Sangre y Telaraña

CAPITULO 8

—A.…li...

De camino al umbral del tercer sueño, no pude distinguir el timbre de la voz que me llamaba, aunque estaba casi segura de que se trataba de mi papá tratando de despertarme para ir a la escuela.

—Quince minutos más, hoy no tengo exámenes.

—Ali... corre...

—Papá, ya te dije que no urge llegar temprano.

—...no escaparás por mucho...

La voz espeluznante y amenazadora hizo que abriera de a poco los ojos. Una niebla densa y oscura junto con un frío que calaba hasta los huesos envolvía en ese momento la habitación. Al aclarar mi vista empecé a examinar el lugar en busca del objeto de donde provenían los efectos especiales, pero lo único que apareció frente a los pies de mi cama fue aquel esqueleto sonriente aspirante a granjero, aunque esta vez en lugar de camisa y vaqueros, llevaba puesto un traje de caballero aludiendo los 80'.

— ¿A.…a.…rón?

—Te llevaré conmigo...

Mi instinto reaccionó al miedo instantáneamente. Salté de la cama en un acto desesperado y salí de la habitación sin tomar conciencia de la dirección en que me dirigía.

Mientras corría llegué a comprender del todo lo que tanto me estaba negando: no era una conspiración debido a los frutos de la viudez múltiple, no era mi imaginación, no estaba enloqueciendo. Era ni más ni menos que la cruda realidad.

"Por siempre y para siempre". Palabras que nunca llegaría a olvidar ni volviendo a nacer.

Muchos creen que las almas en pena conocidas mejor como "fantasmas", tienen el instinto de venganza contra quien les arrebató la vida o los traicionó. Ninguno de estos era mi caso.

Aarón y yo, aunque éramos vecinos cuando niños, más bien, no teníamos la misma edad por lo que nunca fuimos a la misma escuela primaria. No compartíamos amigos, gustos ni pasatiempos. En la calle ni siquiera nos volteábamos a ver si de casualidad nos encontrábamos, claro que la diferencia de edades pudo haber ayudado a la causa. En resumen, éramos dos mundos totalmente diferentes en dos galaxias a millones de años luz de distancia.

A mediados de quinto grado, mi papá tuvo la gran idea de dirigir él mismo una nueva sucursal de su empresa al otro lado del país. La noticia no me vino nada bien, ya que eso significaba tener que mudarnos. Ya estando en la nueva casa y en la nueva escuela, un fuerte dolor de estómago me llevó directo al hospital. El diagnóstico: Apendicitis Perforada. Necesitaba una cirugía de emergencia sí o sí.

Al día siguiente de la operación, desperté en un cuarto de hospital un poco aturdida y con un poco de dolor a causa de la herida de mí estómago. Además de que el catéter no me levantaba mucho el ánimo. Pero lo que sí lo hizo fue un gran oso blanco de peluche sentado justo en la cabecera de mi cama. Lo coloqué a como pude como mi almohadita de felpa.

Así que aún no me ha llegado la hora, pensé tras recordar el extraño sueño de la noche de la emergencia, en el que flotaba junto a otro chico del cual no recordaba su rostro.

Tres años más tarde y en otro de los impulsos de papá, volvimos a nuestra antigua casa. Esta vez no me enfermé, al contrario, estaba más que feliz. Aunque no era la única que estaba de vuelta ese año.

Pasillos llenos de estudiantes, muchos conocidos y otros vistos por primera vez, todos hablando y riendo. La primera en irme a dar muestras de afecto fue Lexy (Alexandra), mi mejor amiga desde la infancia. Sorprendida sobre todo porque no le había contado que volvía, ni mucho menos que me inscribiría en la misma secundaria que ella.

Al sonar la campana, todos nos dirigimos a nuestros salones correspondientes, pero en el trayecto algo hizo que volteara la vista sobre mi hombro. Y no podía creerlo, aunque mis ojos lo estuvieran viendo. Aarón Baénz, el mismo Aarón Baénz que conocí cuando niña y que ahora tendría que estar por lo menos en últimos años de preparatoria, acababa de pasar junto a mí para entrar luego a una clase que estaba al final del pasillo. Me quedé boquiabierta.

En la cafetería, a la hora del almuerzo, casi muero atragantada con un trozo de carne al ver a Aarón sentarse en la mesa de enfrente. Un acto heroico de Jayden, el novio de Lexy, me salvó de ser un número más en las filas para acta de defunción por negligencia alimentaria.

— ¿Te encuentras bien? —preguntó Lexy preocupada.

—Si —respondí tomando un sorbo de agua que me ofreció Jenny, la hermana de Jayden.

Una vez que me sentí mejor y que podía respirar sin dificultad, dirigí la vista un tanto disimuladamente hacia Aarón y susurré:




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