocer a tan maravillosas personas. Sarah se dejó envolver en sus prejuicios en vez de la razón, sin tratarlo más decidió confiar en él, al fin de cuentas, veía en él a alguien como ella: un ser distinto, pero a la vez tan común en un mundo alocado y lleno de criaturas fantásticas. No dudaba en que este hombre se convirtiera en un nuevo amigo. De hecho, era el contrario a su prometido: Jesper era delgado y Jehan era atlético; Jesper tenía ojos grises y cabellera rubia y Jehan ojos y cabello oscuro. El aura de su amado Jesper era como una bolsa de celofán alrededor de Jehan.

Cuando las puertas del ascensor se abrieron, Jehan le cedió el paso y le preguntó a Sarah:

—¿Vives en el 14t, ¿verdad? —Ella se detuvo en seco y dándose la vuelta asintió dudosa—. Me gustaría cenar contigo alguna vez.

—Claro… ¿Jehan? —el asintió—. Algún día… ahora voy tarde.

Él la dejó ir.

Sorprendida por lo que acababa de suceder, ella salió del edificio y tomó un taxi y le dio la dirección al chofer: 58 Rue Jehan Bleuzen. Sonrió poco después de volver a pronunciar ese nombre.

El recorrido no fue tan largo y, al contrario, llegó a cinco minutos antes de su cita. El edificio editorial era enorme, la fachada estaba compuesta por ventanas de cristal en su mayoría. El diseño arquitectónico era moderno y resaltaba del resto de la ciudad parisina, pues aparentaba estar compuesto por dos partes, una superpuesta a la otra y en un estilo futurista.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.