Sangre y Telaraña

CAPITULO 11

En las horas siguientes, que equivalían a los siguientes cuatro días, traté de encontrarle sentido a las piezas de rompecabezas que Drew había dejado revueltas en mi cabeza. Una muy pequeña y escondida parte de mí aún se aferraba a la idea de que todo esto era un mal sueño alocado y que al despertar todo volvería a ser normal. Bueno, casi normal.

Dejé escapar un pequeño suspiro y volví a fijar mi vista en la delgada y fina línea horizontal que dibujaba un hermoso amanecer.

Por un segundo vi la imagen de Leo recostado al pie del misterioso árbol de magnolia seco. Al siguiente había desaparecido. Me incliné hasta que el vidrio quedó cubierto del vapor emanado de mi nariz debido al fuerte suspiro.

— ¿Fernanda?

Mi vista se alejó de la ventana de mi habitación hasta el umbral de la puerta en donde se encontraba tía Laura.

— ¿Cómo te sientes? No has comido en días y tampoco has dormido.

—Estaré bien—dije precipitadamente. La idea de ser el plato principal del menú no dejaba de atormentarme. Aún debía digerirlo por completo hasta poder enfrentarla sin ningún sentimiento de por medio.

—Iré de compras. Pensaba que quizás necesitabas algo...

Miré el reloj de la mesa de noche. Faltaban quince para las seis.

— ¿No crees que es muy temprano?

—No tanto. ¿Olvidas que hoy es el Festival?

Claro. El Festival. Hoy todo se convertía en servicio 24 horas.

—Además, si voy ahorita estaré devuelta para el desayuno.

Me encogí de hombros. —Si tú lo dices.

— ¿Segura que...?

—Muy segura. Solo quiero estar sola ahora. Pero gracias por preguntar.

—De acuerdo. Volveré en una hora.

—Que te vaya bien.

Y con la cabeza gacha, tía Laura se retiró.

Al irse me acerque para cerrar la puerta, el frío silencio me caló hasta los huesos, pero no era hora de remordimientos.

— ¿Si quiera me estás escuchando? Si quieres vivir, debes despertar. ¿Cuándo? ¡Ahora! —Balbuceó de repente en mi cabeza la voz ya conocida de la chica de siempre.

—Cállate. Eres solo mi imaginación hablando.

—No Ali. Soy real. —Bien, esa no era una voz de mujer.

Me di la vuelta solo para retractarme de todo lo que he dicho antes sobre quedarse helada como un copo de nieve en la Antártida. Lo que mis ojos estaban presenciando en ese momento superaba por millones esa emoción. Se trataba ni más ni menos que de la personificación de todos mis miedos y pesadillas durante los últimos diez años de mi existencia. Y la razón que me ha impedido dormir los últimos días. El amor y el terror se encontraron como fuerzas antagónicas dentro de mí.

Vestido con jeans azul marino, camisa blanca de manga larga debajo de otra a cuadros de manga corta desabotonada y zapatos deportivos. El mismo cuerpo atlético y sexy de siempre, pero... ahora su mirada era sombría y melancólica.

— ¿Cómo... cómo... qué estás...? —empecé a balbucear sin definirme en nada concreto que decir.

Aarón levantó una ceja acompañada de una sonrisa lobuna.

— ¿Vives en este lugar y aún no sabes cómo funcionan las cosas?

Tomé una respiración profunda para calmarme y conseguir las fuerzas que necesitaba para no flaquear, al exhalar me dio la sensación de no haber expulsado solo aire sino también mis miedos. La carcajada que dio me indicó que algo más que mis emociones habían cambiado en ese segundo. No había ni que preguntar. Me sentía bien. Mejor dicho, me sentía como yo de nuevo.

Volví a inhalar profundo antes de dirigirme directamente a sus ojos con una mirada fulminante:

—Lo único que sé es que quiero que te vayas y me dejes en paz.

— ¿Para qué? ¿Para que puedas ir directamente hacia el infierno? —parecía disgustado.

Lo mire desconcertada antes de preguntar. — ¿Ya olvidaste que eres tú el que me quiere arrastrar al infierno?

Su rostro se endureció en un segundo, pero su mirada era más de dolor que de odio.

—Creí que me conocías mejor, Alisa.

Sí. Estaba molesto.




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