Sangre y Telaraña

CAPITULO 13

No habían pasado ni diez segundos de que Leo profetizará mi muerte cuando la alarma programada de mi teléfono sonó de repente, obligándome a caer a la realidad.

Algo inesperado porque se suponía que se activaría hasta las seis de la tarde.

— Esto se debe haber descompuesto. Apenas pasan de las seis de la mañana. Estoy segura. Mira el cielo. Apenas y está aclarando.

—Por lo que veo, aún no lo entiendes.

— ¿Qué?

—Habilidades especiales, ¿recuerdas? Parece que tienes una manía por manipular el tiempo a tu antojo. Eso también explica mucho.

—Tienes demasiado tiempo libre, ¿verdad?

Se encogió de hombros. —La verdad no tanto desde que tú llegaste aquí.

—Mis disculpas entonces. Trataré de ser menos ruidosa.

— Los ruidos son mentira. Es tu sangre la que no me deja descansar en paz.

Parpadeé lentamente.

— ¿Sabes lo que es el síndrome de abstinencia? ¿Te imaginas cuanto puede aumentar ese deseo frente a una bebida tan exquisita que solo debes estirar el brazo para probarla?

— ¿Me estás amenazando?

Más rápido que el mismo tiempo fue su acercamiento. Mi corazón parecía que iba a salir disparado hasta el próximo Estado, y creo que dejé incluso de respirar en el instante en el que su frente se posó en la mía. Quise decir algo, romper aquel silencio que no me conduciría a nada bueno, pero su respiración estaba tan cercana a mis labios que las palabras quedaron atrapadas en mi garganta. Luego una ardiente sensación comenzó a subir por mi cuerpo desde la punta de los pies deteniéndose por un instante en mi vientre para recobrar fuerza y continuar subiendo hasta mi cabeza. Quise alejarme en esa milésima de segundo, pero apenas y lograba seguir de pie con dificultad, por lo que esperé a que el decidiera hacer el movimiento, que para mí desgracia era todo lo contrario a lo que yo quería. Me ahogué en el fondo del mar ámbar que me custodiaba, y con una sonrisa torcida terminó con el poco equilibrio que aún tenía. En el momento en el que sus labios tocaron mi filtrum labial[1] caí rendida a su voluntad.

Empezó a reír. — ¿Creías que me atraparías en tus redes, Fairy?

Abrí los ojos. — ¿Qué dices? —Sollocé.

—Fairy, he vivido más años que tú y ninguna niña...

Esto era el colmo. Nunca antes me habían ofendido tanto.

Empuñé mis manos y con todas mis fuerzas lo golpeé en el pecho, a un inicio solo quería apartarlo de mí lo suficiente para poder salir corriendo de allí, pero el resultado fue inesperado. Lo que en realidad lo golpeo no fueron mis puños sino una diminuta luz violeta, enviándolo varios metros lejos de mí en el acto, a la vez que esa misma luz me cegó por un segundo. Al recuperar mi visión, el cielo era un mar oscuro cubierto de miles de estrellas brillantes.

— ¿Qué...qué...por qué...?

Dirigí la vista hacia la zona de aterrizaje de Leo. Al verlo, estaba pálido y apenas pudo ponerse de pie por sí solo. Cuando lo logró me vio como si yo fuera un extraterrestre que acababa de desenmascarar.

—Leo ¿qué-qué acaba de...?

— ¿Quieres dejar de hacer cosas innecesarias? —pronunció con dificultad.

—Tú tienes la culpa. No puedo controlar las cosas extrañas que me pasan.

—Es verdad. Pero procura mantener los saltos en el tiempo alejados de mí.

— ¿Saltos de tiempo?

Las campanadas de media noche empezaron a retumbar en mis oídos. Había un pequeño eco dentro de mí cabeza que me advertía que eso no significaba un feliz inicio de celebración ni un simple error de adelanto de hora. Pero antes de poder ordenar mis ideas, Leo ya estaba delante de mí, tirando de mí mano como si fuera un bolsón escolar recogido de la sala a última hora.

—Leo, detente. ¡Me lastimas!

—No más de lo que tú querido Shinda hará si te encuentra.

No respondí. Tampoco me molesté en pensar. Estaba demasiado ocupada tratando de seguirle el paso que por un segundo sentí que flotaba en lugar de correr. Pero tan distraída me encontraba que no advertí cuando una pared estaba a punto de acoplarse a nuestras almas.

— ¡Leo! —grité levantando mi mano libre en señal de defensa para cubrir mi rostro a la vez que cerraba mis ojos.




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