Sangre y Guadaña

Capítulo 3

Dos horas se necesitaron para que pudiera elegir con toda tranquilidad al menos ocho piezas dentro de toda la tienda. Dos horas en las que tuve que soportar el parloteo de Alden diciendo que todo era negro, y por tanto no debía tomarme tanto tiempo escoger algo.

¿Alguien podría decirle que hay una amplia variedad de tonos dentro de un mismo color? Eso sin contar el estilo, corte, si es estampado o liso… En fin. Los ángeles debían cantarle al oído en coro para cuando me acerqué a la cajera y el latido del lector de códigos daba señales de vida con cada prenda que pasaba por él.

—Ciento cinco con noventa y nueve es su total.

Alden sacó su billetera en ese instante. ¿No es un encanto de hermanito?

—Gracias por su compra. Qué tengan buena tarde.

—Gracias. Igual. —Respondimos ambos mientras recogíamos los paquetes del mostrador de la cajera.

—Aún no puedo entender cómo va a caber todo esto en tu closet.

—Soy creativa. Confía en mí. —Le guiñé el ojo.

Al llegar al auto, Alden abrió la cajuela para acomodar los paquetes. Se supone que yo ayudo en dicha labor, pero mi propio reflejo formado en la ventana trasera del auto me distrajo por completo. A pesar de que la melena rizada azabache estaba hecha un desorden, son mis ojos los que me atraparon.

Poco a poco comencé a sentirme adormilada, tan cansada que solo quería dejarme envolver en el cielo negro de aquel iris. Dos segundos después mis deseos se hicieron realidad.

Como en caída de Alicia hacia el País de las Maravillas empecé a viajar por una especie de pozo sin fin. En resumen, oscuridad era lo único que me rodeaba hasta que de la dirección contraria, algo o mejor dicho “alguien” empezaba a ascender hacia mí.

En el instante en que nuestras miradas se cruzaron, el tiempo se detuvo literalmente. Yo dejé de caer, y él dejó de subir.

— ¿Quién eres tú?

Bueno, esa debería ser mi línea también. Sin embargo, me fue imposible emitir palabra, limitándome a observar únicamente cada detalle de mi pequeña alucinación.

Porque si esto no era una alucinación, entonces ¿qué más podría ser?

¿Mi regalo de cumpleaños adelantado?

Lo dudo mucho.

Aunque si lo fuera, no puedo quejarme. ¿Alguien habrá descubierto mi gusto secreto por los rubios?

¡Diablos! Ahora que recuerdo, mi diario a permanecido más tiempo de lo normal en el mismo estante. Debo buscar otro sitio en cuanto llegue a casa.

—¡Alisa! —el grito de Alden me devolvió a la realidad de golpe. —¿Qué sucede? ¿Te encuentras bien?

—Si —parpadeé y miré alrededor. —¿Has visto a alguien?

Alden escaneó también la zona. —Aquí no hay nadie.

—¿Seguro? ¿No había un chico alto, rubio, tez blanca y ojos color miel?

Se rio. —No. Pero podemos colocar un anuncio en el periódico si quieres.

—Ja Ja. Muy gracioso —Devolví la vista al cristal unos segundos más, queriéndome asegurar de que no hay ningún chico extraño detrás de mí.

—¿Alisa? —volvió a repetir mi hermano en tono preocupado. —¿En verdad estás bien?

Negué con la cabeza. —Estoy bien. Solo creí haber visto a alguien.

—Seguro que sí. De un segundo a otro te pusiste pálida y por tu expresión podría asegurar que has visto a un fantasma.

Intento una sonrisa. —Sip. Quizás fue solo mi imaginación. Después de todo estoy cansada y hambrienta.

—¿Hambrienta? —soltó una carcajada. —¡Ya veo porque son tus alucinaciones!

—Ja ja —subí al auto. —Mejor conduce antes de que alucine contigo en traje de pollo frito.

—¿Y quién dijo que yo no te estoy viendo ya como una deliciosa pechuga de pollo en salsa barbacoa?

Mi boca se abrió de golpe ante aquella confesión. Solo esperaba llegar a casa en una pieza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.