Sangre y Telaraña

CAPITULO 4

El reloj anunció las tres de la tarde. Midnight Romeo de Push Play[1] sonaba en mi iPod mientras acomodaba libros, lapiceros y otras cosas en mi bolso. Don Ricardo había ido a atender una emergencia que, si mal no recuerdo, solo era una exageración un tanto graciosa, ¡nadie muere por un doblón de pie!

Ese día no tenía prisa por irme y planeaba quedarme a leer un poco el PLM[2] de la clínica para matar un poco el tiempo en algo productivo, en vez de estar sola en casa aburriéndome con el maratón del canal de novelas en lo que volvía tía Laura de su reunión de póker.

Una bolsa grande de frituras y un litro de jugo de naranja eran mis amigos de lectura durante la siguiente media hora cuando de repente, una sombra escalofriante pasó de prisa en dirección a las habitaciones de archivos. Quería pensar que solo se trataba de mi imaginación, o el viento jugando conmigo. Tomé un par de tijeras con punta del escritorio con la intención de usarlas como arma de defensa personal en caso de que se tratara de un delincuente agresivo en el peor de los escenarios, pero cuando estaba caminando muy despacio en la misma dirección que la sombra... — ¡Eso no te funcionará aquí!

La pequeña interrupción hizo que diera un tremendo salto y casi gritara del espanto. En el segundo siguiente voltee aún armada con las tijeras levantadas, aunque ya me sospechaba de quien había sido la broma.

— ¡Drew! Casi me matas de un susto.

—No, ¿tú a quien casi quieres matar con esa cosa?

—No iba a matar a nadie, solo lo uso para defenderme...

— ¿Defenderte? ¿De quién? Aquí no hay nadie a parte de ti y de mí. ¿O es que ya me consideras una amenaza?

—No empieces Drew. Acabo de ver una sombra entrando de prisa y me asustó que pudiera ser un ladrón.

— ¿Sombra dices? —rio.

—No tienes por qué burlarte.

—No me burlo. Solo que me parece muy divertido que le temas a tu propia sombra.

— ¡Es cierto! Vi una sombra pasar y desaparecer de pronto —mantuve la mirada seria.

— ¿No lo habrás imaginado?

—Sí, de la misma forma en la que tú me imaginas yéndome de aquí en este momento.

Cerré el PLM con brusquedad, tomé mis cosas y me fui dejando solo a Drew en la clínica.

—Cierra cuando te vayas.

— ¡Fernanda! Espera... —seguí caminando—Oh, vamos Fer ¿es en serio?

—Claro que lo es. Has querido decirme que estoy loca.

—Nunca dije que estuvieras loca.

—Al menos no con la palabra. Pero tu sonrisa lo gritaba a los cuatro vientos.

—De acuerdo. ¡Me rindo! ¿Contenta?

Dejé escapar un suspiro irritado. —Te comportas como un niño ¿sabías? Además, no es una pelea en la que tenga que ganar alguien.

—Lo sé. Pero, ¿has oído que la mujer siempre debe ganar, aunque no tenga la razón?

Bien. Eso era todo. ¿Me estaba tratando como a una niña chiquita?

Lo ignoré el resto del camino que fueron, como, ¿tres pasos?

—Pero... ¿Cómo es que...? —No podía pronunciar bien ni una palabra.

Drew maldijo en voz baja, frotándose el cabello.

Sorprendida por lo que acababa de ocurrir, di un paso atrás. En verdad debía estar alucinando como para no recordar cómo habíamos llegado a casa de tía Laura desde el cruce de la heladería.

¿Qué pasó? Era la pregunta del millón.

—Fer. Lo siento. No sabía que esto podría pasar. Nunca fue esa mi intensión. Yo solo...

Su rostro se tornó pálido. Daba la impresión de que acabara de ver un fantasma.

—Drew... ¿Qué estás...?

—Será mejor que descanses por hoy. Ya has trabajado demasiado.

—Quizás tengas razón. Ya empiezo a imaginar cosas que no son.

¿A quién quería engañar? El cansancio no da alucinaciones. La esquizofrenia sí.

—Ve a la cama directamente. No hagas nada más por hoy ¿de acuerdo?

—Me pides algo difícil. También tengo una agenda apretada.

Pero que mentira más grande. En casa no había mucho que hacer; aún no era hora de preparar la cena, todo estaba limpio y ordenado, tampoco había nada bueno que ver en la televisión más que partidos de fútbol ya repetidos y muchos programas aburridos. ¿Qué se suponía que tenía que hacer urgentemente además de dormir?




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