Quincey Harker había hecho una promesa a su tío una vez que dejó el castillo. Desde que se enteraron de la traición de uno de los mejores miembros, supo que algo no andaba bien. El mensaje que había recibido de A.W. había marcado su destino de la manera más cruel que jamás había pensado.
En contra de la voluntad de Vlad, Quincey se embarcó a la aventura en Francia, en busca de la chica a la que debía proteger. La última vez se había quedado de brazos cruzados mientras observaba como Donovan era sometido por Orlock. Ante aquella situación deseó poder interferir, pero el tío nunca se lo permitió pues había hecho una promesa a Mina Harker siglos atrás y siendo hombre de palabra no podía faltar a su juramento.
Quincey era un hombre que por nada del mundo se dejaba engañar a menos que estuviera lo suficientemente sensible como para cegarse ante sus pensamientos primitivos, tal como Vlad les llamaba, después de todo… ¿no eran los sentimientos los únicos culpables de las desgracias familiares a través de los tiempos? El tono gélido con el que Vlad le permitió ir a Francia no había sido solo por confianza hacia su “ahijado”, sino por temor a que la promesa de odio y rencor se cumpliera y entonces, todo por lo que habían luchado se iría directamente al infierno junto con sus almas desgraciadas.
¡Si tan solo hubiera estado ahí cuando la niña estuvo en Beckov!
De haber previsto los planes de Orlock entonces, todo habría sido diferente, de hecho, pensaban que él había desaparecido tras varios siglos inactivo y que quizás y solo quizás habría olvidado esos absurdos planes de revivir a Evana.
A Quincey no le importó. Él no estuvo presente cuando el último eclipse se alzó en Europa del Este, pero sí leyó los diarios originales y con las palabras de su tío supo qué clase de ser era ese tal Graf von Orlock. Por nada del mundo permitiría que Sarah Tydén sufriera el mismo destino que Elisabeth Seibert. No. Ella no lo merecía, después de todo, ¿no habría sufrido suficiente?
Sin necesidad de esforzarse demasiado, Quincey comenzó a relatarle su historia a Sarah, no le importó que tan desagradable era el relato, le contó cómo Orlock hizo su pacto con la Señora de las Tinieblas, Evana, quien al jurarle eterna fidelidad obtuvo inmediatamente la inmortalidad que tanto anhelaba; incluso le habló del sacrificio de sangre damphyr que debe hacerse para traerla de regreso al mundo mortal y como consecuencia traería la destrucción de la vida tal cual la conocían; hubo un momento de silencio en el que ambos, estando pensativos se dispusieron a beber un poco de té —costumbre inglesa que Sarah procuraba mantener a toda costa, para tener algo de casa en ella, además que era una manera sencilla de pasar su tiempo de ocio por las tardes— y después continuaron.
—¿Quiénes son los vampiros involucrados? —preguntó ella al cabo de unos momentos.
Quincey había sido tan amable desde el momento en el que le vio hace tan solo un par de horas atrás. Al comienzo le había desconcertado el hecho de la confianza que había demostrado con solo verla, ahora lo tenía en claro. Eran iguales, y la sangre llama a la sangre como lo hace la hermandad.
El haber conocido a Quincey le había dado un nuevo aire de confianza y aventura a su vida. La última vez que había sonreído con sinceridad fue en la pedida de mano en aquel restaurante británico, desde entonces no lo había hecho hasta que Alexander Wetherby apareció en su vida como un ángel reencarnado de su antiguo amor Nicolav. Quincey era diferente, no era humano, pero tampoco un vampiro y su aura, de un brillante color dorado le decía que podía confiar en él con toda seguridad.
—La lista es larga, pero dime, ¿con quién quieres comenzar? ¿Los vampiros buenos o los malos? —preguntó Quincey con una sonrisa en su rostro.
—No sabía que había vampiros de ambos bandos.
—Pero ahora ya lo sabes.
Ella soltó una ligera risita al escucharle. Quincey le hacía sentirse viva una vez más. La última vez había sido con Jesper y eso por haberle llamado “vaca”.
—Es ese amigo tuyo, ¿verdad? —preguntó Quincey acercándose a Sarah para tomarle del hombro con dulzura. Ella asintió sin mirarle a los ojos—. Un amor como el suyo debe vencer cualquier mal, siempre y cuando ambos estén de acuerdo en ello. Confianza, es eso lo que necesitan.
—Confiamos mutuamente, pero… sus celos, mis impulsos… ahora soy diferente, no soy la misma chica que conoció seis años atrás.
—No, porque ahora eres mejor que antes. Eres una nueva mujer, Sarah.
—Una mujer que ahora es un monstruo.
—¡Sarah Rose Tydén! —gritó poniéndose de pie frente a ella con un gesto de absoluto enojo y decepción en su rostro—. ¿Cuántas veces te he de decir que tú eres un don? ¡No eres un monstruo! ¡Los verdaderos monstruos son Evana, Orlock y Erzsébet Báthory! ¿No te das cuenta, niña estúpida?
—Bien, ya entendí —interrumpió ofendida—. No hace falta que me llames estúpida, sé que lo soy —se limpió una lágrima imaginaria—, ¿pero qué culpa tengo yo de lo que sucedió con esa tal Elisabeth?
—Veo que no recuerdas el nombre —murmuró.
—¿Por qué debería hacerlo?
—¿Sabes qué? —añadió—, mañana hablamos, más te vale estar en tus cinco sentidos porque hay cosas que debo comentarte, comenzado con tu querido Nicolav Malinov.
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Editado: 17.08.2021