La mochila aterrizó en mi cama haciendo el característico ruido a cosas a punto de quebrarse que siempre hace al aterrizar. Me dirigí a la cocina en busca de un café caliente recién hecho. El clima frío había sorprendido de un minuto a otro esa tarde, siendo un indicador de que se avecina una fuerte tormenta. Lindo momento ha elegido mi familia para dejarme cuidando el fuerte.
Usualmente, invito a Lexy y Jenny a mi casa para pasar el rato de soledad, pero esta tarde no sentí ganas de tener compañía en casa. Después de todo, ¿qué puede pasar en una tarde lluviosa encerrada dentro de las cuatro paredes de mi habitación? Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar la señal de la antena que acostumbraba a dañarse en un mal día.
Sacudí la idea de mi cabeza y empecé a preparar varios sándwiches de jamón y queso para aliviar mis nervios.
—¿No irás a decirme que eres Fernanda?
El sándwich que llevaba a mi boca cayó de mis manos a la mesa —por suerte—. Miré hacia todas partes, buscando alguna señal de vida que pudiera tranquilizarme. —¿Alden? ¿Eres tú?
Esperé unos segundos antes de repetir mi pregunta, más fuerte esta vez, pero de nuevo todo lo que obtuve fue silencio absoluto. Suspiré y repetí mi pregunta por tercera vez, solo para estar seguros.
Nada.
De nuevo estoy imaginando cosas, me dije.
—¿Cuándo vas aprender a volar?
Al escuchar la voz detrás de mí, grité y salté lo más lejos que pude, con mi corazón latiendo tan rápido que aún era un milagro que no se hubiera escapado de su sitio. Al reconocer a mi acompañante, me congelé completamente; mi mente se debatía entre un simple ladrón y un loco acosador, violador y posible asesino en serie.
—¡Aléjate de mí! —grité.
—Si. Ahora no tengo la menor duda de que eres Fernanda.
¿Fernanda? —¿Quién…? — ¿Me conoce? Y si lo hace, ¿Quién diablos es? —¿Quién diablos eres tú?
—Puedes decirme Leo si quieres. Aunque para una niña pequeña Sr. Leo sería más apropiado.
¿Qué demonios? ¿Esté cretino acaba de decirme niña?
Acababa de dar su segundo strike.
—Tengo catorce —refunfuñé.
Me observó durante un par de segundos, claramente aburrido por lo que veía. —Si. Ya calculaba algo parecido, Fairy.
—¿Por qué me llamas así? ¿Es algún nuevo fetiche de moda entre los pedófilos?
—No soy ningún criminal —espetó seriamente.
—¿A no? Entonces, ¿cómo llamarías a esto? Has estado siguiéndome y entrado a mi casa sin permiso, sabes mi segundo nombre y obviamente no eres de mi familia.
Sus ojos buscaron los míos. —En estos momentos sería una pérdida de tiempo tratar de explicarte. Ni siquiera tienes el rastro en ti.
Arqueé una ceja. —¿Ahora me dirás que eres pariente del perro del vecino?
—¡Tch! Me parece un insulto compararme con esos estúpidos hombres lobo.
Tragué en seco. —¿Qué…?
Intenté repasar lentamente en mi cabeza los planos de la casa en busca de una posible salida de emergencia. Bien podía ser llamada Pandora, pero por ningún maldito modo iba a quedarme un segundo más encerrada junto a ese lunático queriendo ser la reina de los muertos.
Porque eso sería si no lograba escapar de allí.
Aunque ese lunático estuviera realmente como el doctor me lo había recetado.
Pero en el mismo instante en el que giré para salir corriendo en dirección a la puerta del jardín trasero, un brazo se envolvió alrededor de mi cintura, halándome contra un cuerpo perfectamente esculpido.
—No creas que te será muy fácil —dije, dándole un pisotón en el pie.
—Sí, ya pude darme cuenta —su tono fue suave, pero impregnado en enojo. Al parecer, estaba haciendo un buen trabajo en resistirme al ataque.
—Pensé que no tendría necesidad de esto contigo.
Mi estómago se retorció con sus palabras. Algo dentro de mí ya sabía la respuesta, pero aun así pregunté. —¿Qué piensas hacer?