Sangre y rosas

3

El silencio reinaba en la habitación, solo roto por el suave burbujeo del caldo que Harriet removía con movimientos perezosos, su mirada fija en un punto distante mientras su mente divagaba.
Las sombras, proyectadas por la lámpara de aceite, se contorsionaban sobre las paredes de piedra, danzando al compás de la llama temblorosa. Adeline observaba absorta aquella coreografía silenciosa, hasta que un sonido quebró la calma.

La puerta principal se abrió de golpe, dejando entrar una bocanada de aire helado que agitó la llama y enfrió la estancia. En el umbral, envuelto en penumbras, apareció Roger y por un instante pareció un espectro más que un hombre.

Harriet se giró lentamente al escuchar el chirrido de la puerta. Se secó las manos en el delantal.
—¡Me tenías preocupada, Roger!

Él no respondió. Cerró la puerta tras de sí con un leve empujón y avanzó un par de pasos. La luz de la lámpara reveló un rostro cansado, marcado por arrugas que parecían haberse acentuado en un solo día. Las botas húmedas dejaron huellas en el suelo de madera, y un leve olor a tierra mojada se mezcló con el del fuego encendido.

La capa empapada cayó pesadamente sobre una silla, desprendiendo gotas que se dispersaron sin sonido. Sin detenerse, se inclinó con dificultad, desabrochó las botas endurecidas por el barro congelado y las dejó a un lado, una tras otra, con un golpe sordo contra el suelo.

Se dejó caer junto al fuego. El banco crujió bajo su peso mientras él se inclinaba hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Estiró las manos hacia las llamas, los dedos entumecidos apenas respondían, torpes, ásperos. Frotó una palma contra la otra, y el roce produjo un sonido seco, una fricción inútil que no disipaba el frío.

Cuando al fin habló, su voz sonó grave y cansada:
—Será un invierno duro...

Harriet, se detuvo un instante y lo observó con inquietud.

—Demasiada lluvia al final de la temporada... —continuó, con la mirada fija en las llamas—. La mitad del grano germinó antes de tiempo, y las patatas... —hizo una pausa, frotándose el rostro con ambas manos, como si el gesto pudiera borrar el agotamiento—se echaron a perder. Apenas nos queda suficiente para unas pocas semanas.

Harriet apretó los labios, manteniendo el silencio unos segundos, como si calculara el impacto de esas palabras. Sabía que las cosas estaban mal, pero no imaginaba que la situación fuera tan desesperada.

—¿Intentaste hablar con Hartridge? —preguntó al fin, con un hilo de voz.

Roger asintió sin mirarla, los ojos aún perdidos en el fuego.
—Sí, pero esta vez no quiso escuchar razones. Dice que todos en el pueblo están igual.

Un silencio tenso cayó sobre la habitación. Afuera, el viento se colaba por las rendijas de la puerta, y el aire frío parecía filtrarse hasta los huesos. Harriet se acercó a Roger y apretó su brazo con fuerza, un gesto mudo, como si quisiera compartir parte de la carga invisible que lo aplastaba.

—Seguro que todo se arreglará —dijo, aunque su voz apenas alcanzó a ser más que un susurro, una promesa vacía lanzada al aire.

Cuando la cena estuvo lista, Harriet sirvió la sopa en cuencos de barro. El aroma cálido llenó la estancia. Adeline sentada a la mesa, revolvía el caldo sin probarlo, su cabeza estaba atrapada en otro lugar. La historia que su madre le había contado sobre la vieja mansión volvían a su mente, y junto a ellas, el recuerdo de aquella figura que había creído ver en lo alto de la escalera. Un escalofrío le recorrió la espalda. ¿Había sido real o solo una ilusión?

Pensó en el pozo, en la cuna vacia y en el llanto fantasmagórico del bebé que decían oírse en las noches más frías. Había tantas preguntas girando en su mente, pero ninguna se atrevía a salir. No quería inquietar a su madre, que parecía más preocupada que nunca, ni cargar a su padre con algo tan trivial cuando él ya tenía demasiado sobre los hombros.

—El señor Hartridge exige que saldemos la deuda cuanto antes — pronunció el hombre con la voz quebrada.

Adeline alzó la vista y vio a su madre detenerse a medio movimiento, el rostro endurecido. Harriet dejó el cuchillo sobre la mesa con un golpe seco y lo miró, con sus ojos llenos de preocupación contenida.

—¿Qué quieres decir con eso, Roger? —preguntó, con la mandíbula tensa—. Ya le diste la vaca, y apenas nos quedan tierras para trabajar. ¿Eso no le parece suficiente?

Roger negó despacio, mirando su cuenco antes de responder:
—Le pedí más tiempo... pero no quiso escucharme. Endureció los tratos. Dice que el invierno no espera y tampoco lo hará él.

Harriet frunció el ceño y se inclinó hacia él, su voz ahora más baja, más urgente.
—¿Te lo negó? —insistió. —¡ya no nos queda nada! ¿Que más quiere? ¿Las gallinas? ¿De cerdo?

Roger tomó una cucharada de sopa, la masticó en silencio y, al cabo de un momento, añadió con voz vacilante:

—Las gallinas no serían suficiente. Me ofreció un trato —confesó al fin, arrastrando las palabras, como si cada una le pesara en la lengua—. Está dispuesto a perdonar la deuda e incluso ayudarnos, si...

Se interrumpió, dejando que su mirada se perdiera en las sombras vacilantes de la pared, donde el fuego trazaba formas inquietas. Harriet aferró el cuchillo con más fuerza, sus nudillos blanqueando mientras esperaba que continuará.

—Si... ¿qué, Roger? —insistió Harriet, con un tono bajo y tenso, apenas un susurro, pero cargado de una urgencia que helaba la sangre.

Él tardó demasiado en responder. El cuchillo que Harriet tenía en la mano tembló un segundo antes de golpear la tabla con un sonido seco y amenazante. Roger tragó saliva con dificultad, sus hombros estaban encorvados bajo el peso invisible de lo que estaba a punto de decir.

—Si le concedo la mano de Adeline —terminó con voz áspera, sintiendo cada sílaba desgarrarle la garganta.

El impacto de aquellas palabras fue inmediato. Harriet se quedó inmóvil, apoyándose en la mesa, como si temblará el suelo bajo sus pies. La respiración de Adeline se cortó en seco, el aire en la habitación se volvió irrespirable de golpe. Por un instante, nadie se movió. Nadie habló. Solo el fuego seguía crepitando, indiferente al cataclismo que acababa de desatarse.



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En el texto hay: romance gotico

Editado: 20.01.2025

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