— ¡Ouch!
—Como siempre causando problemas.
—Me dolió.
— ¿Y crees que a mí no?
Inmersa en el pasado, no me di cuenta de hacia dónde iba, por lo que terminé chocando con lo que creí era un suave muro en medio del salón lastimando así mi pobre nariz.
— ¿A—A—Aarón? —balbuceé mientras permanecía con los ojos cerrados.
—Te equivocas. ¿Y por cuánto más vas a seguir sobre mí?
— ¿Sobre...? —empecé a palpar es supuesto cojín que estaba debajo de mí. Al reconocer que en verdad tenía la forma de una persona, entreabrí los parpados lentamente.
— ¿Leo?
—Vaya. Parece que si recuerdas quién soy.
—Leo, ¿qué estás haciendo aquí? ¿Qué pasó?
—Bueno, el que debería preguntar eso sería yo. ¿Te importaría? —Su expresión daba a conocer que estaba bastante molesto. Era comprensible. No todos los días sirves de colchón para amortiguar la caída de alguien.
—Lo siento. No quise... bueno... yo solo... —No podía terminar coherentemente una oración. El miedo había vuelto a mí en cuestión de segundos y se negaba a irse. Me encontraba al borde del colapso mental y lo único que hice en ese momento fue romper a llorar. Llorar y llorar, solo eso quería hacer.
—Oye... escucha... para... —lograba oír a lo lejos que Leo intentaba tranquilizarme, no sé si por no querer que hiciera más ruido del que ya había hecho, o porque realmente estaba preocupado por mí.
Las intenciones que hayan sido, ninguna palabra de aliento podía funcionar. ¡Oh Dios mío! No se trataba del Fantasma de la Navidad queriendo darme una lección de vida, tampoco era algo tan sencillo como la Muerte cuidándote siete años antes de que tengas que dejar el plano terrenal. No, se trataba de algo mucho más complicado y peligroso. Era... era... ¡mi exnovio!
— ¿Quieres decirme que te sucede? Estas sangrando...
— ¿Qué?
Me incorporé petrificada, quedándome sentada en el suelo junto a Leo que todavía seguía reposando en la misma posición de impacto. Tomé un respiro para digerir lo que había pasado. Queriendo secar las lágrimas de mi rostro, rocé sin querer mi nariz sintiendo algo tibio y más espeso que el llanto. En ese instante, otro balde de agua congelada cayó sobre mí. Si esto era real, entonces...
—Ay, Dios mío...
Intenté alejarme lo más posible de él deslizándome en el suelo por no tener fuerzas aun para levantarme. Un grito quería salir de mi garganta, pero luchaba por contenerlo.
— ¿Y ahora por qué huyes tan de repente? Creí que Drew había arreglado el asunto.
—Leo ¿Por qué asustas así a Fer? —Me volví para ver a Drew apareciendo desde la misma ruta por donde creí haber llegado. Al acercarse más noté que sus ojos no eran marrones, sino ¿verdes?
— ¡Yo no le he hecho nada! Ella fue la que chocó contra mí y luego se puso a llorar —decía Leo mientras se ponía de pie y se sacudía el pantalón y el chaleco.
— ¿Ha sido de nuevo ese Shinda? —me preguntó Drew sin obtener respuesta. Todo el mar de impresiones mostraba claramente de que estaba lista para lanzarme del Salto Del Ángel[1].
Al parecer mi silencio le dijo más que un millón de palabras, por lo que se acercó a mí para ayudarme a levantar, aunque conmigo bastante inquieta y berrinchuda le costó un poquito de trabajo conseguirlo.
—No. Por favor, aléjate —suplicaba con voz temblorosa.
— ¿Qué pasa, Fer? ¿Es que ya no somos amigos?
—Drew... —me detuve, tomando una profunda respiración mientras él enjugaba con su pañuelo mis lágrimas y la sangre de mi nariz causada seguramente por el golpe tan repentino contra el torso de Leo.
— ¿Ya más tranquila? —preguntó con una sonrisa.
Mis labios temblaron, por lo que solo asentí con la cabeza. Fue una mentira a medias.
—Drew, al parecer tus métodos no resultaron muy bien que digamos con esta chica.
—Claro que lo hizo, pero por corto tiempo. Además, no es mi culpa que se encerrara en completa negación.
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Editado: 23.02.2019