Sangre y Telaraña

PROLOGO

 

01 de agosto de 1314

—Tal vez debería considerar correr más rápido, miladi.

—Gracias por el concejo, pero creo que ya voy lo más rápido que puedo.

—Lo dudo mucho. Un hada "vuela", y usted no veo que lo esté haciendo.

—Soy un ave terrestre. Para volar existen los aviones ¿sabías?

—De nuevo con ese vocabulario tan extraño miladi. ¿Podría explicarme primero las cosas antes de sacarlas a discusión?

Ella río a pesar de la velocidad de sus pasos. —Un avión es un enorme pájaro de acero en donde muchas personas pueden viajar cómodos en su interior de un lugar a otro en poco tiempo. —Al ver ella la cara preocupada de su acompañante, se echó a reír de nuevo. —No te preocupes. Si salimos de esta, voy a mostrarte en tu mente algunos de ellos.

—Podría dejar de tratarme como una de sus mascotas. ¿Es que acaso en su época todas las mujeres son así? ¿A dónde va a parar el mundo? —exclamó el caballero.

Ella echó una risita ahogada. —No todas. Solo soy yo, creo. ¡Bienvenido a mi mundo!

— ¿Le han dicho ya que es un encanto? —El tono sarcástico que acompañaba a la pregunta era evidente.

—Mucho. —Hizo una pequeña pausa para tomar aire. —Por cierto, Enrique ¿no sería este un buen momento como para poner en práctica tu magia?

—No creo que esa sea una buena idea. Las hadas y los vampiros no son bien recibidos en territorio de lobos, tal y como ya habrá observado. Y ya que los dos somos principiantes...

—Bueno, puedes hablar por ti mismo. Sucede que yo tuve un excelente maestro. —En ese momento ella dio media vuelta sobre su mismo eje quedando de frente a una gran bestia peluda de cuatro patas que se abalanzaba sobre ella con el hocico bien abierto para desgarrarla de una sola mordida— ¡Atardecer!

El conjuro de la chica hizo aparecer al instante una bola de luz violácea tan caliente y cegadora como el sol mismo provocando que su depredador saliera volando de regreso por donde llegó.

— ¡Baje la cabeza! —gritó Enrique, al tiempo que una bola de fuego azul embestía contra dos fieras más que pretendían deleitarse con la chica.

Al desaparecer los últimos brillos de aquel ataque, ella le brindó una sonrisa a su salvador. — ¿Qué pasó con eso de no llamar mucho la atención del resto de la jauría?

Él sonrió. —Solo creí que le gustaría seguir en una sola pieza. De nada.

—Gracias. Ahora...

Pero antes de poder continuar hablando, un hilo de sangre se formó en el cuello de la chica haciendo que esta se desplomara de rodillas contra el suelo.

— ¡Alisa!




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