22 de septiembre de 1999
Es un hecho. Todo aquel que diga que en los últimos cinco segundos que vives cuando estas a punto de morir ves toda tu vida pasar como en una película, puede irse literalmente al infierno.
Para los que quieran saber cuál fue mi verdadera experiencia en el momento en que resbalé del techo de mi casa para encontrarme con el Creador, solo puedo decirles que un charco enorme de sangre y sesos además de cientos de trozos de piel desparramada era la imagen que veía durante todo el transcurso de la caída. Para cuando esta imagen debía traspasar las barreras de mi imaginación y convertirse en realidad, una sensación cálida atravesó mi cuerpo seguida de un par de brazos que me envolvían desde atrás estrujándome tan fuerte que dolía el simple contacto. Luego de esto, todo se volvió negro.
De lo anterior, mi abuela opina que fue intervención divina. Mi hermano por el contrario, opina que he encontrado por fin mi vínculo especial con la adrenalina al igual que él. Yo opino que deberé dejar de ver películas de acción y terror por un largo, largo tiempo.
—“¿Cuántas veces forman las agujas del reloj que marcan las horas y los minutos una línea recta durante el día?”
Y hablando del Rey de Roma.
—No lo sé.
— ¡44! Intenta otro.
—Basta Alden. Estoy cansada.
—Precisamente por eso debes poner a trabajar tú cerebro. ¿Sabes lo afortunada que eres de seguir con vida?
—Mucho. —Le di una mordida a la manzana que acababa de tomar de la cocina.
— ¿Qué está quieto pero a la vez se mueve?
Arqueé una ceja — ¿Tú cerebro?
—No. La hora.
— ¿Sabes lo que es el sarcasmo?
Sonrió mientras revisaba su libro ilustrado para niños en busca de otra brillante idea.
— ¿No tienes otra cosa mejor que hacer?
—No. ¿Y tú?
Volví a morder mi manzana. Estaba realmente deliciosa.
Alden sonrió. — Tienes 15 pelotas en una mano y 12 en la otra. ¿Qué tienes?...
***
—Si te sentías mal, no tenías por qué venir hoy a estudiar.
—Créeme Lexy, volver a la escuela es lo mejor que me puede pasar en estos últimos días. Un minuto más en mi casa y mis padres tendrían que organizar el funeral de Alden.
—Entonces hubieras seguido en el hospital hasta que te recuperaras del todo.
—Sabes que odio los hospitales. Allí puedes sentir el olor a muerte hasta en lo más profundo de tu nariz.
— ¿Desde cuándo te preocupan tanto los olores?
— ¿Eh? ¿Desde que empecé a tener un olfato muy agudo? —La verdad es que no tengo realmente un sentido agudo del olfato. Más bien lo que se me agudizó hace tres años fue el sentido de la vista, tanto que por un segundo creí llegar a ver fantasmas. Pero, ¿cómo le explicas esto a tu mejor amiga sin que te denuncie con el psicólogo escolar?
—Pan, no me engañas.
—En serio Lexy, no tienes nada de qué preocuparte.
—Hola chicas, ¿qué cuentan?
—Hola Jayden. ¿Tú vecina siguió de corrido su ensayo para una nueva audición de talentos? —No pude evitar sonreír ante la idea de ver a esa chica saltar en su cama toda la noche con un mortero de cocina usado como micrófono. Y mejor aún. A Jayden enviándole saludos a toda la familia de la chica, incluso a los ya muertos, debajo de sus almohadas y deseando como un adicto las píldoras recetadas de su madre.
—Por Dios, Jayden, estás peor que alma en pena.
Jayden sonrió y negó con la cabeza. —Por desgracia la mini-idol se fue a casa de sus abuelos unos días. Escuché que no vendrá hasta fin de mes.
Reí. — ¿Dices que te has convertido ya en el presidente de su club de fans?
—No exageremos Pan. Únicamente digo que prefiero un millón de veces aguantar los gritos a media noche de una niña de cinco años que vivir la misma pesadilla una y otra vez.
Negué con la cabeza sin comprender. — ¿Qué pesadillas?
—Cierto. Aún no te has puesto al corriente de todo. Verás, desde el día en que tuviste el accidente en tú casa, Jayden ha estado soñando contigo.